28
—Necesito parar —dijo Ash.
Liv lo miró por el retrovisor, fijando sus ojos en los de él. Cogió aire a la vez que se llevaba a la boca un cigarrillo y lo prendía.
—¿Por qué? —le pregunté.
—No podemos detenernos, Ash. —Liv hizo una mueca con la boca—. ¿Es que no recuerdas lo que ha pasado?
Por el espejo pude ver cómo Ash ponía los ojos en blanco, aunque no tardó más de unos segundos en negar con la cabeza. Claro que lo recordaba, pero por algún motivo quería parar.
—¿Crees que ese hombre continuará persiguiéndonos? —me preguntó.
Le dio una larga calada al cigarrillo y poco después lo sacó por la ventana, dejando que el agua de la lluvia lo apagara.
—Ojalá no lo haga —contesté en voz baja—. No me gustaría tener que encontrármelo de nuevo.
Hice una mueca. Aquel hombre parecía estar completamente ido. No hacía más que correr y gritar algo que fui incapaz de entender a la vez que sujetaba aquella gran hacha vikinga.
—Espero que se haya cansado antes de encontrar un maldito coche con el que poder seguirnos. Estaba loco —murmuró Ash.
Cogí aire, perdiendo la mirada en la oscura noche que se había cernido sobre nosotros. No era más de media tarde, pero apenas se podía ver más allá de donde alumbraban las luces del coche. Durante unos segundos me sentí afortunada por haber encontrado a aquella pareja de viajeros que me dejaban acompañarlos hasta que fuera el momento de partir.
—Y… —comencé a hablar—. ¿A dónde os dirigís vosotros?
—Vamos hacia Hjelmeland —me respondió Liv.
—¿Qué se os ha perdido allí? —quise saber curiosa. La joven de ojos claros y cabellos blanquecinos me miró de reojo, aunque sin dejar de prestarle atención a la carretera. Apretó la mandíbula, y por un momento deseé no haber preguntado nada—. No hace falta que respondas si no quieres —añadí, intentando que no se viera obligada a ello.
—Vivimos allí —comentó el chico—, aunque vamos en busca de su hermano.
—¡¡Ash!! —gritó Liv.
—¡Lo siento! —alzó la voz él, disculpándose.
Liv permaneció en silencio y con la vista fija en el oscuro y frío camino mientras yo no podía hacer más que darle vueltas a qué demonios era lo que debería hacer. Estaba perdida. Durante eones confié en lo que me decían. No era capaz de cuestionar ni uno de los pasos que daba, pero desde mi llegada no había dejado de hacerlo. Me sentía incompleta, desorientada, no sabía hacia dónde debía tirar ni qué era lo que me decía mi corazón. Quería conocer a aquellos que una vez fueron mi raza, pero no sabía qué consecuencias tendría. Y eso, en cierto modo, me asustaba. Cogí aire, fijando la vista en el exterior, en los cientos de rayos que cruzaban el cielo acompañando la furia de Thor.
—¿A dónde has ido, valkiria?
Podía escuchar su voz tan dentro de mí…, tanto que era incluso difícil no pensar que estuviera a mi lado. Aquello no era un recuerdo como los que había visto decenas de veces. Era tan distinto que ni siquiera era capaz de reconocer el lugar en el que me encontraba.
La oscuridad lo había ensombrecido todo a mi alrededor. No podía ver nada más allá. Tan solo un halo de luz me acompañaba, iluminándome entre la negrura. Alcé las manos. Ni siquiera vestía como recordaba. El colgante ya no colgaba de mi cuello y mi geirr había desaparecido. ¿Dónde estaba?
—No puedes huir de mí, Lyss —murmuró—. Estoy en tu cabeza, en cada árbol que se mueve al son del viento, en cada una de las piedras sobre las que caminas, en cada canción, en cada trueno.
—No pienso huir de ti, Ottar —le respondí, a sabiendas de que me escucharía—. Solo quiero respuestas.
Apareció ante mis ojos, vestido tan solo con unos pantalones negros y pintado con sus marcas de guerra, tan rojas como la sangre. Se acercó a mí con lentitud, fijando su mirada en la mía. Podía sentir cómo todo su ser gritaba, cómo aullaba buscando algo que no lograba encontrar. Estaba perdido, casi tanto como yo, pero… ¿su fortaleza era tan grande como para resistir al pasado?
—Yo te daré respuestas, mi vikinga —me susurró al oído, acercándose cada vez más.
Acarició mi cabello con delicadeza a la vez que posaba una de sus manos sobre mi hombro. Sentí cómo mi corazón se desbocaba, cómo me rogaba salir de allí o quedarme para que las tinieblas hicieran conmigo lo que quisieran, para que él lo hiciera.
—Lyss, despierta —escuché que me decía Ash con mimo.
Sentí una de sus manos rozando mi hombro. No pude evitar dar un bote hasta que me di cuenta de que realmente era él quien me tocaba y no Ottar. Cogí aire, intentando calmar mi extasiado corazón.
—Hemos llegado.
—¿A dónde? —le pregunté.
Me notaba cansada, sin fuerzas para apenas nada, ni siquiera para mantener alzados mis párpados. Suspiré, sin apartar la mirada de Ash.
—A Hjelmeland.
Abrí los ojos como platos. ¿Cuánto tiempo llevaba durmiendo? Carraspeé, me senté bien en el asiento y miré la casa que había frente a mí. No era muy grande, lo suficiente como para poder albergar a una familia no muy numerosa, y sus paredes eran de un rojo oscuro casi granate con algunos toques blancos.
—¿Dónde estamos? —pregunté de nuevo.
—Me debes treinta euros —me contestó Liv.
La miré de reojo, sin entender a qué venía aquello, hasta que recordé el maldito ferry que debíamos coger. Me pasé una de las manos por la cara y empecé a rebuscar en la bolsa que llevaba hasta encontrar el dinero.
—Quédate a dormir —me dijo Liv—. Es tarde para que vayas a ninguna parte.
—¿Qué más te da si me marcho?
—Pues la verdad es que me da igual, pero no me gustaría encontrarte por ahí muerta —musitó—. Me empiezas a caer bien.
Ash se apartó de mí y, con una enorme sonrisa, me miró.
—Quédate —me pidió él.
No tenía a dónde ir. La noche había entrado salvajemente, apenas se veía, y no sabía cómo llegar hasta el prado ni dónde se encontraba. En realidad, ni siquiera tenía claro qué hacer, por lo que decidí aceptar la oferta que me había hecho.
—Gracias. —Sonreí.
Ella se limitó a hacer una mueca a la vez que se encendía un cigarrillo. Le tendí los billetes y rápidamente los cogió para, acto seguido, guardarlos en uno de los bolsillos de sus pantalones.
—Vamos —me dijo Liv.
Parecía seria, demasiado, pero no lograba entender el porqué. Debíamos sentirnos afortunados de no haber visto de nuevo a aquel maldito loco que no hacía más que perseguirnos. Pero no era así.
De la parte trasera, sacaron dos bolsas. Parecían ser bastante pesadas. Aun así, ambos se la colgaron del hombro y me observaron durante unos instantes, esperando a que saliera del coche. Cogí mis cosas, guardando de nuevo mi geirr, la cual no había desaparecido, en el interior de mi manga, en guardia, por si algo ocurría en la casa.