CONTRA LOS PREJUICIOS

«Va a ser un equipo que no va a renunciar al sello característico del fútbol de Newell’s, pero que se va a esforzar. No habrá jugadores que no se sacrifiquen. Existe un prejuicio que dice que si jugás no tenés que correr y viceversa. Pero nosotros vamos a tratar de jugar y correr.»

Comenzaba el segundo semestre de 1990 y con esa frase Marcelo Bielsa, con casi treinta y cinco años y siendo el técnico más joven de los que arrancaban la temporada, se presentó ante la prensa como el flamante entrenador de Newell’s. En esas palabras estaban encerradas sus líneas fundamentales. Si bien el club ya había obtenido un par de títulos, la impronta del juego del equipo rosarino era la de un manejo atildado del balón, por encima de cualquier arresto temperamental. Este perfil lo había hecho flaquear en algunas definiciones, y a partir de allí el ambiente futbolero lo había etiquetado.

Bielsa venía a acabar con eso. Representaba una simbiosis entre el costado técnico propio del jugador y la posibilidad de entregarse al máximo en el aspecto físico. En su manual básico, correr es un acto voluntario, no de inspiración. La creación está destinada a unos pocos elegidos, y por eso jamás le reprocharía a uno de sus jugadores la falta de talento. Pero correr es otra cosa. Correr está al alcance de todos.

Para Bielsa el fútbol es movimiento. En cualquier lugar de la cancha, en cualquier circunstancia, el jugador tiene un motivo para moverse, con la excepción del que tiene la pelota, porque en el fútbol como en la vida, pensar es esencial. El resto debe moverse: marcando cuando pierde el balón y desmarcándose cuando lo recupera. Para lograrlo la función del técnico es clave, ya que deberá ser él quien explote en cada uno de sus jugadores las potencialidades a las que fue habilitado por la naturaleza. Si eso no sucede, y desde su visión, el que fracasa es el entrenador y no el jugador.

Bajo estos preceptos comenzó a trabajar con el plantel. Los jóvenes a los que había moldeado desde adolescentes ya conocían su pensamiento y sus métodos de trabajo, pero además, y como consecuencia de su poder de convicción, había logrado sumar a la causa a los más veteranos como Martino, Scoponi y Zamora. Nunca habían trabajado con el joven técnico, pero enseguida se empaparon de la forma y, sobre todo, de la pasión que Bielsa ponía en cada minuto. La diferencia de edad era escasa, pero cada uno respetaba su rol. Los tres resultarían determinantes para apuntalar el ciclo en momentos difíciles.

Desde una posición incómoda, teniendo que escapar de la zona caliente de los fantasmas del descenso, llegó el ansiado debut.

El 19 de agosto de 1990 Newell’s enfrentó a Platense en el Parque Independencia. Bielsa eligió como titulares a Scoponi; Saldaña, Pochettino, Berizzo, Fullana; Martino, Llop, Franco; Zamora, Sáez y Taffarel. El partido se decidió en el inicio del complemento y fue Martino con una gran volea el que le dio el triunfo al local. Más allá de la ventaja mínima, las crónicas marcaron la justicia en el resultado y la dinámica que había mostrado el equipo. La renovación se iniciaba con el pie derecho.

La segunda jornada dejó un empate en cero ante Argentinos Juniors, más el ingreso entre los titulares de Fernando Gamboa. Sumar siempre estaba bien y si el rival era el difícil equipo de La Paternal, el punto valía un poco más.

El encuentro ante Huracán por la tercera fecha trajo las primeras críticas. De local, el equipo rosarino cayó dos a uno. Ni siquiera el gol de Berizzo en el último minuto pudo acallar cierta sensación de disconformismo. El inicio no estaba mal. Victoria, empate y derrota se combinaban para mostrar todas las caras de un resultado, pero la falta de información y los prejuicios dominaban la escena. Algunos periodistas locales agitaban la desconfianza con frases como: «En Newell’s tenían una Ferrari y ahora parece un Ford T».

Luego del traspié, Bielsa mostraba su preocupación en el vestuario y trataba de compartir el mal momento con aquellas caras que le resultaban familiares. Su viejo compañero de viaje, Lulo Milisi, se acercó para acompañarlo.

—¿Y Lulo? ¿No me va a decir nada?

—¿Qué quiere que le diga Marcelo? ¡Es muy domingo!

Milisi buscaba ponerle paños fríos a la situación con esa frase, tratando de no opinar en caliente, apenas terminado el partido. El paso de las horas ayudaría a hacer un análisis más sesudo. La expresión de Lulo resultó inolvidable y cada vez que los protagonistas se encuentran la recuerdan. Sólo habían transcurrido un puñado de fechas y los que apuntaban a un proceso serio sabían que había que tener paciencia. Sin embargo, los ritmos de los proyectos no son los del hincha común, y ese temor por los escasos antecedentes (como jugador y técnico), que hacían de Bielsa una apuesta de riesgo, aparecían ahora con mayor vehemencia.

Fue la semana más difícil del campeonato. El nerviosismo se palpaba en todo momento y las imágenes eran esclarecedoras. Apoyado en una palmera sobre la puerta que da al Hipódromo, el entrenador le repetía con ojos vidriosos a sus íntimos que era necesario respetar ciertos tiempos.

—¡No me van a vencer…! ¡Me tienen que dar dos partidos más! Yo con un par de partidos lo sacó adelante, pero me tienen que bancar dos semanas más.

Allí surgieron con fuerza los resortes que debe tener un plantel unido. Los pibes bancaban al entrenador, al que conocían de toda la vida. Berizzo, Franco, Pochettino, Gamboa y el resto de los más jóvenes se jugaban la vida por Bielsa. Pero más fuerte resultó el apoyo de los experimentados Scoponi, Llop y Martino. «Somos de los que pensamos que si al entrenador le va bien, a nosotros también, y viceversa. A Marcelo lo veíamos como alguien que venía a proponer un estilo de trabajo y de juego, y aunque fuera distinto del que habíamos tenido siempre, lo íbamos a apoyar sin ningún condicionamiento», recuerda el Tata.

Martino había conocido a Bielsa en tiempos de Yudica; solía encontrar en el vestuario la pizarra del Loco, que en ese entonces dirigía la Reserva, dibujada con innumerables flechas: el despliegue llamaba la atención. Sin embargo, el primer contacto se produjo cuando en los tiempos del Mundial de Italia 1990 coincidieron en un set de televisión. El jugador comentaba los partidos y el entrenador había sido invitado para contar sus primeras sensaciones como técnico de Newell’s. Era un lunes de junio, de noche, en el Canal 3 de Rosario. «Recuerdo que hablamos de cuestiones futbolísticas y que al terminar pensé que no me iba a resultar fácil jugar en ese equipo que él imaginaba, porque el tema de la presión me iba a obligar a hacer un gran esfuerzo. De todos modos me sirvió como un aviso para prepararme en función de lo que me iban a reclamar.»

Para Scoponi nada se alteró demasiado, por la especificidad de su puesto. Llop era un jugador polifuncional, con una versatilidad ideal para la idea de juego de Bielsa. Pero para Martino la cuestión era distinta. Ídolo absoluto de la hinchada, su estilo aristocrático, muy del paladar del hincha, lo había transformado en el niño mimado. Generoso y profesional, se adaptó al nuevo plan y fue un pilar desde adentro del grupo. Además, mejoró de forma notoria su capacidad física y a su exquisita técnica le adosó una cuota de sacrificio. Había predisposición de los dos lados y el jugador lo palpaba.

«Yo notaba un interés en él para que pudiera adaptarme y lograra rescatarme para ese equipo. Nosotros estábamos más cerca de la recta final que del inicio. Nos pareció una propuesta diferente y aunque los resultados no fueron los mejores desde el inicio, nos sentíamos bien adentro de la cancha.»

Con semejante panorama, el viaje a Santa Fe para jugar con Unión por la cuarta fecha resultó una prueba de fuego. En ese encuentro comenzó a vislumbrarse lo que con el tiempo sería una característica del entrenador: su capacidad para transformar momentos críticos y sacar de ellos conclusiones a futuro. Luego de la derrota ante Huracán, Bielsa hizo varios cambios. Salió con: Scoponi; Saldaña, Gamboa, Pochettino, Berizzo; Martino, Llop, Franco; Zamora, Boldrini, Ruffini. Con clara vocación ofensiva y presionando al rival, Newell’s dominó el partido, encontrando el premio del triunfo en los minutos finales. Zamora había puesto en ventaja al rosarino y Víctor Ramos, vieja gloria ñulista y goleador histórico, de penal, igualó el partido. Sin embargo, en los dos minutos finales llegó la sonrisa. Los gritos vinieron desde el banco, ya que Adrián Taffarel y Miguel Fullana, que habían reemplazado a Boldrini y Martino, respectivamente, le dieron el necesario respiro al equipo leproso, a los ochenta y ocho y noventa minutos.

La victoria resultó un desahogo, pero además el encuentro fue una bisagra en la elección de los apellidos. El equipo que Bielsa eligió como titular se mantendría hasta el fin del campeonato y esa repetición sería clave para lograr el funcionamiento ideal.

Al triunfo ante el cuadro santafesino lo siguieron alegrías ante Independiente por la mínima diferencia (zurdazo de Cristian Ruffini, nuevamente cerca del cierre) y una gran actuación ante Chaco For Ever, con altísima temperatura y ráfagas de viento que no impidieron la goleada cinco a uno.

El equipo y la idea de juego estaban establecidos y las tres victorias consecutivas así lo demostraban, aunque la derrota en el Parque ante un River que llegaba como campeón e hizo valer su oficio en pequeños detalles frenó el impulso ganador.

Sobre un total de siete fechas, el equipo de Bielsa había acumulado nueve puntos, producto de cuatro victorias, un empate y dos caídas. El balance era satisfactorio, pero lo que se observaba en el horizonte tenía el valor de una prueba testimonial.

En la octava fecha y en el Gigante de Arroyito, el almanaque tenía preparada una cita muy especial. Rosario Central y Newell’s iban a jugar un partido aparte. El Partido.