DOS GOLPES AL CORAZÓN
«Yo soñé toda mi vida con estar involucrado en un partido como éste. Y todos los que estamos aquí tenemos la misma ilusión. Hay momentos donde todos necesitamos impulsos que pongan de manifiesto todas nuestras posibilidades. Éste es un partido que no requiere de eso. Es un partido hermoso que nos toca vivir.»
Ni el traslado hasta Ciudad del Este ni el recuerdo de los penales con Colombia, ya archivados en el pasado, cambiaban el ánimo de Bielsa al compartir la conferencia de prensa previa al choque con Brasil. Era un hombre ilusionado. Ansioso, sí, pero agradecido de estar en ese sitio y poder desarrollar su profesión en el partido más esperado por todos. Cualquier enfrentamiento entre argentinos y brasileños despierta rivalidades y éste no tenía por qué ser la excepción.
El entrenador reconocía que los mejores momentos de fútbol de la competencia los había ofrecido Brasil, con sus estrellas Rivaldo, Ronaldo, Ronaldinho y Roberto Carlos, pero enfrentar al clásico rival siempre representó un motor para el jugador argentino, y fue con ese plus con el que más de una vez se logró el objetivo buscado. La clave iba a estar en la concentración para presionar arriba, jugar con precisión el balón y estar bien agrupados a la hora de la defensa.
Además, ya estaba en condiciones de retornar Ariel Ortega. El Burrito había sido expulsado en el último encuentro del Mundial 98 ante Holanda, tras agredir al arquero Van der Saar, y purgaba tres fechas de suspensión, que se habían cumplido con los compromisos de la primera ronda. Su inclusión estuvo en duda hasta último momento, ya que Bielsa pensaba mantener a Guillermo Barros Schelotto entre los titulares. Pero una dolencia muscular del hombre de Boca apresuró la decisión y entonces se produjo la modificación.
En el arranque del partido el equipo sorprendió a Brasil. Como fue su costumbre a lo largo de toda la competencia, presionó bien arriba para recuperar el balón y así dominó el partido. El premio llegó a los once minutos cuando Sorín remató de zurda y, tras un desvío, la pelota se introdujo en el arco brasileño. El comienzo era óptimo y el dominio claro. Sin embargo, Brasil dispuso de una buena dosis de oportunismo y la jerarquía de sus individualidades hizo el resto. Una pelota parada ejecutada certeramente por Rivaldo igualó las cosas antes del cierre del primer tiempo y un remate bajo de Ronaldo en el comienzo del complemento puso el dos a uno. Habían llegado a estar arriba sin merecerlo y casi sin proponérselo.
La chance de empatar volvió a incluir una acción desde los once metros. A doce minutos del final, un nuevo penal apareció en el camino del equipo de Bielsa. Conocido de antemano el ejecutante, luego de la noche fatal de Palermo ante Colombia, fue Ayala el que tomó el balón y se dispuso a rematar. El defensor había manifestado alguna ligera molestia física durante el encuentro, pero eso no lo inhabilitaba para patear. Como si una pesadilla persiguiera al equipo, el impacto bajo y a la derecha fue contenido por el arquero Dida, para desterrar la última posibilidad de igualdad. La racha negra de los penales sumaba otro capítulo, y con el de Gustavo López en un amistoso ante Estados Unidos, se extendía a cinco penales fallados de manera consecutiva.
Anímicamente fue el golpe de gracia. Los brasileños esperaron pacientes el final y celebraron otra victoria. El conjunto argentino se quedaba afuera antes de lo soñado, sin jugar mal, sin merecer la derrota, pero siendo incapaz de aprovechar sus posibilidades. Brasil imponía el peso de sus nombres y avanzaba en un torneo que luego lo consagraría como campeón.
Ante los periodistas, Bielsa analizó el encuentro y se permitió proyectar el futuro: «El partido fue parejo y a ambos equipos les costó crear buen fútbol. Creo que las situaciones y el dominio de las acciones estuvieron vinculadas con el perdedor. Acepto la victoria de Brasil. Nos interesaba llegar a la máxima figuración y ahora, que estamos afuera, analizaré las conclusiones que ofrece nuestro paso por esta competencia».
Ante la pregunta de un periodista brasileño acerca de su continuidad, descartó de plano cualquier posibilidad de renuncia, además valoró especialmente el trabajo generoso de Ortega, y para cerrar su alocución se permitió una visión con la impronta de su pensamiento, para contrarrestar lo que algunos se apuraron en llamar fracaso: «Entiendo que hay episodios que producen matices intermedios entre el éxito y el fracaso, y esta eliminación se encuadra en esta opción. Dicen que si se gana se alcanza el éxito y si se pierde se consigue el fracaso. Lo acepto, aunque no esté de acuerdo, porque de esa manera se evita presentar elementos o argumentos de análisis. Si es cierto que existen sólo estas dos alternativas, estamos más relacionados con la segunda opción. Pero insisto, para mí hay matices intermedios».
Luego de una convivencia de varias semanas, el primer certamen oficial ya era un recuerdo. El entrenador debía evaluar el rendimiento de sus jugadores pensando en el gran objetivo del año siguiente: las eliminatorias para el mundial de 2002. Desde lo futbolístico la Copa América llegaba a su fin, con un gusto amargo por lo que pudo ser y no fue, pero aún quedaba un capítulo extra que sería casi tan comentado como el derrotero del equipo en la cancha.