—Entre.

—¡Hola!, ¿cómo se siente?

—Igual, supongo… ¿Cómo está afuera?

—Hace frío, pero no sopla viento, está soportable.

—Me mira fijo en los ojos, ¿qué es lo que pasa?

—Nada en especial, el viaje está arreglado. Estuve un par de horas en Columbia definiendo los detalles, íbamos a almorzar en la zona, pero hubo demasiado que arreglar. Él tenía una clase a las dos, no daba tiempo.

—¿Él? ¿Quién es él?

—El tipo de Columbia. De paso a la vuelta comí algo rápido.

—¿Ah sí? ¿Qué comió?

—Paré en un restaurant chino-cubano. Sentí que me merecía un premio. Pedí un buen plato de pollo, arroz y frijoles negros.

—Con que el viaje está arreglado.

—Sí, todo está en orden.

—El médico del Comité estuvo por aquí esta mañana, al fin.

—¿Qué dijo?

—Me dijo que podía ir a Montreal… Y usted debe haberlo adivinado, ya que le dijo a la gente de la Universidad que yo iba también.

—Fabuloso, gran golpe. Seguro que le sentará perfecto.

—¿Pero y si el médico hubiese dicho que no?, ¿no se apresuró usted un poco?, ¿les dijo acaso que iba yo también?

—Dije que tal vez usted iría, que dependía de cómo se sintiese.

—¿Pero y si no pudiese ir?, ¿ellos irían adelante con el proyecto, sin importarles?

—No sé, creo que sí…

—Ya veo…

—…

—Hoy es jueves, hoy no se le paga para venir. ¿Qué está haciendo aquí?

—Estoy aquí para trabajar en los libros, como de costumbre.

—Ya veo…

—Déjeme sacar este gusto grasoso de la boca, déjeme usar su lavamanos.

—Pase nomás.

—Déjeme lavar las manos también, comí el pollo con los dedos.

—Y levantó de un basural esa revista, con los mismos dedos.

—No, me permití el lujo de comprarla.

—Hoy tampoco pude almorzar.

—¿Por qué no?, con todo el tiempo libre que tiene…

—Las malas noticias me quitaron el apetito.

—Ajá… ¿qué malas noticias? Dosifíquemelas.

—Haré lo posible… El médico del Comité estuvo a verme.

—Ajá, ya eso me lo dijo.

—Me examinó.

—Sí… ¿y qué?

—Lo hizo de tanto que le insistí. Ya por teléfono me había dicho que era absolutamente imposible el traslado a un lugar más frío. No solo eso, está preparando todo para transferirme a un Hogar extraordinario, según ellos, en Palm Springs. Clima seco y caliente, de desierto.

—¿De qué me está hablando?, acaba de decir que venía a Montreal.

—Fue un chiste malo, perdone.

—Ya no sé qué creer.

—¿A usted qué le importa?, ya hizo su arreglo con Columbia, antes de saber si yo podía ir.

—Esperaba que pudiese venir.

—Yo también. Pero ahora es evidente que no voy a formar parte del grupo.

—Es una lástima, de veras lo siento, señor Ramírez.

—¿Cuáles son sus planes, entonces?

—Yo quiero ir, a Montreal.

—Ya veo…

—…

—Yo no voy a Palm Springs. Quiero quedarme aquí. Todo se va a arreglar. Pero claro está… con su ayuda.

—Pero Palm Springs le haría bien.

—Tonterías, puedo sentir calor en cualquier cuarto de Nueva York, todo está en calibrar bien la calefacción.

—¿Pero qué va a hacer aquí?

—Estoy bien aquí, ¿para qué moverme hasta California, o Montreal?

—Pero a mí sí me conviene ir a Montreal, señor Ramírez.

—No tenga tanta prisa. Es apenas una temporada corta lo que le pido.

—Es absurdo lo que dice. Usted no me puede pedir ese sacrificio.

—Vamos, no sea niño. Un poco de disciplina. Voy a quedarme aquí, nada de Palm Springs, así usted puede seguir viniendo a trabajar, en los libros. Estoy seguro de que mejoraré.

—Creo que debería ir a Palm Springs, dicen que es hermoso. El sol y el aire seco le harán mucho bien.

—Pero a usted le sería imposible seguirme, los gastos serían enormes. Estoy seguro de que lo más importante es que siga viniendo aquí a trabajar en los libros. Puede lograr un resultado interesantísimo.

—Yo no pretendería ir a Palm Springs. Y tengo que llevarme los libros a Canadá.

—Quiere decir que aceptaría la idea de ir solo a Montreal.

—Sí, aunque preferiría que usted viniese también.

—Larry, ante todo deje esa revista, levante la vista.

—…

—Larry, nada de travesuras de niño, no me haga poner nervioso. Usted me quiere dar un susto, como tantas otras veces, para después burlarse de mi miedo. Pero no estoy para sustos. Eso que dijo es una broma tonta y nada más, ¿verdad?

—¿Qué cosa?

—¡Levante la vista al hablar!

—Señor Ramírez, usted está extralimitándose. Aquí no hay bromas. Lo que hay es un trabajo interesante que hacer para mí, en Montreal, y un lugar perfecto para su salud, en Palm Springs.

—Usted me deja atónito…

—¿Por qué?

—Nunca pensé que podría ser tan desagradecido.

—¿Qué quiere decir con eso?

—Desagradecido, lo que oyó. Le ofrecí mi total confianza… y lo único que se le ocurre es sacar alguna ganancia rápida.

—Me temía que pudiese reaccionar mal. Pero también usted se beneficiará con este proyecto. Se conocerán sus contribuciones, y algo más de la historia de su país. Sí, también es importante para mí personalmente, como contactos, un poco de dinero, y más importante que nada, la oportunidad de trabajar en mi campo. ¿Qué puede haber de malo en eso?

—Veo lo que es, un norteamericano de caricatura, materialista y ávido, que no piensa más que en ganancias.

—¿Qué ganancias? Me darán un sueldo. Como sindicalista usted debería saber la diferencia entre ganancias y sueldos.

—No intente confundirme con palabras.

—No, lo que pasa es que está enojado conmigo y no entiendo por qué.

—Estoy rabioso conmigo mismo, por haber esperado otra cosa. Esperaba comprensión, incluso amistad… pero eso es algo que evidentemente usted no puede dar.

—¿Acaso no fui amigo suyo?

—Ahora veo que no.

—¿Por qué no quiere que vaya solo?

—Ahora no querría ir a Montreal con usted, aunque pudiese. Ahora sé quién es el señor Larry.

—Se está comportando del modo más irracional. Todos nos beneficiaríamos con este proyecto… He intentado tratarlo como adulto razonable, de hablarle a esa parte suya, sana. Su salvación depende de la fuerza de esa parte. Pero usted sigue en regresión. La otra parte paranoica lo va a matar.

—Los reductores le enseñaron algunas palabras, ¿verdad? Pero a mí no me impresionan, los reductores y sus palabras… No ven el momento de llegar a sus conclusiones obvias y fáciles… Se creen que es tan fácil encontrar soluciones… pero se requiere inteligencia, trabajo firme… para encontrar una pizca de verdad. Les falta la capacidad, no se esfuerzan todo lo debido, son mediocres… Usted es mediocre…

—Y usted me da asco.

—Larry, no entiendo bien por qué rechazaba volver a enseñar, y ahora sí acepta esta propuesta; tal vez sea porque de este modo me hace un mal. No lo sé, es pura incógnita, pero por otro lado ¡qué alivio saber hasta dónde puede llegar su bajeza! Por lo menos esto he podido aclarar. Y qué alivio estar seguro de que no hay nada que defender, que no hay nadie decente que salvar.

—Nunca dije lo contrario.

—Y qué alivio saber que no quiero ir con usted a ninguna parte ¡y qué bueno saber que su madre lo echó de su casa y se quedó por fin tranquila!, ay, ay, me vienen de lo más profundo estos suspiros de alivio, me arrancan desde la entraña misma, el diafragma me sube hasta la garganta de la satisfacción. Y esos alumnos de la Universidad pobretona de Brooklyn, felices de ellos que se libraron de sus clases insidiosas, y felices mis pulmones que por fin se llenan de aire, ¡ay, ay!, esto me hace doler un poco las costillas, que las tengo tan delicadas, pero cómo ayuda a respirar la satisfacción… Y su padre ¡qué buen carpintero era!, y qué bien preparó aquel tablón. Ah, ah, no sé si toleraré tanto bienestar… pero es que estoy escuchando con toda claridad cómo maneja, certero el serrucho.

—Y yo estoy escuchando la voz de un loco.

—Estoy loco de contento, no doy más de la satisfacción y el alivio.

—Me da asco, ya se lo dije. No debería tratarlo más… Pero he estado trabajando en sus notas y ahora sé algo más acerca suyo. Esas mismas acusaciones ya las hizo antes. Pero a otro.

—¿Qué está queriendo insinuar?

—Usted es imposible. Vive en una mentira total, como un caballo con orejeras. Se niega a enfrentar las cosas, si apuntan a alguna verdad de su propia vida. Y eso lo va a liquidar, imbécil que es. Su salud está liquidada. ¿Y quiere escuchar algo de lo que era su vida? ¡Por supuesto que no! No quiere escuchar nada, escondiendo la cabeza como el avestruz, pero esta vez me va a tener que escuchar. Le voy a demostrar cómo hace décadas que está hablando la misma mierda rancia. Deje que busque la hoja.

—¡Le prohíbo que continúe!

—El otro día estaba ordenando una sección de sus notas… Esta vez no hablaba de socialismo ni de organización sindical y demás… Me sorprendió que para introducir sus propios pensamientos hubiese utilizado un párrafo completo de cierta carta de la novela… Ya lo transcribí todo, así que no habrá el menor malentendido. Aquí está… Es una carta que uno de los personajes de la novela escribe a otro. Y usted la subrayó. Se lo leo muy rápido… «ya no quiero contestarle, y tal vez el embarazo que experimentó en este momento sea una prueba de que no debería hacerlo. No obstante me niego a darle razón alguna de queja, quiero convencerlo de que he hecho por usted todo lo posible. Le he dado permiso para que me escriba, ¿dice usted? De acuerdo, pero cuando me recuerda ese permiso, ¿cree que yo olvido bajo qué condición fue dado? Si yo hubiera sido tan fiel como usted, ¿habría usted recibido una sola respuesta mía?».

—No viene al caso, en lo más mínimo.

—Es nada más que la introducción para algo que usted tenía que decir acerca de su hijo. Sigue así: «Olvidemos el lenguaje, que no puedo dejar de aspirar a comprender, renuncie usted a un sentimiento que me ofende, y me asusta, y al cual, tal vez, usted debería sentir menos apego, sabiendo que es la barrera que nos separa. Ese sentimiento es el único que usted conoce». Déjeme saltear unas líneas. «Usted notará mi franqueza, le probará mi confianza en usted. Queda en sus manos el que esa confianza crezca»… Eso es lo que usted tomó intacto del texto, pero lo que sigue lo escribió numerando las palabras. Abarca muchas páginas del texto, pero no resulta más que una carta… «Buen comienzo pero no válido en este caso. Para contestar a la carta de él. Es muy posible que mi hijo quiera respuesta, es posible que no la lea, si la recibe. Escribo una respuesta pero no la envío, tal es mi situación. La situación es tal que escribo para mi propio alivio. Si tuviese su carta delante mío sería tan fácil, ¿que pretendía decirme?, ni me dieron tiempo a leerla por segunda vez, me la arrebataron y la volvieron a colocar en esa gran caja que llevan. Voy a reescribirla. Espero no cambiarla. Ojalá pudiese cambiarla. Quedó marcado a fuego su contenido, ¿pero y las palabras?, no sé qué daría por leer de nuevo cada una de esas palabras, y buscar un destello de afecto verdadero… ¡Papá!, qué alivio sería saber que has leído esta carta, pero eso solamente lo sabré el bello día en que te pongan en libertad. Debo hablarte sinceramente, es muy nuevo este sentimiento hacia ti, únicamente ahora que estás preso logré comprenderte. Ante todo debo explicarte que estoy de vuelta en el país. Cuando recibí la carta de mamá decidí regresar. Estaba sola, tenía que ocuparme de ella. Yo no habría podido estar en esa casa cuando también estabas tú. No te podía soportar. Ella era siempre un manojo de nervios, y todo por tu culpa. Ella nunca sabía a qué hora volverías a casa de día, pero siempre tenía que estar presente, para esperarte. Si no la encontrabas al llegar hacías temblar la casa entera con tus gritos. Ella vivía en permanente temor de tus furias. Yo te odiaba por eso, dejé la casa por esa causa… Volví esperando encontrar a mamá sana y salva, liberada de ti, pero no, todo lo contrario… Mi hijo me odiaba, dice que su madre me odiaba también, que ella me tenía miedo. Mi hijo dice en su carta que mi desaparición ha dejado a mi esposa en mal estado, mientras que él esperaba, deseaba, encontrarla completamente renovada, aliviada. Pero no, mi esposa me quiere, mi hijo dice que ella no puede soportar mi ausencia, pero que él sigue allí para ayudarla en todo lo que se presente. Dice que mi esposa está enclaustrada en casa, esperando que yo salga en libertad de un momento a otro. Mi hijo confiesa que no me podía soportar. Dice que no se animaban siquiera a respirar cuando yo estaba presente. Si yo dormía, si estudiaba, tenían que permanecer callados, yo explotaba en cóleras aterrorizantes si alguien me molestaba. Yo a él no lo quería más, es cierto. Cuando creció dejé de quererlo, me decepcionaba constantemente. Para sentir una cierta ternura por él tenía que esforzarme en recordar lo bonito y gracioso que había sido de pequeño. Se fue a Europa. Cuando tenía algo más de veinte años. Yo siempre había estado descontento con él, él dice que yo le exigía demasiado, que yo exigía demasiado de todos. De su madre, de él, de mí mismo. Yo no sabía lo que era el descanso, siempre era preciso escribir, unir pensamiento a acción, llegar a la gente, conseguir la unificación de los oprimidos. Mi hijo quería ser director de teatro, se marchó, no logró hacer nada, tal vez yo no estaba equivocado, carecía de la capacidad necesaria, no trabajaba, no se esforzaba todo lo debido. Se volvió pintor de paredes, después dio lecciones de español, en una escuela secundaria. Ese fue el gran triunfo de mi hijo en París. Se casó con una muchacha que tenía algo que ver con un teatro de aficionados, creo que subía y bajaba el telón. Fue así que finalmente entró en el teatro, y no del modo más auspicioso, claro está. No tuvieron hijos, porque la vida en París es demasiado cara. Pero volvió a su país cuando la madre lo llamó. Entonces cambió de idea. Sin mí su madre estaba más nerviosa que nunca, y yo había dado el mejor ejemplo de dignidad a mi país, no me enredé en intrigas mezquinas, no acepté compromisos, luché hasta el último minuto. Este calabozo, hasta hicieron el simulacro de una ejecución, en un cuartito, dos hombres con pistolas, me mataron con balas falsas. Tres veces, decían que las balas eran reales, pero que la puntería les fallaba. Tal vez mi hijo habría preferido que las balas fuesen verdaderas. Mi hijo y mi esposa ahora están en paz, tranquilos, tienen toda la casa para ellos. Mi hijo me dice que se despierta a la noche, no puede dormir, se siente descompuesto, piensa en mí, en la cárcel, viejo, enfermo, tiene miedo, se siente mal, me ha juzgado erróneamente toda su vida, ¿cómo tal cosa pudo ser posible?, un error que se ha prolongado por toda su vida, pero ahora se da cuenta de que yo estaba realmente entregado a una causa grande. Se arrepiente de su error, se despierta a la noche y no puede dormir más, pensando en mí. Se siente culpable de mi muerte, porque me desea la muerte. Lo comprendo, yo me alegré cuando se fue, hace casi veinte años, porque así ya no lo tenía que ver, mediocre como era. Lo cual significa que le deseaba la muerte. Ahora todo sería diferente, si pudiese verlo. Trataría de descubrir en él las cualidades que no había sido capaz de ver antes. Pero será muy difícil sobrevivir en este cuarto oscuro, estoy enfermo, estoy viejo. ¿Se alegrarían si muriese?, posiblemente sí. La vida continuaría para ellos, una nueva vida, podrían hacer ruido en la casa, mi esposa podría salir, no tendría que estar enclaustrada en la casa, mientras espera que salga de la cárcel. Me espera porque tiene miedo que yo llegue y no la encuentre. Tiene miedo de mí, por eso no sale. Si yo muriese finalmente podría salir. Las calles de los buenos aires aunque estén plagadas de las patrullas de la tiranía, a ellos les parecerían libres y soleadas».

—No creo ni una palabra de todo eso. Está todo tergiversado, siguiendo su antojo. No sé qué tipo de necesidad estaba usted satisfaciendo al hacer tal cosa. Cambiar un texto entero.

—¿Qué es lo que quería decir entonces?

—Veo muy a las claras que usted no está capacitado para hacer ese trabajo.

—Gracias por su apoyo, pero el texto no ha sido alterado. Esas son sus ideas, y las sentía tan hondo que se tomó el trabajo de codificar un texto en francés para expresarse.

—Sí, tanto trabajo para que un joven irresponsable venga y juegue según su capricho, borre los números, los cambie y escriba una cosa completamente diferente… por un motivo que escapa a mi entendimiento:

—No soy su hijo. No soy como usted lo quiso ver, sabe Dios cómo era en realidad. Usted siempre quiso tratarme como si yo fuera su hijo. Ahora lo entiendo.

—Otra vez los reductores, ¿de qué hijo me habla?, yo quería encontrar la persona, el ser humano escondido en usted. Y finalmente lo toqué. Es polvo, el polvo amontonado en un rincón, de algún poderoso edificio multinacional de Nueva York, polvo amontonado en un rincón del sótano oscuro.

—Usted está ya loco de atar.

—Veo que le da rabia que lo describan con detalle.

—Soy un estúpido por condescender a enojarme con usted. No vale la pena… De todos modos espero que pueda encontrar una salida, un día.

—…

—A ellos los mataron, a su esposa, a su hijo; y a la pobre francesa que subía y bajaba el telón. Bastó con poner una bomba en su casa. Usted les habría deseado la muerte alguna vez, y el deseo se cumplió. Y eso le arrasó el cerebro, enfermo ya como estaba por el calabozo y la tortura… ¡Pero todos nos deseamos la muerte en algún momento!, ¿qué se cree que es la gente?, ¡la gente es así!

—No, eso es lo que no quiero creer. Así es usted y basta.

—Así soy yo, y usted también. Esa es la esencia humana ¡mierda!

—No quiero creerlo.

—Acéptelo y podrá vivir tranquilo.

—No, si esa fuera la verdad yo no podría hacer más el inmenso esfuerzo de vivir. A mí me cuesta un inmenso esfuerzo. Y a usted no. Esa es la diferencia entre nosotros, usted acepta esa… mierda, y yo no.

—A mí no me gusta esa mierda, pero esa mierda es la realidad. O lo que me tocó a mí. Tal vez usted tuvo más suerte.

—¿Yo?, ¿más suerte yo?

—Sí, señor Ramírez, de eso estoy seguro. Su esposa lo siguió esperando hasta el final.

—…

—…

—Larry… no crea nada de lo que le dije, era… era para probar su paciencia, nada más. Perdóneme.

—…

—Y no sea obcecado… reflexione y dígame… que prefiere quedarse conmigo, a todas las ventajas de Montreal. Porque… porque en algo aprecia mi compañía.

—…

—Piénselo, con calma… ¡No agarre esa revista!

—…

—No me irrite aún más. Míreme de frente, levante la cabeza… No se quede sentado leyendo… Dígame que aprecia mi amistad.

—…

—¡Deje esa revista! ¡No es suya, además!, ¡es robada de un basural!, ¡mentiras que la compró!

—…

—…

—Señor Ramírez, la verdad es que no aprecio su amistad, ¿para qué le voy a mentir?, para mentiras usted se basta solo. Hice el sacrificio hasta ahora porque necesitaba el dinero. Pero usted es insoportable, nunca se sabe con qué tontería va a salir. De pronto se vuelve contra uno, y no se comprende por qué.

—Diga más, diga que soy imprevisible, que nunca se sabe cuándo voy a explotar, con una cólera fría. Y no se olvide de lo más importante, dígame que lo he decepcionado.

—Así es. Tal vez toda la gente mayor decepcione a los más jóvenes. Nunca me sentí bien en compañía de usted.

—…

—…

—¿Hay alguna universidad cerca de Palm Springs?

—No sé.

—Allá podré encontrar a alguien capacitado para esta tarea. Usted no tiene que preocuparse, por las horas de trabajo que invirtió hasta hoy en esto. Lo único que tiene que hacer es decirme una suma aproximada, y me ocuparé de que le paguen. La tarifa no sé, podría ser la misma que fijamos cuando tenía que pasearme con conversación incluida, ¿no cree? Me refiero a la segunda tarifa que acordamos.

—…

—Creo que tendría que pagarle los viajes, el costo del tren subterráneo a Columbia, y las llamadas telefónicas. Sé que no son más que centavos, pero no quiero aprovecharme de la gente, aunque la suma sea mínima.

—Muy generoso de su parte, pero no es necesario. Prefiero continuar el trabajo por mi cuenta sin la ayuda monetaria de Montreal, si es necesario.

—No hay ningún trabajo que continuar. Me llevo los libros conmigo.

—¿Qué más hay que decir? Ya ahora no tiene ninguna influencia sobre mí, ¿pero quién lo va a escuchar, y ser su amigo?

—No hay nada que decir. No quiero tener más influencia alguna sobre usted, y mi amigo usted nunca lo fue.

—…

—Usted no puede ser amigo de nadie.

—Me voy.

—En alguna parte leí que guay con aquel que nunca da nada, por algo es. A usted lo llené de invitaciones, dentro de mis modestos límites, pero nunca fue capaz de traerme nada, ni una de esas revistas que encontraba al pasar tiradas… ni un dulce de veinte centavos…

—…

—… que tanto ansié… El que no da nada, por algo es. Y mándeme la cuenta por correo. No querría volver a verlo.

—…

—Pero usted es el vencedor, Larry, aunque no se dé cuenta. Usted ha salido con la suya.

—…

—Estoy contento de que su madre lo haya echado, y de que su esposa lo haya dejado, y de que no lo quieran más oír dar una clase en ninguna parte. Tanto que sufrí al saber de todas esas penas suyas, y ahora la satisfacción me colma. ¡He vuelto a sentir este viejo placer! Bajeza, venganza, resentimiento, para mí eran palabras vacías, pero ya no, ahora las experimento, y las comprendo muy bien. Usted gana la partida, Larry, me ha convencido, yo también soy eso que usted nombra tan a menudo, y con tanto gusto. Se ha salido con la suya. Yo gozo con su desgracia.

—…

—…

—Adiós.

—Adiós.