54

—Eiliv… —susurré.

Mi dividido corazón se desbocó al verlo, al notar su mirada en todo mi cuerpo, que provocaba que todo mi vello se erizara. Por un momento sentí la necesidad de lanzarme a sus brazos, de decirle que lo había echado de menos. Pero lo cierto era que el dolor y la rabia no habían dejado espacio para ello. Solo pude sobrevivir a la mayor traición que los nueve reinos habían observado.

—¿Qué haces aquí? —me preguntó.

—He venido a ver si estabais todos bien.

Era cierto que aquel era mi objetivo principal: saber qué había pasado con ellos, si seguían a salvo, si Tyra había conseguido unirlos como tanto deseábamos, si Orn y Jae podían hablar como personas civilizadas… Hasta que no llegué allí, no me di cuenta de cuánto había anhelado tenerlos cerca, a pesar de haber pasado tan poco tiempo con ellos.

—Lo estamos.

—Eiliv… —murmuré con pesar.

El joven valkyr se acercó a mí poco a poco, por lo que no pude evitar bajar la mirada al sentirle tan cerca. Pasó una de sus manos por mi cabello, colocando los rebeldes mechones que tapaban parte de mi rostro tras mi oreja.

—Déjame verte. —Colocó uno de sus dedos bajo mi barbilla hasta que consiguió alzarla, haciendo que nuestras miradas se encontraran.

La pureza de aquel valkyr me confundía casi tanto como la bondad que había encontrado en el elfo que una vez fue el amor de mi existencia. No era capaz de saber qué demonios debía hacer. Ni siquiera mi corazón lo sabía; estaba tan perdido como yo.

—¿Por qué te marchaste? —me preguntó.

—No lo hice… No me marché, aunque debería haberlo hecho —espeté llena de rencor.

Cogí aire, intentando calmar la desazón que me corroía.

—Lo siento —añadí en voz baja.

En realidad, no lo sentía. Los dioses que los gobernaban me habían mentido. No podía seguir viviendo en aquel lugar; no con el odio y el rencor que recorrían mis venas. Por un momento recordé cuando Ottar y yo nos colamos en la casa de Ulric. ¿Les habría contado lo sucedido?

Permanecimos en silencio durante unos minutos, hasta que Eiliv no pudo aguantar más y nos unió en un cálido abrazo.

—Sé que no eres como ellos —me dijo en voz baja—. Tú jamás le harías daño a nadie.

—Ellos…

No sabía qué decir. Desde que había llegado, no habían herido a nadie, salvo a Moa… Y a mí. Pero a ellos los habían dejado en paz.

—Atacaron el poblado de los Dökk —me explicó.

—¿Cómo? —le pregunté confusa.

Miré anonadada a Eiliv, sin creerme lo que estaba diciéndome. Abrí los ojos. No me lo podía creer.

—Poco después de desaparecer, algo así como un mes más tarde, decidieron atacarlos —me explicó—. Tyra había hecho un gran trabajo, por lo que aceptaron unirse a nosotros. Juntos seríamos más fuertes.

Negué con la cabeza una y otra vez. ¿En qué momento esa panda de bestias había atacado a los valkyr?

—No puede ser…

—Pues tal y como te cuento ocurrió.

Entonces caí en la cuenta. Durante el tiempo en el que había estado con Liv, esos malnacidos podrían haberlos atacado sin que pudiera percatarme.

—Maldición… —siseé entre dientes—. No sabes cuánto lo lamento —dije con pesar.

—Por suerte, no tuvimos que enterrar a nadie —continuó contándome—. Algunos heridos, pero no fue gran cosa.

—¿Cuántos eran? —quise saber.

Fijó la vista en el final del bosque, pensativo. Poco después hizo una mueca y alzó los hombros.

—Alrededor de seis.

—¿Estaba Ottar entre ellos? —le pregunté nerviosa.

Necesitaba saber si él había tenido algo que ver con el ataque a los valkyr, porque si así había sido, no habría vuelta atrás. Sus mentiras habrían sido tantas que ni siquiera sería capaz de asumirlo.

—No, nadie reconoció a ninguno de los atacantes. —Suspiré, quitándome un gran peso de encima. Saber que ninguno de ellos había sido Ottar me alivió—. ¿Has visto a Engla?

—No, no he podido, pero sé que están cuidando bien de ella —le expliqué, a pesar de que, en aquel preciso instante, Engla no tenía a Moa para protegerla—. ¿Cómo está Elin?

—Destrozada. Te puedes hacer a la idea…

—La traeré de vuelta —dije sin pensarlo ni un segundo.

—¿Podrás hacerlo?

—Confía en mí —le pedí.

Lo cierto era que no tenía ni idea de cómo conseguiría que Grimm dejara ir a la pequeña Lett, pero debía intentarlo. Si no, sería yo quien se ocuparía de ella, de cuidarla y protegerla como había estado haciendo Moa hasta que se la llevaron.

—Lo haré.

Escuchar aquellas palabras salir de su boca hizo que me sintiera terriblemente bien. A pesar de todo lo que había sucedido, Eiliv seguía confiando en la valkiria que se había alejado de todos aquellos que eran su familia.

—Te he echado de menos —admitió en voz baja. Volvió a abrazarme, cobijándome con todo su cuerpo, haciéndome sentir una extraña paz que agradecía enormemente. Sin embargo, poco después nos separó, haciendo una mueca de asco—. Hueles tanto a él… —murmuró repugnado. Di un paso hacia atrás, sintiendo cómo me rechazaba—. Qué asco —añadió entre dientes—. Te ha marcado.

Le dije que no con un movimiento de cabeza. Eso no podía ser. ¿Cómo iba a marcarme? No habíamos hecho nada, ni siquiera habíamos tenido relaciones, y había supuesto que estar juntos en el mismo espacio no era suficiente como para marcarnos.

—No ha pasado nada entre nosotros —me apresuré a contestar.

—Lo lamento, pero… —dijo en voz baja— no te creo.

Aquella respuesta me sentó mal. Hacía unos minutos me había dicho que confiaba en mí para traer de vuelta a Engla, pero no era capaz de creerme cuando acababa de decirle la verdad. No era capaz de comprenderlo.

—Sé que lo conoces de tu otra vida —apuntilló—. Os amabais, Lyss, y tu ser no ha sido capaz de olvidarlo a pesar del tiempo.

—Pero sé lo que está bien y lo que está mal —le dije dolida.

Mi reconstruido corazón se resquebrajó un poquito, dejando ver que todavía había gente capaz de herirme. Pero no lo iba a permitir. Haría lo que quisiera y con quien quisiera, fuese elfo, humano o valkyr, y nadie sería quién para juzgarlo.

—Lo siento, Eiliv, tengo que marcharme.

Sin decir nada más y ni siquiera rozarlo, me di la vuelta, con el corazón lleno de pena y los ojos emborronados por las lágrimas. Los seres vivos éramos crueles, pero aquello era nuestro día a día. Ya nada importaba, ni siquiera cuando tenías la oportunidad de hacer que alguien volviera.

—Vuelve, Lyss —me pidió desde la lejanía.

—¡Este no es mi lugar, Eiliv! —alcé la voz.

—¿Y cuál lo es?

Cogí aire, sintiendo cómo las lágrimas empezaban a desbordarse, empapando de nuevo mis mejillas y parte del jersey de cuello alto que llevaba bajo el abrigo.

—Aún no lo he encontrado.