Capítulo 23

Londres, miércoles 8 de junio, 8:15

La cocina olía a leche derramada y retumbaba con el sonido de un gran éxito musical en Radio 2. Julie Silver exhaló un profundo suspiro al abrir la puerta del lavavajillas y descubrir que se le había olvidado ponerlo en marcha la noche anterior. Con una maldición lo cerró de un portazo, metió los cuencos y las tazas del desayuno de los niños en el fregadero y abrió el grifo para proceder a enjuagarlos. Mientras los dejaba en remojo fue a la lavadora, sacó una maraña de vaqueros y camisetas, abrió la puerta de la secadora y embutió dentro la carga mojada.

Se oyeron unos arañazos en la puerta del jardín. Julie se volvió para ver a Rex, el collie de la familia, con algo en la boca. Tras poner en marcha la secadora, atravesó la cocina y abrió el pestillo de la puerta. Aunque solo la entornó unos centímetros, el perro la empujó y pasó por su lado a toda prisa, dejando a su paso huellas de barro sobre el suelo recién fregado de Julie.

—¡Ay, me cago en…! —exclamó—. Dichoso perro…

Rex se detuvo en medio de la cocina, sin parar de mover la cola, y dejó caer el objeto que llevaba en la boca y que provocó un sonido sordo al dar contra las baldosas. El perro ladró con fuerza y Julie se le acercó; él se arrebujó entonces en el suelo, con ganas de jugar y la cola a mil por hora, un reguero de baba le caía por los colmillos. Julie se agachó para ver mejor el objeto: era blanco y ligeramente esférico. Le resultó extraño que Rex hubiese podido cogerlo con los dientes. Lo tocó con la yema de un dedo y el objeto se giró. Al ver la parte de arriba de un cráneo humano, con las cuencas de los ojos huecas y descoloridas, la mujer pegó un grito y se puso en pie de un brinco. Diez segundos más tarde estaba llamando a la comisaría del barrio, con la mano temblorosa mientras marcaba el número.