—¿Estaban conformes con la cantidad de trabajo que hizo?

—Sí, muy conformes.

—Cuénteme algo más. Ya se está zambullendo en esos libros… Al menos dese tiempo a respirar.

—Había una carta de Montreal, están muy conformes con lo adelantado.

—¿A quién vio en Columbia?, ¿al mismo que lo llevó a almorzar?

—Sí, y me presentó a otras personas del Departamento.

—Por favor, levante la cabeza de esos papeles, esto me está empezando a intrigar a mí también, después de todo es sobre mí que quieren investigar.

—Hábleme, lo escucho.

—Antes eran las revistas, ahora son los libros. ¿Puede leer y conversar al mismo tiempo?

—Ajá, Ford es el único que no puede hacer dos cosas al mismo tiempo.

—¿Henry Ford o el que fue presidente?

—El presidente. Siempre se andaba tropezando en la escalera de los aviones, y dándose cabezazos, dicen que no podía caminar y mascar goma al mismo tiempo.

—La verdad es que entiendo mejor lo que me dice cuando me mira de frente.

—La gente de Montreal sugiere que yo trabaje allá.

—¿En Columbia?

—No, en Montreal.

—¿Y eso por qué?

—Facilitaría algunos trámites.

—Burócratas.

—Exacto, burócratas.

—Pero está fuera de discusión, sus padres… y su novia, aunque debí nombrarla primero, no lo permitirían.

—Hace quince años de aquello.

—El tiempo no pudo haberla cambiado, era una joven maravillosa, nada pudo haberla echado a perder.

—Hace años que no la veo.

—Ella no va a querer que se vaya tan lejos.

—Alto, oiga, ya no tengo nada que ver con ella.

—No es posible, si fuera verdad… significaría que está… muy preocupada en estos momentos. Tanto como ella lo cuidaba… Ahora sí que me preocupa usted…

—Nada. Tiene su vida aparte ahora, es otra persona, totalmente cambiada. No le importa más si yo voy o vengo. Muy de tarde en tarde nos telefoneamos.

—Entonces usted se equivocó, creyó que ella era cierta clase de persona, y era otra.

—No, en absoluto. La gente cambia enormemente con los años, y a veces necesita apartarse de su medio anterior.

—¿Apartarse? Usted tal vez, pero no ella…

—Ambos necesitábamos separarnos. Ella nunca fue realmente como se la describí.

—Cuando termine más tarde con esos papeles, va a ir derecho a casa porque ella lo espera, como todos los días, ¿no es así?

—Muy bien entonces, como usted quiera, ella misma me dijo que no le importaría si me iba a Montreal.

—¿De veras?

—Ella sabe que es importante para mi trabajo, es comprensiva, como fue comprensiva aquella noche, en que se la presenté a mis padres. Ellos también serán comprensivos.

—Me está ocultando algo.

—…

—Está bien, para usted ella cambió, pero ese es su punto de vista. Habrá una razón por la cual estoy convencido de lo contrario, pero no se la puedo plantear. Ella me gusta mucho y hasta que usted no me dé pruebas de lo contrario seguiré creyendo que es la misma de antes.

—Nunca la conoció. De ella sabe lo que le he contado y nada más. En base a mis impresiones de hace muchos años, un poco lo que ella era, y un poco como me la imaginaba, no es sobre una persona real que estamos discutiendo.

—¿A qué hora regresa ella a casa, del trabajo?

—Un poco después que yo. Prepara la cena para los dos, a veces pelo las papas, entre ambos lavamos los platos. La cena es buena hora, excepto cuando me quejo de la comida, y ella se enoja.

—¿Qué pasa con la comida?

—A veces las papas no están bien cocidas o aunque lo estén no saben bien, porque son papas de mala calidad, partamos de eso. Tenemos algunas horas para estar juntos, a veces salimos a caminar, sin rumbo fijo, miramos vidrieras, cosas que no podemos comprar, no nos alcanza el dinero, y no hablamos casi al caminar, estamos juntos por costumbre. A la noche me gusta leer novelas, pero si ella está cerca me hace sentir culpable, porque es una lectura que no conduce a nada. La televisión sí está descartada, estamos de acuerdo en no comprar jamás un aparato, no queremos volvernos como nuestros padres, pero sin querer tenemos cada vez más altercados, como ellos. El departamento es muy viejo, necesita muchas reparaciones, yo prometí ocuparme, hacer esto y aquello, le prometí dejarlo hecho una joya, pero no arreglé nada, y ella está rabiosa contra mí por eso. Yo no estoy construyendo un hogar, ni aporto dinero suficiente.

—…

—A la noche, tenemos que acostarnos temprano, para ir al trabajo al día siguiente. No pasa gran cosa en nuestras vidas, hasta parecería que hemos caído en una trampa. Ella gana más dinero que yo, yo odio mi empleo, no quiero trabajar y punto. Pero tampoco sé qué otra cosa quiero hacer. Sé que no quiero seguir haciendo lo que hago, pero no tengo ambiciones. Me gustaría estar más tiempo con ella.

—¿Ninguna ambición?

—Después de un año así decidí volver a estudiar a la noche. Mi esposa se puso muy contenta, por fin iba a hacer algo con mi vida, yo también estaba más contento, tenía algo a qué asirme.

—¿A qué hora son las clases?

—De seis a ocho. Voy directamente desde mi trabajo, después cenamos juntos, y en seguida tengo que ponerme a estudiar. Vida dura, no queda tiempo para nada. En el fin de semana hay que estudiar también, para sacar buenas calificaciones, y conseguir una beca.

—¿Qué hace ella mientras usted estudia?

—También ella ha vuelto a estudiar, los dos estudiamos. No hay tiempo para estar juntos, es como vivir en el mismo cuartel.

—¿Hay una criada que ayude con el trabajo de la casa?

—No sea ridículo. Nadie tiene criadas aquí, más que los ricos. La esposa es la criada.

—¿A qué hora ella se ocupa de eso?

—Tarde a la noche, antes de ir a dormir. Ni siquiera las camas están hechas, ella tiene que hacerlas. Limpiar el baño, sacudir un poco el polvo, levantar la basura del suelo. Los sábados tocaban las tareas mayores, supermercado, lavandería, limpieza a fondo de la casa, alguna compra extra. Lo hacíamos juntos. De vez en cuando nos concedíamos un premio, y comíamos afuera. Pero no muy a menudo. No me gustaba llevarla a lugares, me daba miedo de que viese otros hombres, y le gustaran. Era muy atractiva, y los hombres la codiciaban. Cada vez que pasábamos junto a un tipo apuesto yo la observaba, para ver si lo miraba. Me moría de celos, pero no lo manifestaba. No le decía una palabra. La furia se me iba acumulando por dentro.

—¿Cuál es el restaurant favorito de ella?

—Le gusta la comida italiana.

—¿Hay mucha gente en el lugar?

—Sí, repleto. Hay un tipo sentado en una mesa frente a la nuestra, con su novia. A cada rato mira a mi mujer, sin dejar de hablarle a su pareja. Me molesta. Y empiezo a echarle ojeadas poco amistosas.

—¿Cómo es él?, ¿mayor que usted?

—Sí, es mayor. Se acerca a los cuarenta. Es más voluminoso y más alto, rubio, de facciones regulares, bien vestido. No cabe duda de que está interesado en ella, y no lo tolero. Me causa una pésima sensación, como si mi lugar no estuviera al lado de ella, como si no la mereciese, ¿acaso no está perdiendo el tiempo conmigo? Ella debería estar con él.

—¿Cómo es la mujer que está con él?

—Apenas si la veo, me da la espalda.

—¿Qué va a hacer el hombre?, ¿se pondrá de pie y vendrá a la mesa a hablar con la esposa ajena?

—No, es lo que querría hacer pero no lo hará. Mi mujer se da vuelta para ver a quién estoy mirando. Los ojos de ambos se encuentran. Ella vuelve a su posición y continuamos nuestra charla. Estudio su expresión, para adivinar lo que siente, pero no me entero de nada.

—Es una muchacha muy inocente, alguien debería sentarse con ustedes, frente a ella, para ocultarle la visión de ese hombre. Siento que no es buena persona.

—Ella no alcanza a verlo, tiene que darse vuelta para verlo… Sí, es verdad, es inocente, pero hay algo que se agita en su interior, que en seguida olvida, o posterga. Algo que va a perturbar nuestra relación. Cosas que están allí presentes, y yo las capto.

—Yo no puedo ir al restaurant, porque estoy enfermo, pero a veces se encuentran amigos por casualidad, y el padre de Larry da la coincidencia que está entrando al local. ¿A usted le daría gusto invitarle a la mesa?

—No tengo problemas con él, ya no ofrece gran peligro.

—¿Dónde lo hará sentar?

—En cualquier parte.

—No, en un lugar donde proteja a su esposa de la vista del hombre.

—De acuerdo.

—¿Sigue ese patán mirando a su mujer?

—Sí, es muy atrevido, sigue mirándola. Está muy interesado en ella, más que en la mujer propia. La abandonaría con ganas, llevado por el entusiasmo de la novedad.

—Su esposa no tiene nada más que temer, hay dos hombres dispuestos a defenderla.

—Ella siente que carga con dos palurdos, mientras que cerca hay un desconocido.

—¿Qué piensa ella que ese hombre le podría ofrecer?

—Algo nuevo. Aventuras. Romance. Misterio. Sexo. Alguien más libre, más poderoso.

—¿Aventuras?, ¿de que tipo?

—No lo sé. Algo nuevo, y diferente, con una persona que no es previsible, que puede hablar, e imaginar cosas, libremente. No como yo, con mis esquemas, y obsesiones.

—¿Qué se entiende por romance?

—La conversación de él es fluida, sabe cómo cautivar, cómo ganarla de su lado. Tiene seguridad en sí mismo.

—¿Le trae regalos?

—No es importante, no hay necesidad. La lleva a cenar.

—¿Hay alguien mirándola, en el restaurant donde él la lleva a cenar?

—Ella lo mira a él, se olvida de lo que hay alrededor.

—Usted a continuación mencionó sexo.

—Con el otro sería mejor, duraría más. Él no sentiría ese ansia en su verga por eyacular, no tendría que esforzarse tan bárbaramente. Es fatigoso para él a veces, justo cuando la mujer está por empezar su orgasmo él larga todo lo que tiene adentro, ¡sabotaje! Pero después se siente pésimo. El otro tendría una verga de acero, no sentiría ningún ansia, no se le ablandaría nunca en medio de la acción. La bombearía al infinito, hasta hacerla gritar.

—Usted también mencionó el misterio, como otro elemento más.

—Él no está atado a ninguna rutina miserable. No trabaja en un empleo de mierda, no sale y entra a la misma hora cada día. No está cansado al fin del día, lloriqueando sobre sus carencias personales. Su imaginación es libre.

—Si ella lo prefiere porque no lo conoce, se decepcionará fácilmente en el momento de descubrir quién es.

—¿Por qué dice eso?

—Al llegar a conocer a alguien, esa persona se vuelve previsible, ¿o me equivoco?, tan previsible como usted lo es para ella.

—Tal vez tenga razón, pero siempre imagino al otro tipo como un superhombre, sin mis limitaciones.

—Larry, veo que le gustaría estar libre de limitaciones, a mí también. ¿Cómo sería usted, libre de limitaciones?

—Si pudiera imaginarme libre no habría problema, ¿no se da cuenta acaso?

—No se preocupe, está estudiando con todo empeño para conseguir esas calificaciones altas, le darán la beca a que aspira.

—Fue una época mejor cuando los dos volvimos a estudiar. Nos sentíamos más libres, intercambiábamos ideas, jugábamos, íbamos al cine.

—¿No había más empleo de mierda, como usted decía?

—Sí, por fin me había librado. Una maravilla ser estudiante durante algunos años. Nos revolcábamos en la cama a la mañana, besándonos y haciéndonos tomas de lucha libre. Si era la mañana de un día de trabajo en general no hacíamos el amor. Lo reservábamos para la noche. ¿Qué hacemos, lo reservamos para la noche o no?, uno se tienta, pero las clases son a las diez, y ya son las ocho y media, y tengo que desayunarme, y releer ese artículo. Una voltereta más y nada más. Los dos queríamos más casi siempre, y yo la atizaba, la lamía. Pero había que guardar un poco de energía para los estudios del día. A veces la provocaba, penetrándola apenas. Pero después me visto, sujetando mi erección bajo los pantalones, tengo que prestar atención al cierrerrelámpago. De otro modo no arrancaríamos para ninguna parte.

—…

—Nos desayunábamos a último momento juntos, antes de ir a nuestros respectivos cursos.

—¿Qué había servido en la mesa?

—Pan tostado, jugo, huevos, cereales, lo que quisiéramos.

—¿Prepara ella el desayuno?

—Nos turnábamos, señor Ramírez.

—Hoy le toca a ella.

—Ella preparaba el desayuno cubierta con apenas la trusa, casi siempre. Freía unos huevos, hacía café fresco. Tendía la mesa con servilletas, mantequilla, dulce, jugo. Encendía la radio, y seguía hablando. Colocaba el pan en la tostadora, regaba las plantas, fumaba. Le miro el pecho cuando se inclina para sacar leche de la nevera. Me sirve el café, hirviendo. Yo la apretujo mientras me llena la taza. Se sirve también ella y comemos y conversamos. Estamos contentos de no haber hecho el amor, de haberlo reservado para la noche.

—¿Estudia usted camino a la clase?

—Sí, en el tren subterráneo.

—¿Tiene buena memoria?, ¿recuerda fácilmente lo que lee?

—Memoria excelente. Registro todo como una computadora. Mi cerebro clasifica y asocia el material, me es fácil. Los profesores me ponen buenas notas.

—¿Qué dicen ellos?

—De algunos soy el favorito. Especialmente en mi propio campo, ven un gran futuro por delante mío. La verdad es que muy acertados no estuvieron.

—¿Los demás alumnos también lo aprecian?

—Me tienen celos, pero no les presto atención. No me interesan. Me basta con los profesores y mi mujer, eso es lo que me interesa, que ellos tengan fe en mí. Me mantienen a flote.

—¿Le interesaba alguna materia en especial?

—Fue en los últimos años de la carrera que me interesé en marxismo, después de estudiar Historia por secula seculorum. Todas las piezas parecían caer en su lugar, por fin una teoría que daba base, y hasta una explicación a todo el odio, resentimiento y rebeldía que sentíamos, por nuestra sociedad.

—…

—Era regocijante, liberador. Me sumergí en mis estudios, con un apetito voraz. Era como si a una parte mía confusa y balbuciente se le hubiese dado un lenguaje para expresarse. Todavía sigue siendo parte integrante mía.

—¿Dónde está ubicada?, ¿en sus pulmones?, ¿dentro de su cráneo?, ¿en la garganta?

—¿Qué clase de pregunta es esa?

—¿Está en sus manos?

—En mis rodillas y codos. ¿Qué estupidez es esa?, no tiene sentido.

—…

—Pues, si quiere una respuesta, en mi cabeza y manos.

—…

—Sigue formando parte de mi ser, esperando el momento propicio para volver a manifestarse.

—…

—Me habían bombardeado con ideologías desde niño, la prensa, la televisión, las campañas políticas, la publicidad, la religión, la escuela, y las había detestado a todas pero casi sin saberlo, vagamente, sin darles una respuesta coherente. Asqueado me volqué en la literatura, en el refinamiento, en algún contrapeso cultural que oponer a ese atado de mentiras, y falacias mal propuestas. El marxismo me pareció la respuesta, el modo de mantenerme íntegro, y entrar en la realidad social, no huir de ella.

—¿Era parte de un curso?

—Había un profesor, oscurantista total metido en filosofía alemana, que se servía de Marx para ilustrar varios principios metodológicos. Pero de todos modos teníamos que leerlo, y eso fue suficiente para entusiasmarnos.

—¿Les hablaba en contra de Marx?

—No, le gustaba, pero creía que había puntos que él entendía mejor que Marx. De todos modos le estoy agradecido al hombre este por haberme iniciado. Estuve en un grupo político durante un tiempo, un grupo marxista, pero en este país esa gente es imposible. Totalmente alejados de toda base social. Las discusiones, las luchas internas, las maniobras, injurias, choques de personalidad volvían la cosa intolerable, y me tuve que ir.

—¿Eran terroristas?

—No, se aterrorizaban entre ellos, nada más.

—¿Alejados de toda base social?

—Discusiones interminables sobre la clase obrera, sí, pero ni un solo obrero en el grupo. Discusiones bizantinas y talmúdicas. Así no había modo de atraer al grupo a ningún trabajador.

—Podría haber incorporado a su padre.

—Él habría sido el último en interesarse. Él quería escaparse de la clase obrera, ser propietario de su propio negocio.

—…

—Hay un peligro especial, en el marxismo, para la gente joven, aparte de la coherencia moral y la voz que da tantos sentimientos diferentes. Constituye una tal crítica de la sociedad y es tal la misión que se propone, desplaza de tal modo otros problemas, que la gente joven al abrazar el marxismo encuentra muchas veces la manera de negar la necesidad de una más profunda exploración de la propia psiquis.

—…

—El marxismo sostiene que la supervivencia, y evolución, de la especie humana depende del derrocamiento de las relaciones sociales capitalistas, ya que el sistema tiende a ser más y más destructivo. ¿Habría acaso un propósito moral más alto?… Existían dificultades personales mías que logré posponer cuando me sumergí en el marxismo. Mis dificultades con las mujeres, problemas sexuales, dificultades para conseguir trabajo, para ser concretamente agresivo en mi carrera y resolver mi economía, todo eso iba por un lado, y por el otro venía mi agresividad abstracta en cuanto al derrocamiento de la sociedad. Eso me permitía permanecer concretamente pasivo, puesto que mis ideales eran ostensiblemente dinámicos y agresivos.

—Me desagrada el tema. Hable de otra cosa.

—Usted también estudió y enseñó a Marx. Pero no se conformó con la teoría como yo, usted actuó.

—¿Quién llega antes a casa, usted o su esposa?

—Depende de la noche, volvemos a casa a horas diferentes. Pero sabemos que el otro vuelve pronto. Éramos como dos chicos, compañeros de juegos. Inseparables.

—¿Volvió a ver al hombre del restaurant?

—No, pero hubo muchos otros.

—Ella no los está mirando, no puede, tiene el campo visual obstruido.

—Tiene razón, ella no los miraba. Pero en ese entonces yo no lo sabía. Inventaba dificultades.

—Pero ahora lo sabe. Y ella no quiere que vaya a Montreal. Teme que le pueda pasar algo, si lo deja solo.

—¿Quiere venir usted también?

—¿Adónde?

—A Montreal.

—No quiero ser una carga… Pero tal vez, no sé… tal vez podría serle de alguna ayuda allí.

—Tal vez…

—Sí, claro que me gustaría ir. Si mi salud mejora estoy seguro de que sería capaz de recordar más. Ellos insisten en que es todo mental, pero yo creo que es nada más que una debilidad física, es mi sangre la que está debilitada… y no irriga mi cerebro como se debe. Si me fortalezco las cosas cambiarán.

—Mire que usted es retorcido.

—Fea palabra.

—No hace más que lloriquear y en el fondo es duro como un cuerno.

—Larry, ¿por qué no vuelve a sus libros y me deja un poco en paz?

—Buena idea.