60
Moa
—¿Qué le has hecho, Ottar?
—Yo… Lyss…
—Tranquilo, piensa con claridad.
—Estábamos discutiendo. Ella… Joder, ella se negaba a ocupar el sitio que le pertenece. No quiere amarme.
—No puedes obligar a nadie a que te quiera, Ottar —le dije a la vez que acariciaba el rostro de la joven.
No reaccionaba a nada de lo que le hacía, hasta que vi cómo el jersey que llevaba empezó a chorrear sangre. Las pequeñas gotas rojizas empapaban la alfombra, tiñéndola del oscuro tono.
—Ottar… —le dije en voz baja—. Por los dioses y los nueve reinos… —murmuré—. ¿Sabes lo que has hecho?
—Se me ha ido de las manos, Moa… —lloriqueó—. Joder… ¡Joder! —exclamó—. Necesito que me ayudes, por favor… Necesito que la sanes, que le saques ese maldito veneno.
Por primera vez en eones vi al pequeño Ottar, al joven que se enamoró de la chiquilla pelirroja de padres vikingos, líderes del territorio, esa muchacha que consiguió volverlo completamente loco, enamorándolo hasta los confines, y por la que después sufrió como jamás lo había hecho con su pérdida.
Podía recordar todas y cada una de las noches en las que lloró en mi falda, con el alma partida. Había amado a aquella mujer como jamás había querido a nadie. Ella había sido la única que lo había aceptado tal y como era, como antiguamente era. Pero allí la tenía, inconsciente, luchando entre la vida y la muerte.
—Si no la ayudas, morirá… —susurró sin fuerzas y con el corazón roto.
—Llévala a su habitación. Me reuniré contigo en unos minutos, ¿de acuerdo? —le aseguré.
—Sí, Moa.
Debía extraer el veneno que aún permanecía en la herida, contrarrestar el que ya corría por sus venas y provocar un fuerte choque que acelerara su corazón para que así su cuerpo limpiara la sangre repartiendo el antídoto. No sabía si surgiría efecto, pero tenía que intentarlo. Esa joven valkiria no podía morir en aquel oscuro lugar. Y lo peor de todo era que, si la perdíamos, Ottar moriría con ella.
Recorrí el pasillo, dejándolos atrás. Debía apremiarme, o todo aquello no serviría de nada; ni siquiera podría tratar de salvarla. Cuando fui a girar en dirección a mis aposentos, alguien me sujetó por el brazo con fuerza. Cogí aire. No necesitaba girarme para saber quién era.
—¿Dónde te crees que vas? —me preguntó.
—Grimm, será mejor que me dejes, o tu pieza clave se desvanecerá, igual que tu hijo.
—¿De qué coño hablas?
—Aparta y no tendré que darte explicaciones —protesté—. Deja de hacerme perder el tiempo.
Me deshice de sus manos y seguí mi camino, aunque no por mucho tiempo. El líder me persiguió hasta que llegamos a la entrada de mis aposentos. Fue entonces cuando de un empujón me hizo entrar, tirándome al suelo.
—No oses volver a hablarme así.
—¿O qué? —le espeté—. ¿Vas a volver a intentar matarme, Grimm? —le pregunté sin miedo—. ¿Vas a hacerlo?
Apretó la mandíbula, se agachó colocándose sobre mí y me agarró por el cuello, impidiéndome respirar.
—No necesito hacerlo. Te haré tantas cosas que incluso lo desearás, Moa —gruñó contra mi oído—. Estarás muerta en vida, estúpida elfo.
Dejé ir un profundo grito, activando así el poder dormido con el que contábamos los elfos de la luz. Como si de una onda expansiva se tratara, acabó chocando contra la pared de la entrada.
—Tal vez seas tú quien desee no haberme encontrado jamás —siseé.
Me miró rabioso, pero ya nada me importaba. Lo único que quería era salvar a Lyss. Ella era la elegida para terminar con aquel enfrentamiento que había durado eones. Liberaría a los reprimidos, a aquellos que habían permanecido ocultos.
Cerré los ojos, tomé las manos de la joven valkiria y rebusqué en su interior, intentando ponerme en contacto con alguien de confianza a quien avisar del estado de Lyss. Le había pedido a Ottar que se marchara, ya que necesitaba estar sola con ella. Sus recuerdos eran tan confusos que empezaba a sentirme mareada. Había muchísima gente en ellos: los valkyr, que la habían acogido, y una joven…, una joven llamada Liv, a quien conoció tras su marcha en busca de Ottar. Entonces apareció una mujer de rostro amable, rasgos dulces y cabellos dorados como el sol. Astrid, su abuela, era sangre de su sangre, la única persona que conservaba de aquella época, además de Ottar.
—Astrid —la llamé.
Ella misma, con su alta recepción mental y toda su fuerza, me trasladó hasta una sala blanca bastante amplia, de la cual no podía ver el final, en la que había dos butacones. Me senté en uno de ellos, aguardando a su llegada, aunque algo me decía que no tardaría mucho.
—¿Quién eres? —me preguntó con el rostro serio.
—Mi nombre es Moa. Soy una elfo de la luz que vive recluida con los elfos oscuros.
Le expliqué todo lo que había estado ocurriendo y cómo Lyss había cuidado de mí durante el tiempo en el que no pude hacerlo por mí misma tras las torturas a las que me habían sometido aquellos salvajes.
—Dioses… Mi pobre niña —susurró con los ojos encharcados en lágrimas.
Tomé sus manos entre las mías, mostrándole lo que tenía frente a mí, cómo la pobre descansaba bajo las mantas en la acolchada cama como si estuviera entre las nubes.
—¿Dónde está? —me preguntó—. ¿Quién le ha hecho eso?
—Ha sido Ottar, en un ataque de rabia.
—Sabía que ese maldito no iba a hacerle nada bueno… —contestó con pesar.
—Jamás le había hecho nada, pero estuvieron discutiendo… Ambos se dijeron lo que pensaban y se les fue de las manos. —Suspiré—. Debéis venir a buscarla. Organizad una partida hasta Hardangervidda. Sigue mi energía, Astrid, y la encontraréis.
—Lo haré. Reuniré a los guerreros valkyr para que nos ayuden a rescatarla de las zarpas de ese malnacido.
—No volverá a hacerle daño, te lo aseguro.
Astrid asintió varias veces antes de desaparecer de la gran sala.
Lyss
Desperté horas después, o lo que yo creía que habían sido horas. Me sentía tan cansada que ni siquiera era capaz de alzar los párpados a una velocidad normal. Había notado cómo el veneno corroía todo mi ser, carcomiendo lo que se encontraba a su paso. Sin embargo, por alguna razón seguía viva. Mi corazón había vuelto a latir.
Intenté sentarme, pero no podía porque me notaba dolorida y exhausta. Cada movimiento suponía un enorme suplicio que no estaba dispuesta a soportar. Miré hacia todos lados, y allí estaba él, dormido en el butacón que había junto a la ventana, enrollado en una manta y con carita de ángel. Verlo así le hacía parecer vulnerable, pero de eso no tenía nada. Empezó a moverse, por lo que volví a cerrar los ojos, esperando que no se diera cuenta de que estaba despierta.
Alguien tocó la puerta, salvándome de que pudiera ocurrir cualquier otra cosa. Estando en aquella situación de debilidad, me aterrorizaba la idea de que Ottar pudiera volver a morderme e infectarme.
—Ottar —escuché que lo llamaba Moa—. Despierta.
Abrí un poco los ojos, lo suficiente como para poder apreciar entre las pestañas lo que estaba pasando. Hizo que se despertara, sacándolo de la habitación. Tras eso, cerró la puerta y se sentó en la cama.
—Ya puedes abrir los ojos.
—¿Cómo sigo viva? —le pregunté—. ¿Cuánto tiempo he dormido?
—Alto, valkiria —me dijo—. Poco a poco… Dame tu mano, por favor.
Obedecí. Con un rápido movimiento, pinchó uno de mis dedos con una aguja, se llevó la sangre que salió de ella a la boca y cerró los ojos. Segundos después, una sonrisa se le dibujó de oreja a oreja.
—Parece que el veneno va desapareciendo. Todavía hay parte de él en ti —me explicó—. Te sientes débil, ¿verdad?
—Así es —le contesté a la vez que asentía.
—Pues ya sabes por qué. —Sonrió con tristeza—. No sabes cuánto lamento lo que ha hecho Ottar contigo… Cuando creyó que habías muerto, casi murió contigo, Lyss. Te ama demasiado, y hay veces que pierde el control.
—Pues su pérdida de control casi me cuesta la vida.
Su gesto se tornó más serio que minutos atrás. Ottar le importaba más de lo que parecía. Había pasado casi toda su vida con él, por lo que era imposible que no se sintiera vinculada con él. Era el único que la defendía y cuidaba frente al resto de elfos, que tan solo querían manipularla y usarla a su antojo.
—Quiero que tengas algo. Sé que saldrás de esta y que cumplirás con la profecía de la völva. Serás una pieza clave en el Ragnarökr, pero necesitarás ayuda.
—¿Ayuda?
—Así es. Cuando llegue el códice, todo se desencadenará, pero no podrás hacerlo sola.
—Tengo a los valkyr.
—Ni siquiera con ellos será suficiente. —De uno de los bolsillos de su vestido sacó un pequeño trapo en el que había algo escondido—. Toma.
Al desenvolverlo, me encontré con un hermoso brazalete de plata con tres piedras escarlatas incrustadas en ellas, junto a dos radiantes cuervos tallados a cada uno de los extremos.
—Este es Skína, el brazalete de las sacerdotisas de la luz —me explicó—. Ellas te encontrarán y te ayudarán a reunirte con los elfos de la luz que permanecen ocultos.
—¿Hay elfos ocultos?
Asintió un par de veces. No me podía creer lo que estaba escuchando. No creía que pudieran haberlos exterminado a todos, pero no pensé que hubiese tantos como para ayudarnos.