48

Al bajar del autobús sentí que la sensación de desprotección crecía. Su mirada estaba fija en mí y aguardaba mi llegada junto a la estación. Tragué saliva, apretando las manos en puños y sujetando con fuerza mi geirr, la cual llevaba escondida en la manga del abrigo. Fijé la vista en la de ella. Aila aguardaba junto a la linde a que llegara a donde se encontraba. Cogí aire, tratando de reprimir las ganas de matarla con mis propias manos antes incluso de llegar a la casa.

—¿Qué haces aquí? —musité a la defensiva.

Sabía que no tramaba nada bueno. Ya había quedado más que claro que en ella no había más que rencor y maldad, algo que jamás pensé que vería en su interior.

—He venido a buscarte.

—¿Y eso por qué? —le pregunté.

Fijó su mirada en la mía. Parecía la misma chiquilla que me había estado ayudando durante mi estancia en el caserío, pero no me entraba en la cabeza que fuese ella quien hubiera delatado a Moa. Por otra parte, en aquella ocasión no había nadie más salvo nosotras tres, y solo ella podría haberlo contado.

—Bueno, así me lo han ordenado y eso he hecho.

Asentí sin apartar la mirada de ella. No quería despistarme y que pudiera hacer algo de lo que luego se lamentara. No sería como Moa, no me quedaría callada ni con ella ni con ninguno de los de su estirpe. Bajo ningún concepto dejaría que me pusiera la mano encima ni tampoco a Moa, quien estaría bajo mi protección pasara lo que pasara.

—Entiendo… —murmuré.

—¿Sí? —me preguntó alegre.

Tragué saliva. El odio me corroía por dentro. En mi imaginación la había ahogado y apuñalado repetidas veces, pero la realidad era que lo único que podía hacer era fulminarla con la mirada y aguantar el ansia hasta que llegara al caserío.

—Claro —le respondí sin ganas—. ¿Cómo has llegado hasta aquí? —le pregunté.

—En coche. Grimm me ha dejado coger el jeep.

Me recoloqué la mochila, y fue entonces cuando a mi mente vino Adam. No me había despedido de él antes de marcharme, aunque lo cierto era que tampoco habría sabido qué decirle. Había conseguido cautivarme en tan poco tiempo y hasta tal límite que ya estaba incluso ocupando parte del lugar que mi corazón me gritaba que era para Ottar.

—¿Te pasa algo, Lyss? —se interesó—. Te noto extraña.

—Simplemente estoy cansada, Aila.

Dije su nombre, llena de odio, cansada de que todo aquel que conocía me traicionara como lo habían hecho los demás. Por suerte, durante el tiempo que permanecí con Liv alejada del resto, fui capaz de desconectar, alejarme del camino que debía seguir para descansar y volver más fuerte, aunque lo hiciera por un bien mayor.

—Es normal. Debes haber hecho un viaje largo.

—Así es —le contesté escueta.

La muchacha hizo una mueca, notando mi enfado y las pocas ganas de hablar que tenía. En aquel momento, la rabia me invadía.

—Bien, será mejor que lleguemos pronto a la casa.

Miré el reloj que había junto a la parada del autobús; ya había caído la noche. La noche había caído sobre nosotros como un manto y las nubes cubrían las estrellas que, tímidas, se negaban a mostrarse y brillar para acompañarnos desde el firmamento.

Un poderoso trueno retumbó en todo el Midgard, acompañado de un grandioso rayo que me hizo pensar que a Thor no le gustaba nada la idea de que pudiera volver junto a los elfos oscuros. Aunque eso ya no servía de nada. Mi voluntad estaba frente a todo, y en aquel momento tan solo quería saber cómo se encontraba Moa.

—¿Vamos? —le pregunté a sabiendas de que al dios no le haría ninguna gracia.

—Sí.

Aila había dejado el coche varios metros más allá de donde se encontraba la zona en la que los pasajeros esperaban al autobús o se bajaban de él. Apenas era capaz de distinguirlo en el arcén de la carretera, junto a la linde del bosque.

—Es ese —señaló con una sonrisa.

Hice una mueca, sin ganas de seguir hablando con ella. Solo quería llegar al caserío y saber cómo se encontraba Moa después de lo que le habían hecho.

Al llegar, bajé del coche como un huracán, entrando en el enorme caserío hecha una furia. Necesitaba hablar con Ottar y pedirle explicaciones acerca de lo que hizo con Moa, ya que permitió que la torturaran sin pensarlo.

—Oh, Lyss —escuché que me llamaba Skule cuando me vio traspasar la puerta—. ¿Has vuelto? —añadió, con decepción—. ¿Qué demonios haces aquí?

—Sí, he vuelto, ¿es que no me ves? —pregunté—. Creo que eso no es algo en lo que debas inmiscuirte.

Su gesto se torció y acabó dejando ir un chasquido. Atravesé el gran recibidor en el que apenas había gente y puse los ojos en blanco. Aquella elfo me sacaba de mis casillas casi más que Aila.

—¿Dónde está Ottar? —le pregunté desde lo alto de la escalera, enfadada.

—¿A mí me lo preguntas? —me replicó.

Alcé una ceja, mirándola de arriba abajo, esperando que lo supiera. Para algo tenía a ese monstruo y esa maldita obsesión por el elfo. Sentía odio, tanto que no sabía si podría controlarlo, pero todo me superaba: la rabia por lo que le habían hecho a Moa, que Aila nos hubiera traicionado y, para colmo, el hecho de que Skule no hiciera más que babear por Ottar.

—¡Y yo qué sé! —exclamó.

—Deberías saberlo, sobre todo porque vas como perra en celo tras él… —murmuré entre dientes, llena de desdén.

Dejó ir un gruñido y se adentró en el largo pasadizo que la llevaba al búnker en el que me habían tenido encerrada durante semanas. Cogí aire, y fue entonces cuando todo cuadró: estaba yendo a por Moa. Estaba segura de que le haría a ella lo que no podía hacerme a mí, pero no iba a permitirlo. De un salto bajé las escaleras, y sentí que todo mi cuerpo se movía a base del enfado que recorría mis venas, envenenándome.

—¡Eh, Skule! —grité antes de que pudiera abrir la puerta.

Iba decidida a hacerlo. Estaba a punto de abrirla y, si lo hacía, ya no habría vuelta atrás. En el momento en el que tocara un solo pelo de la cabeza de Moa, la mataría sin pensármelo dos veces.

—¡Skule! —chillé. Alcé la voz aún más—: ¡Maldita perra sarnosa, te estoy llamando!

Corrí con todas mis fuerzas, intentando llegar a donde se encontraba, hasta que, encolerizada, se giró para mirarme.

—Estúpida valkiria, ¿es que crees que lo puedes tener todo? —Me detuve a unos metros de ella, aguantándole la mirada, sin dejar de perder de vista la puerta de la entrada al búnker—. ¿Aún piensas que puedes llegar a formar una familia feliz con Ottar? —me espetó con rabia—. Él no ama nada, solo la venganza, el terror y el olor a sangre pura. ¡Jamás amaría a un ser tan simple como tú! —Rio—. Una humana convertida en valkiria, ¡qué despropósito! —añadió—. Y, aun así, te crees suficiente como para ocupar un lugar que nunca será tuyo. —Negó con la cabeza—. Ni siquiera Ottar.

Me daba igual no tener a Ottar, no tener a nadie. Tan solo quería salvarla a ella, saber que podía volver a sanar las heridas que su piel y su alma arrastraban. Así que cogí aire, armándome de valor.

—No sé qué lección me quieres dar cuando al enfadarte has ido a por la indefensa Moa —gruñí, acercándome cada vez más a ella—. Sé lo que habéis hecho, Skule —siseé cerca de su oído—. Lo que has hecho durante mi ausencia, y jamás te lo perdonaré. —La joven elfo me miraba atónita, sin saber cómo reaccionar ni qué hacer para salir de allí antes de que fuera a más. Dio un paso hacia atrás, pero no dejé que se alejara. Tomé una de sus muñecas y la apreté con fuerza—. No habrá noche en la que puedas dormir tranquila, ni siquiera durante el día podrás vivir en paz. Cuando menos te lo esperes, ahí estaré yo, con mi geirr —dije, alzándola y desplegándola para que brillara en todo su esplendor—, preparada para acabar con tu insignificante existencia, haciéndote pagar por todo el mal que has provocado en este reino —escupí llena de odio—. En mi reino.

Le solté la muñeca y, acto seguido, le robé las llaves que colgaban de su cinturón, las cuales abrían la puerta del refugio. Cuando Skule se marchó, abrí cogiendo aire, hasta que toda mi fuerza se vino abajo.

—Moa… —susurré con los ojos llenos de lágrimas.