—Señor Ramírez…

—Lárguese…

—Señor Ramírez… ayúdeme…

—¿Dónde está…?, no lo veo…

—Estoy muy lejos, y estoy en peligro.

—No quiero saber más nada de usted.

—Señor Ramírez… tenga piedad…

—Dígame por lo menos dónde está.

—No sé… No me atrevo a mirarme en derredor.

—No sea cobarde. Si me describe el paisaje… podré empezar a darme cuenta, de qué se trata… esta vez.

—Gracias…

—…

—Señor Ramírez… veo… dos habitaciones chicas…

—Dos habitaciones chicas pero muy acogedoras.

—Dos habitaciones chicas. En una está la cocina, toda chorreada de grasa vieja, una costra dura. Con todo el polvo, y la basura que vuela, que se le fue pegando. Son como estalactitas de mugre que se han formado. Estalactitas y estalagmitas. Y no hay muebles, una silla rota que encontré en la calle. Y en el suelo las hojas de diario que se volaron de no sé dónde. Y un colchón tirado, una sábana sola, que era blanca pero que se volvió marrón. Y cucarachas en abundancia.

—¿Y frazada?, ¿no tiene frazada?

—No. Yo nunca siento frío. A veces tengo que apagar la calefacción. Y no uso almohada, es más sano así. De la calle se puede ver, o de la ventana de los vecinos, la mugre que hay, porque tampoco tengo cortinas.

—Alguien lo está mirando desde la calle, es de ese hombre que usted tiene miedo.

—Sí, es de él.

—¿Por qué, Larry, él lo conoce acaso?

—Ese hombre se queda callado y no se queja de nada. Pero de repente explota.

—¿Por qué explota?, ¿quién es ese hombre que explota?, ¿llegó alguna vez a pegarle fuerte?

—Muy fuerte.

—Se lo habrá merecido. Y ya déjeme en paz, le dije bien claro que no quiero saber más de usted.

—Usted tiene la culpa de todo.

—Lárguese… basta ¡de una vez!

—Usted tiene la culpa, usted me dijo que me pusiera en las manos de él.

—¿Para qué?

—Para darle la alternativa. Una vez en las manos de él podría hacerme lo que le pareciese.

—Yo no le tengo confianza a ese hombre, Larry, podría destruirlo, aniquilarlo a usted.

—Pero entonces si lo sabía, ¿por qué me dijo que me pusiera en sus manos?

—No sé, me he olvidado.

—Tal vez usted quiera verme muerto, y ese es el porqué.

—Tal vez.

—¿Pero qué le he hecho yo para merecer esto?

—No recuerdo lo que me hizo, ¿acaso no sabe usted de mis límites de memoria? Lo único que sé respecto a usted es que nunca lo podré perdonar.

—Señor Ramírez, esa persona… de quien hablamos, me está mirando por la ventana. Me ve porque no hay cortinas.

—A veces él no sabe lo que hace.

—Sí, señor Ramírez, él es nervioso, pierde el control…

—En realidad no es nervioso, aguanta mucho, es tolerante. Pero en un momento explota, nunca se sabe cuándo…

—¡Usted me ha metido en esto, ahora tiene que ayudarme!

—Cierre la puerta, no le permita que entre…

—Ya es demasiado tarde. Está en esta habitación, está mirando con asco la cocina grasienta. Las cucarachas se escapan despavoridas.

—Salte por la ventana, trate de esquivarlo ¡haga algo!

—Ya es tarde. Yo lo vi que pasaba por la calle. La cara se le había vuelto blanca de cólera. Una cólera fría.

—¿Qué cree usted que él va a hacer?

—Me va a retorcer el pescuezo, me va a arrancar la cabeza de un puñetazo, me va a abollar la frente, como los chicos hacen con sus muñecos. Me arrancará brazos y piernas.

—¿Sobrevivirá usted?

—Tal vez, pero como un charco de sangre y carne.

—Larry… por favor… no me diga más nada…

—…

—Larry… no me cuente más cosas horribles… pero… pero deme una señal de vida.

—…

—¡Larry!… ¡conteste!

—Se puede tomar en la mano la cabeza de un muñeco, hundirle la frente, y las sienes. Después se le puede poner una mano en torno al pecho, otra en torno a la cabeza, y girar el cuerpo para un lado y la cabeza para el otro. Como retorcer una toalla mojada, hasta que se arranca la cabeza. Y se arrancan los miembros como hojas de una planta. Las manos son grandes lo suficiente para empuñar el muñeco. Se separan las piernas, se las agarra con fuerza, y se las descoyunta. Como se abre un pollo, partiendo el cartílago, desgarrando la carne, para masticarla a gusto.

—Larry… pídale perdón… haga algo…

—Todo es inútil… ya no queda nada por hacer… Me lo acaba de decir, que él nunca me podrá perdonar.

—Larry…

—…

—¡Larry!, ¡deme una señal de vida!

—…

—Larry…

—…