CHOQUE DE POTENCIAS (CON FINAL FELIZ)

Algo no estaba bien. El Pacha Raúl Cardozo hizo declaraciones que molestaron a Bielsa. El lateral izquierdo, uno de los preferidos por el entrenador y a la vez uno de los más resistentes a la hora de aceptar el nuevo orden, manifestó su simpatía hacia otros estilos de juego, dando a entender que prefería pasar a algún equipo más acorde con su filosofía. Para el técnico y su proyecto, esas palabras constituían una amenaza.

«Júntenlos allí debajo del árbol, entre las dos canchas», le dijo el entrenador a sus colaboradores. Los jugadores no tenían muy claro de qué se trataba el cónclave: lo común era tener contacto en el campo de juego, y no fuera de él. Si las costumbres se alteraban, debía ser algo muy importante.

Bielsa se paró delante del grupo y comenzó con un discurso en el que, fiel a su costumbre, hizo hincapié en la importancia de la igualdad y en el convencimiento acerca del sistema de juego. El comentario apuntaba claramente a los dichos de Cardozo y ratificaba, además, la idea de tener dos jugadores por puesto.

—Para mí Cardozo es igual que Federico Domínguez, Méndez es igual que Zandoná y Pellegrino es igual que Sotomayor —dijo el técnico.

—Yo no estoy de acuerdo con sus dichos. Yo gané todos los títulos y usted no puede decir que soy igual que Cavallero. Yo no me considero igual, me considero titular y ni se me ocurre la posibilidad de ser suplente —salió al cruce una voz gruesa con autoridad.

Las palabras de José Luis Chilavert sonaron fuertes y alimentaron la discusión. El arquero era uno de los líderes del equipo y aunque no todos comulgaban con su forma de ser, su sola presencia imponía respeto.

—Bueno, si usted no está de acuerdo con lo que yo digo, está de más en el grupo —entregó como ultimátum Bielsa.

—¡Perfecto! ¡Entonces quiere decir que estoy de más! —dobló la apuesta el arquero.

El plantel asistía en silencio a la puja entre dos pesos pesado y esperaba el desenlace. Bielsa miró al paraguayo y con una sola palabra le marcó al arquero el camino a seguir.

—¡Disponga! —fue la expresión que utilizó—. Si considera que se tiene que ir, retírese.

El arquero abandonó al grupo y se perdió en los vestuarios, ante la mirada sorprendida de todos los jugadores.

—Si alguien más lo quiere seguir, éste es el momento para hacerlo —concluyó el técnico, sabiendo que lo que estaba en juego era mucho más que una simple pregunta.

Nadie se levantó, salvo para enfilar rumbo al campo y comenzar con la rutina del día.

Como era de esperarse, el asunto vio la luz rápidamente. Cuando Chilavert enfrentó a la prensa para desplegar el juego mediático que siempre le gustó tanto, se despachó a gusto contra el entrenador. Algunos periodistas, incluso, quisieron magnificar el episodio con una supuesta pelea a golpes de puño. La realidad era que el incidente tenía para el arquero varios motivos que excedían las cuestiones futbolísticas.

Chilavert quería ser vendido; entendía que su ciclo en el club estaba cumplido y la pelea con el técnico podía forzar su salida. Además, venía de recibir un premio como el mejor arquero del mundo, y lo que sus oídos habían escuchado de parte de su entrenador no estaba en consonancia con los elogios cosechados. Por otra parte y pensando en el Mundial de Francia, el cuerpo técnico quería motivarlo para que afinara su físico, con cierta tendencia a ensancharse, y llegara óptimo para la gran cita de selecciones, que podía terminar de consagrarlo como el mejor del momento.

El hecho alteraba el orden de la pretemporada y entorpecía el desarrollo de la tareas, ya que en los días que duró el diferendo, el arquero seguía entrenándose, pero separado del resto de sus compañeros. El técnico trataba de mantenerse fuera de cualquier polémica. Ante las preguntas de la prensa, Bielsa no negaba el incidente, pero lo mantenía dentro de la intimidad del grupo. Incluso cuando vía telefónica tuvo una conversación con el presidente Raúl Gámez, no quiso ventilar ningún detalle de lo ocurrido, a sabiendas de contar con todo su apoyo: «Mire Raúl, si yo le cuento lo que pasó le voy a dar una visión parcial de los hechos y no quiero condicionarlo. Prefiero que cuando vuelva se informe con distintas fuentes y saque sus propias conclusiones». Una vez más los valores de Bielsa salían a la luz y esa rectitud por la que Gámez se había sentido atraído al contratarlo se ponía de manifiesto en su respuesta.

El incidente no duró más de cuatro días, pero en el medio Vélez debía viajar a Mendoza para jugar un amistoso previo al comienzo del Clausura ante River. Sin Chilavert, y también sin Cavallero (afectado a la Selección), fue Ariel de la Fuente el que se hizo cargo del arco velezano. La respuesta del juvenil resultó auspiciosa y el conjunto de Liniers se impuso por dos a uno.

El triunfo sirvió para aquietar las aguas, pero mientras tanto todos los integrantes del cuerpo técnico, así como varios de los compañeros más importantes del plantel, se comunicaban a diario con el arquero, pidiéndole que revisara su postura. Chilavert era mucho más que un arquero. Su eficacia en los penales, su carácter de cara al grupo y el respeto casi reverencial de los rivales lo transformaban en una pieza demasiado valiosa para perderla así nomás.

Los medios sensacionalistas hacían una novela del diferendo y especulaban con la salida de uno de los dos. Decían que dos personalidades con tanto carácter no podían seguir conviviendo.

Sin embargo, y antes de lo que muchos suponían, el canal de diálogo se reabrió y con la buena voluntad de las partes y las gestiones de todos los que buscaron acercar las posturas, el pacto de no agresión llegó a buen puerto. Chilavert se sumó nuevamente al grupo, se puso al día en lo físico y recuperó su lugar con naturalidad. El plantel sintió alivió por la resolución del conflicto y valoró la actitud de Bielsa de no utilizar su poder ante los dirigentes para salir fortalecido.

El tiempo y el profesionalismo de ambos ayudó a cicatrizar las heridas y en el presente el paraguayo no le escatima un solo elogio al entrenador.

Queda como curiosidad el marco de la recomposición. Siendo dos tipos tan fuertes en sus convicciones, debía ser una situación que expusiera alguna debilidad capaz de acercarlos nuevamente. Y ambos comparten una misma y obsesiva preocupación: los aviones.

En uno de esos viajes, pasillo de por medio, comenzaron a conversar de la vida, olvidando las diferencias del pasado. Cualquier excusa era buena, con tal de distraer la atención a miles de metros de pisar tierra firme.