20
Abrí los ojos con el corazón en un puño, tan acongojada que se me había olvidado incluso cómo respirar. Un sudor frío me recorría la espalda, haciéndome sentir angustiada como jamás lo había estado y tan sola como realmente estaba. Los recuerdos empezaban a aflorar en mi mente, y los primeros en aparecer habían sido mis padres, aquellos que me dieron la vida.
Las lágrimas me nublaron la vista a la vez que negaba con la cabeza una y otra vez. Me sentía tan desolada que por un momento creí que mi alma se caía a pedazos, igual que lo hacían cada una de las pequeñas gotas que emanaban de mis ojos. Aquel maldito reino iba a volverme loca. Eran tantas las emociones que vivía estando allí que al final acabaría perdiendo la cabeza. Suspiré, notando que las lágrimas empapaban mi rostro y la chaqueta que me cubría.
A rastras, sin apenas fuerzas, continué subiendo las escaleras hasta que conseguí llegar a mis aposentos. A duras penas intenté acercarme a la cama, ya que las piernas me fallaban.
—Ottar —dije en voz baja.
Había sido él. Fue el ser que había encontrado en el bosque cientos de veces; estaba segura de ello. Mi corazón me lo gritaba, a pesar de que mi mente no fuera capaz de reconocerlo. Negué con un gesto, confusa. ¿Todo lo que me había dicho era real? Otro vahído me sacudió, haciéndome perder la poca fuerza que tenía. Moví la cabeza, intentando volver en mí, aunque tan solo fuera durante unos segundos, los suficientes como para poder alcanzar la cama.
—¿Cómo te llamas? —le pregunté curiosa.
Era una criatura muy distinta a todo lo que había visto. No era ningún animal, no se parecía a un oso ni a un ave, ni siquiera se asemejaba a ninguno de nosotros, a pesar de que en cierto modo me recordaba a mi gente.
—Ottar —contestó con sus oscuros ojos fijos en los míos.
En ellos había un enorme cielo nocturno. Eran tan oscuros como la noche y tan brillantes como las estrellas que acompañaban al dios Maní, la luna, mientras huía del monstruoso lobo Hati, quien moría por devorarlo.
Me acerqué a él, tan solo un diminuto ápice, lo suficiente como para apreciar la blancura de su piel. Alcé una de mis manos, sin temor alguno, di un paso más hacia delante y la posé sobre una de sus mejillas. Su piel estaba fría como el hielo. En él vivía el más puro invierno, pero a la vez era tersa y delicada. Al sentir mi contacto, pude notar cómo esta empezaba a calentarse lentamente como si frente a la hoguera estuviera.
Ottar cerró los ojos, sintiendo que el calor tomaba parte de su ser a la vez que dejaba ir un suspiro. Puso una de sus manos sobre la mía, haciendo que mi dorso quedara completamente helado, al contrario que mi palma, creando una unión perfecta.
—Una unión perfecta —murmuré.
—Tú y yo, mi vikinga.
Escuché su voz a mi espalda, como si de un leve susurro se tratara, y llegó a helarme la sangre y a acelerarme el corazón. Ottar era capaz de crear una enorme tormenta en mi interior y segundos después apaciguarla con su aparente calma.
—Lo éramos, Lyss —me dijo en voz baja—. Hasta que te marchaste —prosiguió, lleno de rencor—. Desapareciste… —murmuró a la vez que se acercaba a mí—. ¡Te largaste, Lyss! —alzó la voz—. Abandonándome —gruñó con desdén—. Nos abandonaste a todos.
Negué con la cabeza a la vez que me daba la vuelta para poder mirarlo. Dejé ir un profundo soplido que me vació por completo.
—Sabes que jamás lo quise.
—Pero, aun así, lo hiciste —espetó—. Te fuiste.
—¡No me fui! —grité, llena de rabia—. Me robaron de mi hogar, me arrebataron lo que era mío.
Sus palabras me dolían incluso más de lo que jamás pensé que lo harían. Recordarle había encendido una luz en mi interior que aún me ayudaba a conservar la esperanza en que parte de mi vida pasada podría regresar.
Cerré los ojos, notando cómo las amargas lágrimas se agolpaban intentando escaparse de entre mis pestañas, creyendo que así podrían aliviar el mal que no hacía más que demoler mi interior. Suspiré, haciendo que de nuevo mi mente y mi alma volaran lejos de aquel lugar, alejándose durante unos instantes de la triste realidad.
Mi corazón se consolaba con aquellos pocos momentos en los que me cobijaba entre sus brazos, esos que podía compartir a su lado. Me acurruqué contra su pecho, igual que lo había hecho ya cientos de veces. Los años habían pasado, pero seguía sintiéndome confusa respecto a él. Era muy distinto a todo lo que las gentes hablaban sobre los suyos, o incluso a lo que los caminantes decían.
Todos los que me rodeaban despreciaban a aquellos seres, a pesar de que nadie había visto jamás uno. Los elfos oscuros eran tratados como monstruos con los que asustar a las pequeñas criaturas para que no se alejaran del poblado. Decían de ellos que eran seres peligrosos, sanguinarios, despiadados como ningunos y capaces de acabar con cualquiera sin tener un ápice de compasión.
Pero él era tan diferente… No parecía siquiera formar parte de su clan. Era cuidadoso, precavido y protector. Desde el día en el que lo conocí, había cuidado de mí como tan solo los míos lo habían hecho.
—Deberíamos alejarnos de aquí, Lyss… —murmuró, acariciando mi cabello.
—Sabes que no puedo hacerlo.
Jamás abandonaría mi hogar. No podía marcharme dejando a todos los que me amaban sin pensar en el mal que los asolaría si desaparecía. Acabaría con ellos y con su corazón, estaba segura de ello, y no podía permitir que ocurriera. Habían cuidado de mí, me habían amado, protegido y alimentado. Aquel era mi hogar, donde mi corazón residía y donde se encontraba aquello a lo que más veneraba: mi familia. Adoraba a Ottar como no había querido a nadie, pero el amor por mis padres era aún mayor.
Las lunas no habían dejado de pasar desde que lo encontré en el bosque. Desde el primer instante en el que lo vi, supe que algo en él era diferente. Lo que no conocía era lo que ocurriría. Jamás llegué a pensar que mi vida se vería ligada a la de un elfo de quien apenas sabía pero en quien depositaba toda mi confianza. Sabía que no me traicionaría, pues no era como padre y madre decían. Él no era un elfo oscuro como los demás, o eso quería creer.
—No podré estar contigo mucho más… —susurró en voz baja—. Las lunas pasan, vikinga, y cada vez soy más fácil de ver.
—Pero…
No podía creer que aquello fuese a ocurrir. Ottar no podía desaparecer así como así; no otra vez. Ya lo había hecho en una ocasión. Me abandonó como si ya nada le importara, sin compasión, dejándome con el corazón roto. A pesar de eso, tiempo después regresó, y gracias a los dioses que lo hizo. ¡Jamás podré agradecerles lo que hicieron! Si él había vuelto, había sido gracias a ellos, que nunca me abandonaban y siempre cuidaban de mí.
—Lyss, debes entenderlo.
—No puedes marcharte, Ottar… —Sentí cómo mis ojos se humedecían—. No puedes volver a hacerlo.
No quería ni imaginarme cómo sería volver a vivir sin él. Revivir aquel momento me dolió tanto que no pude evitar cerrar los ojos, alejándome de aquellos recuerdos, sintiendo que mi corazón se encogía al escucharlo. Si él se marchaba, no habría nada… Todo desaparecería a su lado, volviéndose oscuro, como las más profundas tinieblas de Niflheim. Todo se perdería, incluida yo.
—¿Qué me hiciste, Ottar? —le pregunté.