Capítulo 31
Jack bajaba ya por los escalones de la comisaría, de camino al aparcamiento, cuando le sonó el móvil.
—¿Inspector jefe Pendragon?
—Sí.
—Soy el profesor Stokes. Me recordará, fui a verle el otro día.
—Sí, por supuesto —contestó.
—Estaba preguntándome, inspector, si no podría pasarse por aquí a verme. He conseguido obtener algunas imágenes buenas del anillo sobre el que hablamos. He…, bueno, he empezado a pergeñar una hipótesis al respecto. Tal vez le interese.
—¿Cuándo podría verme, profesor?
—Pues…, hum…, ahora mismo estoy libre. Tengo una clase a las dos y media, pero…
—Estupendo. Estaré allí dentro de diez minutos.
El Departamento de Arqueología del Queen Mary College estaba en varios edificios prefabricados en un extremo del campus, tan apartados de todo que a nadie extrañaría que solo el puñado de estudiantes que cursaban Arqueología supiesen de su existencia. Por mucho que consultó el plano del campus en la entrada principal de la universidad, Pendragon no consiguió localizar su meta. Solo logró averiguar el camino a través del laberinto de edificios y caminillos cuando se decidió a pedir ayuda en el mostrador de la recepción principal. Aun así, después de eso se las apañó para perderse dos veces más y llegar un cuarto de hora tarde.
—Inspector Pendragon —lo saludó el profesor Stokes con la mano tendida cuando una joven en bata blanca condujo a Jack al minúsculo despacho del arqueólogo, que estaba de bote en bote. Era una habitación oscura y cerrada; la única luz natural provenía de un ventanuco medio tapado por montañas de libros. La mesa ocupaba una pared entera, mientras que el resto de las paredes estaba cubiertas de estanterías hasta los topes de libros. Por el suelo enmoquetado había torres vertiginosas de libros y papeles—. Lo siento, pero no hay mucho sitio. Venga conmigo, el laboratorio es mucho más acogedor.
Atravesaron un pasillo decorado con fotografías de fósiles y excavaciones arqueológicas y torcieron a la izquierda por una sala blanca de arriba a abajo y muy iluminada, todo lo contrario a la caja de cerillas que era el despacho del profesor.
—Ya sé que aquí se nos hace poco caso y que tenemos que aguantarnos con edificios provisionales de antes de la guerra, y que además en el resto de la facultad apenas saben que existimos —admitió Stokes—. Pero también es verdad que tenemos un equipamiento que es lo último de lo último, no lo encontrará en ninguna otra parte, salvo, si acaso, en el Instituto Tecnológico de Massachusetts o en Oxford y Cambridge.
El profesor precedió a Pendragon por la estancia hasta una encimera en la que había una colección apabullante de aparatos electrónicos y pantallas; al policía le trajo a la memoria algo que había visto en Star Trek hacía años, cierto día que estaba zapeando.
—Como podrá ver, inspector jefe, el nuestro es un trabajo con dos caras. Una parte del tiempo nos la pasamos metidos en agujeros en el suelo, y el resto nos dedicamos a utilizar este tipo de aparatos. Por supuesto, nuestros detractores en el comité de becas esgrimen que nos pasamos casi todo el tiempo con la cabeza en sitios muy distintos, pero ¿qué sabrán ellos? —Le sonrió a Pendragon—. Así que ya lo ve, no somos ningunos Indiana Jones, nos quedamos aquí estudiando lo que desenterramos de esos agujeros en el suelo. —Señaló la caja sorpresa que había sobre la mesa—. Esto es un sistema multidisciplinar que incorpora varios procesadores analíticos independientes, todos ellos conectados a un sistema informático muy sofisticado. Lo utilizamos para estudiar objetos como monedas o restos de alfarería. Podemos determinar la composición química del objeto con un analizador espectroscópico y estudiar la estructura ultradelgada de un artilugio con el microscopio electrónico de barrido… Esto. —Señaló una gran caja con dos cilindros de goma que sobresalían por arriba. Se parecía mucho al equipo que Pendragon había visto esa misma mañana en el laboratorio forense.
—Desde luego todo esto no es de gran ayuda cuando solo tenemos una fotografía con la que trabajar. Pero esto otro… —y el profesor le dio una palmadita a otra caja negra enchufada a una pantalla plana— sí que ha resultado ser utilísimo.
—¿Qué es? —quiso saber Pendragon.
—Es un sistema de magnificación de imágenes capaz de repixelizar imágenes dañadas o borrosas. Aunque lo más importante es que convierte imágenes bidimensionales en tridimensionales.
—Profesor —le dijo Pendragon—, yo no soy muy amigo de las tecnologías, la verdad, y nunca seré capaz de programar mi DVD, pero corríjame si me equivoco, ¿ese tipo de programas no viene con la mayoría de portátiles actuales?
—No, inspector jefe, no está del todo equivocado. Pero es una cuestión de escala. Cualquiera puede comprar por casi nada un producto de magnificación en el mercado, pero esta máquina es mil veces más sofisticada que el más caro de los sistemas domésticos. Mire, le voy a enseñar a lo que me refiero. —Se sentó ante el tablero y escribió en un teclado—. Ésta —dijo recostándose en la silla— es la impresión que usted me dio del anillo del dedo del esqueleto. Las fotografías que hacen los teléfonos móviles no suelen ser de gran calidad, pero está en cuestión es un ejemplar especialmente malo. Se ve la alianza dorada y la gema verde encima, y poco más.
»Ahora voy a seleccionar la parte que nos interesa de la imagen y a aplicarle una serie de filtros. —Sus dedos volaron sobre las teclas y la imagen cambió—. Esto está mejor —comentó; y era cierto: el anillo llenaba ahora la pantalla y algunas partes estaban menos borrosas, aunque seguía desenfocada, sobreexpuesta y cruzada por sombras por media superficie—. Un paquete informático doméstico no podría hacer mucho más, pero yo puedo pasar la imagen por un microscopio electrónico de barrido, que va cogiendo los píxeles uno por uno y los va pasando por un programa que nosotros mismos hemos desarrollado, el Illuminate. Reconstruye la imagen una vez que se ha deshecho del “ruido” y de la “interferencia”. Cuando hacemos eso conseguimos esto otro.
En la pantalla, la imagen se fue transformando mediante un lento barrido vertical de arriba abajo. Una vez completado, pudo verse el anillo con una claridad increíble, cada muesca, surco e irregularidad, con un color asombroso y una nitidez sobresaliente.
—¡Pero bueno! —exclamó Pendragon, que escrutó con mayor detenimiento la pantalla—. Esto es otra cosa.
—Y no hemos terminado —dijo Stokes con desenfado. Sin mirar siquiera la imagen tecleó nuevas instrucciones. La instantánea desapareció de la pantalla y en su lugar se dibujó una línea horizontal en la parte de arriba del monitor que se fue desplazando como la anterior. Por encima de la recta iba tomando forma una imagen nueva que ocupaba la pantalla paulatinamente—. Mucho mejor, ¿no le parece? —presumió Stokes al tiempo que alzaba la vista hacia Pendragon.
En la pantalla había una imagen tridimensional del anillo que parecía tan real que uno podía sentirse tentado de alargar la mano para cogerlo del monitor.
—Me he quedado mudo —confesó Pendragon—. Las maravillas de las nuevas tecnologías nunca dejarán de sorprenderme.
—No se preocupe, inspector jefe. Yo trabajo con estas cosas todos los días y todavía sigo encontrándolo emocionante.
—Y entonces, ¿qué infiere del anillo?
—Pasemos por aquí —repuso Stokes poniéndose en pie. En una mesa al otro lado de la habitación había una copia impresa y satinada de la imagen del magnificador. Por encima había escrita una serie de números y letras. La imagen estaba atravesada por líneas trazadas con rotulador negro—. Empecemos por el principio —dijo Stokes, que retiró una silla de la mesa y le hizo señas a Pendragon para que también él tomase asiento—. El anillo es de oro y esmeralda. La gema es de una calidad muy alta. Se ve en el hecho de que es casi traslúcida. Es un diseño bastante simple, el único adorno está en la alianza, junto a la piedra. Mire aquí… ¿la moldura dorada?, ¿esos surcos que remontan hacia la piedra?
»Desde luego, si tuviésemos aquí el anillo para estudiarlo sería más fácil, porque tal vez también haya marcas en el interior del anillo. Pero, dado el caso, tenemos que apañárnoslas con lo que tenemos, y los dos aspectos más importantes son la talla de la gema y el diseño de la montura. La forma de labrar la piedra nos dice bastante sobre la edad del anillo.
—¿De veras?
—El modo en que las piedras preciosas se tallan ha cambiado con los años. Los métodos más antiguos que se conocen eran la «talla simple» de dos o tres facetas, la «talla en punta» y la «talla en tabla». Hacia finales del siglo XIV se introdujo la «talla sencilla», con la parte de arriba plana y ocho facetas por los bordes de la piedra. Ésa es la forma de nuestro anillo. A partir de mediados del XV, los maestros joyeros hallaron nuevas técnicas que les permitieron tallar las gemas en hasta cuarenta y ocho facetas, algo bastante notable, teniendo en cuenta el instrumental del que disponían.
—O sea, que ¿este anillo tuvo que hacerse entre finales del XIV y mediados del XV?
—Sí, aunque con la salvedad, claro está, de que lo podría haber hecho más tarde un joyero que hubiese querido darle un aire antiguo a la joya. Pero ahí es donde entra el diseño del anillo en sí.
—¿Cómo es eso?
—Es un ejemplo clásico de anillo episcopal.
—¿Que viene a ser…?
—Lo que su propio nombre indica. En un principio era un anillo que se le daba a los obispos cuando eran ordenados. Hoy en día todavía se hacen, pero su significado se ha devaluado sobremanera. Se pueden comprar en Internet por cincuenta libras, con su gema falsa y todo. Sin embargo, hace siglos, el anillo episcopal era un objeto extraño y preciado. Y eso es lo más interesante. Mire ahora detenidamente. ¿Ve una marca borrosa en el anillo cerca de la piedra?
Pendragon escrutó la impresión:
—Una marca muy débil.
—Tenga, pruebe con esto. —Stokes le tendió una lupa—. Incluso con los programas de aumento que tenemos, sigue costando verla.
Pendragon desplazó la lupa hasta que estuvo encima del punto que el profesor le estaba indicando. Bajó la lupa y aventuró:
—¿Un toro?
—Exacto.
—¿Y qué significa?
—El toro es el símbolo que utilizaban los Borgia. Aparece en el emblema de la familia.
—¿Está usted sugiriendo entonces que este anillo perteneció en otros tiempos al papa Alejandro VI, el papa Borgia?
—Bueno, eso no está del todo claro, y tal vez no coincidan las fechas. El anillo es italiano, de eso no hay duda. Se ve por las molduras doradas que le he señalado. En cuanto a la fecha, es probable que sea de finales del XV o principios del XVI. Alejandro VI fue el papa Borgia más célebre, el padre de César y Lucrecia, todos ellos de infame recuerdo. Pero el tío de Alejandro, Alfonso, también fue papa una generación antes que él, en 1455. Y fue ordenado obispo en 1429.
—Entonces, ¿cree que se trata del anillo que le dieron a Alfonso cuando le ordenaron obispo?
—Es muy posible. Lo normal es que luego pasase de mano en mano por la familia Borgia, así que seguramente terminó en las del papa Alejandro, o en las de sus hijos, César y Lucrecia.
—Pero esto es fascinante, profesor. Aunque no creo que nos ayude mucho en la investigación.
El profesor Stokes asintió:
—Sí, lo entiendo. Como acabo de decirle, ojalá tuviera algo más tangible con lo que trabajar. —Se recostó y se rascó la barbilla—. Anoche vi la noticia del esqueleto por televisión. Me imagino que tendrá a su gente de la Científica analizándolo en el laboratorio de Lambeth, ¿no?
—Así es. ¿Por qué?
—Estaba yo pensando… Siento un profundo respeto por ese laboratorio, es tal vez el mejor del mundo, pero ya ha visto lo que puedo hacer aquí. ¿Habría alguna remota posibilidad de que pudiera convencerlos para que me prestasen el dedo del anillo? ¿Aunque solo fuera la falange proximal, el hueso donde suele ponerse?
Pendragon arqueó una ceja.
—No, vale, lo entiendo, ha sido una tontería preguntar —se apresuró a excusarse Stokes.
—Bueno, ¿sabe lo que le digo, profesor? Yo creo firmemente en el viejo dicho de que dos cabezas valen más que una. Veré lo que puedo hacer.