EL PROFESOR BIELSA

A su vuelta del fútbol cordobés y con su hermano reaparecido, pero obligado al exilio, a la carrera de futbolista de Bielsa le quedaba poco tiempo. Luego de aquel partido suelto en Newell’s, que marcaría su última imagen con la camiseta de sus amores, en 1979 lo invitaron a jugar en la Primera C en Argentino de Rosario. Jugó un campeonato entero en el que su equipo finalizó en la sexta ubicación. Lo tomó con la misma responsabilidad de siempre, aunque la infraestructura era humilde y algunas canchas verdaderos potreros. Jamás faltaba a un entrenamiento; su compañero Oscar Santángelo lo pasaba a buscar con su taxi para ir a las prácticas. En un certamen de ese nivel se destacó del resto. Con sus condiciones y su espíritu de líder, llevaba adelante al equipo. Sin embargo, los valores aprendidos en casa lo obligaban a buscar siempre la excelencia y a pesar de tener un ofrecimiento para ponerse la camiseta de Platense, decidió colgar los botines cuando detectó que no podía pasar de la mediocridad.

«Mejor me dedico a lo que más me gusta: dirigir.»

Durante algunos meses realizó distintos emprendimientos comerciales. Con Víctor Zenobi, un amigo unos años mayor, transformaban casas (incluso la de Mitre) en pensionados, pero eso duró poco. Con José Falabella compró un mimeógrafo y comenzaron a hacer copias de libros; aunque su padre les dio una mano, el emprendimiento tampoco funcionó. Lo que más duró fue un kiosco de diarios que compró en el centro de Rosario. La idea surgió de su avidez por consumir todo tipo de publicaciones deportivas; ser el dueño de la parada le garantizaba tener toda la información a mano. A ese puesto, que estaba ubicado en la esquina de Tres de Febrero y Ayacucho, frente al Hospital Unione e Benevolenza, lo atendía junto a Dardo Jara, un compañero de inferiores cuya carrera se cortó por una lesión. Bielsa puso el capital y su amigo el trabajo, pero en las madrugadas tampoco le esquivaba al reparto. La costumbre de comprar todas las revistas deportivas se mantendría en el tiempo y la fidelidad a sus amigos, también. Luego de algunos años, Jara se quedó con el puesto como retribución por su trabajo.

Caminando por las calles de Rosario, una mañana lo frenó en seco a su amigo Falabella y como si hubiera visto una luz al final del túnel le marcó lo que les depararía el futuro.

—¡Tengo la carrera para nosotros, Gordo!

—A ver, ¿cuál es?

—Profesorado de Educación Física. Eso es lo que vamos a estudiar.

—Vos estás loco… vos podés ir, pero yo así como estoy, no hay manera.

A los pocos días comenzaban la carrera y una nueva ilusión. Bielsa quería conocer todos los detalles del trabajo corporal y sus exigencias. En su cabeza seguía dando vueltas la idea de ser entrenador, y con esta carrera empezaba a formarse. Reconocer los músculos, los huesos y todo lo inherente al cuerpo humano para aplicarlo algún día en la más alta competencia, ése era el objetivo. La carrera era un medio y no un fin. Primero cursaban en el Estadio Municipal y luego se mudaron a Granadero Baigorria. Allí también conoció a Guillermo Lambertucci, quien luego sería uno de su «profes» en Newell’s. No era un alumno convencional y su madurez se expresaba también en la edad, siendo varios años mayor que todos sus compañeros.

En el profesorado eran clásicas sus escaramuzas con el profesor de Psicología Educacional, Juan Carlos Ochoa, con el que se quedaba debatiendo distintos temas largo rato después de que el timbre marcara el fin de la cursada. Defendía sus ideas con tanta pasión, que casi se ahogaba a la hora de fundamentar su discurso. Todo lo preguntaba y de cada tema quería conocer siempre un poco más. A la hora del final, para aprobar la materia, Ochoa lo exigió de manera especial, «paseándolo» por todo el temario. Bielsa respondió con un examen brillante.

Apasionado de los deportes, viajaba a Buenos Aires con algún amigo para ver los clásicos de básquet de Ferro y Obras, y ya sacaba movimientos tácticos del baloncesto que creía que podrían resultarle de utilidad en el futuro. Le gustaba todo lo que tuviera una pelota en movimiento, pero el fútbol ganaba, claro, por varios cuerpos. En el verano de 1981 y con otro compañero, Ariel Palena, viajó a Uruguay para ver el Mundialito con las mejores selecciones del mundo.

Su compulsión por consumir fútbol se extendió a distintas ligas del planeta. Cuando llegó a la Argentina un tío de Falabella que vivía en España, pidió conocerlo expresamente y le encargó que le grabara partidos del torneo español y se los enviara por encomienda. Al tiempo ya tenía más de trescientos videos.

Al cabo de tres años se recibió de Profesor de Educación Física, aunque no concurrió a la fiesta de egresados a recibir su diploma, no apareció en la foto de los flamantes egresados ni mucho menos se le ocurrió viajar a Europa con sus compañeros para celebrar el fin de la carrera. Estaba orgulloso de su logro, pero a su manera. Era uno de los títulos que iba a cosechar a lo largo de su vida.