Capítulo 39
Stepney, viernes 10 de junio, 18:30
Pendragon puso en marcha la grabadora digital de la sala de interrogatorios número 2 y se recostó en la silla con los dedos entrelazados sobre el regazo.
—Lo mejor es que empecemos por el principio —le dijo a Nigel Turnbull.
El joven estaba tan gordo que las nalgas le rebosaban por ambos lados de la silla metálica. Al observarlo detenidamente por primera vez, Pendragon se dio cuenta de que Turnbull aparentaba por lo menos diez años más de los que tenía. Estaba completamente calvo y tenía arrugas bajo los ojos. Gotas de sudor le cubrían la ancha frente.
—Yo estaba pinchando en el Love Shack cuando apareció un tío muerto por el conducto de ventilación del techo. Eso es todo lo que sé sobre su investigación, inspector.
—Nigel, con lo espabilado que eres, parece mentira que te estés comportando como un auténtico chulito.
Turnbull dejó de sostenerle la mirada y cruzó los brazos sobre su enorme pecho fofo.
—Vale, pues entonces no empezamos por el principio. Vamos a empezar con lo que ha encontrado mi equipo de Criminalística. En los últimos días se han extraído dos plantas bastante inusuales del invernadero que hay junto al laboratorio del Queen Mary.
—Eso pasa día sí, día no.
—Ya, pero las cortaron de forma poco profesional, muy distinta de la forma en que los científicos expertos como tú manejan sus preciados especímenes.
Turnbull se encogió de hombros.
—Vale, Nigel, te voy a ayudar un poco. Ninguna de las dos plantas son autóctonas de nuestro país. Pero lo más importante para mi investigación es que ambas producen un componente esencial de un veneno muy complejo que ha sido utilizado para matar a dos personas. Y te diré más: ambas víctimas estaban relacionadas con la constructora que empleaba al «tío muerto» que tuvo la descortesía de aterrizar en tu pista de baile no hace ni una semana.
Turnbull pareció sorprendido de verdad.
—No tenía ni idea.
—¿Qué quieres decir con eso de que no tenías ni idea, Nigel? Estás metido en estos asesinatos hasta el cuello de morsa que tienes.
—Eh, pare el carro.
—¿Cómo que pare el carro? O eres el asesino que estamos buscando o su cómplice, el experto en venenos. No hay vuelta de hoja.
Turnbull palideció y balbuceó:
—Mire… De verdad que no sé de qué me está hablando.
—En ese caso, ¿por qué saliste corriendo?
—No lo sé, supongo que me entró miedo.
—Ah, claro. Venga, hombre, seguro que puedes inventarte algo mejor. ¿Quieres que te diga lo que creo? —Pendragon no esperó la respuesta—. Que eres un tirado pero tienes una habilidad muy útil que vender. Alguien te hizo una oferta que no pudiste rechazar. Un cheque bien gordo a cambio de un pequeño vial de veneno. Necesitabas algunas plantas del laboratorio, pero, como sueles cuidarlas igual que a cachorrillos porque son muy exóticas y valiosas, tuviste que pegarles un tirón para que pareciera un robo.
—Y si hice eso, ¿por qué nadie informó al respecto? —contestó Turnbull.
—Ésa es una buena pregunta, Nigel. A lo mejor tú mismo me la puedes responder. ¿O prefieres que traigamos al doctor Frampton? Él era el responsable que tendría que haber llamado a la Policía.
—Haga lo que quiera.
—Te diré lo que voy a hacer, Nigel. Te daré una oportunidad para que hagas algo por tu bien. No es a ti a quien buscamos. Tú no eres más que un peón, un don nadie con ciertos conocimientos de bioquímica. Ahora bien, encubrimiento de homicidio, robo, resistencia a la autoridad… En fin… —Pendragon fingió echar cuentas con los dedos—. Veo difícil que te caigan menos de diez años, y eso porque no tienes antecedentes.
Turnbull se echó las manos a la cabeza y empezó a lloriquear. Era un sonido horrible, como un hipopótamo con diarrea. Le temblaban los hombros, y eso hacía que el resto del cuerpo le vibrase, en solidaridad.
—Y ahora si haces el favor de darnos algunos nombres, quizá podría, y digo quizá, mover algunos hilos.
Turnbull asomó la cabeza entre las manos. Tenía los ojos rojos y los mofletes bañados en lágrimas.
—Se lo juro, inspector jefe, por la tumba de mi madre, no sé nada de todo esto.
Pendragon fulminó al joven con una mirada escalofriante.
—Nigel, tu madre no está muerta, he leído tu expediente. Y no te creo, ni por asomo. Así que tú verás lo que haces: seguir haciéndote el inocente y pasar diez años en Pentonville, o hacer lo más sensato y…
Llamaron a la puerta. Turner entró con un folio en la mano. Se acercó al oído de Pendragon y le informó en voz baja:
—Señor, el segundo análisis forense. He creído que debía leerlo de inmediato. —Se sentó al lado de su superior.
Pendragon miró por encima el informe y luego se centró en el resumen y las conclusiones del final.
Restos de 3-4 metilendioximetanfetamina, o MDMA (éxtasis), encontrados en el instrumental del laboratorio en los puestos de trabajo de Nigel Turnbull y del doctor Adrian Frampton. Más restos encontrados en la casa del señor Turnbull, en el número 24 de Northam Road. Dispositivos de pesado y una prensa manual para hacer cápsulas de polvo de MDMA encontrados en dicha dirección. El análisis del lavabo de las habitaciones del señor Turnbull revela restos de MDMA.
Pendragon dejó el folio sobre la mesa, miró a Turner y exhaló un suspiro profundo.
—Por lo que se ve, el doctor Frampton y tú habéis tenido mucho trabajo —le dijo en tono apesadumbrado.
Turnbull se miró los dedos rechonchos que tenía entrelazados ante él.
—No sé de qué me habla, inspector jefe, de verdad.
Pendragon le tendió la última página del informe. Turnbull clavó los ojos en ella.
—O sea, que por eso corrías…, y por eso no avisaste del robo de las plantas.
Turnbull respiró hondo y dijo:
—Se lo juro, yo no sé nada de los envenenamientos.
Pendragon cerró los ojos por un instante, apoyó los codos en la mesa y se pasó los dedos por el pelo. A continuación se puso en pie y fue hasta la puerta.
—Presente cargos, subinspector —le dijo a Turner sin detenerse—. Y luego traiga a Frampton e incúlpele también.