SANGRE JOVEN, CARAS NUEVAS

El día en que Cristian Domizzi conoció a Bielsa, lo invitó a pelear. Jugaba para Central Córdoba una final de la Liga Rosarina, contra la famosa Cuarta especial de Newell’s. Corría el año 1986. Ganaba el partido uno a cero y resultaba ser el goleador del encuentro. Hasta que su paciencia dijo basta y quiso desafiar al técnico. «¡Nos estaban robando mal! Parecía que para ganar teníamos que llegar a la cima del Everest. Encima terminamos los dos con la misma cantidad de puntos y la final se jugó en el Parque Independencia. Lo encaré porque gritaba todo el tiempo y lo quería pelear. Se metió en el medio el preparador físico y me dejó hablando solo.»

Domizzi siempre recordó el episodio; lo mismo Bielsa. Y cuando por casualidad el jugador fue acercado por un empresario al plantel rosarino, en 1990, el DT se lo hizo saber sin siquiera saludarlo.

—¿Se acuerda cuando me quiso pelear?

—Sí, Marcelo, otra época. Ya pasó.

—Bueno, véngase el lunes que vamos a hablar.

Luego de un par de entrenamientos, Bielsa lo llamó aparte y con la compañía de Picerni y Griffa le planteó las posibilidades para el futuro.

—¿Tiene ganas de quedarse en Newell’s?

—Si existe la posibilidad, sí… me gustaría.

—Bueno, fenómeno, pero quiero que sepa que va ser el quinto delantero del equipo.

—Eso es lo que usted piensa ahora… ¡Vamos a ver más adelante!

Dueño de una fuerte personalidad, Domizzi era de esa clase de jugadores que Bielsa valoraba por su espíritu y por su sentido táctico, aunque en sus inicios no convirtiera con frecuencia. Tanto fue así que necesitó de una decena larga de partidos para estrenarse en la red rival. Su utilitarismo y su capacidad para presionar y correr a los rivales lo hacían un elemento valioso. Para mejorar su rendimiento, el técnico apelaba a su conocimiento del fútbol mundial gracias a los videos que recibía de Europa: le mostraba movimientos de delanteros para copiar, espejos en los cuales reflejarse. «Me acuerdo un día que me trajo unos casetes para que viera cómo se movía el finlandés Jari Litmanen. Yo no tenía ni idea de quién era. El tipo después fue un fenómeno en el Ajax y también jugó en el Barcelona, pero cuando Bielsa me entregó los videos estaba jugando en Finlandia y no lo conocía nadie. ¡No lo podía creer! ¡Él solo tenía esas imágenes!»

Para la segunda temporada, considerado uno de los puntales, fue uno de los que más partidos jugaron, hecho que se confirmó cuando Bielsa lo utilizó en el clásico ante Central y veinticuatro horas más tarde en Chile, por la Copa Libertadores, diciéndole que debía olvidar el esfuerzo previo y no podía estar cansado.

En la revancha ante San Lorenzo, fase de grupos de la Copa, Domizzi sufrió un corte en la cabeza que le dejó su camiseta completamente ensangrentada, y aunque siguió en el campo un buen rato, el mareo por la conmoción lo terminó doblegando. Bielsa le pidió de recuerdo la camiseta como ejemplo de compromiso con el grupo.

Junto a Domizzi empezaron a ganar espacio otros juveniles, y se cumplió así otra aspiración del técnico: debían ser los juveniles, los que venían de abajo, la sangre nueva del plantel. Alfredo Berti era de Empalme y ya había sido dirigido por Bielsa en Reserva, cuando tenía diecisiete años. Su vitalidad y esfuerzo para la recuperación fueron claves en el tramo de la Copa y el Clausura.

Con Bielsa tenía una relación muy especial. Apasionado de la táctica, era capaz de consumir en video tres o cuatro partidos diarios. Todos recuerdan que cuando el técnico daba sus charlas en los vestuarios y lo miraba fijamente a la cara, Berti entraba en un estado similar a la hipnosis y quedaba como en trance, meta asimilar conceptos.

«Eran charlas apasionadas. Me tocaron cuando tenía veinte años y las guardo en el recuerdo hasta ahora, porque eran muy enriquecedoras. Si a uno le gustaba el fútbol, podía recoger muchas cosas. Cada comentario estaba argumentado y Marcelo tenía paciencia para explicarlo. No se encuentra a menudo a un entrenador que dedique su tiempo para que el que lo escuche lo entienda fácilmente», sostiene Berti.

Su frescura y juventud resultaron fundamentales para equilibrar el juego en la mitad de la cancha: se transformó en otro de los jugadores fetiche del entrenador.

Antes de un partido límite ante River, cuando el esfuerzo era realmente importante, Bielsa lo convocó para saber cuál era su estado.

—Alfredo, dígame una cosa, ¿usted puede jugar?

—¡Cómo no voy a poder jugar contra River!

—¿Está cansado?

—No, no estoy cansado.

Bielsa tomó el brazo del jugador y trazó una línea imaginaria desde la muñeca hasta el codo.

—¿Cómo está su músculo de lleno para jugar? ¿Está hasta acá para jugar?

—No, está lleno hasta acá. Hasta bien arriba en el hombro.

Berti no sólo fue titular, sino que, además, marcó el primer gol de aquel triunfo.

Gustavo Raggio fue un polifuncional de la defensa. Al igual que Berti, fue seleccionado en una prueba en Atlético Empalme, sin saber que aquel día Bielsa estaba mirando la práctica. El primer contacto que tuvo con el entrenador se produjo cuando hacía de sparring, participando con la Reserva en las prácticas de la Primera División, en 1990. Una vez que se sumó al plantel profesional, jugó como lateral derecho, como central en las dos posiciones de los zagueros e inclusive como stopper. Tenía una gran pegada, que combinaba precisión y potencia, que resaltaba en cada pelota parada. Raggio recuerda con admiración cada una de las prácticas del día previo a los partidos. «Los ensayos tenían el máximo de exigencia. Éramos dos o tres pateadores de cada lado, que ejecutábamos alrededor de ciento veinte pelotas cada uno. El desafío de los que atacaban era convertir en goles un cierto porcentaje de los centros que caían en el área. Nadie regalaba nada, por eso en las fotos de las revistas siempre se veía a alguno con un ojo cortado, o con alguna lastimadura en la nariz o la boca. Bielsa ponía mucho énfasis en el acierto y en la demarcación del error para repetir y corregir.»

El cuarto jugador que logró insertarse con continuidad fue Ricardo Lunari. A los catorce años participó con el club de su pueblo, San José de la Esquina, de un campeonato en el que se destacó con una gran actuación (convirtió tres goles) ante el equipo local de Central Argentino de Casilda. Jugaba en la mitad de la cancha, por el sector izquierdo, como un típico número diez. Al término del partido, una persona se acercó a su padre y le dijo que lo quería en Newell’s. Era Marcelo Bielsa.

Su chance en Primera llegó a los veinte años, después de mucho esperar y tras un viaje al fútbol suizo. En una prueba en el Viejo Continente, en un equipo de Segunda División del país helvético, hizo nueve goles en dos partidos, y al retornar apareció la posibilidad de debutar en Primera. Su ídolo era el Tata Martino, y por el solo hecho de jugar con él ya se sentía un privilegiado. Tenía excelentes condiciones técnicas y podía jugar tanto de mediocampista como así también más cerca del área. Si bien no llegó a tener continuidad en el equipo titular, era un recambio de gran valía. «Siempre digo que fui el jugador número doce de ese equipo. Era siempre el primer cambio. Me sentí importante desde el banco, nunca me desesperé por ser titular porque sabía que tenía treinta minutos y los aprovechaba al máximo. Teníamos esa mentalidad. Cada uno aportaba desde el lugar que le tocaba. Se hizo un gran grupo, muy unido. Eso fue lo que nos inculcó Marcelo desde chicos.»

La movida incluyó a algunos otros jugadores, pero Domizzi, Berti, Raggio y Lunari se ganaron un lugar destacado cuando llegó el tiempo de la rotación. En el momento de las grandes decisiones, Bielsa sabía que tenía recambio. La joven guardia resultó decisiva para encontrar respuestas en tiempos de infinitas preguntas.