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—¿Te pasa algo? —me preguntó Liv al entrar en la casa

Cogí aire, tratando de encontrar la forma en la que contarle lo que iba a pasar y para deshacerme de la inquietud que había empezado a sentir al cruzar el umbral de la puerta.

—No, solo es que…

No sabía cómo explicarle que debía abandonar aquel lugar, que lo más seguro era que no volviéramos a vernos jamás o que simplemente había estado mintiéndoles durante las semanas que había pasado a su lado.

—¿Qué ocurre? —insistió.

—Tengo que irme.

Solté la bomba como si me hubiera quitado un peso de encima, pero lo cierto era que su expresión hacía que todo se volviera más duro. Una mezcla de pena y asombro la atrapó, creando que una mueca de tristeza se dibujara en su boca.

—¿Cómo? —me preguntó, intentando recomponerse.

—Liv…

Era una mujer dura como ninguna otra, luchadora y valiente, y quería aparentar tener una coraza, esa que en muy poco tiempo había conseguido atravesar. No dejaba que nadie viera su dolor, sin embargo, conmigo parecía ser distinta.

—¿Cómo que te vas? —me exigió con su mirada fija en la mía.

Empezó a negar con la cabeza, una y otra vez, sin poder creérselo. Se acercó a donde me encontraba y tomó mis manos entre las suyas.

—Este día tenía que llegar, Liv… —comencé a decir.

—Pero no ahora, no cuando estamos averiguando quién entró en casa —me interrumpió nerviosa.

—Sé que conseguiréis saber quién lo hizo. No necesitáis mi ayuda —le aseguré.

—¡Claro que la necesitamos! —exclamó. Caminaba de un lado a otro, como si no pudiera quedarse quieta en un punto. Su inquietud cada vez iba a más—. Eres una parte importante de todo esto, Lyss —añadió con desesperación. Su mirada estaba llena de dolor, e incluso pude distinguir en ella un ápice de rabia que la reconcomía por dentro—. No te puedes marchar así como así —sentenció.

Vi cómo el mal se apoderaba de ella, por lo que mi alma y mi corazón me gritaron que la abrazara. Pero de poco sirvió. La energía que tenía por dentro era demasiado grande como para calmarla con un simple abrazo.

—Me habría gustado que te quedaras a ayudarnos a encontrar a ese malnacido —dijo a mientras cogía aire—. Espero volver a verte.

—Sí que podéis, Liv.

—¿Qué está pasando? —preguntó Ash de repente.

Apareció tras la puerta del baño, cubierto tan solo con una pequeña toalla que se sujetaba a la altura de su cintura, tapándole sus partes nobles. Miré a Liv, haciéndole un gesto. No quería que el resto se enterara hasta que lo tuviera todo recogido, pero, al parecer, no quiso guardarse para si el «secreto».

—Lyss se marcha.

—¿Estás de coña? —dijo confuso.

—No, no lo está —le respondí con pesar.

Ya solo faltaba que apareciera Nura para poder darle la noticia y que todos se hubieran enterado de lo que pasaría. Por suerte, aquello no ocurrió.

—¿A dónde te vas? —me preguntó—. ¿Volverás?

—Debo volver al sitio del que me recogisteis —le contesté apenada—. No sé si volveré, Ash. Lo único que sé es que debo marcharme ya.

Vi cómo Liv, resignada al fin, cogía aire y volvía a fijar la mirada en mí, apenada por lo que pasaba.

—Puedes llevarte la ropa que te di. Ya es tuya.

—No hace falta…

—He dicho que te la lleves —me ordenó.

Liv era de las personas que necesitaban tener el mando, el control de todo lo que acontecía a su alrededor, y cuando eso dejaba de ser así, empezaba a sentirse mal. Por ello había vuelto a ponerse seria, intentando manejar la situación.

—Gracias.

Sin decir nada más, me metí en la habitación y empecé a guardar en la bolsa que me había dado Moa todas las cosas que serían mías para siempre. Miré las cuatro paredes que me envolvían, cómo aquel lugar se había convertido durante unas semanas en mi hogar, todo gracias a las maravillosas personas que vivían dentro. La nostalgia empezó a apoderarse de mí de tal manera que incluso mis ojos se llenaron de lágrimas. Echaría de menos aquel lugar, pero no podía permitir que siguieran haciéndole daño a Moa, quien había cuidado de mí como si fuera una madre.

Media hora más tarde y con todas las cosas recogidas, fui al salón, donde me esperaban Nura, Ash y Liv. Bajo sus atentas miradas, dejé la bolsa sobre la mesilla que había frente al sofá. Por la mirada de la mujer, pude ver que ya le habían explicado lo que pasaba, por lo que no tuve que decirle nada.

—Lo siento —le dije a Liv al oído cuando me abrazó para despedirnos.

No contestó; simplemente, sentí cómo su corazón me decía adiós, lleno de tristeza, esa que ella no era capaz de mostrar sin sentirse vulnerable.

—He hablado con Jacobson para que te acerque a la salida del ferry —me anunció—. Él va hacia Sæbøvegen, donde te dejará para que puedas coger el ferry y desde allí un autobús.

—En Nesvik podrás coger el autobús que te lleve a Hardangervidda —me explicó—. Es allí donde vas, ¿no?

—Así es. —Asentí.

No podía decirle exactamente a dónde me dirigía, pero sabía de dónde había venido, ya que me encontró no mucho más allá del parque.

Antes de que Liv dijera algo más, Nura se puso en pie, cogió mis manos cobijándolas entre las suyas, y me dijo:

—Lamento mucho que tengas que marcharte. —Me miró directamente a los ojos—. Ojalá lo que te reclama en esas tierras no sea tan horrible como crees.

—Ojalá sea así, Nura.

Me miró con pesar, aunque podía sentir su calidez y su afecto llegando a mí. Las amargas lágrimas empezaban a inundar mis ojos, por lo que los cerré y me lancé a sus brazos, esperando ser recibida.

—Sé que volverás —me dijo Nura con su ternura, abrazándome.

—Eso espero.

—El futuro tiene muchos caminos, y estoy segura de que el tuyo pasará por aquí. —La mujer sonrió, haciéndome aún más dura la marcha.

Tragué la pena que me sobrecogía el pecho y que me pedía que no fuese a ninguna parte, pero eso no podía ser así. No permitiría que nadie volviera a hacerle daño a Moa. No le tocarían ni un solo pelo más, ni Ottar ni Skule ni siquiera Grimm.

Durante algo más de media hora estuve en el coche de Jacobson; ni siquiera mediamos palabra. El hombre me había hecho entrar en la parte trasera del vehículo como si fuera una criminal, cosa que me había sentado como una patada en el estómago. Permanecimos en silencio hasta que llegó el momento de despedirnos. Entonces, solo se dignó a decir:

—Que te vaya bien el viaje.

—Gracias.

Me di la vuelta, divisando en la lejanía el ferry que me dejaría frente a la estación de autobuses, donde me esperaban más de tres horas de viaje. Cogí aire, armándome de paciencia, pensando en todo lo que había sucedido durante el mes que, aproximadamente, había estado fuera. Había conseguido recordar parte de mi historia: los encuentros con Ottar, el amor que mis padres me habían profesado, parte de mi vida en el poblado… Pero todavía había cosas que desconocía. ¿Qué ocurrió con el elfo cuando me llevaron? ¿Acaso estaba con él y eso hizo que los dioses actuaran? Él no era el mismo que el elfo con el que me había reencontrado. Estaba segura de que había una bondad dormida en su interior con la que una vez consiguió enamorarme.