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—¿Qué ocurre? —me preguntó preocupada.

—Sigrún está viva.

—¿Cómo dices?

Parecía confusa, pero no tanto como cabría esperar. Astrid tenía una gran sensibilidad, por lo que era capaz de notar ciertas cosas que para el resto pasaban desapercibidas.

—Desde que llegué, ha estado comunicándose conmigo, incluso durante mi estancia con los elfos. Me ha ayudado y guiado cuando me ha hecho falta —le expliqué—. Pensé que no era más que su espíritu, que seguía ligado a nuestro mundo, pero no…

—¿Está viva?

—Sí, y estoy segura de que alguien de los valkyr conoce el secreto —murmuré—. No puedo creer que una pareja tan amada como lo eran Helgi y Sigrún pudieran desaparecer de la noche a la mañana.

Asintió pensativa, intentando ordenar en su cabeza lo que le estaba diciendo. Eran muchas las cosas que estaban sucediendo a nuestro alrededor, y todas debían ser procesadas a su tiempo. Pero en aquel momento lo que menos teníamos era eso: tiempo.

—Tú misma me dijiste que sospechabas de alguien, de una traición provocada por un odio demasiado fuerte como para esconderlo —recordé algunas de sus palabras—. Pero… ¿quién podría haber hecho algo así?

—¿Jae? —me preguntó.

—No lo sé, pero necesitamos averiguarlo.

Me puse en pie, aunque durante unos segundos mis fuerzas fallaron, haciendo que casi cayera de bruces contra Astrid.

—Debes descansar.

—Algo me dice que esto no termina aquí, amma —le dije en voz baja—. Ottar no se rendirá. Vendrá a por mí en cuanto se dé cuenta de que no estoy en el caserío.

Bajamos al recibidor, donde les ordené a todos que entraran en la sala. Necesitaba reunirlos antes de que fuera demasiado tarde. Corrían de un lado a otro, nerviosos, casi tanto como yo.

—¡Rápido, todos dentro del gran salón! —exclamé.

—Algo va a pasar —escuché que me decía Engla a la vez que tiraba de mi camiseta.

—Niels, llévate a Engla —le pedí al joven elfo—. Llévala con Daven y Stephen, encerraos en la cueva.

El pequeño asintió, confiando totalmente en lo que estaba diciéndole. Engla tenía razón, y lo cierto era que había tardado menos de lo que esperaba. Sabía que iba a venir a por mí, pero esto era muy poco tiempo como para planificar nada.

—Atendedme —les pedí. Todos hablaban, no dejaban de murmullar entre ellos, como si fueran niños, expectantes ante lo que pudiera decir—. ¡Callad! —alcé la voz a la vez que sentía cómo los rayos salían a bailar sobre mi piel.

Era hora de trazar un plan, luchar por una última vez y arriesgarlo todo con tal de conseguir lo que quería, pero solo podría hacerlo contando con su ayuda, si no, todo lo que acababa de pensar no serviría de nada.

Me adentré en el bosque, sola, con el corazón tan acelerado que pensaba que se me iba a escapar por la boca. No estaba segura de lo que estaba a punto de pasar, pero era lo único que podía hacer para sacar al elfo de la luz que Ottar llevaba en su interior.

—¿Creías que podrías escapar de mí, valkiria? —me preguntó—. Estoy en tu jodida cabeza, ¿es que no lo entiendes? —gruñó molesto—. Y ahora me cobraré tu traición.

—Te llamé, lo hice cientos de veces, pero tú no estuviste ahí para protegerme —le espeté en forma de reproche—, para impedir que los valkyr me llevaran consigo, y aquí estoy.

Saqué mi geirr. Esta vez no dejaría que volviera a morderme, ni siquiera dejaría que se acercara a mí. Sujeté con fuerza el arma, preparada para atacar en el preciso instante en el que él se acercara. No dejaba de negar una y otra vez, como si quisiera decir algo pero sin estar seguro de ello.

—Es ridículo —se mofó, y soltó una risotada.

—¿De qué hablas? —le pregunté nerviosa.

Estaba en guardia, preparada para lo que viniera, pero lo cierto era que me sentía tan vulnerable como la primera vez que lo vi. Era el ser más especial con el que me había topado. Era atrapante, embaucador como ninguno, seguro de sí mismo y casi espectacular en cada una de sus formas. Hasta que abría la boca.

—¿Creías que alguien podría hacerte sentir especial? —me preguntó, lleno de desdén—. No me lo puedo creer. —Rio—. ¿Recuerdas a ese joven al que conociste?… Adam, ese amor que tienes perdido en Hjelmeland… —Empezó a reír sin control—. ¿De verdad creías que dejaría que alguien te tocara, que permitiría que se acercaran a ti? —preguntó con sorna y rabia—. ¡Jamás!

Los cabos se ataron. Jamás habían estado juntos ni habían coincidido en un mismo espacio de tiempo, ni siquiera en la lejanía. Cuando Ottar estaba, Adam desaparecía, pero… ¿cómo había conseguido hacer algo así?

—Eras tú… —murmuré, recordando cada una de las miradas, cada una de las caricias.

A mi mente vinieron todos los momentos en los que estuve con Adam, cómo su tatuaje parecía brillar, cómo vi a Ottar rugiendo lleno de lujuria en el momento en el que Adam se había adentrado en mí. Nada de eso había sido producto de mi imaginación. Se dejó ver, haciéndome creer que había perdido el sentido.

—¿Cómo? —pregunté.

—Gozaste como jamás lo habías hecho, mi vikinga —dijo, acercándose a mí—. Nuestros cuerpos volvieron a unirse eones después para crear esa maldita maravilla.

Apreté las manos en puños. No me lo podía creer. Consiguió engañarme una vez más. Era un embaucador que no podía dejar de mentir, ni siquiera en un momento como aquel. Los rayos corrieron sobre mi piel, quemando incluso la hierba que había a mi alrededor.

—¡¿Cómo lo hiciste?! —alcé la voz.

—Magia, valkiria —espetó, completamente ido—. Porque tú eres mía y de nadie más. Ninguna mano te tocará, ninguna que no sea mía.

—Eso no ocurrirá; no siendo como eres —le dije en voz baja—, no siendo el elfo oscuro que crees ser. —Tragué saliva, sintiendo que la rabia cada vez crecía más, con cada palabra que salía de su boca, con cada una de sus miradas—. Me repugnas, Ottar.

—No, no lo hago. Me amas como jamás has amado a nadie, y es eso lo que más rabia te da. —Pasó una de sus manos por mi cabello, colocándolo detrás de mi oreja—. Estás enamorada de un elfo oscuro, Lyss —sonrió de medio lado, victorioso—, de un rey de reyes. —Sin pensarlo ni un solo minuto más, me lancé a por él con la geirr en la mano, preparada para atravesar su piel como debería haber hecho en el momento en el que me lo permitió—. Y tú serás mi reina.

Ottar

Dejó ir una sonora carcajada, sin apartar esos ojos esmeraldas de los míos. Sonreí al ver que mi vikinga salía a relucir, cómo no dejaba de atacar a pesar de las estocadas que le arremetía.

—Tú no eres ningún rey ni lo serás jamás. —Podía ver el rencor en cada una de sus palabras, cómo era el dolor quien hablaba—. No eres más que el bastardo de Grimm —añadió llena de rabia—. No eres un elfo oscuro puro.

—¿Qué demonios dices?

Su geirr se desplegó en el preciso instante en el que nuestros cuerpos se unieron, atravesándome por el costado, provocando que un fuerte alarido se escapara de mi ser sin que pudiera hacer nada por remediarlo.

—Moa, esa que crees que no es más que una esclava, alguien que no sirve para nada salvo para cuidarte…

Caí al suelo, sin fuerza, la sangre no dejaba de brotar a tal velocidad que ni siquiera era capaz de volver a ponerme en pie.

—¿Qué dices? —musité.

—Moa es tu madre.

 

Continuará…