36

Apreté la mandíbula con rabia; no dejaba de observarla. Había salido de la casa con aquel patán. Veía cómo le sonreía a aquel hombre, que no hacía más que encandilarla con cada uno de sus gestos. Sujeté con fuerza el puñal, preguntándome si debía acabar con la vida de ese miserable antes de que todo se me fuese de las manos.

Lyss se arrepentiría de haberse marchado, pero aún no había llegado el momento. Debía conocer todo lo que la rodeaba, a ella y a su raza. Era demasiado importante para su recuperación. Si no lograba que recordara antes de que la luna dibujara su rostro en la pradera, sería Grimm quien tomaría el mando. Skule y él estaban ansiosos por destrozar aquello a lo que más había amado en toda mi existencia.

—El amor nos hace débiles, hijo.

—Nada me hace débil si la tengo conmigo, padre —murmuré sin apartar la mirada de ella.

Era cierto que en algunos instantes era capaz de conseguir que hubiera un ápice de clemencia, una parte que recordaba a la pequeña vikinga que conocí y que podía manejarlo todo a su maldito antojo. Dejé ir un fuerte gruñido. Aquella valkiria era todo lo que necesitaba para terminar con lo que había empezado. Sería la reina de mis elfos, la líder de mis guerreros. Mataría en mi nombre, igual que yo había matado en el suyo vengando su falsa muerte.

—Debes olvidarte de ella —apuntilló Grimm.

—¿Qué crees que he estado intentando durante todos estos eones? —gruñí.

—No haces más que perder el tiempo —añadió Skule.

—¿Quién te ha dado vela en este entierro?

—No hace falta que nadie me la dé. Yo soy la muerte —contestó a la vez que me guiñaba un ojo.

Sonrió con malicia. Adoraba la maldad que había en ella, pero en algunas ocasiones llegaba a resultarme insoportable, sobre todo cuando se trataba de Lyss.

—Será mejor que te calles, Skule —murmuré con enfado—. No estoy para juegos.

—Juega conmigo, elfo, y te haré arder en el más delicioso de los infiernos. —Me acerqué a ella, decidido, apretando la mandíbula con fuerza, intentando calmar el enfado que ardía en mi interior. Alcé una de mis manos, colocándola sobre su fino y largo cuello a la vez que sonreía de medio lado—. No te resistas más, mi rey —me susurró. Posé mi boca sobre su oído, dejando ir un profundo gruñido que erizó todos y cada uno de sus vellos—. Algún día liderarás este ejército, mi amor —me dijo a la vez que acariciaba uno de mis brazos—. Serás la cabeza de nuestra raza, y yo seré tu reina. —Sonrió—. Estaré a tu lado para doblegar a todos aquellos que osen interponerse en tu camino.

—Jamás seré tu rey, Skule —le dije con desdén—. Mi única reina tiene nombre, y no es de esta era.

Dejó ir un fuerte quejido que sonó lleno de rabia. Su furia era tan poderosa que si la usabas bien podías acabar con cualquiera en un santiamén. Por eso nos resultaba tan valiosa en los campos de batalla, porque era capaz de utilizar su ira en contra de todos los que creía sus enemigos.

—Se te ha escapado, Ottar —comentó riendo—. Has dejado que esa maldita furcia se marche. Solo tenías que hacer una cosa…: follártela y hacer que recordara esos asquerosos recuerdos que los dioses le arrebataron. —Cogí aire y apreté con fuerza la mano que tenía libre, aunque ni siquiera podía evitar que la otra respondiera de la misma manera. Cada vez la sujetaba con más energía, tanto que el aire ya no llegaba a sus pulmones—. Dijiste que cuando su pasado volviera, tomarías el control que abriría las puertas del Ragnarökr… —consiguió decir—. Y no has conseguido nada —rio semiahogada.

—Una noche de estas me verás acercarme a tu cama —siseé contra su oído—. Me sentirás junto a ti y no dejaré que te muevas ni respires, porque cuando no lo esperes, notarás cómo lentamente hundo mi mano en tu pecho y acabo arrancándote el corazón.

Nuestra respiración se había vuelto tan agitada que nuestros pechos no hacían más que moverse al mismo son, unidos por la rabia.

—Ottar… —me llamó Grimm. Le lancé una mirada llena de odio, con la mandíbula prieta y el corazón henchido de ira. La mataría, y no me temblaría el pulso por ello—. Suéltala.

Fijé mi vista en la de ella, hasta que su gesto cambió por completo. Pasó de la cólera a mostrar una sonrisa seductora e incluso excitante. Entonces, la solté.

—Me quedaré con eso de que vendrás a mi cama.

Me guiñó un ojo y, tras eso, dio media vuelta y se dirigió hacia donde se encontraba Grimm. Era afortunada de contar con su protección. Había veces en las que no me pensaría ni un solo instante acabar con su vida.

—Será mejor que nos marchemos —nos anunció Grimm.

Miré fijamente hacia donde estaba Lyss, mientras ellos desaparecían, pero ya no era capaz de encontrarla. Oteé el horizonte, sin embargo, ni siquiera veía a aquel maldito humano con el que hablaba. Los nervios cada vez iban a más, igual que mi odio hacia aquel ser. Todo se me estaba yendo de las manos, y no me hacía ninguna gracia.

—Estás aquí… —escuché su dulce voz tras mi espalda. Al darme la vuelta, me percaté de que no había ni rastro de Grimm ni de Skule, solo Lyss me observaba con esos dos hermosos y grandes ojos verdosos que tenía. El nerviosismo se calmó, dando paso a una paz que tan solo ella era capaz de crear en mi interior—. Ottar… —Escuchar mi nombre en sus labios era una tortura de la que no me cansaría jamás. Era tan pura que haría cualquier cosa por no dejar de oírla por el resto de mis días—. ¿Por qué has vuelto? —me preguntó.

No había rabia ni rencor en ella, tan solo la curiosidad de una joven que desconoce lo que sucedía a su alrededor.

—Necesitaba verte —le confesé.

Lyss

Sus oscuros ojos me observaban como si fuera el ser más hermoso que había visto jamás, lo que provocó que mis mejillas se encendieran. No sabía qué hacía ese hombre en mí, pero me recordaba lo que Adam había conseguido. Ottar era totalmente distinto. En él no había bondad, tan solo un alma oscura y rota que curar. ¿O tal vez era mi alma la que estaba rota y solo quería un poco de luz? Él no podía proporcionarme aquella paz que tanto ansiaba, ya que su propósito era acabar con los que estaban en su contra y vengar mi desaparición con el inicio del Ragnarökr, pero ¿era aquello lo que yo ansiaba o conocer el reino que fue mi hogar? Puede que solo así consiguiera recordar todo lo que durante tanto tiempo me escondieron.

—¿Por qué haces todo esto, Ottar? —quise saber.

—Necesito que vuelvas a recordarme —susurró ansioso.

Se acercó a mí con urgencia, deseoso de poder sentir mi piel contra la suya. Posó sus manos sobre mis hombros a la vez que fijaba su mirada en la mía. Pero ¿qué era lo que veía en ellos? Una mezcla de rabia y tristeza los asolaba, lo que me suscitó un sentimiento de pena hacia él.

—Pero…

Antes de que pudiera decir nada, sus labios se unieron a los míos en un beso que sabía a dolor y miedo, pero también a una pasión dormida y un deseo irrefrenable. Todo mi cuerpo tembló ante su contacto y mis piernas flaquearon, y gracias a que me sujetaba por los hombros, no caí de bruces contra el suelo.

—No sabes cuánto anhelo amarte con todo mi ser y sentir que me correspondes, Lyss —gruñó contra mi boca.

Cerré los ojos, intentando contener las amargas lágrimas que poco a poco se agolpaban, recordando el dolor que vivió en mí cuando los dioses nos separaron, antes incluso de que llegaran a borrar mis pensamientos.