9
¿Me había rendido o tan solo estaba luchando para conseguir descubrir lo que me escondían? Sí, actuaba por interés propio, igual que lo habían hecho los dioses al traicionarme, así que, ¿debía sentirme culpable? No, claro que no. Por primera vez en toda mi existencia podía ser libre de hacer lo que me viniera en gana, e iba a aprovecharlo. Sería dueña de mi camino y de mi futuro, y no de las normas.
Alguien tocó la puerta, por lo que no pude evitar moverme inquieta en mi sitio, hasta que esta se abrió y Ottar apareció.
—Te voy a llevar a otro lugar —me anunció.
—¿Por qué? —le exigí.
Hizo una mueca a la vez que cerraba la puerta y se encaminaba hacia donde me encontraba.
—No quiero que estés aquí más tiempo.
Fijé mis ojos en los suyos, tratando de descifrar qué se escondía en ellos, pero ni siquiera eso era capaz de hacer. Había creado una dura coraza que no sabía si lograría romper. No me gustaba aquel hombre, pero, por alguna razón, mi cuerpo me pedía estar a su lado y descubrir lo que tanto tiempo se me había ocultado.
—Las cosas van a cambiar.
No comprendí sus palabras hasta que dos fuertes elfos entraron, golpeando violentamente la puerta contra la pared de hormigón que había detrás de esta. Tragué saliva al ver que la mirada de Ottar se volvía aún más oscura de lo que ya era. Albergaba un mal mayor que no sabía si sería capaz de seguir confinando en su interior. Con un ligero movimiento, vi cómo les ordenaba a los matones que me levantaran. Alcé una ceja, los miré con odio, y como pude intenté zafarme de sus manos, pero fue imposible.
—Puedo ponerme en pie sola —gruñí.
—Era por si necesitabas ayuda. —Sonrió de medio lado.
—No necesito nada —siseé—. Y mucho menos si proviene de ti.
Ottar dejó ir una sonora carcajada que inundó el zulo. Sonaba profunda pero a la vez armónica. Era capaz de hacer que todo mi vello se erizara. Ladeé la cabeza hacia ambos lados y, segundos después, él carraspeó, haciendo que los malditos elfos que me mantenían sujeta me soltaran.
—Marchaos.
Los dos asintieron sin decir nada y, tras lanzarme una última mirada, cerciorándose de que no los atacaría, desaparecieron. Ottar no dejó de mirarme ni un solo segundo, ni siquiera cuando el draugr de Skule se asomó por la entrada, dejando ir un profundo gruñido.
—Vamos —me ordenó.
Me fijé en el horrible monstruo que me vigilaba con sus podridos e inexistentes ojos. Era repugnante sentirlo mirarme fijamente.
—¿A dónde? —le pregunté en voz baja.
Sentir cómo esos dos pozos oscuros no hacían más que permanecer fijos en mí hacía que el nerviosismo me corroyera por dentro, y él lo sabía, ya que su burlona sonrisa no se borraba ni por un segundo.
—Quieres recordar, ¿no?
Asentí a la vez que noté mis manos temblar. Solo con pensar que podía volver lo que había estado dormido en mi ser, hacía que todo mi cuerpo se revolucionara. Aunque la verdad era que me aterraba descubrir lo que una vez fue mi vida y todo lo que viví.
—Entonces, será mejor que hagas lo que te diga —gruñó. Dio varios pasos, hasta que mi espalda chocó con la fría pared. Pegó su boca a mi oreja, encendiendo un fuego interior que empezaba a crecer en mí a pasos agigantados como si de una hoguera se tratara—. O dejaré que sean Skule y su bestia quienes se encarguen de ti.
Lo observé desafiante, sin apartar la vista de él. No conseguiría amedrentarme; ya no. Estaba cansada de que todo el mundo me manejara a su antojo, pero no volverían a hacerlo. Solo yo sería quien tomaría el control de todo y decidiría qué hacer y cómo.
Asentí dos veces y posé una de mis manos en su fuerte pecho, intentando apartarlo de mí, hasta que una oleada de sentimientos me arrolló. El contacto de su piel contra la mía me hizo arder como si estuviera en el mismísimo Muspelheim. ¿Qué demonios había escondido en su interior? En el poco espacio que tenía me aparté tan rápido como pude, igual que hizo él al sentirlo. Tragué saliva, analizando lo que había ocurrido.
—Adelante, entonces —murmuró en mi oído, volviendo a acercarse.
—Aléjate —le ordené.
No quería volver a sentir esa oleada que desconocía, pero parecía que para él era más que familiar. Sonrió de medio lado, provocando que mi nerviosismo se acrecentara de inmediato. Dejé ir un gruñido mientras lo empujaba, alejándolo, cosa que pareció divertirle. Negó con la cabeza dándose la vuelta para encaminarse hacia la puerta.
—Sígueme —dijo, alzando la voz y dejándose de juegos.
No parecía enfadado, ni siquiera serio. Tan solo estaba tranquilo; más de lo que hasta entonces lo había visto.
Cuando traspasamos la puerta, pude ver cómo al final del pasillo se dibujaba la silueta de ese maldito monstruo que había estado vigilándome, el asqueroso draugr de Skule, que siempre andaba cerca. Como una profunda oleada, cientos de olores inundaron mis fosas nasales, haciéndome sentir confusa y débil: sangre, tierra húmeda, excrementos y putrefacción. Me tapé la boca y la nariz como pude. Había algo que predominaba sobre todo el hedor: la muerte. Las piernas me empezaron a fallar, las manos me temblaban y un sudor frío recorría mi espalda. La cabeza empezó a darme vueltas, haciéndome sentir mareada, provocando que ni siquiera fuese capaz de sentir la noción del espacio. Miré hacia Ottar. La fuerza que me sostenía en pie desapareció y la vista se me nubló, tornándolo todo oscuro y frío. Podía escuchar las voces de todos los que habían perdido la vida en aquellas tierras a manos de los malditos elfos que me mantenían cautiva.
Cogí una bocanada de aire que llenó mi boca de cada uno de esos malditos olores que sentía. Extendí los brazos, intentando sujetarme a la pared para no desfallecer y caerme de bruces contra el suelo.
—Ott… —susurré sin conseguir decir su nombre.
Todo era cada vez más oscuro, tanto como las mismísimas tinieblas, e igual de gélido que el frío que asolaba Niflheim. Hasta que lo sentí. Sus brazos pasaron detrás de mis piernas antes incluso de que me desplomara, abrasando mi piel como si de las ascuas de una hoguera se tratara. Su respiración se había vuelto agitada, igual que el latido de su corazón.
Escuché cómo alguien se acercaba corriendo, con urgencia y desasosiego, desde el final del pasillo hasta donde nos encontrábamos.
—Tranquila, Lyss —me dijo Moa.
Abrí los ojos lentamente. Todo me daba vueltas, haciéndome sentir mareo e incluso angustia. Parecía estar moviéndome, aunque en realidad no hacía más que estar recostada sobre una cama. Cogí aire, cerré de nuevo los ojos con fuerza, intentando calmar esa sensación, aunque de poco me sirvió, así que opté por sentarme sobre esta, hasta que escuché a alguien carraspear a mi espalda. Di un respingo que casi me hizo ponerme en pie. No me giré, ya que podía percibir su aroma, sentir su oscura energía rodeándome y engullendo parte de la mía. Cerré de nuevo los ojos, igual que hice con mis manos. Apreté la mandíbula hasta que escuché el tintineo de unos hielos chocando entre sí, bailando en el interior de un vaso de cristal.
Se puso en pie y caminó pausadamente hacia donde me encontraba a la vez que provocaba que mi corazón enloqueciera. Aquel maldito elfo era capaz de desarmarme y cohibirme con tan solo su presencia. Conseguía que me replanteara todo lo ocurrido y que dudara de si realmente debía seguir pensando en todo lo que me habían ocultado. Ottar era oscuridad, fuego y perdición, pero a su misma vez era luz.
—Valkiria —dijo con su ronca voz, la cual provocó estragos en mí.
Todo mi vello se erizó. Era como si su voz hubiera atravesado mi alma a la vez que recorría mi piel. Permanecí en silencio, sin siquiera girarme, sintiendo su penetrante mirada fija en mi nuca. Las manos me ardían al recordar cómo nuestro contacto había encendido un desmedido incendio que había arrasado conmigo.
—Algo ha hecho que te desvanezcas.
Suspiré al sentir que cada vez estaba más cerca. Mi respiración se aceleraba sin que pudiera hacer nada por impedirlo, igual que ocurría con mi corazón, que latía desatado. Estaba muy cerca, tanto que incluso podía sentir el aire que se escapaba de su boca encontrándose con la mía. Una de sus manos voló hacia mi cintura, haciendo que abriera los ojos de inmediato y los fijara en esos dos pozos tan oscuros como la noche, que no hacían más que atraparme cuando los míos se posaban en ellos.
—Cuando recuerdes, mi vikinga… —me susurró al oído—. Cuando recuerdes, lo comprenderás todo —me prometió.
Acarició mi rostro con una sutil delicadeza que me dejó pasmada. Las palabras no eran capaces de salir de mi boca; ni siquiera empujándolas lo harían. Apreté la mandíbula cuando sentí el fuego abrasándome por dentro. Pero no solo ocurría en mí, sino que su interior también estaba incendiado.
De repente, noté cómo una profunda punzada atravesaba mi nuca, haciéndome perder de nuevo la fuerza en las piernas. Vi a Ottar sonreír de medio lado, malicioso, oscuro como solo un elfo de los suyos lo sería. Tras él aparecieron tres elfos más de mirada tenebrosa y piel blanquecina, tanto que incluso parecía translúcida. La vista se me nubló en el instante en el que dos manos me sujetaron y unos tambores comenzaron a sonar en la lejanía.
—Es hora de empezar, mi Lyss.