Un cangrejo tiene pinzas, eso sí es verdad, pero, por mucho que se empeñen los documentales de la segunda en disfrazar la verdad persiguiendo audiencia, corre demasiado lentamente. Para empezar, es lento. Y por muy comparador y relativista que quiera ser el biólogo contratado por la BBC, su caparazón no suena tampoco a lo que él dice que es —y poco menos que de acero—, a coraza, sino a un cronch (y se acabó) de simple huevo cuando lo pisas. Con un añadido de grima en este caso que pisar un huevo, cualquiera que sea el aborto de pollo que lleve dentro, ya hace milenios que no nos produce. El cronch del cangrejo produce grima, si bien es una grima sin el repelús de miedo que le impediría a la planta de nuestro pie, ni protegida por una suela de bota de astronauta, plantarse encima de una araña… Así, pues, a mí me parecen muy vulnerables los cangrejos: ni acorazados ni rápidos. ¿Y qué pasa con las serpientes, me pregunto yo, esos animalitos tan simbolizados, que, sin pinzas ni caparazones (y sin que lleguen tampoco a ser guepardos, no nos engañemos) corren, sin embargo, bastante más que los cangrejos y producen un antídoto al pisotón muchísimo más potente que el de las arañas? ¿Qué pasa con ellas, no se nombran, no existen, silenciamos sus ciclos vitales sólo porque no podemos con ellas, ni física ni bíblicamente? ¿No es falsear la realidad que ocultemos su existencia sólo porque son diferentes, porque silban en un idioma que no entendemos, porque tienen otra religión, otras costumbres, otra manera de ver el mundo? Se supone que TVE no debería hacer distinción por razones de especie, religión o credo… ¿Ah, no? ¿Y entonces qué pasa con las serpientes? Salen mucho menos que los mamíferos africanos y son tan africanas o más que ellos. ¿Acaso hay que esperar al reportaje siguiente para saber por qué nos producen tanto miedo y tanto asco? Ese sería ya un reportaje americano. Si es un reportaje sobre serpientes, seguro que no es un reportaje español. Y si es americano, seguro que no tiene a las serpientes como protagonistas, sino otra vez al ser humano. Será un reportaje americano de los de cámara al hombro, moviéndose, moderna; al hombro no, a la altura subjetiva del reptil, con planos sinuosos y enfocando la apetecible desprotección de nuestros tobillos; con entrevista-testimonio a un Bob cualquiera que, dejando el manillar de la cortacésped como si de verdad lo hubiéramos sorprendido en plena faena de domingo, le señalará a la cámara-nosotros el lugar del sótano de su casa por el que presume él que entró la bicha y, sin corte de plano, entraremos con Bob en los bajos de la casa de Bob para ver, siguiendo las explicaciones de Bob, dónde anidó la pareja, porque eran dos, y de macho y hembra, además, para vaticanamente reproducirse… Pero, antes de enseñarnos el sitio exacto que eligieron los letales reptiles, con sus docenas y docenas de anillos, para pasar la luna de miel, Bob levantará, al menos, un par de cajas y apartará alguna mecedora vieja con tal de dar pie a un comentario informal del narrador del tipo de:

—Vaya, Bob, parece que tu sótano hace tiempo que no recibe visitas…

—Oh, sí, Jim, te aseguro que esas serpientes han sabido encontrar el sitio más tranquilo de la casa…

¿Y qué hago yo perdiendo el tiempo de esta manera? ¿Para pasarme la tarde viendo la tele he dejado yo mi trabajo? Otro día más desperdiciado.

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