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—No puedes dejar que siga hiriéndote… —renegó—. ¡Eres una valkiria de Odín! —alzó la voz.

—Yo no soy de nadie —gruñí entre dientes—, y menos de esos malditos dioses que me engañaron durante años.

Se arrodilló a los pies del colchón en el que aún seguía tumbada tras los fuertes golpes que me había propinado Skule. Por suerte, tan solo había sido un corte; el resto sanaría con rapidez.

—Lyss, no debes rendirte —me pidió desesperada.

—Y no lo haré… Pero jamás volveré a luchar por ellos.

Negó con la cabeza.

—¿Sabes? —murmuró—. Hubo un tiempo en el que yo también dejé de creer en ellos, pero debes recapacitar, volver a confiar en lo que dicen.

—¿Cómo voy a confiar cuando se han pasado toda la vida mintiéndome? —le pregunté con pesar, aunque no esperaba respuesta alguna.

Cerré los ojos. A mi mente volvieron cientos de imágenes, recuerdos de cuando no era más que una niña, y aunque eran confusos, aún podía entender parte de ellos.


—Madre —llamé a Gala.

—¿Sí, mi pequeña kottr?

Era demasiado hermosa como para ser real, además de la mejor de las guerreras que jamás pisarían cualquiera de los nueve reinos. Los dioses conocían su habilidad, y por ello era considerada una de las grandes escuderas de toda Noruega.

Sonreí al ver cómo se giraba para mirarme, dejando sobre la mesa un knífr[7].

—¿Puedes explicarme de nuevo la historia de las valkirias? —le pregunté.

Asintió a la vez que se acercaba hasta donde me encontraba y me hacía un gesto para que me sentara sobre el jergón.

—Te hablaré de Sigrún, la mujer guerrera más indomable de los reinos, quien, con sus cabellos de oro, consiguió domar a bestias y vikingos como nadie lo hizo. —Sonrió—. La primera valkiria.


Cuando el recuerdo se esfumó, no pude evitar fijar mi vista en la suya, y la observé con detenimiento.

—¿Quién demonios eres? —le pregunté confusa.

Tragó saliva a la vez que hacía una mueca y cogía aire.

—Mi nombre es Sváva, hija del rey Eylimi y tía del gran guerrero Sigurd, el asesino del dragón. —Observé cómo sus ojos se llenaban de lágrimas, pero intentó recomponerse rápidamente—. También conocida como Sigrún.

—La esposa de Helgi —musité.

Había sido ella durante todo este tiempo quien había querido que descubriera lo que ocurrió entre los clanes. Era ella la líder de los valkyr, la mujer que presuntamente había asesinado a su propio marido y se había marchado junto a los elfos oscuros. La miré con desconfianza. No sabía si lo que había escuchado respecto a lo que había hecho era cierto, pero debía descubrirlo o acabaría reconcomiéndome.

—¿Lo hiciste?

—¿Te refieres a si maté a mi marido, al amor de mi vida? —me preguntó con rabia—. No, no lo hice.

Por alguna razón, mi corazón me pedía que la creyera. Suspiré, a pesar de todo el dolor que aún recorría mi cuerpo.

—¿Quién lo hizo? —quise saber.

Necesitaba conocer lo que había ocurrido en el Midgard, ya fuera para arreglarlo o para averiguar qué harían los elfos oscuros por llevar a cabo el Ragnarökr.

—¿Quieres saberlo?

Asentí en repetidas ocasiones; me estaba poniendo incluso nerviosa. No entendía por qué, pero Sigrún era capaz de contactar conmigo de alguna forma que ni siquiera los dioses sabían.

—Cuando llegamos al Midgard, todo fue confuso. Los dioses nos habían explicado vagamente lo que estaba ocurriendo, pero al llegar nos encontramos con que los elfos oscuros ya habían tomado posesión de la zona norte de Noruega y parte de Dinamarca. —Hizo una mueca de desagrado—. Esos malditos seres habían matado a decenas de indefensos humanos, incluso se habían llevado a algunos de los que mantenían cautivos.

—¿Qué ocurrió aquella noche? —Fui directa al grano.

—Aguarda, valkiria —me pidió.

Negué con la cabeza. Tenía demasiadas preguntas de las que nadie sabía las respuestas, y tal vez ella sí que las supiera.

—Hay tanto que no entiendo…

—Yo te ayudaré a hacerlo.

Entonces recordé la noche en la que estuvo en mi alcoba durante mi última estancia en Asgard. «Necesitas una guía, Lyss —recapitulé mentalmente—, alguien que te sepa llevar en tu nueva vida».

—Lo sabías todo —murmuré con pesar.

Mis ojos se inundaron de lágrimas al darme cuenta de que incluso ella me había mentido, de que me ocultó la verdad y me llevó por el camino que ella quería.

—No, todo no —me corrigió.

—Conocías el engaño al que me habían sometido.

Mi corazón se había resquebrajado un poco más. No podía entender cómo todo el mundo había podido saber lo que pasaba y no fueron capaces de alertarme de ello. La única que lo intentó fue Astrid, y aun así se lo impidieron.

—No, pero sabía que eras la clave de todo.

Mis recuerdos eran tan vagos como las respuestas que me habían dado a las preguntas que ya había hecho.

—Lyss, escúchame —me pidió. Se arrodilló frente a mí, acariciando mi cabello con una de sus manos. Pude ver la bondad en ella, en su alma, y lo que había más allá de sus ojos. Había sufrido durante años una soledad parecida a la mía, además de haber perdido a su pareja de vida—. Debes hacerme caso —me rogó.

Escuché cómo alguien se acercaba al zulo, por lo que abrí los ojos desmesuradamente. Si no nos dábamos prisa, jamás volveríamos a hablar.

—Pero… —murmuré perdida.

Me dijo que no moviendo la cabeza. Debía escucharla, pero no era lo que quería. Solo deseaba conocer lo que había acontecido en el Midgard desde que ella y el resto de los valkyr habían descendido.

Cada vez estaban más cerca. Podía sentir su energía, cómo mi corazón se aceleraba al sentirlo próximo a mí. Tenía un extraño magnetismo en su interior que provocaba estragos en todo mi ser, aunque me negara por completo a que eso ocurriera.

—No pienses en ellos. —Miró hacia la puerta—. Deja de centrarte en él.

—Se acerca. —Puso los ojos en blanco a la vez que cogía aire y los fijaba en los míos—. Tengo tantas preguntas para ti… —le dije.

—Solo hay tiempo para una.

Tragué saliva, intentando pensar en una de los cientos que se agolpaban en mi mente y que no sabía si algún día serían respondidas.

—¿Cómo puedes hablar conmigo?

—Porque yo no estoy muerta, Lyss.