Capítulo 34

Stepney, jueves 9 de junio, 21:05

Max Rainer guardó el documento con el que estaba trabajando y cerró la sesión en su ordenador. Se levantó del escritorio y fue al otro lado del despacho, donde, pegado a la pared, había un sofá de cuero de cuatro plazas en color habano. Cogió el portátil, que estaba encima, lo metió en una funda blanda de neopreno muy elegante y cerró la cremallera. Tras echar un último vistazo por el despacho, apagó las luces y cerró la puerta con llave.

La zona de recepción estaba en silencio. En los otros tres despachos más pequeños que había en el pasillo no se veía ninguna luz. El mostrador estaba vacío y, pese a lo escaso de la luz, se podían leer las palabras «Rainer y Asociado» en la pared de detrás. Cada letra medía treinta centímetros y estaban hechas con metal envejecido, en un bonito veteado irregular de cincuenta tonalidades de óxido de hierro.

El suelo de terrazo reverberaba el ruido de sus tacones mientras Rainer atravesaba la recepción y franqueaba unas grandes puertas de cristal ahumado. Frente al vestíbulo en penumbra un único tramo de escaleras llevaba a la planta baja. Se volvió para echar la llave a las puertas y sintió un dolor agudo en la base del cráneo que pareció irradiarse hasta la coronilla y por toda la espina dorsal. Percibió vagamente una figura tras él, reflejada en la puerta de cristal. Se tambaleó hacia delante, fue a dar con la cabeza contra el cristal y cayó en redondo al suelo.