—Da gusto salir con este tiempo.

—Con dos días de lluvia bastó. No sé qué hubiese sido de mí si hoy no hacía buen tiempo.

—Ya lo creo que es bueno.

—Larry, hoy tiene otra cara, ¿es por el tiempo?

—No, estoy contento por el aumento.

—La verdad es que la secretaria todavía no me llamó.

—¿Entonces de dónde salió el dinero?

—Se me permite un cierto gasto mensual en libros, pero decidí que más importante era esto, para mi salud.

—Muy amable de su parte, señor Ramírez, se lo agradezco.

—Tengo todavía libros por ver, ahí mismo en el Hogar.

—Oiga, podemos ir a la biblioteca y sacar los libros que quiera.

—Pero no soy ciudadano, no estoy autorizado.

—Yo tengo carnet. Puedo usar el mío. Aunque no creo que sea necesario, no tiene más que entrar, o mejor dicho yo lo subo, les da su dirección y ellos le mandan el carnet.

—Extraordinario.

—¿Quiere ir ahora?

—No, me encanta estar sentado al aire libre.

—A mí también, está bien sentarse un poco.

—Qué sol tan fuerte para diciembre, acá es invierno.

—Me extraña verlo tan sedentario.

—Estoy gozando del sol.

—El segundo día que salimos había sol y usted no quiso parar ni un segundo.

—No está mal que también usted descanse un poco.

—¿Entra sol al jardín del Hogar?

—Sí, cómo no…

—Muy bien…

—Larry, ya que estamos sentados tan cómodamente, ¿no le vendría bien discutir algunas cuestiones conmigo?

—Cómo no, ¿de qué quiere hablar?

—Bueno, se me acaba de ocurrir que le doblo la edad. Así que fácilmente podría ser mi hijo.

—Cierto.

—Entonces, ¿cómo podría decirle? Bueno, me gustaría saber de qué hablan padre e hijo. No sé, pero es posible que haya tenido un hijo, yo. Pero ya le dije el inconveniente que hubo con mis notas.

—¿Entonces?

—Nada, que me parece que si usted hablase como un hijo yo sabría lo que preguntarle como padre.

—Pero los padres saben las respuestas, son los hijos quienes preguntan.

—Los padres saben las respuestas…

—Bueno, por lo menos siempre las dan. Y órdenes.

—Entonces ya no le podría hablar como un padre.

—Me temo que no.

—¿Qué podríamos hacer, entonces? Yo quiero saber de lo que hablan, cuando están solos.

—Ahora me doy cuenta de por qué se quería sentar. Era una trampa.

—Quiero saber un poco de esa cuestión, nada más.

—Podría verse algunas películas. Mirar un poco de televisión.

—No, son cosas inventadas, no me inspiran confianza.

—Podrían resultarle curiosas.

—Escuche, ¿por qué no hacemos una cosa? Usted podría hablar como si fuese un padre, así yo aprendo. Yo escucharía como si fuera el hijo.

—No saldría bien.

—Repítame lo que su papá le dice.

—Hace cinco años que no lo veo.

—¿Vive lejos?

—…

—Pero me puede repetir lo que le decía hace años. Eso le sería fácil a usted, que se acuerda de todo.

—Es que él hablaba poco. Lo veíamos poco.

—¿A qué horas lo veía?

—A la noche. A veces a la noche, y el fin de semana unas horas más.

—¿Estaba solo con él esas horas?

—No, dos veces únicamente me acuerdo de haber estado solo con él.

—¿Si no quién más estaba?

—Mi mamá, mi hermano y mi hermana.

—¿Viven todos lejos de aquí?

—…

—¿Hace mucho que no los ve?

—…

—¿Y esas dos veces que estuvieron solos, no me podría decir lo que le dijo él?

—No me acuerdo bien de lo que me dijo, o de lo que habló.

—¿Le dio alguna orden?

—No, me acuerdo nomás de estar con él, y muy a gusto.

—Repítame cualquier cosa, de lo que él le dijo.

—Bueno, una vez estábamos remontando un barrilete, en un campito cerca de la carretera. Era un domingo a la mañana, temprano, y estábamos solos. Mamá no estaba. El me iba a enseñar cómo remontarlo.

—¿Y no le enseñó?

—Sí, creo que sí. Pero eso no tenía importancia. Lo importante era estar con él.

—Papá, tengo que aprender a remontar el barrilete.

—Oiga, yo no soy su padre.

—Ayúdeme, siga. Quiero oír las palabras.

—Ya le dije que no las recuerdo.

—Trate, por favor.

—Es imposible.

—Es que usted no me las quiere decir.

—No las recuerdo.

—¿Y la otra vez que estuvo con él?

—La otra vez estábamos jugando al béisbol frente a casa. Era la primera vez que jugaba a la pelota con él. La primera y única vez. Me acuerdo de lo mal que tiraba él la pelota, de lo torpe que era. Y de que mamá tenía mejor brazo, para el béisbol.

—Ella estaba presente, no estaba usted solo con su papá.

—No, ella no estaba. Pero me acuerdo de haber hecho la comparación. Papá no quiso jugar mucho rato, y yo le seguí rogando que se quedara, que jugara un poco más. Pero no me hizo caso, no le importó.

—¿Le siguió rogando?

—Varias veces se lo pedí.

—¿Con qué palabras?

—No me acuerdo.

—No me las quiere decir, eso es lo que pasa. Aunque el dolor me mate, este dolor tan terrible que siento, usted no me las diría.

—¿Qué dolor?

—Sabe muy bien que me dan esos dolores bárbaros en el pecho.

—¿Y yo qué? No me divierte para nada acordarme y hablar de toda esa basura.

—No es basura. Dijo que estuvo muy a gusto ese día con su padre.

—Cierto.

—¿Qué es lo que le gustó tanto?

—Pasar un rato con él. Con mamá yo estaba siempre.

—¿Cuál era la diferencia?

—Yo era muy apegado a mi madre, pero tenía necesidad de estar un poco con él.

—¿Haciendo qué?

—¿Por qué no se mete en sus cosas, me hace el favor?

—Yo no me quiero meter en su vida, lo que quiero saber es qué le dice un padre a su hijo. Podría tratar de acordarse del padre de algún amigo suyo. Alguien que le caía bien. O que no, da lo mismo.

—A veces se ponía intratable y brutal. Se quedaba callado y no se quejaba de nada. Y de repente explotaba, y nos pegaba a nosotros los chicos. No me acuerdo de lo que decía exactamente, en esos momentos. Eran más como gruñidos.

—¿Por qué ustedes los chicos lo hacían explotar?

—Jugábamos, molestábamos, hacíamos algún destrozo.

—¿Llegaba a pegarles fuerte?

—Muy fuerte. Me acuerdo de haberlo oído una vez serruchar un tablón en el sótano. Estaba preparándose un palo bien manuable para pegarme, él era buen carpintero. Yo estaba arriba desafiante, esperándolo que viniera y me agarrase. Lo estaba esperando, leyendo una revista.

—¿Subió?

—Sí, vino y con ganas me empezó a dar la paliza. Dolía muchísimo, y yo chillaba como loco. Pareció estar pegándome horas, con ese tablón, pero yo estaba seguro de sobrevivir y de que por fuerte que él fuese y por fuerte que pegase, el tablón no me podía hacer nada, realmente. No me podía… deshacer.

—Ese era alguien a quien usted no quería, el padre de un amigo suyo.

—No, mi propio padre.

—Primero me habló de alguien, con el que estaba a gusto, el que le iba a enseñar cómo se remontaba el barrilete. Y ahora me habla de otro, malo, y me trata de confundir, diciendo que son la misma persona.

—Oiga, le agradecería cambiar de tema.

—A esta altura de las cosas no, es imposible que alguien le dé una terrible paliza y todavía usted siga buscándolo como compañía.

—Usted piense lo que quiera.

—…

—Él tenía una parte buena, mansa, y otra muy violenta, ciega. Tal vez porque ante mi madre agachaba la cabeza a cada rato.

—Espere un momento. No estoy seguro de que mi interpretación sea acertada. En general tengo la impresión de que querer es cuando no se desea romper algo. Y lo otro es cuando sí se desea romperlo. ¿Estoy en lo correcto?

—Sí, pero la cosa se vuelve más complicada.

—Si no le es molesto, ¿me podría decir lo que le habría hecho a su papá, en esos momentos en que lo quería bien?

—La verdad es que sí, me molesta. Y ya que estamos, ¿qué pasó con su dolor de pecho?

—Se me fue. ¿Le agradaría que me volviese?

—…

—Tal vez no le molestaría decirme otra cosa, lo que quería hacerle en los momentos en que lo odiaba.

—Destruirlo.

—¿Con sus propias manos?, ¿con un arma?, ¿con un tablón?, ¿o más fácil todo si un rayo lo fulminaba?

—No estoy seguro.

—Papá, el pecho a veces me duele mucho.

—Vaya a joder a otro con eso, yo no soy su padre.

—Yo no lo estaba mirando a usted, miraba ese árbol viejo tan hermoso. ¿Por qué iba a llamarlo padre a usted?

—…

—Papá, perdí mis anotaciones y las necesito. Sé que nunca las voy a recuperar, pero las echo de menos, y mucho.

—Genial, ¿a semejante distancia y puede oír lo que el árbol contesta?

—No contesta nada, desgraciadamente.

—¿Qué le parece si pegamos la vuelta?