—Gracias, la comida me cayó muy bien.

—Gracias a usted que pagó, señor Ramírez.

—Por unos dólares me aseguro una comida alimenticia. Si no era por usted no habría oído nunca de estas dietas raras.

—El menú de antes de ayer era un poco mejor, ¿no le parece?

—No, el de hoy me gustó. Después veremos el de pasado mañana.

—¿Todos los días que venga me va a llevar a comer?

—Al presupuesto que tengo para ropa nunca lo voy a tocar, ¿para qué si no necesito nada? Mejor comer sano.

—Yo no me quiero aprovechar…

—La primera nieve del año, ¿tiene algún significado especial en este país?

—Ninguno.

—A mí me da ganas de comer algo dulce. Leí que en un lugar… bueno, no me acuerdo, aunque lo leí ayer… no sé, que el primer día de nieve en ese lugar la gente se pone a cocinar algo en especial, muy dulce.

—Aquí la gente se pone las manos en la cabeza.

—No sé qué daría por comer algo dulce, pero me hace mal… Larry, ¿verdad que es sórdido este cuarto?

—Bueno, por lo menos está solo.

—Colgué algunos pósters al principio, unos baratos que encontré, pero me cansé en seguida de verlos. Debe ser porque paso muchas horas, todo el día casi, en este cuarto diminuto. No me gusta ir a la sala de recreación, como la llaman: me encuentro con los demás, con el mundo en ruinas.

—Necesita un aparato de TV en el cuarto.

—Tenía uno y pedí que lo sacaran. Me basta con la artritis del cuerpo, que el espíritu se salve.

—Noté que Virgo viene a su cuarto bastante a menudo.

—Cuando estoy solo nunca viene, siempre tengo que llamarla.

—…

—Hay que ver cómo lo mira, a usted.

—La ley lo permite, señor Ramírez.

—Tenía razón con los sueños, Larry. No pudo haber tenido el mismo que tuve anoche.

—¿Por qué?

—Usted aparecía en el sueño.

—Siempre aparezco en los míos.

—Yo nunca. ¡Deje esa revista y présteme atención!… Hace unos días encontré en la enciclopedia una cara, que me gustó mucho. La de Edith Cavell, una enfermera inglesa, heroína de la primera guerra mundial. Fue capturada en Bélgica, y fusilada por los alemanes.

—Nunca la oí nombrar.

—Era joven, estaba cumpliendo con su deber en las trincheras.

—¿Tenía boca de trinchera?

—¿Qué quiere decir?, no conozco la expresión.

—Es una infección que viene de besar. Granitos y salpullido. Cuando éramos chicos se decía «no beses a Carol, o a esa, o a la otra, porque te va a quedar la boca de trinchera». Creo que ya no se dice más.

—Usted se ríe y habla así porque no vio la bellísima foto de Edith Cavell. Es simple ignorancia de su parte, y trataré de disculparlo… Le cuento el sueño. Yo veía que las tropas inglesas la habían dejado atrás, ella se había negado a abandonar a los heridos. Había uno muy grave. Ella tenía esperanzas de salvarlo. Lo malo es que estaba segura de que los alemanes no le iban a hacer nada. Pero este general alemán, un joven, usted, se le acercó y le propuso hacer el amor. Ella se negó y él ordenó que la ejecutaran al amanecer. Me sentí tan impotente, quería salvarla, decirle que se escapase a tiempo, pero no hubo modo de que me oyese.

—Vaya la idea que tiene de mí, y la que tiene de usted…

—Cuénteme el sueño suyo.

—Una vez soñé con un atún jorobado.

—Quiero que me cuente el sueño de anoche.

—Del de anoche no me acuerdo. O atún o nada.

—Lo escucho.

—Había un pescado verde en el suelo, tirado al lado mío. Era un pescado bastante gordo, y yo nunca había visto nada parecido. Estaba alguien más, una mujer, en ese cuarto ahí conmigo, y le pregunté qué era eso. Y me dijo «nada, un atún jorobado, nada más», y creo que me quedé satisfecho.

—¿Quién era la mujer?

—No sé. A la mañana, me puse a pensar qué diablos significaba el sueño. La noche antes había estado con una mujer, hicimos el amor y me acordé de haberle tocado la espalda y los hombros, que eran muy combados. También el color de la alfombra, era del mismo verde del pescado. Me di cuenta de que era Debbie. Algo me debe haber asqueado y confundido esa noche, y lo resolví con el sueño.

—Supongo que no fue fácil de descifrar.

—La verdad es que tuve toda una serie de sueños con pescados. Una vez soñé con un caballa de Nueva Escocia. Era un pescado grande, grueso, dividido en dos, y estaba por cortarme un buen pedazo para comérmelo. La carne era roja y cruda, y le levanté como una tajada para ver adentro. Tal como la otra vez, había una mujer conmigo, que dijo «eso es caballa de Nueva Escocia», y que se podía comer.

—Siga.

—Fue un sueño raro, y a la mañana me quedé pensando. Hace algunos años salí de vacaciones con una mujer con la que vivía, y fuimos a Nueva Escocia. Era una mujer grandota, muy vital, y aunque nunca había visto una caballa antes, por el nombre imaginé un pez fuerte, muy carnoso. Era ella la caballa de Nueva Escocia, y en el sueño me dieron permiso para la relación sexual. Tuve que imaginarme a la mujer como un pez y al sexo como comer.

—¿Por qué?

—Existe una cosa que se llama represión.

—Estoy seguro de que quería más a la segunda.

—Sí, esa caballa me gustaba.

—¿Quién era? Quiero saber.

—No se meta en mis cosas, era una mujer con la que viví, nada más.

—Le cambió la cara cuando la nombró, parecía contento de recordarla.

—¿Qué cara puse?

—No sé, una expresión distinta, pero más que eso. Ahora que lo pienso, nunca lo vi cambiar tanto, y tan de golpe.

—¿Cambiar cómo?

—Ojalá pudiera explicarlo, usted sabe que ciertas cosas no las entiendo. Si me contase más de ella tal vez sí. ¿Quién era? Quiero saberlo.

—Alto ahí, no se me pase de la línea.

—¿No me lo va a decir?

—¡No!

—Estoy seguro de que para usted significó mucho, ¿verdad?

—Dígame, señor Ramírez, ¿por qué esta pareja de viejos fue tan grosera con nosotros en la sala?

—No recuerdo.

—¿Pasó algo entre ustedes?

—Me tiene sin cuidado, es gente sin la menor importancia.

—Pero también conmigo fueron groseros, querría saber qué pasó.

—De veras nada, la enfermera había prometido leerme ayer, pero tenía que ocuparse de esa vieja infecta, porque se andaba quejando de un resfrío.

—¿Entonces?

—La enfermera de Virgo, usted sabe lo encantadora que es, ella quería estar conmigo, de modo que nos juntó a los tres, y nos empezó a leer. El periódico, no lo que yo quería. Y la vieja infecta, o el marido mejor dicho, empezó con unos comentarios imbéciles, y me le reí en la cara. ¿Usted no habría hecho lo mismo?

—No sé ¿él qué dijo?

—No entendía algunas palabras.

—¿Es extranjero?

—No, ignorante nada más.

—¿Qué palabras por ejemplo?

—Bueno, no sabía dónde estaba Irán. Cualquiera que lee el diario lo sabe. Pero porque son viejos piensan que pueden desentenderse del mundo. Yo los desprecio. Son haraganes, y egoístas. Por viejo que sea yo nunca dejaré de mantenerme informado. Nunca se sabe cuándo uno puede volver a ser útil. Y que lo llamen a actuar.

—Ajá.

—Usted no me ve, pero desde que llegué y empecé a leer no he parado. Sobre todo al ver que me acuerdo de todo lo que voy leyendo. Me estimula mucho.

—La gente tiene derecho a retirarse.

—Usted lo que quiere es contradecirme.

—No, señor Ramírez, pienso que es magnífico mantenerse informado, pero usted es un caso de excepción. La mayoría de la gente de edad se deja estar.

—Tengo muy poco en común con ellos. Me aburren, así que hábleme de esa mujer.

—¿Qué mujer?

—Esa mujer que tanto le importó.

—No quiero tocar el tema.

—Entonces fue importante, lo está admitiendo.

—…

—Leí el otro día que solo lo que asusta hace enojar.

—Ahora es usted quien habla como un jíbaro barato. Suficiente, no quiero hablar de eso. Usted es un viejo de mierda.

—Vaya el cumplido.

—Se lo merece.

—Gracias por la fineza de su trato.

—…

—No sé cómo, pero con todas estas pamplinas me olvidé de decirle algo muy importante por cierto. Que puede irse ya.

—¿Por qué?

—En fin, cómo decirle, la enfermerita es realmente una muy buena chica. Hoy regresa a su casa a las tres, como siempre, pero después… después va a volver para aquí. Yo no quería aceptar, imagínese, ella tiene su familia que atender. Pero no hubo caso, no pude convencerla, quería volver a las cinco, ¿y sabe una cosa?, ¡va a venir! Según ella le encanta leer. Todavía no hemos decidido qué. Tal vez Jane Austen, o la otra Bronté. ¿No es amabilísimo de su parte?

—Sí, amabilísimo.

—Lo que pasa, Larry, es que de este modo, ¿cómo decirle?, no es necesario que usted cumpla hoy su turno completo, puede irse antes.

—De acuerdo.

—Y no se preocupe por el dinero, se le pagarán las horas completas. Claro, ya sé, usted no me cobra la hora del restaurant. Pero el turno se le pagará igual.

—Fabuloso.

—Y ahora que lo pienso, a ella nunca le ofrecí dinero. Raro de mi parte. Seguramente le hará falta. Le voy a sacar el tema hoy. Ella no se va a ofender ¡y qué bendición sería si aceptase! Por supuesto que esto nos lleva a otra cuestión, mi imposibilidad de pagarle a usted y a ella al mismo tiempo. Pero usted sería comprensivo en un caso así, ¿verdad?

—Seguro.

—Y ya que estamos, habría que ser más práctico al respecto. Ahora mismo, quiero decir. Porque ella va a aceptar mi propuesta. Así que Larry, usted ve, nunca se me habría ocurrido reemplazarlo con otro joven ¡pero esta muchacha! Usted sabe lo dulce que es, y yo necesito su dulzura. Así que, por raro que parezca, esta ha sido la última vez que ha tenido que atenderme. Preferiría decirle que me da pena dejarlo ir, pero piense quién está tomando su lugar ¡un ángel!

—¿No necesita la aprobación de alguien del Comité, para este cambio?

—No.

—Seguramente no les gustará que usted pase por encima de ellos.

—No será la primera vez. A usted lo tomé yo directamente, sin permiso de nadie.

—¿El Comité no sabe de mí?

—El Comité se cree que es cosa del Hogar y el Hogar se cree que es cosa del Comité. A usted lo contraté yo directamente, a través de la Agencia, claro está. Quería a alguien desconectado del Comité. No me gusta que me espíen.

—¿A qué hora dijo que viene ella?

—A las cinco. De modo que puede irse ahora mismo, si quiere. Voy a hacer una siesta entre tanto. Ella me despertará.

—Es imposible, a las cinco lleva a la hija a clase de natación.

—¿Cómo lo sabe?

—Ni bien la deje nos vamos a encontrar.

—¿Quiénes?

—Virgo y yo. Me dejó un papel en el bolsillo del abrigo.

—No lo creo.

—Entonces espérela, señor Ramírez.

—¿Dónde es la clase de natación?

—A dos cuadras del departamento de ella.

—¿Dónde está el marido?

—Hoy trabaja hasta tarde.

—¿Dónde está el departamento?

—No sé si ella querrá que lo sepa, señor Ramírez.

—Bueno, tal vez sea un error mío, porque mire usted, yo tenía dos citas y tal vez me confundí una con la otra. Unos funcionarios muy importantes del Comité de Derechos Humanos, de aquí, de Nueva York, me vienen a ver. Por qué no sé, yo nada tengo que ver con esas historias. Pues… entonces serán ellos los que vienen hoy, y no ella.

—Muy probable.

—No diga que nunca se la mencioné, a esta visita de los funcionarios.

—No, nunca.

—Pues sí, es un gran honor. Dígame, Larry, ¿usted es de esa gente que se encanta recibiendo honores?, ¿o es como yo? No me gusta que me adulen, de veras.

—Nadie nunca me prestó la menor atención.

—De todos modos, si también viene este encanto de muchacha, yo creo que les va a caer bien. ¿O mejor llamarlos y decirles que hoy no vengan, que no se molesten por mí?

—Mejor que vengan.

—No, Larry, mire, le doy el número y usted los llama, ¿verdad?

—Es gente muy ocupada, mejor déjelos venir según lo convenido.

—¿Usted cree? No… llámelos…

—La enfermera no vendrá, señor Ramírez.

—Los de Virgo muy difícilmente confunden horarios y citas y cosas por el estilo. No sé qué apostaría que a las cinco aparece, va a ver… Y estoy seguro de que podemos conseguir alguien del Hogar para que nos prepare un té, y masas, ¿y quién mejor que ella para servirnos el té? Ellos van a darse cuenta en seguida que se trata de un ángel… Pero ahora que lo pienso, es posible que ellos no vengan, que se olviden del compromiso, ocupados como andan. Sea como sea espero que vengan, sería una pena que se perdiesen té y masas, y a ella ¡nada menos! Y estoy seguro de que le va a convenir conocer a esa gente. La pueden ayudar en su carrera. Gente influyente. A todo esto, ¿no convendría que usted me fuera a buscar unas buenas masas, de algún negocio de lujo? No repararía en el gasto, en un caso así…

—…

—No, no le voy a pedir que traiga las masas.

—…

—Sería humillante, a su edad, hacer mandados.

—…

—No, no vaya a creer que estoy dudando por el gasto. En caso de quedarme sin dinero le puedo pedir a ella que me espere unos días para el pago, hasta que me llegue la mensualidad. Ya ve, ella no está tan necesitada como usted, para ella estos van a ser unos dólares extra, un lujo. Los gastará en juguetes para la hijita, vaya a saber.

—…

—Y algo más: voy a recomendarlo al Comité. Usted tiene que volver a trabajar en su campo ¡Historia!, no perder el tiempo en estos trabajitos.

—Gracias, no quiero volver a mi campo.

—¿Por qué?

—No me siento en condiciones.

—¿Qué quiere decir «no me siento en condiciones»?

—Eso, que no me siento en condiciones, y basta.

—Vaya a saber lo que me está ocultando… En fin, como usted prefiera… ¡Ah!, y esta tarde, para completarla, para completarla de veras, si ellos se van temprano, ocupados como andan, esta tarde tal vez le quede a ella media hora para quedarse y leerme… Me imagino lo que está pensando ahora, que soy insaciable… Ay Larry, me parece que me están malcriando. Soy un viejo egoísta, pero por suerte usted no va a tener que aguantarme más, porque no va a tener que regresar. Ella va a ocupar su lugar, estoy seguro.