EL SEÑOR DE LAS VENDAS

«Acá comienza una nueva etapa. Ustedes están acostumbrados a ganar y jugar bien. Así que lo único que deben hacer es demostrarlo.»

Las palabras de Bielsa luego de la derrota ante San Pablo fueron el punto de partida para algo distinto. El proyecto debía avanzar y los tropiezos que aparecieran en el camino serían una dificultad para todos. Por lo tanto, el compromiso debía ser real, independientemente de acordar o no con el sistema a implementar.

El lugar en el mundo para el rosarino es el campo de juego y en las prácticas empezaba a aparecer el Bielsa auténtico. En sus clásicos cuadernos diagramaba los ejercicios y Macaya, Vivas y Torrente preparaban el terreno para llevarlos a cabo. Sin embargo, la rutina tenía sus particularidades.

Igual que en los tiempos de Newell’s, el entrenamiento del martes contaba con la única presencia del preparador físico. El técnico entendía que la ausencia de trabajos técnicos, hacía ociosa su presencia y era preferible observar el partido anterior de su equipo evaluando aciertos y errores para sacar conclusiones. Mientras tanto, sus colaboradores hacían lo propio con los encuentros del rival de la fecha siguiente, analizando todos sus partidos previos en el campeonato.

El estilo de trabajo de Bielsa también demandó un tiempo de adaptación. Con las vendas que le había pedido a Macaya el día del primer contacto dividía en sectores los distintos espacios del campo de juego y en ellos representaba todo tipo de situaciones en ataque y defensa. Se trataba de ensayar movimientos idénticos a los de un partido con el objetivo de reparar errores o empezar a trabajar sobre las deficiencias del futuro rival. Los comentarios de los jugadores, en forma de burla, no se hicieron esperar:

¡Ah, ya empezamos con la rayuela!

¿A qué hora viene el helicóptero con el presidente?

Su esquema táctico siempre flexible obligaba a los jugadores a armar una línea defensiva con tres hombres, o a atacar con tres delanteros y de eso se trataba la historia. Era medular dentro de su idea la recuperación de la pelota en campo rival, reordenando sus líneas con rapidez cuando se perdía el balón. En idioma bielsístico, se llama evitar la transición de defensa a ataque y viceversa. Al mismo tiempo, ejercitaba casi como en básquetbol, con redes reducidas, para que los jugadores ubicaran la pelota justo allí, buscando mejorar la precisión en la pegada.

Algunos movimientos podían repetirse treinta veces; o tantas hasta que lo dejaran conforme. Un lateral y su salida o un centro desde los costados, que debía caer en el lugar justo, podían demandar un buen rato de un entrenamiento. Los trabajos con pelota detenida también buscaban la perfección y en ellos las vendas servían como referencias para precisar los destinos de cada envío, así como la ubicación de los jugadores. Además se clasificaba a los jugadores rivales de acuerdo con sus virtudes y en concordancia con ello se definían las marcas.

Sus preceptos eran idénticos a los que había impuesto en anteriores equipos: presión asfixiante para recuperar la pelota cuando la poseía el rival, movimiento y opciones múltiples de pase cuando se disponía del balón, actitud permanente de orden para defender y de rotación para buscar agredir al rival. El asunto es que a diferencia de lo ocurrido en su estancia rosarina, en la que había moldeado a varios jugadores, aquí el éxito ya estaba logrado y no era fácil patear el tablero. Las prácticas tradicionales de fútbol brillaban por su ausencia y no todos tenían la misma tolerancia ante las innovaciones. Sin embargo, el técnico conversaba con sus dirigidos para generar coincidencias y que el funcionamiento colectivo se hiciera efectivo y previsible.

Pases transversales, alturas, esquinas eran algunos de los términos de un vocabulario nuevo que Bielsa les impuso a sus jugadores. «Tenerlo a Bielsa era como ir a la universidad», lo definió con justeza Cristian Bassedas.

La derrota ante San Pablo marcó el piso desde el que poder tomar impulso. Las victorias ante Unión de Santa Fe y Platense como visitantes y el empate sin goles en Liniers ante el Boca de Maradona ayudaron a cambiar la imagen. El triunfo como visitante frente a Flamengo de Brasil y la goleada por cinco goles a Newell’s ubicando a Vélez en el segundo lugar del torneo marcaron un excelente momento en el arranque del campeonato, disputadas seis fechas. La voracidad y el hambre de títulos seguían siendo el mayor capital del grupo.

Patricio Camps era el goleador del equipo con seis tantos, Chilavert resultaba infalible desde el punto del penal y el resto acompañaba con empuje y personalidad: los de mayor experiencia como Sotomayor, Cardozo, Bassedas o Gómez, y los más jóvenes como Méndez, Posse y Cordone. En cualquier caso, y más allá de los intérpretes, se observaba vocación ofensiva en todos los partidos.

En aquel torneo Vélez se encontró con dos rivales de estirpe: el River de Ramón Díaz en el banco y Enzo Francescoli en la cancha, y el Boca de Diego Maradona. Ambos pelearon el título hasta el final y dejaron pocos puntos en el camino.

El equipo de Bielsa, como todo conjunto novel, aún carecía de regularidad. Luego de esa buena racha del comienzo sumando catorce puntos sobre dieciocho posibles, cayó en un bache que lo alejó de la pelea. En cuestión de diez días y a partir de derrotas ante Argentinos Juniors y San Lorenzo, más un empate frente a Estudiantes de La Plata quedó marginado y a siete del líder. Sumado a eso y para profundizar el mal tramo, el empate de local frente a Olimpia de Paraguay por la Supercopa lo eliminó del certamen internacional.

Exitista como todos los fanáticos, pero acostumbrado a los triunfos, el hincha velezano descargó sus primeras críticas sobre Bielsa luego de estos pobres resultados. Poco importaba que en los tres encuentros del Apertura los arqueros rivales hubieran sido figuras. Lo único trascendente para el hincha medio y buena parte de la prensa era el resultado, contra eso siempre resultó difícil luchar. Ese Vélez arriesgaba en todas las canchas, pero en un par de encuentros con situaciones extrañas, expulsiones y penales fallados se había escapado la chance de pelear el campeonato.

El resto del certamen afianzó la sensación de irregularidad. Buenas victorias con goleadas ante Independiente, Rosario Central o Gimnasia y Esgrima La Plata, y un triunfo con lo justo sobre Gimnasia de Jujuy, se combinaron con empates frente a Colón, River, Deportivo Español y Huracán.

Los partidos con Ferro y Lanús sirvieron para definir la inestabilidad de un equipo cuya idea todavía estaba en formación. Ante el conjunto de Caballito, los de Bielsa ganaban por tres goles al finalizar el primer tiempo, pero en el segundo capítulo las cosas quedaron igualadas con un gol en el último minuto, que motivó un importante enojo del técnico por entender que un grupo de jugadores de tamaña experiencia no podía cometer tantos errores de concentración. Con los del sur, fue derrota por cuatro a tres, pero lo curioso fue que luego de empatarlo a falta de un minuto para el cierre, Vélez lo perdió casi en el pitazo final del árbitro.

Con River dando la vuelta olímpica, el equipo de Bielsa finalizó en la cuarta posición a trece puntos del campeón. La buena fue que con cuarenta y dos goles, doce de Camps, quedó a solo uno del tope, pero la mala, además de las tres derrotas, tuvo que ver con los ocho empates que lo marginaron de la pelea por el título.

«Nos faltó regularidad, contundencia y reflejar los momentos en los resultados», resumió el entrenador cuando lo llamaron a hacer un balance. Según su visión, la cosecha de puntos no había estado a la altura de lo que el equipo había sembrado, pero el hecho de aceptar el plantel sin ningún refuerzo se había materializado en la ausencia de un centrodelantero tradicional: en algunos partidos Vélez había sido incapaz de transformar su dominio del juego en victoria.

Había mucho que conversar para la segunda mitad de la temporada. Se venían tiempos de diálogo, pero también de decisiones fuertes que sacudirían el avispero antes de la calma. El primer campeonato dejaba una sensación agridulce y aunque las convicciones de Bielsa seguían firmes, había que refrescar conceptos y buscar nuevos recursos con ganas de sumarse al proyecto.