Capítulo 6

Stepney, sábado 4 de junio, 10:00

Pendragon y Turner habían regresado a ras de tierra y estaban abriéndose camino entre vigas oxidadas y montones de arena cuando un viejo Toyota Camry apareció y se detuvo a pocos metros. Un hombre menudo pero corpulento, con la coronilla de su enorme cabeza recubierta de pelusa gris se bajó por el lado del conductor con un casco de obra amarillo en la mano.

—He venido en cuanto me he enterado —les dijo tendiéndoles la mano que tenía libre.

—¿El señor Ketteridge?

—Tony.

—Inspector jefe Pendragon. Y el subinspector Turner. Usted es el jefe de obra, ¿estoy en lo cierto?

La frente del hombre estaba siendo invadida por goterones de sudor. Bajo los ojos, las ojeras eran profundas.

—Así es.

—¿Qué es lo que le han contado exactamente?

—¿Sobre Amal? Que ha muerto. Un horror… ¿Se sabe algo más?

—Parece evidente que fue atacado y asesinado en una propiedad vecina.

—¡Dios santo! —Ketteridge echó la vista al cielo.

—¿Llevaba mucho aquí de guarda de seguridad?

—Bueno, en realidad no era guarda, formaba parte de la cuadrilla de albañiles. Se ofreció voluntario para hacer horas extras. —Ketteridge se enjugó el sudor que le llegaba ya por los carrillos—. Normalmente nos apañamos con las cámaras de vigilancia, pero con lo del esqueleto…

—¿El esqueleto? —le interrumpió Pendragon.

—¿Es que no han bajado todavía?

—Sí que hemos bajado, pero no hemos visto ningún esqueleto. —Pendragon miró a Turner, que se limitó a encogerse de hombros.

Ketteridge se caló el casco, pasó entre ambos policías y se dirigió al fondo de la fosa. A pocos metros pareció ver algo que no le cuadraba y aceleró el paso. Para cuando Pendragon y Turner lo alcanzaron estaba agachado junto al ramillete de banderitas.

—¡No puede ser! —exclamó al tiempo que se levantaba y miraba de frente a Pendragon.

—Va a ser mejor que nos lo cuente todo desde el principio —sugirió el inspector jefe.

Se encontraban en la caseta de la obra, un container a unos cincuenta metros de la fosa. En el interior las paredes estaban cubiertas de mapas y planos, por no mencionar el calendario de modelos despampanantes con pechos imposibles y un casco por única vestimenta. Sobre la mesa de Ketteridge había papeles desperdigados, una calculadora, tazas vacías y envoltorios de chocolatinas; al lado, en otra mesita, un ordenador estaba rodeado de más papeles y de una impresora y un escáner plano tamaño A3.

Pendragon se paseó por la estancia ojeando los planos antes de ir al escritorio y estudiar el caos. Ketteridge parecía incómodo, allí de pie, con las manos en los bolsillos.

—Muy bien, cuéntenos —le ordenó Pendragon, que pulsó una tecla del ordenador para despertarlo del modo de reposo. Apareció un escritorio con un paraíso tropical por fondo de pantalla moteado por al menos cincuenta carpetas.

—Estábamos a punto de terminar la jornada, debían de rondar las cinco, cuando uno de los chicos me llamó. Había estado sacando tierra del fondo de la excavación y habían aparecido entre el barro huesos de una cadera y de un muslo. Lo desenterramos con cuidado y allí estaba: un esqueleto enterito. Era muy viejo.

Pendragon rodeó de nuevo la mesa y empezó a pasearse una vez más, hasta detenerse a medio metro de Ketteridge.

—¿Y no informó de ello?

El jefe de obra parecía abochornado.

—Créame, iba a hacerlo. Llamé enseguida a mi jefe, pero estaba en una reunión.

—¿Había alguien más con usted? —le preguntó Pendragon mientras sacaba una carpeta de anillas de una repisa y se dirigía hacia la mesa con ella; una vez allí se sentó en el filo y se puso a hojear la carpeta.

—Hay dieciséis hombres en el tajo, pero solo había tres conmigo en la fosa. Ah, sí, y Tim Middleton.

—Que es…

—Es el socio del estudio de arquitectos que lleva lo del diseño.

Turner lo estaba anotando todo.

—Tendrá que facilitarnos una lista completa con nombres y direcciones —le dijo Pendragon—. Prosiga.

—No sabía muy bien qué hacer, y se nos echaba la tarde encima. Los chicos estaban que no podían con su alma…, llevamos una semana horrorosa, de verdad. Un calor de morirse. Así que me dije, total, el esqueleto no va a ir a ninguna parte. Karim se ofreció voluntario para hacer un turno de guardia, y otro más se comprometió a hacerse cargo a primera hora de la mañana.

—Entiendo. —Pendragon cerró la carpeta y clavó la mirada en el hombre que tenía delante.

—Hay otra cosa…, había un anillo.

—¿Un anillo?

—En la mano derecha del esqueleto.

Pendragon se quedó mirando al jefe de obra sin dar crédito.

—¿Y lo dejó allí sin más? ¿Con un solo guarda de seguridad al cuidado de toda la obra?

—No se me ocurrió otra solución. Tenía que hablar con mi jefe. Y además, disponemos de circuito cerrado.

—Ah, estupendo…

—Yo pensé que…

—No, señor Ketteridge, usted no pensó nada.

Hubo un silencio breve en el que solo se oyó el zumbido de una mosca contra la ventana.

Ketteridge fue hasta el escritorio y abrió un cajón.

—A lo mejor esto le sirve de algo —le dijo a Pendragon tendiéndole media docena de imágenes—. Tim Middleton echó algunas fotos del esqueleto y me las mandó por correo en cuanto llegó a la oficina. Las imprimí ayer por la tarde, antes de irme. Y luego le pregunté a Amal Karim si todavía seguía queriendo quedarse a hacer el turno de noche. Parecía contento…, pobre muchacho. No sé, me da que lo hacía como por deber, por respeto a los muertos o algo por el estilo. —Se rió sin razón—. Tengo que reconocer que a todos nos entró un poco de canguelo.

Pendragon estudió las fotografías. Tenían tamaño de postal y estaban tomadas desde distintos ángulos. Habían apartado con cuidado la tierra que cubría el esqueleto y delimitado bien la zona de alrededor, dejando a la luz los restos. El esqueleto parecía desamparado allí sobre el barro, como una reliquia de otros tiempos ajena a este mundo. En una de las instantáneas se veía claramente un anillo con una piedra verde en el meñique de la mano derecha.

—Vale —dijo Pendragon mientras juntaba las fotografías para llevárselas. Antes de salir le ordenó a Turner—: Consiga la grabación de seguridad y reúnase conmigo en el coche. Y, señor Ketteridge, cuídese de no quedarse sin batería en el móvil. Volveremos a ponernos en contacto con usted… dentro de poco.