Ayer llamé a Amparo, la secretaria del jefe, estuve hablando un rato con ella por teléfono. La conversación me ha trastornado un poco. Un poco no, bastante. Supongo que todavía no me doy cuenta de cuántas cosas me ha soliviantado, ni de sus consecuencias.
—Te noto triste —me dijo. Es muy femenina vistiendo, pero aún lo es más observando el estado de ánimo ajeno.
No le di ninguna explicación. Le pregunté por el trabajo, por la gente de la agencia, por el jefe… Y el miedo me llevó enseguida a preguntarle otra cosa:
—¿Tú crees de verdad que podría volver a la agencia si me hiciera falta?
—Ya decía yo que te notaba… ¿Qué pasa, te rindes?
—Me quedan tres meses de paro. Y, bueno, es verdad que luego podría vivir otro año más con el dinero que me queda en el banco. Pero no puedo hacer esos cálculos. Tres meses es el tiempo que me doy.
—En tres meses no colocas tú un guión que ni siquiera tienes escrito…
—Y hay quien no lo coloca nunca. Ya lo sé. No tengo nada hecho que merezca la pena, así que, lo más probable es que dentro de tres meses tenga que ponerme otra vez a trabajar. O sea, te lo pregunto otra vez, ¿tú crees que podría volver a la agencia?
—¿Por qué no se lo preguntas al jefe?
—Porque te lo pregunto a ti. —Me di cuenta de que me había salido una entonación demasiado tajante—. No, bueno, te explico: no se lo pregunto porque no quiero que me ponga cara de triunfador, de ya lo sabía yo, sabía que volverías, te lo advertí… Y te lo pregunto a ti sobre todo porque no sólo me preocupa el jefe…
—Ahí está, tú lo has dicho: el problema es tu querido Pepe Arcaron. Desde que mandaste su historia por ahí, ya no es que te odie, es que yo creo que si te ve, te mata con sus propias manos. Y la verdad, no se me ocurre cómo podría ser eso de que tú volvieras estando él aquí en medio…
—Yo sé que el jefe, si yo le planteo volver y Pepe le plantea que o él o yo, lo elige a él sin dudarlo.
—Pues sí, es triste, pero es así. Además, es que no tiene más remedio que elegirlo a él.
—Ya lo sé. Y sabía que, con mandar esos papeles, me cerraba la puerta.
—El jefe también los ha leído, aunque no se los mandaste.
—Bueno, pero sabía que le llegarían.
—Y no le hizo ninguna gracia, como comprenderás. Aunque fuera una historia de hace tiempo, aparecía él yendo de putas con Pepe, y aparecía la agencia, con otro nombre, pero…
—Pues el jefe precisamente, mira por dónde, debería agradecerme que no aclarara que no todas las putas eran mujeres… Sólo las de Pepe.
—Sí, vaya, que no me digas más, ¡te va a agradecer que, en lugar de siete puñaladas, le dieras sólo cinco…!
—El no aparece más que de refilón, no es para tanto.
—Sí, eso le decía yo, que no era para tanto en su caso. Y que, además, esos folios eran casi privados, que se los habías mandado a muy poca gente. Pero, claro, él sabe, igual que tú y que yo, que se iban a fotocopiar, que correrían como la pólvora, y que era cuestión de tiempo que los tuviera todo el mundillo de la publicidad…
—Pepe no es tan famoso…
—¡Bueno que no! ¡Eso es lo que tú crees! Él era conocidísimo desde antes, pero ahora ya sois famosos los dos: tú y él.
—Pero ¿cómo saben que los he escrito yo?
—¡Pórfavor! Verde y con asas. Una cosa es que no lo firmes y otra que…
Ella no terminó la frase y yo me quedé un momento entretenida con la tontería de caer en la cuenta de que no sabía lo que era «verde y con asas»; yo también lo usaba, pero no lo sabía, de qué color era el caballo blanco de Santiago sí, pero verde y con asas, no.
Amparo siguió contándome escenas de la oficina:
—Cuando llega un sobre a nombre de Pepe, sin remite, así, grande y grueso, como con pinta de tener dentro un taco de veinte o treinta folios, Mayte viene corriendo a cotilleármelo, «otro, ha llegado otro», dice. Y es que le han estado mandando tu historia por correo últimamente… yo qué sé cuántas veces. Le han mandado diez o doce por lo menos, no te exagero. ¡Y nosotros, en la agencia, al principio!, que fuimos tan tontos que le dejamos una copia encima de la mesa y todo, para que se enterara; ya ves tú, como si no se fuera a enterar… Y estoy segura de que le seguirán llegando copias. Anónimas todas. Gente que no quiere ahorrarle el disgusto, que disfruta más bien asegurándose de que lo va a leer y se lo va a llevar. A veces le ponen notas y todo que hemos pillado de su papelera, como una que decía: «si por la boca muere el pez, ¿por dónde mueren los cabrones como tú?».
—Por la polla, claro —completé yo, divertidísima.
—«Lee esto y lo sabrás», le pusieron.
—Esa es buenísima… —dije.
Pero yo quería volver a lo que me interesaba, por eso seguí tirándole de la lengua sobre cómo estaba la situación conmigo. En un momento dado, me dijo:
—Es que no es sólo por la historia de Pepe. Es que tú eres muy problemática, chica, lo has sido siempre, y eso está bien; está bien, pero tiene sus costes… —el tono de Amparo había adquirido de pronto una nota oscura, sentenciosa, casi diabólica, difícil de oír interpretada por ella, pero allí estaba. Y me sobrecogió.
Hubiera jurado que no le faltó tampoco un atisbo de aprobación del castigo, de ratificación de la condena.
Sin embargo, esto último ya me pareció imposible entre ella y yo, así que deseché la idea y procuré ver a la Amparo que me apreciaba y a la que apreciaba yo.
—No puede ser que te pille de sorpresa —siguió ella—. Tú eres como eres, y bueno, vale, eres así y es lo que hay, pero que eso tiene sus consecuencias, y que tú tendrías que saberlo. Lo de poner por escrito la historia de Pepe no es más que una parte. Pero está la otra. Fíjate, para que te hagas una idea: el otro día comentó el jefe, a cuento de Carlos Gutiérrez, que es más o menos el que ocupa tu puesto ahora, pues comentó, «hay que ver este chico lo mañoso que es; también sabe hacer buenas campañas» (y con el «también» se refería a ti porque señaló el original del Humo de Habanos que tanto nos gusta a todos, y se fue a la pared, incluso, y se plantó de frente a él y lo miró); «bueno, a lo mejor hemos perdido algo en eso, hay que reconocerlo», dice, «pero ahora por lo menos las reuniones con los clientes no son un padecimiento». Y es que tienes que reconocer que eras un poco… Tienes que pisar tierra, sobre todo, y darte cuenta de que hay mucha gente que sabe hacer bien tu trabajo, no vamos a decir que mejor, pero sí bien, y si, además, no crean problemas, pues ya me dirás…
—Ya lo sé. Y no me lo expliques porque no me pilla de sorpresa. Además, en cualquier empresa, especialmente en una como la nuestra, los amores duran justo lo que duran las necesidades, ¿te crees que no lo sé? Lo sabía antes de irme —dije, y mentí un poco al decirlo.
Mentí por orgullo, por dignidad, y noté que me sentaba bien hacerlo, que me ayudaba a reprimir las ganas de llorar que hubieran podido acometerme si les dejo un solo hueco, autocompasión no sólo por mi trabajo, sino, en aquel instante, también porque me vino su ausencia a la cabeza, también por mi entrañable vendedora de tornillos a la que me parecía estar perdiendo de la misma tonta manera. Y como me sentaba bien, seguí:
—… fíjate si lo sabía, que estuve valorando seriamente si mandar por ahí lo de Pepe o no, porque sabía que sería la guerra a muerte conmigo si lo hacía. ¿Y sabes por qué lo mandé al final? Pues porque me di cuenta de eso, precisamente, me di cuenta de que, una vez que me había ido, cuando mi hueco se rellenase, ya no habría luego una forma decente de volver… Que me iba a dar igual, vamos, que no podría volver de todas formas. Con la historia de Pepe o sin ella.
—Es que… por muy buena creata que seas, tú mejor que nadie sabes que eso, en Lobster, no es lo que vende la campaña. «Con la creatividad no se come».
—Y tanto que lo sé. Ya has visto que hasta lo he escrito.
—Sí, y gracias a eso, si alguien de la publicidad no te conocía, ya te conoce medio Madrid… ¿has pensado también en esa parte?
—¿Qué quieres decir, que si he pensado en que al mandar esos escritos me estaba cerrando las puertas de otras agencias también, no sólo de la nuestra?
—Ya veo que sí lo has pensado. ¿Y qué, no te asusta?
—¿No volver a trabajar en una agencia? Pues la verdad es que no —dije, y volvía a ser mentira, o no del todo cierto; sin embargo, esa base me ayudó a encadenar varias verdades seguidas—: Tú sabes que a mí, en el fondo, nunca me ha gustado lo que hacía. Cada vez tenía más problemas de conciencia en lugar de menos. Me asusta el dinero, eso sí me asusta, tenerlo o no tenerlo. Pero si hay una cosa que no me da miedo a mí en esta vida, te juro que no, es cambiar de trabajo. Y como también he aprendido últimamente, y sin ningún trauma, que se puede vivir con mucho menos dinero, pues ya ni siquiera necesito un trabajo en el que se gane tanto y cuanto. Con que me guste y se gane lo normal, me vale.
—A lo mejor podrías trabajar en Espirit… Ya sabes que Damián Sánchez odia al jefe.
—¡Lo dirás en broma! ¿Salgo de Guatemala para…? No, no. ¿Sabes lo que me apetece? Tengo una amiga que es vendedora, pero vendedora de tornillos, nada menos. Vive viajando. Y sé, porque me lo ha dicho ella, que en su empresa podría trabajar. Y no te creas que no me seduce la idea de ser viajante…
—¿Qué? ¡Ay, por favor, viajante! ¡Viajante de tornillos, no digas tonterías! ¿Tú? ¡Venga ya! —recibió la sorpresa con un asco espontáneo. Y es que tiene Amparo una vena de señora acomodada y comodona que le hace exclamar horrorizada ante el feísmo de ciertos encuadres de la vida. O será que salta ahora ante ellos, ante algunos, con una sinceridad en el rechazo, que antaño, por motivos ideológicos, no podía permitirse.
—¿Y por qué no? —me salió del alma revolverme. Sentí una punzada de dolor en el corazón, de dolor verdadero por la ofensa a mi amada vendedora de tornillos. Y quién sabe si no fue en aquel exacto momento cuando decidí considerar que mi idea de hacerme viajante era buenísima, por principio, igual que ella consideraba, por principio, que era horrible.
—No, si yo no digo nada; yo lo que digo es que ya eres muy mayor para escaparte de la realidad fantaseando… ¡Vendedora de tornillos, dice! Te parecerá exótica la idea. Pero la realidad es la realidad. Cuanto antes desembarques en ella, mejor para ti. Y no te enfades, te lo digo por tu bien.
—Tampoco te enfades tú si te digo que hay gente que sólo puede hacer en la vida un par de cosas o tres, y hay gente que puede hacer muchas más… y la diferencia entre unos y otros no son tanto, como creemos, las capacidades, sino la amplitud de miras… ¿Te acuerdas cuando se decía que había que tener «amplitud de miras»? A la gente a la que de verdad le gusta la vida, se le ocurren mil cosas que hacer… Y mil calles por las que tirar, no sólo por la calle de en medio. Es más, incluso después de haber elegido una calle, esta clase de gente todavía se pregunta si de verdad le apetece ir por la acera que va o si no le apetecería más cambiarse a la acera de enfrente…
Así le hablé, pero hay veces, como ésta, en que argumentamos con éxito en contra de una idea, hacemos un mejor análisis, sacamos conclusiones más acertadas, convencemos y hasta ganamos sin duda la discusión, sí, y sin embargo, sentimos que no tenemos nada que celebrar, que nuestra victoria dialéctica nos deja, incluso, un regusto amargo, como si la razón siguiera teniéndola quien la ha perdido.
Luego tuvo que colgar apresuradamente porque la llamaba el jefe y me dijo que después me llamaría, cuando se despejase la agencia, a medio día, aprovechando que ahora ella no bajaba a comer, estaba de régimen, se tomaba una papilla churretosa con sabor a fresa y un yogur empeorado con un puñado de granos a los que llaman fibra. Siempre se dice «te llamo luego» cuando una tiene que colgar, así que di por hecho que no lo haría. Tampoco hacía falta.
Sin embargo, me llamó, a eso de las tres y media de la tarde, y, después de explicarme con todo detalle en qué consistía su dieta, me comentó:
—Pues sí, el jefe sí me pregunta de vez en cuando si sé qué haces o qué vas a hacer; si habías pensado en volver a la agencia…
—O sea, que tiene miedo de que le pida volver…
—¡Exactamente! Pero ¿y qué? ¿Es que te extraña? Pues no te extrañe. No es para menos. Tú piénsalo. Si se lo pidieras, tendría que decirte que no. Ya sabes: con todo el dolor de su corazón y etcétera, pero no. Y yo creo que no tiene nada clara cuál podría ser tu reacción ante eso. Está deseando saber si te enfadarías o no y de qué clase sería tu enfado. Sobre todo sabiendo, como sabemos todos, que quien está detrás del no es Pepe.
—Vaya, vaya… ahora resulta que soy peligrosa.
—Es que lo eres, reconócelo. Cabreada, sí. Sabes un montón de cosas.
—¡No me digas eso! ¡Tú no, por favor! —me quejé dolida porque me dolió sinceramente-Tú sabes que yo no soy capaz de traicionar a nadie; no voy con el cuento por ahí; por mucho que sepa. Yo no soy capaz de denunciar a mi empresa, por muy bien que me sepa los manejos, yo no hago guarradas de ese tipo…
—¡No, perdona, no me refería a eso, perdona! —me interrumpió ella lo antes que pudo.
—… ésos son los chantajes de Pepe, que es el contable. Y un gusano. Pero yo no soy así.
—¡Ay, no, pequeña, de verdad que no! —puso su voz más cariñosa para consolarme por teléfono a falta de poder hacer lo que hubiera hecho de estar frente a frente, cogerme al menos una de las manos—. ¡De verdad que no me refería a eso! Eso no lo piensa nadie, no. Ni yo ni el jefe ni nadie. Al contrario, el jefe lo que dice siempre es: «Menos mal que la creata es de confianza…». No, no. El sabe que tú no le vas a ir con el cuento al dueño de P(…), por ejemplo, por muy mal que te caiga su director de publicidad. Ni vas a ir a Hacienda a señalar dónde tienen que venir a mirar…
—¡Por supuesto que no!
—No, no, eso está claro. De verdad. No es eso. Nadie duda de ti en ese aspecto y el jefe menos que nadie, no. El jefe, a lo que le teme, es a tu lengua, a tu pluma, mejor dicho. Hija, por dios, ¿no te das cuenta?: le teme a tus escritos.
—¿A mis escritos? ¡Esta sí que es buena!
—El piensa que si no te deja volver y tú crees que lo hace porque opta por Pepe y te cabreas con él por eso (bueno, por eso y por no cumplir su palabra, porque te dijo que podrías volver si querías), pues que… si te enfadas mucho, te puede dar por hacer un retrato suyo como el que hemos leído de Pepe y mandarlo por ahí… con ciertas intimidades también… Y eso le haría bastante más daño que una multa de Hacienda o perder una cuenta.
—¿Y me tiene miedo por eso? Yo no tendría razón para enfadarme, porque me fui porque quise. Y el que se fue a Sevilla…
—Ya. Pero… Será que tiene mala conciencia, digo yo, como te dijo que podrías volver…
—Pues dile de mi parte que se quede tranquilo, que yo no traiciono a la gente que me cae bien, aunque sean unos prendas como él… ¡Será posible!
—Pero él no es el único de la agencia que está acojonado desde lo de Pepe, eh… que lo sepas. ¿A que no adivinas quién es otro que me pregunta a mí si sé algo de ti, de lo que haces y de lo que no haces, si piensas escribir más historias…
—Pues…
—¡Y no veas qué cara desencajada se le pone cuando le digo que sí, que me parece que estás trabajando en otros capítulos sobre nuestra gran familia…! ¿No caes? Francisco Javier Mañes.
—¡El Mañes!
—Sabía que te ibas a reír.
—¡El delineante!
—Es arquitecto, no seas mala.
—Sí, ya ves tú, arquitecto de estañes de feria de muestras… ¡Y cada vez que me acuerdo del están que hizo para Alimentaria!
—Pues sí, acojonadito lo tienes.
—Pero si ése es un… un… un mierdecilla. ¿Qué tiempo se cree que voy a perder yo en…? Ese tío está enfermo. Y te lo digo en serio. De ego.
—Pues sí, hija, sí, lo tienes que no duerme. Como sabe que él no te caía bien…
—¡Pero si es un baboso! Ni bien ni mal. Me ofende que crea que pienso en él.
—Ya, seguramente. Pero es que eso de poner por escrito lo de Pepe está trayendo mucha cola. El jefe dijo enseguida: «Cuando las barbas de tu vecino veas pelar…».
—Pues no, dile al Mañes que puede seguir robando los cartuchos de tóner de la impresora porque no le voy a ded…
—¡Ay!, ahora se lleva también del almacén paquetes de quinientos folios. Hay que ser cutre, ¿para qué querrá todo eso?
—A saber. A lo mejor tiene un primo que tiene una empresa de fotocopias y van a medias.
—No sé, pero que hay varios en la agencia nerviositos, te lo aseguro, preguntándose contra quién irá la siguiente entrega.
—Desde luego… Esto que me cuentas sí que no me lo esperaba yo. Pero te digo una cosa: me encanta saber que me temen. Me encanta. Aunque son miedos tontos, porque yo no me he vengado de Pepe por mí. Lo de Pepe es excepcional. Pero excepcional de verdad, en muchos sentidos. Porque una cosa es que yo tenga razones personales para vengarme de él, y otra que lo haya hecho por esas razones. Si lo he hecho, en el fondo, aunque no me creas, ha sido más bien por eso que sabemos tú y yo: por lo de su mujer.
—Sí, sí. Yo sí me creo que lo hayas hecho por eso. Claro que me lo creo. Y me parece muy bien, además. Yo te digo lo que dicen por aquí, no lo que pienso yo. Lo que yo pienso ya te lo dije en su día: que ole tus narices y que, a ese cabrón, todo lo que se le haga es poco. Y por cierto, hablando de lo de su mujer… yo creí, al ver que aparecía ella en la historia, que ibas a decir algo sobre los malos tratos; me imaginaba que lo ibas a sacar, pero no lo sacas.
—Es que lo dudé mucho. Por eso está y no está. Pero al final decidí que no. Por ella. Porque las mujeres maltratadas se avergüenzan de serlo y me pareció que no debía ir por delante de ella. Si ella no lo denuncia…
—Cada vez que oigo en el telediario un caso y otro caso… ¡es que es un goteo!… pienso, más de una vez lo pienso, si no tendremos que lamentarnos tú y yo un día de éstos de no haber hecho nada. Los maltratadores no dejan de serlo nunca, al contrario, dicen que van a más.
—No creas que hemos hecho poco… Y, sobre todo, es que no podemos hacer más. Ya le mandamos en su día aquellos folletos, ¿te acuerdas? Por muy anónimo que fuera el envío, ella ya sabe que hay más gente que lo sabe… A estas alturas, ya tiene que haber entendido que, si quisiera pedirla, encontraría ayuda.
—No sé. La pena es que no se electrocutara, desde luego. Según tu versión, ya que te ponías, si resulta que su cuñado le preparó la trampa a propósito, que no fue un accidente, pues ya que te ponías, digo, podías haber puesto que se quedaba frito… Y todo arreglado.
—Pues sí, muerto el perro…
—Si es lo que yo digo: con tanto grupo terrorista como hay, ¡y que no salga uno que se ocupe de estos gentuzos! Yo daría dinero gustosa; te lo digo en serio… Porque, claro, al final es siempre lo mismo, es lo que tú dices, que no podemos ir por delante de ella, ¡y eso es una impotencia que…!
—¡Un grupo terrorista, sí! —me quedé con su idea, la más salvaje—; ¡Eso es lo que nos hace falta! —una idea a la que merecía la pena dar forma, en todo caso, antes de desecharla—. A ver, Amparo, a trabajar, vamos a desarrollarla: un grupo armado, más bien que terrorista, seamos propias, un grupo armado de palos, nada de armas de fuego, y sólo de mujeres, que devolvieran los palos, no todos, claro, porque no se podría devolver todos los palos a todos los agresores, habría que elegir bien los objetivos más simbólicos, porque se trataría de una labor política de concienciación, no de venganza, no propugnamos el ojo por ojo, sólo llamar la atención sobre esta violencia, verdaderamente terrorista, contra las mujeres, así que habría que elegir a maltratadores muy significados, los más brutales, los reincidentes, y no sólo a mal-tratadores directos, habría que poner también a ciertos jueces como objetivo, a aquel juez gallego de la minifalda el primero… Y nada de matarlos, hay que insistir en esto, romperles las piernas nada más, o sea, «sufre cariño, pero no dejes de lavarme la ropa», la misma filosofía que tienen ellos; y te digo más —a mí me entusiasmaba la perspectiva a medida que se ensanchaba, y a Amparo también—, serían sólo mujeres las que formaran el grupo, sí, pero yo me permitiría el lujo de contratar a hombres, a matones, para que den la paliza, y no paliza, sólo cuatro golpes bien ensayados y exclusivamente localizados en la parte baja del cuerpo, cuidado, cojeras para toda la vida sí, o sillas de ruedas, pero ni el más mínimo riesgo de matar a nadie, no sería bueno para el grupo que hubiera una muerte, ni siquiera accidental; y lo que digo es que, por si acaso los pillan, a los ejecutores, es mejor que los ejecutores sean sólo hombres, ¿por qué no? ¿No se permiten ellos el lujo de alquilarse putas?, pues nosotras también nos alquilaríamos matones. ¿No dicen ellos que todas las mujeres somos putas?, pues nosotras tenemos derecho a pensar que la mayoría de ellos son unos matones, que es cuestión de precio y de ponerse a buscar en donde ellos se ponen a ofrecerse. Nosotras sólo tendríamos que encargarnos del dinero, de conseguirlo, y de la dirección política. Y nada de comandos establecidos, no, tampoco, demasiado peligroso, matones nuevos para cada acción, así no habrá nunca infiltrados ni confidentes, dos, siempre dos matones solamente, una pareja, y desconocidos entre sí, con una sola entrevista para contratarlos, encapuchada la contratante cuando se hace el encargo y ninguna otra cita más, por si los pillan mientras están actuando, para no dejar nada al después y que venga la policía, así que el modo de pago tiene que estar muy claro para que no haya más que un contacto directo entre los contratados y el grupo que el del momento del encargo, y yo tengo una forma de pago que no falla, que no necesita dos entregas y que evita todos los recelos de los que no saben si van a cobrar o no, la tenía pensada para uno de mis guiones, nada de mitad ahora y mitad cuando lo hayáis hecho, por lo de la policía y porque nos podrían estafar la primera mitad, no, lo mejor es coger el fajo de billetes y partirlos por la mitad delante de ellos, en la primera y única entrevista, con una guillotina de imprenta, darles una mitad y quedarnos con la otra, para que vean que nosotras no pretendemos ahorrarnos nada, para nosotras, tanto si sale bien como si sale mal, el dinero estará ya gastado, de antemano… De ese modo, ellos se irán a hacer su trabajo completamente seguros de que no les vamos a engañar, ni nosotras a ellos ni ellos entre sí porque cada uno de los dos se llevaría su fajo de mitades de billetes… y finalmente, si sale todo bien, una llamada desde una cabina y se les dice dónde están las mitades que les faltan. ¿Que se han pasado y oímos que las lesiones han ido más arriba de la cintura o que son más graves que las simples quebracías en las piernas?, simples, pero múltiples, que les cueste soldar tanto hueso, ¿que la cosa no sale bien, digo?, pues no hay mitades de billetes. O hay menos mitades. Y como ellos saben que las mitades que se pierden no le aprovechan a nadie, pues estará claro que no habrá habido mala intención por nuestra parte, sino malos resultados por la parte de ellos… y cada acción debe ir acompañada de un dossier para la prensa con la historia del objetivo que hemos elegido y las razones por las que lo hemos elegido; en este caso, el aparato propagandístico es más importante que la acción misma, porque ése es nuestro objetivo, la propaganda, y no la venganza concreta; y estaríamos siempre en Internet, bendita internet, para que cualquier mujer pueda darse el gustazo de leernos… —Amparo estaba contenta y yo también, idear cosas así es liberador; estábamos siguiendo nuestro propio método de trabajo, aquello era una tormenta creativa, pero la única tormenta creativa genuinamente creativa, y quizá nuestro único consuelo ante la penosa realidad de no poder actuar—. Importante el nombre del grupo, fundamental, y yo, como creata, creo que uno no del todo malo sería… «Las Quebrantahuesos»… ¿qué te parece? Las Quebrantahuesos… y nunca seríamos muchas, una minoría muy minoritaria, pocas, no conviene que seamos muchas, desde luego que sí, una especie a proteger, siempre en vías de extinción, las Quebrantahuesos… ¿a que estaría bien?
—Estaría genial, ¿dónde hay que firmar?
—Más despacio, un momento, un momento: hay un capítulo tonto que no hemos resuelto… las pelas.
—No harían falta muchas para dar cinco o seis escarmientos al año, seis, uno cada dos meses, seis sería un buen número de impactos para ese tipo de campaña, con una buena planificación de medios… —seguía ella el desarrollo—. Yo no estoy en el mercado de matones, pero me da que no son ni caros y tendríamos miles de mujeres queriendo contribuir, darían besado ese dinero…
—Sí, eso seguro. El problema es cómo lo recaudamos. Yo tampoco creo que nos faltara dinero, pero nuestro punto débiles el cómo.
Después, al cabo de varios intentos, todos fallidos, de resolver ése, nuestro verdadero problema, ella dijo:
—Bueno, y qué, ¿y lo que nos reímos?… Hija, si no fuera por estos ratos… Te echamos de menos, ¿sabes? Mayte y yo y más gente, no te creas… ¡Las Quebrantahuesos, dice! Es buenísimo.
Seguimos todavía un poco más, y llegamos, incluso, a desarrollar el logotipo: el trazo esquematizado de un hueso de jamón, famosa y ya probada arma letal para maridos… y cuando el asunto se apagó del todo, yo dije:
—De todas formas, volviendo a lo de Pepe, hay que reconocer que ya va bien servido, la verdad. Primero, lo de ponerle la polla al horno, que eso sí que fue bueno, aunque seguimos sin saber si se le estropeó del todo o le funciona todavía…
—Vete tú a saber… —me dice.
—¿Yo? ¡Qué asco! ¡Vete tú! —le dije, y nos reímos—. Primero eso, el accidente. Luego lo mío, verse en los papeles. Y, ya, para remate, lo de la coca. Porque tú piensa que, a estas alturas, el resto de su castigo se lo está dando ya, por nosotras, la coca. Son muchos años de adicción…
—Sí, ya lo sé. Y el jefe también lo sabe y está muy preocupado con él, precisamente por eso. Así que a lo mejor Pepe no dura mucho más por aquí, fíjate… No puedo irme de la lengua. Pero te digo algo, sólo una pista, por si te sirve de consuelo: el que Pepe te haya puesto el veto y al jefe no le interese en este momento enfrentarse con él, no significa que Pepe esté pisando terreno firme. Más bien al contrario. Pudiera ser que le pusieran un puente de plata para que se vaya…
—¿Síííí?
—Sí. No puedo contarte más, pero sí. Un cebo primero y un puente de plata después. Tú sabes lo que les pasa a los que se enganchan tanto con una cosa tan cara, ¿no?, que nunca tienen bastante con lo que ganan, que tarde o temprano acaban metiendo la mano donde no deben, ¿a que sí? Sobre todo si alguien se deja un billete por ahí, por descuido, como el que no se da cuenta… Un billete suelto o cuatro millones y medio de pesetas.
—¡Joder! ¿Sí?
—Sí, sí. Pero, si lo piensas, no tiene nada de raro, es lógico. Porque el jefe sabe que, con un tipo así, está vendido siempre. Él, hasta ahora, ha sido su jefe de verdad, el que le manda y el que lo controla, pero la coca puede estar empezando a hacerlo incontrolable, y no es cómodo tener siempre esa espada de Damocles sobre la cabeza. Bueno, y que tampoco creas que le compensa tanto ya tener a Pepe. Cada vez hay menos dinero negro. Por un lado, la empresa es cada vez más grande y, por otro, cada vez más… «transparente». Además, Pepe está tensando mucho la cuerda; no sólo en tu caso, tu caso no es tan, no te ofendas, pero no es tan importante como otros. La está tensando de más. Peligrosamente. Empieza a no medir bien sus posibilidades. Exige y exige sin medir bien sus posibilidades. Exige de tal manera que empieza a parecerse mucho a un chantaje su manera de pedir.
—La coca tiene eso también. Se vuelven agresivos. Y temerarios.
—Por ahí van las cosas. Pero el jefe es un tipo muy astuto, tú lo sabes… Y, de todas formas, lo que no se le ocurre a él se nos puede ocurrir a los demás.
—¡Eso te iba a preguntar ahora mismo! Si lo del cebo se le había ocurrido a él o a ti.
—A él. Cómo es que lo dudas —me contestó con mucha guasa—. Todas las buenas ideas son suyas, parece mentira que no lo sepas… Bueno, no, a decir verdad, todavía no sabemos a quién se le va a haber ocurrido ésta. Eso se sabrá después, según salga el asunto. Pero yo creo que sí, que acabará siendo suya, una buenísima idea que tuvo, tan buena, que le costó cuatro millones un despido que ahora mismo está ya por los treinta, y, además, con la tranquilidad de saber que el individuo no va a abrir la boca nunca más. Pero bueno, ya está, ya te he dicho mucho más de lo que debía.
—¡Me encanta, me encanta, me encanta! Es una genialidad. Sí, señora.
—¡Pero no se te ocurra contárselo a nadie o la cagamos! Aunque, bueno, para decirte la verdad-verdad, tampoco te habría dicho yo nada, ni siquiera a ti, de no ser porque… bueno, pues porque puede que ya esté clavado el anzuelo.
—… es genial…
—Todo se andará. Pero sí. Por lo pronto, el cebo ya ha desaparecido. Ahora hay que esperar a que llegue el momento en que podamos darnos cuenta oficialmente. El año que viene tendrá que ser, claro, cuando se cierre el ejercicio de este año. Paciencia, pues. Y mucha prudencia, sobre todo, porque todavía podría devolverlo.
—Prudencia, toda; al menos por mi parte, porque no le tenéis vosotros más ganas que yo. Pero que no creo que ése pueda devolver nada. Al contrario, a saber si no arrambla, ya puestos, con algo más.
—Sí, yo tampoco lo creo. Pero, vale, vamos a dejar de hablar de esto, que ya te he contado mucho más de lo que debía.
Sin embargo, luego, por la noche, dándole vueltas a esta conversación, y conociendo a Amparo y su complicidad perfecta con el jefe, he llegado a dudar de que se hubiera ido de la lengua. Me parece más creíble que ella y el jefe hubieran decidido contarme lo que se traían con Pepe para que yo me quedara tranquila sabiendo que iría a la calle, para que me sintiera vengada y no me enfadase con él en el hipotético caso de que le planteara volver y él tuviera que decirme que no.
* * *