UN COMIENZO PERFECTO

El arranque del Clausura 98 resultó óptimo. Bielsa y sus colaboradores les habían pedido a los dirigentes jugar la mayor cantidad de partidos en horario nocturno. Ese torneo tenía una particularidad, ya que al ser el certamen previo al Mundo de Francia se disputaría con varias fechas entre semana. La posibilidad de jugar sin el sol abrasador del verano permitía un mejor margen de recuperación entre partidos, y teniendo en cuenta que Vélez tenía como precepto la intensidad física, además del juego en conjunto, no era un dato menor el horario de los encuentros.

El equipo había entendido la idea de juego de Bielsa y la pretemporada, con sus particularidades, había servido para convencer a los jugadores de que si ellos no se comprometían con el proyecto, quedarían marginados o sería reemplazados por otro compañero. Luego de seis meses de trabajo, los jugadores eran capaces de aceptar que no existía ninguna intención de limpieza dentro del grupo, que Bielsa «era así», exigente, serio, frontal. Al exitoso le exigía en consecuencia, y con el joven podía ser algo más indulgente. Su objetivo era diseñar una estructura pareja, un menú balanceado del que poder elegir los mejores intérpretes. Además, entendía que era importante que los jugadores estuvieran reconocidos y como tales, luego de una charla con el presidente, logró que cobraran el premio de cada partido en el vestuario, apenas logrado el objetivo.

Con la línea de tres defensores instalada y la sorpresa de Zandoná como zaguero, tres mediocampistas, entre ellos la figura novedosa de Castromán, un enganche y tres puntas, Vélez comenzó el torneo con el dibujo táctico clásico de Bielsa y de la mejor manera en los resultados.

La salida de Marcelo Gómez le dio protagonismo a Carlos Compagnucci, un experimentado mediocampista que formaba parte del grupo desde hacía varios años pero sin demasiada continuidad. Compagnucci tenía una estrecha relación con Mauricio Pellegrino, el lugarteniente de Bielsa dentro del campo de juego, y fue a partir de este vínculo y su fe en el bielsismo que se ganó un lugar entre los once. Para él, con veintinueve años, la posibilidad de jugar seguido le permitía una vigencia revitalizadora. En los equipos de Bielsa, con clara vocación ofensiva, la tarea del mediocentro resultaba vital, ya que era el encargado de equilibrar al equipo y de relevar a todos aquellos jugadores que se sumaban al ataque. La incorporación fue un éxito.

Luego del triunfo en el debut frente a Racing, llegaron nuevas victorias. En Salta ante Gimnasia y Tiro con un gol de Camps a seis minutos del final, ante Unión con goleada por tres a cero y en la Bombonera superando a Boca por tres a dos. La conquista frente al equipo azul y oro tuvo varios datos significativos. El primero fue que resultó el bautismo en la red de Lucas Castromán, con un derechazo cruzado, el segundo que se ganó con un penal de Chilavert a sólo dos minutos del final y el tercero, y sin dudas el más importante, abonó la creencia de que se estaba caminando por el sendero correcto: todos los medios coincidieron en remarcar la superioridad de Vélez sobre su rival y en mencionarlo como gran candidato para quedarse con el título. En apenas once días y con cuatro fechas disputadas, el equipo de Liniers era líder del campeonato con puntaje perfecto.

La marcha ideal se iba a detener en la quinta estación, con un empate a cero ante Platense. Vélez careció de peso ofensivo, a pesar de los tres atacantes, y aunque fue levemente superior, no pudo quebrar a la defensa visitante.

En aquellos tiempos, a diferencia de su ciclo en Newell’s, Bielsa se concentraba con el plantel en el Hindú Club. «Lo hago para no ser malinterpretado. Antes no lo hacía porque me parecía innecesario, y para oxigenar la relación y no transmitir mi ansiedad», explicaba al ser consultado por el cambio.

El equipo titular no sufría grandes movimientos. En todo caso, podía aparecer Darío, el menor de los hermanos Husain, como opción de ataque, cuando Camps retrocedía algunos metros y Pandolfi salía del equipo, o Federico Domínguez en el andarivel izquierdo como alternativa de Cardozo, pero no mucho más.

El gran ausente era Cristian Bassedas, que pasaba varios días a la semana afectado al trabajo con la Selección nacional. Bassedas era para Bielsa un jugador probado y de excelentes condiciones, pero al no trabajar con continuidad en la previa de los partidos no formaba parte del plantel titular. Además, el arranque auspicioso no lo invitaba a desarmar el equipo. De cualquier manera, la situación no le resultaba cómoda y se lo hizo saber al jugador.

Luego del triunfo ante Boca, en el que Bassedas había jugado tan sólo veinte minutos reemplazando a Cordone, Bielsa se acercó a las duchas y le resumió en pocas palabras:

«A usted no le gustan estos partidos, ¿no?» El técnico lo respetaba mucho y por eso quería que supiera que a pesar de que no iba a cambiar nada, lo entendía en su descontento.

La sexta fecha tenía para Bielsa una connotación especial. El rival era Newell’s y el escenario el Parque Independencia, que tantas veces lo había cobijado como entrenador y jugador. Poco pudo pensarlo durante la semana debido a las dificultades que se presentaron para armar el equipo, producto de la lesión de Zandoná, la fractura del peroné izquierdo del juvenil Bilbao y una angina de Pandolfi. Para reemplazarlos, el entrenador ubicó a Castromán en la línea de tres defensores, incluyó a Bassedas por la derecha, aunque no era su carril habitual, y sumó a Darío Husain en el ataque.

El movimiento de piezas fue perfecto. Vélez ganó el partido por uno a cero con gol de Camps, para completar el primer tercio del campeonato con dieciséis puntos sobre dieciocho posibles y en lo más alto de la tabla.

Sin embargo, la tarde se recortó en un momento inigualable. Más de veinte mil hinchas de Newell’s ovacionaron a Bielsa en cuanto asomó desde el túnel y en todo su recorrido hasta el banco de los suplentes. Inclusive la señora Nelly, que le proveía los chupetines en su época de entrenador de la lepra, le acercó una bolsa gigante repleta de dulces para manifestarle su cariño y su agradecimiento. El temor natural que podía generarle el paso del tiempo y la desconexión con los hinchas tras seis años de ausencia, se derribaba en un instante. Tímido hasta el extremo, el hombre apenas si se animó a levantar su mano y retribuir semejante muestra de afecto. Cuando el gol de Camps se produjo, sólo atinó a bajar la cabeza sin exteriorizar sentimiento alguno.

Más allá de la discordancia con el gobierno de Eduardo López, el sentimiento auténtico e incondicional estaba por encima de todo y así lo expresó luego de la victoria: «Siempre tengo la fantasía de que algún día volveré a Newell’s con Griffa para intentar repetir un proceso como aquel que nos dio tantas alegrías. Y voy a volver, claro que voy a volver».