—¿Qué… hace… aquí?

—Supe que lo habían traído a este hospital, y vine a visitarlo.

—Una… visita paga… ¿o qué?

—Paga, no paga, ¿qué importa?

—Miércoles… a las dos de la tarde. Debería… ser paga.

—Como quiera.

—Me siento mejor, ahora… Pero no me mire… de esa manera.

—¿Cómo?

—Debo parecerle… un espectro.

—Un poco pálido, puede ser. Pero la voz, señor Ramírez, ¿por qué tan baja?

—No sé…

—…

—Pero a las dos de la tarde… teníamos cita… en el Hogar. ¿Cómo entonces… Larry, está aquí, en el hospital?

—No debería estar acá. Debería estar todavía en Columbia.

—Ah sí, algo de eso… me dijo, ayer.

—Exacto, pero tuve el palpito de que algo no andaba bien, y llamé primero al Hogar, y me dijeron que estaba aquí.

—Y canceló la entrevista de la Universidad. Curioso.

—Fui, pero ya la habían cancelado de antemano, en lo que a mí respecta.

—…

—Le explico: yo no pedí esa entrevista, la verdad es que me encontré por la calle con un excompañero de estudios, y me obligó casi a que fuera a verlo a Columbia, donde él tiene un buen puesto ahora. El insiste en que yo vuelva a enseñar.

—Pero usted, ¿cómo dijo aquella vez?, «no se siente en condiciones».

—En efecto. Fui porque no me atreví a dejarlo plantado. Pero al menor problema que se presentó me di por liquidado y me vine.

—Entonces ya estuvo por allá.

—Ajá, ni siquiera media hora me quedé.

—Ya voy entendiendo…

—…

—Larry, yo no les telefoneé. Y aunque ellos me lo hubiesen preguntado, yo no les habría dicho nada.

—No le entiendo.

—Se me ocurre que alguien muy mezquino, un envidioso, pudo haber llamado a la gente de Columbia y decirles lo que no se debe.

—Qué locura, nadie sabe nada de mí, ni se interesa en lo más mínimo.

—Si yo hubiese sido malo, les podría haber hablado de sus inclinaciones políticas.

—Lo habrían tomado por loco. Estamos en el 78, McCarthy ya se fue del Congreso.

—Pero loco no estoy, y es por eso que no los llamé. Mi cuerpo está enfermo, mi mente no.

—Ajá, pero la idea se le ocurrió, y ya eso es una locura.

—No estoy de acuerdo. Mire, esta Enciclopedia trae un montón de cosas, y he estado leyendo sobre los pájaros, los gorriones en especial. Y cómo cuidan a la cría. Construyen el nido, empollan los huevos y los protegen de las maneras más increíbles, ¿usted lo sabía?

—Sí, es cosa remanida, se dan turnos para vigilar el nido, mientras uno sale a buscar alimento y van alentando a los pichones para que se animen a volar, poco a poco… Les dan de comer hasta que pueden encontrar la comida solos.

—…

—Y llegado el momento, cuando pueden sobrevivir por su cuenta, los obligan a irse.

—Entonces me va a comprender sin problemas. Al leer eso pensé que yo también habría cuidado a un hijo, si lo hubiese tenido. Porque al ver a alguien más chico inmediatamente uno se da cuenta de que puede resolverle cosas que él no podría. Pero después el hijo crece, y ya no necesita más de nadie, y es mejor que se vaya. Pero espere… no es eso lo que quería decir, perdóneme, me perdí.

—Pero a usted se le ocurrió, ese llamado a la Universidad, para contarles de mis ideas políticas, para que no me dieran el puesto. Esa conducta de protectora no tiene nada. Usted me es hostil, sin que yo le haya hecho nada, apenas si me estoy ganando unos dólares para vivir.

—¿Almorzó en el restaurant que le gusta?

—No, volví a casa, comí un sandwich.

—¿Por qué? Yo le dejé un sobre con dinero, en el Hogar.

—Anoche al pasar por la oficina la encontré cerrada. De todos modos no quiero que me deje más nada.

—¿Por qué?

—No me gusta deber favores. Si algún día me pide algo, podré decirle que no, si me parece.

—Volvió para darle de comer al gato. A su gato le habría gustado uno de esos pichones tan tiernos, de que le hablé. Usted habría querido llevarle uno de esos pichones, pero los de la Enciclopedia son de papel.

—No tengo más el gato.

—¿Qué pasó?

—A veces uno dice mentiras sin ningún sentido. Tuve un gato pero se me murió hace meses. No sé por qué le dije que todavía lo tenía.

—Larry, ¿verdad que este cuarto es agradable? Se puede levantar y bajar el respaldo de la cama. Y este timbre, es lo que más me gusta. En caso de que un extraño entre al cuarto, un indeseable, puedo llamar al enfermero, y hacer que lo saquen de inmediato. En el Hogar no hay tal servicio.

—¿Qué es lo que pasó, por qué se siente peor?

—La presión me bajó a los pies. Y me subió demasiado el tenor de azúcar en la sangre. Si las cosas continúan así, parece que mucho no voy a vivir.

—Está deprimido. Y envidioso de la gente que lo rodea. Los ve como enemigos.

—Curioso que me diga eso. En momentos en que de veras estaba deprimido nunca me lo hizo notar, y ahora que no lo estoy en cambio sí. No hay razón para deprimirme, usted está aquí y tengo alguien con quien conversar. Cuando se vaya me voy a quedar solo, y entonces sí, es posible que me deprima, pero tampoco me durará mucho si es que tengo a mano un buen libro. Es usted quien tiene motivo para estar deprimido, porque perdió la mañana en esa Universidad.

—…

—Anoche lo recordé, cuando me trajeron aquí. El cuarto del Hogar estaba libre y no había necesidad de que usted pasase la noche en la línea E. Pero no tenía modo de comunicarme. Aunque hubiese sabido el número de teléfono, estaba tan enfermo que no habría podido acertar el dedo sobre el dial. Al llegar aquí me llevaron a terapia intensiva. Hasta esta mañana estuve en carpa de oxígeno.

—De acuerdo, señor Ramírez. No tiene por qué preocuparse por mí, estoy bien, y cuando usted se sienta mejor saldremos otra vez. El tiempo está mejorando.

—…

—¿Qué es este paquete? Está dirigido a usted, señor Ramírez.

—Sí, un mensajero del Comité lo trajo a mediodía. Pero no lo voy a abrir. Se equivocaron, no es para mí.

—¿Qué puede ser?… Tiene remitente de una oficina de Derechos Humanos, en Buenos Aires.

—Óigame… Ahora me acuerdo de lo que quería decirle… antes. Los gorriones, y toda clase de pájaros… y tal vez toda clase de animales, cuidan a la cría… mientras se mantiene chica… de tamaño. Cuando los pichones de gorrión crecen los padres ya no saben… quiénes son… no reconocen a los hijos más… porque no tienen memoria, como los humanos.

—Es una bendición.

—No… en absoluto… Desde que llegué a esta ciudad… y empecé a sentirme mejor… cuando empecé a leer… bueno, usted sabe… usted comprende… hoy, si un hijo mío… estuviera tirado en la calle, sangrando… yo lo reconocería… trataría de socorrerlo… porque puedo acordarme de las cosas… Yo lo reconozco a usted cada día que viene… Pero antes no… antes de que me pusieran en ese avión… no habría reconocido a mi hijo… tal como los animales… Así que… cuando me acusó de llamar a la Universidad… y contarles todo de usted… en realidad yo pensé eso… porque cuando alguien tiene su tipo de… ideas… debe estar alerta… No era yo quien iba a hacer la llamada… sino algún enemigo suyo, o un falso amigo…

—¿Entonces usted es amigo mío, señor Ramírez?

—Qué raro… de su parte, que nunca hace preguntas, ¿qué le pasa?, ¿no me reconoce… más?

—¿Quién es usted?

—A veces, Larry… la gente… tiene que afrontar un riesgo… Sé que usted no es más que un niño… pero tiene que hacer de cuenta que es grande y fuerte… porque voy a necesitar ayuda… y no hay más nadie alrededor…

—…

—No debe contárselo a nadie… ante todo, no se lo diga a su madre… Pero hoy… me ha vuelto a suceder… ¡No recuerdo nada!… ¿me va a ayudar?

—Ajá, lo voy a ayudar.

—Criatura… Tengo que ir a trabajar… Tengo que ir y traerle a su madre un poco de dinero para la casa… Ella se va a perturbar mucho si esta noche no hay nada que comer… Pero no me acuerdo de nada… ¿dónde es que trabajo?…¿cómo llego hasta ahí?…tiene que decirme lo que debo hacer.

—Tome el ómnibus.

—Pero así no puedo ir… ¿tengo que afeitarme?… ¿qué ropa me pongo?… ¿es una oficina elegante, donde tengo que ir?… Por favor ayúdeme…

—Aféitese y póngase un traje.

—¿Mi mejor traje?

—No, uno cualquiera.

—¿Por qué no me ayuda?… Dígame… todo, por favor… se está haciendo tarde.

—¿Qué es lo que quiere saber?

—Todo lo que tengo que hacer, para que su madre y usted estén satisfechos conmigo.

—Por mucho que haga nunca vamos a estar satisfechos.

—… Ah… ah…

—¿Qué tiene?, ¿no puede respirar?

—Me cuesta… porque usted… es apenas una criaturita… y no… no puede ayudarme.

—No me gusta nada la forma… en que me obliga a hacer las cosas… Pero, para qué discutir, en fin… veremos, primero que todo… tiene que levantarse muy temprano, antes de que salga el sol, cuando todavía necesita dos o tres horas más de sueño. Suena el despertador, y le taladra los tímpanos, es un ruido insolente, y grosero, que le irrumpe en los sueños… y en los nervios. Por radio ya hay algún imbécil que habla pavadas sin parar. Los párpados le parecen pesas… la espalda no le responde, quiere volver a caer al colchón… Pero se sienta en la cama, y abre los ojos… e interrumpe todo el proceso de sus sueños… para fijarse en el reloj, el lavabo, el cepillo de dientes… el desayuno, en otras palabras, el tiempo… Se mira en el espejo, se viste, traga rápido la comida, y corre al ómnibus… La rabia lo va invadiendo por tener que hacer todo eso, está malhumorado e irritable. Y el día empieza en la fábrica… De inmediato surgen problemas.

—¿Cuál es mi trabajo?

—¿De veras quiere ir a trabajar?

—Tengo que pedirle perdón… por supuesto sé que lo que usted quiere es jugar… Quiere ir a remontar el barrilete… jugar a la pelota, conmigo. Pero es imposible, un día va a saber por qué… Así que por el momento sea bueno y dígame cómo comportarme en mi trabajo…

—Yo estoy durmiendo todavía cuando usted sale de casa. A veces se detiene en mi cuarto, y me acaricia la cabeza…

—¿Con una mano… o con las dos?

—Con una mano.

—¿Y después?

—Sale para el trabajo.

—¿Me ahogo… me quedo sin aire… porque tengo que ir a trabajar?

—No, nunca se ahoga.

—Creo que sí sentí un terrible ahogo… una vez… o más de una vez… Pero se le ha olvidado.

—Yo no me acuerdo. Estoy siempre durmiendo.

—¿Me ahogo en el empleo?

—No, nunca. Su trabajo no es importante. Cuando se muera encontrarán a alguien más joven que lo reemplace, al que van a capacitar… en unas pocas semanas.

—No me voy a morir, no antes de que usted haya crecido, y pueda ganarse la vida.

—Qué buen padre es… papá.

—¿Se ríe de mí?, el momento es poco adecuado, voy a llegar tarde al trabajo. Y en algo más está equivocado, nunca se les va a ocurrir reemplazarme.

—El patrón va a estar encantado con usted. Y no se olvide de ir a la iglesia, el domingo. Así va a estar acorralado de los tres lados. Familia, trabajo y religión. El ciudadano ideal. Un esclavo de la gleba, un hombre sin cara. Los vecinos van a comentar lo buen marido que es.

—Sí, pero parece que a usted nada de eso le gusta, se está riendo de todo. Si voy a trabajar y obedezco órdenes es porque usted y su madre y yo mismo, los tres necesitamos comer. Tengo un gran miedo de que se enteren de mis verdaderas ideas, y me echen.

—Una vez, la fábrica donde usted había sido capataz durante años cerró, y tuvo que aceptar un trabajo muy malo. En otra fábrica. Manejando un troquel, una cortadora automática.

—No lo sé manejar, me he olvidado. A lo mejor mañana me vuelve todo a la mente, ¿pero hoy mientras tanto? Hoy no puedo ir a esa fábrica.

—No es difícil de manejar. Necesita ser rápido, nada más, y soportar el ruido. Y el agotamiento. Y jamás distraerse. Eso es todo. El trabajo en sí es simple.

—¿Me lo puede enseñar?

—Está bien. ¿Sabe lo que es un troquel?

—No.

—Es una pieza muy pesada, de metal, a la que se ha dado la forma de algo, la de un sobre para cartas por ejemplo. Los bordes cortan. Usted tiene que colocar una resma de papel bien centrada, y después encima el troquel. Entonces una masa muy pesada cae sobre el troquel y corta la resma. Usted quita el troquel, quita el papel ya cortado y lo coloca a la derecha, pone una nueva resma y vuelve a colocar el troquel, antes de que la masa caiga nuevamente. La máquina está cronometrada para una cierta producción, y usted se tiene que mover rápido para mantenerse al mismo compás. Si el troquel no está bien colocado… puede dispararse y lastimarlo. Usted tiene que moverse rápido y con precisión.

—Espere, déjeme ver si lo puedo hacer… coloco la resma… coloco el troquel… ¿y la masa?, ¿cómo es que cae?

—Le caerá sobre las manos si no tiene cuidado.

—Tendré mucho cuidado.

—La masa es automática, está cronometrada. El patrón se encarga.

—Ahora entiendo. Si no retiro las manos, me las va a deshacer.

—Sí. Por simple que parezca todo, nunca debe distraerse.

—Muy bien… Pero… veamos… la masa baja… Ya antes he sacado las manos… No me distraeré por nada… ¿pero qué es lo que sigue?

—Tiene que quitar el troquel.

—El troquel.

—Quita la resma de papel cortado y la apila a un lado. A la derecha.

—A la derecha.

—Agarra una resma nueva de papel a su izquierda. La coloca bien pareja.

—…

—Vuelve a colocar el troquel, y retira las manos.

—Sí, gracias, ahora sé por qué, la masa está cronometrada y va a desplomarse con toda la fuerza posible. Y es entonces que quito el papel cortado, pero… no sé dónde hay que apilarlo.

—Apílelo a su derecha.

—Sí, ya me está volviendo todo. Y no voy a distraerme, y aunque me canse no voy a dejar que el patrón lo note.

—A él no le importa si usted parece cansado, o si está cansado de veras, o al borde del desmayo, le basta con que siga trabajando.

—No me voy a desmayar, se lo prometo. ¿Pero esto cuándo va a parar?, ¿se me va a permitir parar?

—Le dan un recreo de quince minutos para el café, a la mañana y a la tarde. A la hora de almorzar se va a sentir feliz de salir de ahí, de respirar al aire libre, mirar al cielo, ver color. Pedir lo que quiera para comer. Comer en cantidad. Fumar. Caminar para atrás, para adelante o para donde sea, cambiar alguna palabra con alguien. Pero ya es hora de volver. Y las máquinas se ponen en funcionamiento. Hay muchas en la fábrica, y el ruido resulta ensordecedor.

—Usted tiene miedo de que ahí adentro me enferme, pero le prometo que no. Por espantoso que sea el lugar, si sé que en algún momento me van a dejar salir, lo voy a soportar. Si es que a la noche puedo ir de vuelta a mi casa.

—Puede vagar por la calle una horita. Así tiene que pasar menos tiempo con su esposa.

—No, ya sabía que usted y su madre iban a pensar eso. Si esta noche llego tarde es porque he estado buscando un regalo.

—Qué buen padre.

—Otra vez se niega a creerme, o a aceptar lo que digo. Nunca está satisfecho.

—En una familia nadie está satisfecho con nadie. Por bien que cada uno cumpla con su rol. Eso es parte de la vida de familia, señor Ramírez.

—Dice eso para que yo no siga con mi temores. Sé que esperan muchísimo de mí, y le aseguro que no voy a decepcionarlos.

—¿Está seguro de que no quiere abrir este paquete?

—No es para mí, Larry.

—¿Para quién es?

—Para otro. Puede tirarlo a la basura.

—Veamos primero qué es.

—Haga lo que quiera, basta que a mí no me lo muestre.

—Abrámoslo.

—Debería esperar a que su madre venga a la mesa… antes de abrirlo.

—Que se vaya al diablo.

—Tal vez me equivoque, y sea solamente en Navidad que se espera hasta cierto momento para abrir los regalos… ¿O es para los cumpleaños? Fue una de las primeras cosas que leí cuando llegué al Hogar… era en una novela… El padre llegaba con regalos para la familia… pero, otra vez a las andadas, hice unas anotaciones y las dejé en el Hogar.

—Son novelas en francés, señor Ramírez. Ediciones de lujo…

—¿Para quién será ese regalo?

—«Les liaisons dangereuses», «La Princesse de Cléves», «Adolphe», qué belleza… ¿era una especialidad suya?

—No son para mí…

—Sí que lo son… Libros de su biblioteca. Claro que sí, tienen su nombre adentro. Y la fecha… 1928… 1930… Por algo el papel se ha vuelto marrón…

—…

—¿Qué son estos números?

—…

—¿Qué son estos números encima de las palabras? Parecen no seguir ningún orden. 32, 1, 3, 16, 5, 12, 4…

—…

—Hmmm… Si se va buscando los números, por orden… se va armando una frase.

—Tonterías. Algún chico habrá hecho garabatos encima, eso es todo…

—No… forman frases… ¡mire!

—Lo que quiera, pero sea razonable… He estado trabajando todo el día, no puedo ponerme a jugar con usted ni bien entro de vuelta a casa…

—Creo que estas son las notas que tomó estando preso. ¡Qué maña!

—Esta criaturita… ¿cuándo irá a crecer?

—Señor Ramírez, qué valor el suyo. Los números son de su propio puño.

—…

—Esto podría ser importante. Déjeme ir anotando un poco… «malédiction… eternelle… à… qui lise… ces pages». Es lo primero que dice. Maldición eterna a quien lea estas páginas.

—Le he dicho que tire todo a la basura.

—No, veamos qué era lo que se proponía. Parece que está hablando de una huelga… aquí el personaje de la novela se refiere a «gréve» como arenal, pero usted usa el otro sentido de «gréve», ¡huelga!… En algunas páginas encontró muchas palabras para usar… en otras muchas menos…

—Esta página está en forma de carta… Y usted usa la misma introducción que el personaje. La novela esta se compone íntegramente de cartas, como recordará.

—No recuerdo. En el Hogar no hay novelas en francés.

—¿Maldición eterna a quién?, ¿al policía que descubriese y leyese estas páginas?

—…

—¿Maldición eterna a cualquiera que las lea con malos ojos, con ojos de policía?

—La policía ayuda a la gente, detiene el tráfico cuando pasa mi silla de ruedas.

—Señor Ramírez, usted sabe que yo no soy un delator, ¿por qué tanta cautela conmigo?

—…

—Esto puede tener mucha importancia. Quiero anotar todo este material… Podría ser un documento importante, de resistencia a la represión.

—No lo es.

—¿Podría llevarme los libros a casa unos días?

—Qué feliz está… ¿por qué tanto entusiasmo?

—Podría ser material útil para mí… para comentarlo. Escribir algo.

—¿Estos libros viejos lo hacen tan feliz?… Yo no sé por qué los elegí… Habré sabido que eran los que usted quería… como regalo… Ni siquiera recuerdo dónde los conseguí…

—Sí, son perfectos… muchísimas gracias…

—Qué alivio para mí… No sabía si le iban a gustar… Yo me decía, su último cumpleaños fue un día tan memorable… va a ser difícil no defraudarlo esta vez…

—No, son una maravilla, perfectos…

—Ahora una cosa… ¿podría ser sincero?, sé perfectamente que su último cumpleaños fue un festejo maravilloso… pero no recuerdo ningún detalle… Por eso es que, para hoy superarlo, me tiene que decir todo lo que pasó…

—Más repugnante el tema, imposible…

—Pero Larry, ¿por qué?

—A los muy chicos se les celebra el cumpleaños… a los cinco, a los seis años…

—Si no me cuenta le quitaré los libros.

—¿Va a bajarse de la cama y pelearme?

—Estoy escuchándolo…

—Está bien… podía invitar a todos los chicos del barrio, a los que quisiera… Yo elegía. A quién invitar, y a quién no invitar. Por ese día, o por esas pocas horas, era el rey. Recuerdo que invitaba a muchas chiquitas y menos varones. Había siempre una torta grande, muchas golosinas. Y regalos para todos. Todos los invitados debían tener un regalo. Y era un acontecimiento abrir más de diez regalos a la vez.

—¿Cuáles prefería?

—Lo que no me gustaba era esos bonetes puntiagudos en forma de cono, con la tira de goma para ponerse bajo el mentón.

—¿Por qué no?

—Me quedaban mal, parecía un idiota. Era como tener la verga colgando en la frente. Nunca los quería usar. Y como habrá visto sigo sin usar jamás sombrero.

—¿Por qué la verga colgando de la frente?

—Siempre me sentí humillado con el bonete. Pero mamá siempre me obligaba a ponérmelo. Sabe una cosa, no fui al acto de Graduación de la Universidad porque tenía que haberme puesto… una toca. Los sombreros son siempre feos. Los bonetes puntiagudos de las fiestas de cumpleaños, y Fin de Año, los de forma cuadrada para Graduación, los gorros de béisbol con birrete, siempre algo en punta, que está fuera de lugar. Algo de forma ridícula.

—Larry, una cosa que no sé… ¿los niños tienen el pene desarrollado, o les crece cuando ellos crecen?

—Es enorme. Y rebelde. Una vergüenza. Muy diferente del resto del cuerpo. Una cosa ajena, y fea, pegada… al cuerpo. Escondida la mayor parte del tiempo. Una cosa que da vergüenza.

—Quiere decirme entonces que… los niños… podrían ser tan eficaces con una mujer… como un hombre.

—Me gusta la pregunta. Erección tienen. Y tal vez se los debería animar por ese lado.

—No… me está mintiendo… Ahora recuerdo los niños de la Enciclopedia. Tienen un pene diminuto, y sin vello púbico… como los ángeles, en la pinturas sagradas.

—Hay sentimientos encontrados… al respecto. Por un lado se está orgulloso de tenerlo, y guay si algo le pasara, pero por el otro lado resulta un bochorno, algo que actúa por su cuenta. Es posible que ya a esa edad…

—¿Qué edad?

—Cinco años… que ya a esa edad tuviese que reprimir el deseo… Supongo que el hecho de que mi madre me obligase a usarlo… y más todavía, que ella me lo colocase… lo volvía aún más intolerable. Aunque probablemente lo que yo deseaba era que me… que me tocase, que me acariciase…

—¿Que le acariciase el pene diminuto de niño?

—No tan diminuto. Y el chico siente que sus deseos son tan fuertes como los del padre. El padre está ahí… en virtud de su tamaño mayor, y nada más. Aparte de eso no es superior en nada.

—Pero ese fue el cumpleaños más feliz que recuerda, hasta el de hoy. De modo que me debe decir qué pasó después que su madre le colocó la tira de goma del bonete, por debajo del mentón.

—Yo no debo decirle nada ¡parásito!

—Se enoja de miedo que le cuente todo a ella.

—Es una injusticia. La prerrogativa del padre. Que la condición temporaria, y accidental, de su tamaño mayor… le dé derechos exclusivos sobre la madre. Mi madre me deseaba también, lo sé. Pero en esa época no podría haberle resultado tan eficaz como mi padre. Es doloroso admitirlo, que por culpa de ese maldito tamaño infantil… no se pueda tener a la mujer. Y cuesta renunciar a ella, todavía ahora… ese anhelo perdura…

—A la menor insinuación usted sale con esa insensatez. Alguien le contó todo eso y usted se lo creyó.

—Es la verdad, el anhelo perdura.

—Alguien le inventó esa historia y usted se la creyó. Usted tiene miedo de que si no existe ese… anhelo, no haya otra cosa en su lugar. Por eso creyó lo primero que le dijeron.

—…

—Pero sí que hay otra cosa. Yo sé, porque la tuve, pero la perdí y ya no recuerdo lo que era.

—…

—Tal vez como yo, a lo que usted le tenga más miedo es a no acordarse ya nunca de lo que había ahí, en lugar de ese anhelo suyo falso, de esa mentira insensata.

—…

—Larry, hoy… cuando ella llegue… En fin, hay una cosa de la que no estoy seguro… ¿hace mucho tiempo que no la ve?

—…

—Bueno, yo no querría perturbarlo… pero… no es la misma de antes… Así que… cuando ella lo vea… quién sabe cómo reacciona… Y no es que ella sea como los animales… como esos gorriones, tan elementales, tan primitivos, que no pueden reconocer a sus pichones… una vez que crecen… En este caso son otras las razones.

—¿Qué razones?

—No hable tan fuerte… Ella no tiene que oírlo. No le deje ver que la notamos tan cambiada. Podría herirla. Hagamos de cuenta que todo es normal.

—…

—Ella está ahí, de pie, Larry. Posiblemente espera que yo le diga algo. ¿Qué tendría que decirle?

—Vaya y háblele. Pregúntele cómo ha estado últimamente.

—Dice que se siente muy bien, y que no sabe por qué. Pero digámosle en seguida la causa, ¿o no? Tal vez sola advierta que es el aniversario del día maravilloso en que lo dio a luz.

—…

—Le diré únicamente que usted está aquí, de visita, en el día de su cumpleaños, y que hay cosas que le gustan y otras que no. Que ella no debe ir y hacer nada de lo que le hacía a sus niños, como por ejemplo ponerles esos bonetes. Todo lo que tiene que hacer es antes consultarlo a usted.

—¿Ha estado enferma?, ¿sigue todavía mal?

—No… se la ve tan bien, tan juvenil, ¿por qué cree que ha estado enferma?

—Usted mismo lo dijo, no es la misma de antes.

—Eso a ella no se le puede mencionar, es lo único.

—¿Lo único?

—Tal vez haya algo más de que ella prefiera no hablar, Larry. Estoy seguro de que ella, igual que yo, prefiere no pensar en algo que pasó… hace algún tiempo.

—Pero eso a usted lo está matando. No recordar tiene un precio muy alto.

—No debe olvidarse de que he trabajado todo el día… Y más aún… hoy es una fecha especial, un día que vamos a recordar para siempre, como un gran reecuentro. Todos los problemas deben quedar… para mañana.

—…

—Veo que ella no se atreve a hacer nada, a dar ningún paso… en la dirección que sea. Tal vez tendría que acercársele y susurrarle lo que debe hacer, sin que nadie se dé cuenta. Sé lo que es eso, a veces la menor indicación me ayuda a encontrar una salida. Y la gente no lo nota, consigo engañarlos, creen que actúo sin titubeos.

—Es una buena idea.

—Sí, muy buena… Usted es el único, Larry, en este salón de recibo, tan elegante como acogedor… que sabe lo que hay que hacer.

—Vaya y salúdela, señor Ramírez. Después vendría mi turno.

—Bueno… en cierto modo ya no hay necesidad… porque su madre ya se ha dado cuenta de que usted es el que sabe todas las respuestas… Y por favor… se lo ruego… no le deje notar que ya ella ha cometido un error.

—Si sé todas las respuestas entonces soy el padre de familia, el marido de ella.

—Este tiene que ser el más feliz de todos los festejos. De modo que hay que tomar todas las precauciones del caso…

—¿Quiere que yo sea el marido de ella?

—¿Por qué dice tal cosa? Usted es el único que puede darnos a ella y a mí las instrucciones correctas, y eso es todo… Y ya verá, hacia el final de la velada, si usted ha sido claro y útil lo suficiente, ella a su vez podrá responderle a todo lo que usted quiera preguntarle sobre el hijo.

—Pero señor Ramírez, ¿y el marido? Ella debería estar más interesada en el marido, que en el hijo…

—Está bien… apenas en un susurro… ayúdela… dígale lo que debe saber sobre el marido… Pero dígale la verdad… o tal vez no, dígale lo que ella quiere oír… porque si usted le dice que él es exactamente como ella querría, si usted la ayuda, él… tal vez…

—¿Tal vez qué, señor Ramírez?

—Tal vez él oiga y se comporte como es debido.

—¿De qué modo? ¿Cómo sería?

—Tal vez él escuche.

—Sí, ¿pero qué quiere decir con eso?, ¿qué pasaría después?

—…

—El padre descarga el peso sobre los hijos, para que ocupen y satisfagan a la madre. Muy probablemente ha consentido en tener tres hijos, para pacificarla, esperando que ella se vuelque sobe ellos, y le exija menos a él.

—Larry, por favor… dígale a ella… qué es lo que no debe exigirle a él.

—No es que ella deba exigirle menos, sino que él siente que no puede afrontar las exigencias.

—Por favor… dígale a él… cómo debe afrontarlas…

—No es fácil, ella no está satisfecha con su rol. Ser ama de casa y madre no es lo que ella esperaba. Es una vida muy dura, y además son pobres. Él trabaja muchas horas, y está poco con su mujer.

—Larry, no le recuerde nada de eso a ella. No perdamos tiempo y dígale a él, nada más que lo que tendría que hacer hoy, para que el festejo resulte feliz.

—Él debería dedicarle más tiempo. Hablarle. El tema no importa. Debería sacarla un poco de la casa, a un restaurant, a bailar, al cine.

—Pero me ha dicho que son pobres.

—Sí, pero es importante hacerlo, dar con una solución.

—Pero ella acaba de llegar, y es el cumpleaños del hijo… que es ya hombre… y que espera que el padre diga algo… que haga algo para que todo se vuelva el más feliz de los festejos… para su esposa y su hijo…

—…

—…

—Señor Ramírez, ellos dos hace mucho que no salen juntos… Ella se le queja de sus problemas a él. Y él se le queja a ella de los propios. Están fatigados. Les queda muy poco tiempo. Ese poco debe usarse para recrear la magia de antes. Pero él no la invita a salir. A él no le gusta la gente… o las fiestas. Socialmente es torpe.

—Le he dicho que a ella no debe recordarle ciertas cosas… Por suerte no pudo oírlo… se quedó dormida… Y yo estoy muy cansado también… Me voy a recostar aquí en el sofá, junto a ella…

—¿Por qué no en el dormitorio?

—No, Larry, en el dormitorio no.

—¿La levanto en brazos yo, y la llevo al dormitorio?

—¡No!

—¿Por qué no?

—Ya usted hizo todo lo que pudo por ayudarnos, hoy. Puede retirarse.

—¿No me permite hacer más nada?

—Usted es Larry, el empleado. Y con eso debería estar más que agradecido. Con saber qué es lo que tiene que hacer. Ha cumplido con su deber aquí, por hoy, y ahora puede ir a ocuparse de su gato. Puede ser que esté vivo. Ya no sé cuándo usted me miente y cuándo no.

—El gato desapareció, y lo di por muerto. Pero puede reaparecer en cualquier momento.

—No la mire de ese modo. Sé lo que piensa de ella. Que es como uno de esos pájaros, sin memoria. Pero no es cierto. Mañana al despertarse, si se siente mejor, todo va a cambiar.

—¿Cómo?

—A ella hay que atenderla mucho, hay que ayudarla. Y una vez que se sienta a salvo…

—Mejor que no vuelva mi gato, entonces.

—¿Por qué?

—¿Nunca ha visto algún gato darle un zarpazo a un pájaro y tragárselo entero?

—¡Cállese!… ¿por qué quiere asustarla?, si ella lo hubiese oído no habría podido dormir en toda la noche…

—Esa fue mi intención, señor Ramírez.

—Entonces me quedaré toda la noche en vela cuidándola. Yo no voy a permitir que nadie le haga nada. Así cuando se despierte a la mañana todo va a cambiar.

—Otra vez con eso. Nada va a cambiar.

—Sí, porque yo le voy a preguntar una cosa y ella me va a contestar.

—¿Qué cosa?

—Si pudiese velaría toda la noche por ella, porque la pueden atacar, Larry.

—¿Quién, el gato?

—No sea tan molesto. Ella se va a sentir muy agradecida, y no va a saber cómo pagarme. Una de las cosas que me va a decir es que yo la salvé de un trance muy difícil. Y al tomarme las manos notaré que no piensa ya en marcharse.

—¿Qué le hace pensar que ella no piensa ya en marcharse?

—Pero no le dejé entrever que no me acordaba de quién era yo, no le pregunté nada. Hice mal, no debió darme vergüenza, tal vez ella se dio cuenta de todos modos… Pero no quise perturbarla. Y así la dejé que se durmiera tranquila, total ya no había más nada que temer.

—¿Usted cree?

—No hay más nada que temer porque yo la defenderé, aunque me cueste la vida. Pero sí admito que debí haberle hecho la pregunta.

—¿Cuál pregunta?

—Debí preguntarle quién era yo. Pero me dio miedo. A nada le tengo tanto miedo… como a esa respuesta de ella.

—Hoy trabajó mucho y está cansado.

—Se me cierran los ojos de sueño… aunque tendría que cuidarla a ella, ¿y sabe una cosa?, hoy recibí un regalo… y me gustaría dormirme con él en la mano… ¿Le molestaría alcanzarme esos libros?… son míos, los recibí como regalo…

—…

—¿Por qué se sorprende tanto?, ¿no me los quiere dar?

—Cómo no… aquí están… señor Ramírez…

—Mañana… si quiere… echarles otra ojeada… puede volver… y con todo gusto se los prestaré… pero únicamente para mirarlos aquí… Si los lleva a la calle los podría perder, o algo todavía peor…