FORTALECIENDO LOS VÍNCULOS
—¿Va a correr, profesor?
Un poco por costumbre, otro tanto para mantener la figura, el final del entrenamiento en el Polideportivo de Vélez en Liniers tenía el mismo desenlace. Una vez que los jugadores retornaban al vestuario, el rosarino interrogaba a Macaya buscando una compañía para su tradicional circuito de trote. En algunos casos, el acompañante era Lucho Torrente, pero para el preparador físico era una excelente oportunidad de compartir sensaciones y aclarar dudas. El recorrido tenía cuatro kilómetros y poco importaban el calor, la lluvia, el frío o la niebla. Bielsa preguntaba por el estado de Omar Asad, un delantero muy querido en el club, perseguido por distintas lesiones al que quería darle una chance, por la intensidad en sus ejercicios con el plantel y la compatibilidad con los esfuerzos en los trabajos físicos, por la evolución de algún lesionado, las capacidades y diferencias de distintos integrantes del grupo y cualquier otro detalle en los que siempre investigaba a partir de su increíble grado de perfeccionamiento.
El ritual duraba aproximadamente veinte minutos y tenía, además, un actor de reparto que ya empezaba a delinear a un Bielsa poco conocido.
El Turquito era socio del club. Dueño de una mueblería, su presencia jamás pasaba inadvertida, por su simpatía pero, además, porque todas las tardes aparecía por la pista de atletismo para correr un rato. El dato distintivo era que el Turquito tenía una evidente dificultad en su andar, un estilo chueco inconfundible. El hombre esperaba en un costado y comenzaba su carrera recién cuando Bielsa terminaba la suya. Marcelo siempre le preguntaba algo, pavadas o cosas importantes que siempre lo hacían sentir valioso. Además, como forma de agradecimiento por su presencia permanente, le conseguía alguna entrada para que pudiera asistir a la cancha.
La ceremonia del trote se repitió durante todo el ciclo, pero cuando el plantel se debía concentrar a la espera de los partidos, llegaba con una modificación que la hacía todavía más pintoresca.
En aquel Apertura, Vélez se concentraba en el Hotel Presidente, ubicado en Cerrito casi Córdoba. El día del encuentro no había posibilidad de correr, y entonces Bielsa optaba por una caminata por la ciudad. Lo curioso es que siempre se llevaba a algún jugador que encontraba en el lobby. Naturalmente, la recorrida servía para conocer un poco más en profundidad a sus jugadores y el tema exclusivo era el fútbol. Cuáles eran sus gustos, si veía partidos en televisión, si se sentía cómodo en el equipo y comprendía su estilo de trabajo: ésos eran los tópicos habituales. Los jugadores seguían el paso firme y veloz del entrenador, y juntos recorrían las calles céntricas de Buenos Aires. Para todos resultaba una experiencia increíble, pero algunos experimentaron vivencias insólitas.
Mariano Armentano era un juvenil delantero, que recién asomaba buscando su lugar en el equipo. Una mañana resultó el elegido para el paseo con el entrenador. Una fina llovizna caía sobre la ciudad. Bielsa y Armentano caminaban por las veredas porteñas y el joven escuchaba atentamente la pasión con la que Bielsa le hablaba de fútbol, aislado de los ruidos del ambiente, hasta que ocurrió lo imprevisto.
Cruzando una esquina y como consecuencia de esa garúa que hacía de las calles una pista enjabonada, se produjo un choque. Armentano en un acto reflejo se distrajo por un momento.
—Pero, Mariano, ¿me está escuchando o está en otra cosa? —preguntó Bielsa.
—No, disculpe Marcelo, es que el ruido me distrajo —respondió incrédulo el jugador.
Toda la gente se había detenido al menos un segundo con la frenada y el choque, menos Bielsa, que seguía inmerso en su apasionada conversación.
Al regreso, Armentano le contó a sus íntimos lo sucedido, en un mar de carcajadas. Todos sabían, pero ahora confirmaban, que estaban en presencia de un verdadero personaje.