12

Lyss

—Hermosa valkiria —escuché a un hombre hablar—. He escuchado tanto hablar de ti que incluso llegas a resultarme familiar.

Me di la vuelta y me encontré de frente con un hombre de ojos azules como el cielo pero eléctricos como mis rayos. Estaban llenos de arrogancia y egocentrismo. En su boca se dibujaba una sonrisa burlona que llegaba a confundirme y desconcertarme a partes iguales.

—No sabes lo importante que eres. No llegas ni siquiera a imaginártelo.

Ladeó la cabeza, observándome con detenimiento. Se acercó hasta donde me encontraba, acarició mi mejilla con uno de sus largos dedos y olió mi pelo. Apreté mis puños mientras vigilaba cada uno de sus movimientos.

—¿Quién…? —murmuré.

Se llevó el dedo índice a la boca, haciéndome callar, y me fulminó con sus ojos, como si solo él pudiera hacer las preguntas.

—Soy Loki. —Sonrió—. De Asgard.

Lo miré perpleja. Jamás había visto a Loki.

—¿A qué has venido, Loki?

—He venido a por ti, valkiria.

Loki no era solo el dios del mal, sino un embaucador sin escrúpulos que se divertía a costa del mal ajeno. Adoraba crear la confusión en la gente, manejar a todos a su antojo, igual que había hecho cientos de veces con elfos, dioses y gigantes.

El hijo de los gigantes Laufey y Farbauti esbozó una sonrisa de medio lado sin dejar de observarme. Sentía curiosidad por el transformista. Tenía tantos nombres, se había hablado tanto de él, que mis ganas de saber más crecían a pasos agigantados.

—Eres una necia y algo egoísta, Lyss. Has cambiado —murmuró, dando vueltas a mi alrededor—. Me gusta. —Sonrió—. Tengo un glorioso propósito para estar aquí, para ti, valkiria.

—¿Qué demonios tengo yo que ver en ese propósito?

—Tú serás aquello que todos desean, la reina de mis Svartálfar, mi mano derecha, la ejecutora de mi plan. —No podía apartar los ojos de él. No sabía qué era lo que sentía, pero era capaz de abrumarme hasta límites insospechados—. Tus oídos se impacientan por escuchar las historias no contadas, ocultas por la oscuridad del pasado. Tus ojos se exasperan por ver lo que nadie jamás ha visto. Pero lo mejor de todo… —hizo una pausa— es tu mente. Está hambrienta de poder, sedienta de sangre y de venganza. —Sonreí de medio lado. Ejecutaría mi venganza, y no lo haría sola. Los dioses se arrodillarían ante mí, pedirían clemencia y conseguiría lo que llevaba deseando desde hacía meses: la verdad—. Admite tu lealtad a mí, valkiria —alzó una ceja—, y te daré aquello que más deseas.

—¿Y qué crees que es lo que más deseo?

—El resarcimiento, Lyss, una compensación por todo el mal que han hecho.

Se colocó a mi espalda. Con un rápido movimiento, sacó una daga y rasgó la parte trasera de la túnica que me cubría, dejando al aire gran parte de mi dorso. Dejó ir una leve carcajada que inundó el lugar en el que nos encontrábamos.

—El destino está escrito en tu piel.

Acarició el tatuaje que se había grabado cuando aún estaba en el Valhalla, erizando todo mi vello.

—Lo sabía —murmuró en voz baja.

El dios de la trampa provocó que un fuerte escalofrío me recorriera de pies a cabeza, sacudiéndome sin que pudiera hacer nada por evitarlo.

—Empuñarás la espada del Ragnarök, konungr[8]. —Sonrió.

—¿Cómo lo sabes? —le pregunté nerviosa.

El dios me miró de arriba abajo, negó con la cabeza una y otra vez y una risotada se escapó de su interior, aunque no intentó disimularlo.

—Joven valkiria, yo lo sé todo.

—Eso no es verdad —lo desafié.

—Ya lo verás. —Sonrió de medio lado—. Los nueve reinos verán cómo el ocaso de los dioses llegará a manos de mis guerreros.

Antes de que pudiera decir nada más, Loki se esfumó convirtiéndose en un hermoso cuervo de plumas negras como el azabache y oscuras como la noche. No pude apartar la mirada de él hasta que con su propia magia abrió el enorme ventanal que había en la alcoba para desaparecer.

—Adiós… —murmuré.

—¿Con quién hablas? —me preguntó una vocecilla a mi espalda.

Al darme la vuelta, me encontré con Aila. La joven elfo llevaba entre las manos unas telas bastante largas de las que no podía ni siquiera intuir el color, cubiertas por una manta oscura. Desvié la mirada hacia esos ojos grises y claros que no dejaban de observarme estupefactos.

—Eh… —murmuré—. ¿Qué es eso? —disimulé, mirando el bulto que aún colgaba de sus brazos.

Se acercó a la cama a la vez que intentaba destapar lo que había bajo la tela. Lo estiró sobre el colchón, y no pude evitar acercarme para saber qué era lo que se escondía. Empezó a destaparlo con una lentitud que provocaba que mi nerviosismo aumentara sobremanera.

—¡Destápalo! —le ordené.

—Ahora mismo, señora.

—¡Vamos, vamos! —le apremié.

La muchacha dio un bote, sobresaltada, y es que mi voz se había alzado más de lo que creía que haría. Una fina capa que se escondía bajo la manta era lo único que cubría el misterioso traje, o eso creía. Aila se hizo a un lado para que pudiera ser yo quien apartara el último obstáculo que me impedía conocer lo que había. Tragué saliva a la vez que con dos dedos sujetaba la fina tela, y poco a poco fui desvelando el secreto.

Un hermoso vestido negro, simple pero delicado, yacía sobre las oscuras mantas que había en la cama. Pasé mis dedos por encima. Era tan bello que no podía apartar la mirada de él. Lo cogí con suma delicadeza, intentando no dañarlo. Estaba deseando probármelo, por lo que rápidamente me deshice del fino camisón que llevaba, quedándome completamente desnuda. Tal era mi ansia por verlo sobre mi cuerpo que ni siquiera me importó tener a Aila mirando, o eso pensaba, ya que, al darme la vuelta, no encontré a nadie.

Me acerqué al espejo de cuerpo entero que había junto al armario y, cuando me vi en el reflejo, me quedé pasmada. No sabía qué era lo que más me asombraba, si la belleza del vestido o lo bien que le sentaba a mi cuerpo. Lo observé con detenimiento. Los hombros estaban cubiertos por largas y majestuosas plumas negras, como las de Hugin y Munin, los cuervos de Odín, que llegaban a cubrir la parte superior de mi espalda como si llevara unas alas replegadas. Me miré de lado. Eran tan relucientes que no parecían siquiera ser reales. El vestido no tenía mangas y quedaba ceñido en la parte del torso, ajustándose a la cintura con una pequeña banda cubierta de piedras. La parte baja era ligera, fina y opaca, con una larga abertura que empezaba un poco más arriba de la rodilla y llegaba hasta el final.

Pasé una de mis manos a lo largo del torso del vestido y abrí ligeramente las piernas, dejando que mi muslo asomara por el corte, quedando cubierto tan solo por la parte más alta, casi llegando a mi cintura.

—Es digno de una reina.

Estaba anonadada, todavía mirándome en el espejo, como si fuera una egocéntrica, pero era tan sumamente bonito que era capaz de dejarme sin palabras. No podía dejar de mirarlo ni un solo instante.

—Como tú —escuché que añadía Ottar a mi espalda.

Ottar

Estaba sumamente hermosa, tanto que solo con verla así sería capaz de arrodillarme ante ella, doblegándome, para que pudiera hacer conmigo lo que le viniera en gana, igual que lo había hecho ya una vez. Aquel vestido había sido creado especialmente para ella, para la mujer que ocupara un lugar a mi lado. Sería la más poderosa entre los Svartálfar, y estaba seguro de que recordaría, que permanecería junto a mí.

—¿De dónde ha salido este vestido? —me preguntó sin dejar de mirarse.

Sabía tan bien como yo que su belleza llegaba a límites insospechados cuando sobre su delicado cuerpo se posaba aquel bonito vestido.

—Lo han confeccionado para ti, Lyss —le comenté sin apartar la vista de ella—. Lo han hecho para mi reina.

Cuando se dio la vuelta para mirarme directamente a los ojos, sentí cómo un huracán recorría mi interior, haciendo que mi miembro se endureciera. Aquella maldita valkiria era capaz de hacerme perder el poco control que aún tenía.

—Es tan bonito…

Sus ojos brillaban como si estuviera viendo lo más hermoso de los nueve reinos, y la verdad era que tan solo yo podía verlo. Carraspeé y desvié la mirada.

—Esta noche cenarás conmigo, y quiero que lo lleves —le dije—. Aila te preparará y te guiará hacia la sala en la que estaremos aguardando por ti.

Asintió dos veces, mirándome. Me di la vuelta, apretando la mandíbula e intentando reprimir los instintos que me pedían que me lanzara sobre ella y la volviera a hacer mía una y otra vez.

—Nos vemos esta noche, Ottar.