—Con que esto es Navidad.

—Ajá…

—No sé por qué se me cruzó la idea peregrina… de que usted me iba a traer algún dulce, o alguna otra cosa, de regalo, ya que es una fiesta tan importante… Pero ahora estoy contento de que no, me caen realmente mal, los dulces.

—¿Le corto una parte de mi manzana?

—No… Ya me trajeron una, entera, ¿no vio? Acabo de comérmela… Gracias.

—No se entusiasme demasiado con la Navidad, se va a decepcionar.

—Todo el personal del hospital parece alborotado, ¿por qué tanto?

—Tienen familia, seguramente saldrán y se emborracharán, vaya a saber.

—Larry… ¿Al final del día, van a estar todos decepcionados?

—No… Algunos no van a recordar lo que ocurrió.

—Veo que avanzó un montón de páginas esta mañana, ¿no le convendría descansar un poco, ahora?

—No estoy cansado.

—Perfecto, podemos charlar un rato entonces.

—No es justo… Soy siempre yo el que habla de su vida, ¿por qué no habla un poco de la suya?

—Todos los chismes del Hogar, pues, ya se los conté. Aquí en el hospital en cuatro días todavía no he establecido una sola relación. ¿Qué más podría contarle?

—Usted vivió más de cuatro días… Cuénteme cómo coordinó esas huelgas salvajes… en seis plantas automotrices, saltando por encima de la autoridad sindical.

—No creo una palabra. ¿Dice eso el libro?

—Sí que lo dice, aunque con palabras de otro siglo.

—Tenga cuidado, muchacho. Es posible que yo no haya sido muy veraz…

—Tal vez podríamos discutir un poco sobre eso, y se aclararía la cosa.

—Debo admitir algo. Usted dirá después que soy una presa fácil de la publicidad, pero estoy de veras intrigado por todo este asunto de la Navidad. Vi tantos anuncios por las calles, en esos días en que salíamos a dar vueltas… Pero más que nada, ayer y hoy… la euforia de la gente de aquí… realmente me ha impresionado. No sé qué daría por ver una de esas casas, en este preciso momento, a la hora de sentarse a la mesa…

—Está inflando la cosa fuera de toda proporción. Es un día de fiesta, la gente no va al trabajo, se emborracha, gasta dinero, y ahí está todo.

—Pero todos esos regalos que parecían estar comprando, ¿qué sucede cuando se abren esas cajas?

—A los niños les encanta. Para ellos es muy importante.

—¿Y para los adultos?, ¿que sienten cuando los niños abren los regalos?

—Es un placer para ellos también.

—Larry… Pero si los regalos no son para los adultos, ¿de dónde les viene el placer?

—Sus preguntas son una más aburrida que la otra.

—Entiendo el placer de abrir el propio regalo. Pero lo que uno deba sentir cuando otro abre su paquete, para mí es un misterio.

—La idea de que se deba sentir algo muchas veces es la responsable de desencantos y depresión. La gente como usted se hace grandes ilusiones, para estas fiestas.

—Yo no me hacía ilusiones, pero la gente me contagió. Parecían tener un motivo tan válido para ilusionarse…

—¿Qué motivo?

—Es lo que no sé. Pero usted dijo que no se debería esperar nada, para evitar decepciones. Y no quedó claro si se refería al momento de abrir su propio regalo, o qué.

—Creo que a la gente le gusta dar, señor Ramírez, y dar placer a los demás. Los hace sentir bien. Tan bien como cuando reciben placer.

—¿Dónde se debería sentir el placer de dar?, ¿en el pecho?, ¿en la garganta? ¿…o en los ojos?

—…

—Ah… ya sé, es en las manos. Tengo las manos… bajo la carpa de oxígeno, y las quiero sacar.

—¿Qué dice, está delirando?

—No, algo que me pasó por la mente, sin sentido. Por suerte me quitaron la carpa maldita.

—Uhmm.

—Perdóneme… Seguramente usted preferiría otros temas. Hay uno en especial que le cae bien siempre, sea el momento que sea.

—¿Cuál?

—La muchacha de la escuela secundaria, la de facciones aguileñas.

—Lo tenía olvidado, hasta que usted me obligó a recordar. Es curioso cómo uno entierra incluso los recuerdos agradables.

—Sobre todo los recuerdos agradables, en su caso.

—…

—Larry, ¿qué sucede para Navidad cuando un joven se ve obligado a pasar el día con sus padres, mientras que lo que querría es estar con su novia?, ¿estaría bien visto que ella viniera a la casa del muchacho?

—¿De qué me está hablando?

—¿Puedo serle sincero?

—Adelante.

—Querría saber cómo era esta gran celebración en su casa, con sus seres queridos. Pero al mismo tiempo quiero saber más de esa muchacha tan encantadora. Hubo una Navidad en que su novia estuvo presente también y usted por fin logró todo lo que ambicionaba.

—Me están viniendo náuseas.

—…

—Hmmm… Bueno, hubo una vez, en que vino a conocer a mis padres. Especialmente a mi madre, cuya aprobación por algún motivo pues, resultaba muy importante.

—¿Y eso fue exactamente el día de Navidad?

—¿Por qué no?

—¿Se está burlando de mí?

—Me preocupaba más lo que diría mi madre de mi novia, que viceversa. Fue muy raro, no es que habría dejado de verla si mi madre no le hubiese dado su visto bueno, pero de todos modos importaba mucho que le cayese bien. Se la veía mejor que nunca ese día. Tan atenta, tan cortés, tan inocente, que incluso cautivó a mi madre. No podían dejar de hablar de ella, cuando se fue, lo único que mi madre no entendía es qué podría haber visto en mí. Eso me hizo sentir maravillosamente, pero de todos modos yo siempre había estado orgulloso de ella. Era como traerles a mis padres un trofeo.

—No me preocupa la aprobación de su madre, sino la de su padre. ¿Qué hace él, en este momento?

—La está mirando. Y le sonríe. La encuentra muy bonita. Él está radiante de alegría, de veras. Está todo colorado, y por momentos se enciende más aún. Trata de hablar, nunca lo he visto tan sociable. Le gusta, que le traigan otra mujer a la casa.

—Yo siento lo mismo.

—Sí, les ha caído muy bien. Se la ve muy íntegra, y pura. Y bella además. Después de todas esas chillonas italianas. Mi madre rebalsaba de entusiasmo también.

—Él querría darle un buen regalo… pero no lo tuvo en cuenta, a tiempo. Aunque de veras no importa, ella no espera nada de él. O sí, sí que espera un regalo de su padre, y me temo que… ay, la vergüenza que ha de sentir él… es posible que se haya olvidado.

—…

—No se le ocurre qué comprarle… Y no se atreve a preguntárselo. ¿No le preguntaría usted de parte de él?

—Deje que le pregunte él mismo.

—¿Qué es lo que le compró usted?, ¿o es demasiado temprano para abrir las cajas?

—Oiga, no había regalos. No era Navidad, pero era mejor que Navidad, todos estábamos contentos.

—Su padre no tenía nada de qué avergonzarse entonces.

—No, claro que no. Nunca había estado tan vivaz, en general era callado, pero ese día hablaba casi por demás. Competía con mi madre para ver quién metía más baza. Corría de un lado para otro preparando copas, como gran anfitrión. La dureza de mi madre, su terrible aspereza, de algún modo desaparecieron. No hacía más que sonreír. Mi hermano y mi hermana eran pequeños, subían y bajaban por la escalera, para darle una ojeada más. Y cuchicheaban y se reían entre ellos.

—¿A su padre ella le ha caído tan bien como a su madre?

—Sí, ya se lo dije, le ha caído muy bien. Tal vez más de lo que él se haya admitido a sí mismo. La desea.

—¿Qué le dice a ella?

—Le hace preguntas, sobre la escuela, sobre sus planes. Y le gusta… que ella sea una muchacha decente.

—Su padre le iba a preguntar algo, pero se puso tan nervioso de no haberle traído regalo… que…

—¿Que qué?

—Ya no sabe qué decirle.

—Que le diga lo que piensa.

—No le cuente a nadie, no le cuente a ellos. Pero hubo una razón por la cual él olvidó el regalo… Se puso muy nervioso pensando en otra cosa, se olvidó de todo… Y es que… se asustó… Larry, él sabe lo que sentir cuando abre el regalo para él mismo… pero ella se dará cuenta de que él no sabe lo que sentir cuando ella abre el propio…

—No lo sigo.

—No sabe cómo es, darle un regalo a una mujer. No sabe lo que debe sentir cuando ella lo abre.

—Los regalos, no me interesan. Ni los doy ni los recibo. Además, si fuera obligatorio, preferiría darlos y no recibirlos.

—Sobre ese último punto volveremos, usted no es muy dadivoso, Larry. Pero para no perder el hilo, tal vez los regalos tengan que abrirse al final de la fiesta… Eso le daría tiempo a él… ¿es una fiesta larga?

—Estamos apenas sentándonos a la mesa para cenar, señor Ramírez, cuando suena el teléfono.

—¿Por qué me mira de ese modo?

—Porque estoy en una situación difícil. Quien llama es uno de los obreros, desde el edificio del sindicato. Los líderes sindicales acaban de firmar un contrato con el patrón. Los obreros no están de acuerdo, y están decididos a ir a la huelga. Este compañero me pide que vaya inmediatamente y la organice. Una huelga salvaje.

—Usted no es obrero, Larry.

—No, yo enseño Historia en la Universidad, pero soy activista también. Ya otras veces los he asistido. Soy su asesor.

—¿No hay nadie más que podría socorrerlos?

—No, ellos me conocen solo a mí. Saben que los escucho, que desconfío de los líderes sindicales. Y que los acompañaré tan lejos como sea necesario.

—Usted tiene que hacer, se da una fiesta en su honor. Páseles el nombre de otro asesor.

—Otro no se atrevería a intervenir, por miedo a la camarilla al mando del sindicato, que lo mandarían matar. Además yo soy un maestro de la estrategia, en situaciones así.

—¿Qué va a hacer?

—Tengo que ir inmediatamente, a ayudarlos.

—Pero sus familiares se sentirán heridos si los deja, será una gran decepción.

—Sí, debería darles una explicación… ¿pero qué podría decir?

—…

—¿Qué podría decirles… señor Ramírez, para no herirlos?

—¿Está seguro de que nadie puede reemplazarlo en el sindicato?

—Nadie.

—¿Y hay una razón válida para ir a la huelga?

—Sí. Los obreros la piden y pueden ganar. Con eso basta, ¿verdad?, ¿cuál es su opinión?

—¿Los reclamos de los obreros son legítimos?

—La cuota de inflación es tan alta que apenas si pueden comer.

—…

—¿Qué debería decirles a mi familia y a mi novia?, ¿cómo haré para irme sin ofenderlos?

—Querría tanto ayudarlo, Larry… pero me es difícil…

—Es preciso que me ayude… Tengo que ir al sindicato… ¡ya! Es un momento crucial, necesitan mi ayuda para ganar. Si pierden habrá represalias.

—Tal vez… debería hablarle a su novia separadamente… después a su madre… o a su padre…

—¿Pero qué les digo?, ¿cómo irme sin ofenderlos?

—Usted repite siempre que su novia tiene mucho sentido común, yo hablaría con ella antes.

—Pero se va a resentir. Este es un día muy especial, la primera vez que ha conocido a esta gente, necesita que le dé mi apoyo. Pero al mismo tiempo tengo que irme. ¿Qué le puedo decir?

—Debería darle una razón por la cual se marcha. Una razón que ella entienda. En fin, cómo decirle… para ella, nadie puede ocupar el lugar de usted. De modo que todo lo que habría que explicarle sería la razón por la que también para esos obreros usted es irreemplazable. Ella comprendería.

—Me parece bien. Ella es irreemplazable también, pero aunque comprenda, y por supuesto que comprenderá, aunque vea que es necesario, y acepte que yo lo haga, aún así se sentirá herida por haberla yo abandonado.

—Tal vez no. No si llega a entender por qué usted es irreemplazable. Vaya y dígale el secreto, ella no lo va a traicionar.

—Ya ha sucedido otras veces, usted lo sabe. Tuve que dejarla en varias ocasiones. ¿Aceptará un tipo de vida así?, ¿tengo derecho a pedirle que comparta una vida así?

—Si ella es como me la describió, estará de acuerdo en secundarlo en un caso tal. Pero usted debe entonces dejarle saber el secreto.

—¿Qué secreto?

—La razón por la cual solo usted puede realizar esa tarea.

—Los obreros quieren ir a la huelga, cerrar la planta de fabricación de automotores por un mes, pero se van a resentir demasiado de la pérdida de salarios. Pueden perder la huelga, los patrones pueden aguantar más tiempo. Yo creo que hay una solución mejor, tengo que convencerlos.

—A ella la convencerá también, si se lo explica.

—Los obreros están en contacto con una organización clandestina, que conoce el programa de producción de la planta completa. Hay treinta secciones, y si cada sección parase el trabajo a una hora específica, entonces con dos horas por día durante una semana la pérdida de producción sería la misma que si todos parasen el trabajo durante un mes. Los obreros pierden poco salario, y la empresa no puede economizar en salarios o electricidad. Ese es mi plan general. Tengo que convencer a los obreros de que se puede llevar a cabo.

—No es dos horas por día, Larry, tan solo dos horas dos veces por semana sería suficiente. Lo que cuenta es cuándo parar cada sección. Tiene que ser hecho de manera que desarticule totalmente el plan de producción. Escuche, un programa de producción sigue una concatenación lógica, es esa concatenación que debemos atacar… Las piezas de una determinada sección no serán retiradas a tiempo, se apilarán y saturarán la línea de ensamblaje. Otro ejemplo: si los ejes no llegan a tiempo el resto de la operación montura también se detiene.

—Creo que eso la convencerá.

—Sí que la convenció, Larry. Vi cómo lo escuchaba. Entendió la idea perfectamente.

—¿Qué debería decirle a mi padre?

—Hable con su madre primero.

—¿Pero a ella qué le digo?, no le interesan nada las historias del sindicato. Sospecha que son todas confabulaciones comunistas.

—Si no hay tiempo para explicarle las cosas… posiblemente… podría decirle que ya es demasiado tarde para retirarse de la lucha. Que si el grupo suyo no vence los enemigos avanzarán y lo destruirán. Es una cuestión de vida o muerte. Si el grupo no lucha ella podrá perder a su hijo.

—De acuerdo.

—Pero asegúrele que esta noche volverá. No hay peligro en el mitin. Nadie sabe que usted es el estratega, todavía.

—¿Pero y mi padre, qué le digo a él? Tal vez deberíamos dejar que mi madre se lo explique.

—No… por favor… eso no…

—¿Qué le decimos?

—Rogaría porque él no lo hubiese oído, usted acaba de ponerlo en segundo plano… Se lo ve triste, de repente. Me temo que sí lo oyó.

—¡Rápido entonces, dícteme lo que decirle!

—Dígale la verdad… Él es el único que debería saberla.

—¿Qué verdad?

—Dígale que usted tiene miedo… Dígale que hay verdadero peligro esta noche, pero que las mujeres no deben enterarse. Pídale que le dé valor, porque lo va a necesitar. Hay de veras peligro esta noche. La policía sabe que habrá un mitin en algún lado. A estas horas tal vez ya hayan averiguado dónde. Usted va a encontrarse con gente de una organización clandestina. Usted no ha sido responsable de ninguna violencia todavía, pero ellos sí. El gobierno los está buscando, vivos o muertos. Usted tiene miedo, y necesita el apoyo de su padre.

—…

—Explíquele cómo están las cosas, y él le dará lo que usted necesita, Larry.

—No creo que él comprenda… que existe algo, que no sea el interés personal y egoísta, digno de una lucha… que haya otros valores…

—¿Está seguro?

—Sí.

—Veamos… ¿Qué le da esa certeza? ¿Qué le ha visto hacer a él que le dé tal certeza?

—Toda su vida. Él no entiende… por qué alguien puede perder el tiempo leyendo un libro… si no le permite ganar dinero… Leer es estúpido y afeminado… demuestra que uno está fuera de onda… A veces logra ser bueno y cariñoso, pero algo como esto él nunca lo entenderá… el hecho de ponerse en peligro…

—Larry, por favor… dele una última oportunidad… Usted deme a mí las razones de la manera más simple posible, y si yo logro entenderlas… también él… Dígame por qué está decidido a ir a ese mitin… a pesar del peligro terrible… Trataré de comprenderlo, se lo prometo…

—Hay una gran lucha en marcha, en todo el mundo… Pero es importante por remoto y chico que sea el lugar, y se libra diariamente… Tiene cientos de años, lo determina todo… las condiciones de nuestra existencia, nuestras posibilidades futuras… Hay que pelear… El hecho de que esta noche los deje, no significa que los quiero menos… es una lucha que nos incluye a todos… no nos podemos rehusar…

—Pero la gente con que se está asociando, ¿es digna dé su confianza?

—Algunos lo son, otros cederán ante las presiones… Pero cuanto más numerosos y fuertes seamos, menos serán los que cedan.

—¿Pero por qué usted?, ¿no podría ser alguien viejo, alguien sin familia, alguien con nada que perder?

—Los viejos necesitan descansar, los jóvenes pelear, señor Ramírez.

—No, los viejos quieren morir, pero no saben cómo hacerlo honrosamente… Yo solo comprendería su partida si usted fuese irreemplazable esta noche en el mitin.

—Usted sabe que soy irreemplazable, soy el único que puede concebir la estrategia. Y convencerlos, de que puede funcionar.

—Larry, no estoy seguro de haber comprendido… No estoy convencido del todo… En este momento no se me ocurre ninguna razón que pueda justificar su muerte… Lo único, lo que viene primero para sus seres queridos… es que usted siga vivo… Nada podría tener más importancia.

—…

—Veo que lo estoy decepcionando… Pero no puedo mentirle… Tal vez su padre comprenderá… y no lo decepcionará… Ojalá fuéramos más lúcidos… y que usted nos pudiese admirar…

—No es una cuestión de lucidez… Mi padre tuvo una formación diferente… la pobreza, la lucha por la subsistencia, era lo que contaba más. Pensar más allá de eso era un lujo que no podía permitirse… Él trató de pasarme a mí lo que aprendió, pero yo fui criado en condiciones mejores, y tuve que pelear contra él para ser libre… Ahora está orgulloso de mí, pero no me comprende.

—Tal vez no sea necesario que usted lo admire… Por favor, dele la última oportunidad… confíe en él totalmente, Larry…

—¿Qué quiere decir confiar en él?

—Cuéntele todo… adónde va, quién va a ver, y que tiene miedo, confíe en él totalmente.

—…

—Sí, póngase en sus manos.

—¿Para qué?

—Dele la alternativa. Una vez en sus manos él le podrá hacer lo que le parezca.

—No le tengo confianza, podría destruirme. Podría aniquilarme.

—¿Qué motivo podría tener para aniquilarlo?

—A veces no sabe lo que hace.

—Es nervioso, pierde el control…

—En realidad no es nervioso, es taciturno pero tolerante, por un rato largo… y después explota, nunca se sabe cuándo… Es bueno, pero de pronto se puede volver contra uno…

—…

—Un sábado a la mañana mamá salió de compras, y él se quedó en casa con nosotros los chicos… Nosotros sabíamos que con él podíamos permitirnos más cosas, ya que no sabía todas las reglas de la casa. Él estaba arriba y nosotros jugando en el sótano. Empezamos a hacer ruido, y más ruido… después empezamos a subir y bajar las escaleras, y de ahí a la sala de estar dando vueltas, volteando cosas… gritando a más no poder, dando alaridos salvajes. Él no se inmutó, pero nosotros queríamos poner a prueba su paciencia más todavía… le corrimos alrededor dentro del dormitorio, tirando cosas. Hasta que repentinamente se desató… era una cólera fría, nos quedamos aterrados.

—¿Una cólera fría?

—Sí, controlada en parte. La mitad la tenía todavía embotellada por dentro. La cara se le volvió blanca, y sus ojos se cerraron casi. No nos pegó, solamente nos dijo que parásemos. Sabíamos que si lo provocábamos un ápice más nos destrozaría, nos aniquilaría, nos borraría de la superficie de la tierra.

—¿Con sus propias manos?

—Sí, con sus puños.

—¿Más que a nada, le temía a sus puños?

—Sí, a sus manos.

—¿Y si lo provocase un ápice más?

—Me retorcería el pescuezo, esa era la frase de mi madre. Nos arrancaría la cabeza de un puñetazo. Nos abollaría la frente, como los chicos hacen con sus muñecos. Nos arrancaría brazos y piernas.

—¿Sobreviviría usted?

—Tal vez, pero como un charco de sangre y carne.

—…

—Se puede tomar en la mano la cabeza de un muñeco, hundirle la frente, y las sienes. Después se le puede poner una mano en torno al pecho, otra en torno a la cabeza, y girar el cuerpo para un lado y la cabeza para el otro. Como retorcer una toalla mojada, hasta que se le arranca la cabeza. Y se le arrancan los miembros como las ramas a una planta. Las manos de él son grandes, lo suficiente para abarcar totalmente al muñeco en un puño. Le separa las piernas, se las agarra con fuerza, y se las descoyunta. Como se parte un pollo, quebrando el cartílago, desgarrando la carne, para masticarla a gusto.

—Larry, no hay otra alternativa… Afuera lo están esperando, los obreros, no hay tiempo que perder… Pero él ha cerrado la puerta por dentro para no dejarlo ir. Usted tiene que llevarlo aparte y hablarle… dígale ante todo el miedo que tiene del peligro de afuera… no el miedo a él… Y dígale cuánto necesita el apoyo de él esta noche…

—…

—La habitación está casi a oscuras… es el dormitorio de él, arriba… Ahora dele todos los detalles… de su plan secreto… Póngase totalmente en manos de él… Y al fin él decidirá qué hacer… podrá destruirlo o ayudarlo… pero si no se atreve a ir con él arriba… nunca se enterará… y no logrará que le abra la puerta…

—Usted comprende por qué tengo que afrontar este riesgo en el sindicato, él jamás, está fuera de su alcance. Ya no me queda tiempo, además contarle todo a él es demasiado peligroso… Invénteme usted una historia, señor Ramírez, algo vago, que lo satisfaga.

—La puerta está cerrada.

—La tiraré abajo, algo hay que hacer. Distráigalo mientras salgo.

—¿Y la ventana, Larry?, usted puede saltar por la ventana. No sería la primera vez.

—¿Por qué dice eso?

—Muy bien, vaya nomás… no se preocupe más por nosotros.

—Ahora debo salir y tengo miedo.

—¿Tiene miedo de morir?

—Sí, de que vengan por mí, señor Ramírez.

—Yo no tengo más miedo, ya no… ¿lo ve? Usted me convenció, de que tiene que ir, es su deber ir… vaya nomás… distraeré a su padre mientras usted sale.

—Gracias…

—…

—Y antes de irme a luchar, quiero decirle que usted me ha ayudado mucho hoy, señor Ramírez, ¿cómo se siente eso?

—¿Cómo lo siento yo?

—Sí, usted. ¿No se siente satisfecho?, ¿y dónde está localizada esa sensación?

—¿Dónde?

—Sí, dónde, ¿en su pecho?, ¿en su garganta? Siempre está fastidiando con esas preguntas.

—No siento nada. Estoy bien abrigado, y muy cómodo en esta cama, y no siento dolores… pero tengo mucho sueño, por qué no admitirlo… Si no le importa… me gustaría dormitar un poco más.

—De acuerdo…

—Descansa tanto cerrar los ojos… así como ahora. Voy a quedarme dormido muy pronto… Por suerte el día está nublado. La claridad no me lastima los ojos, ni siquiera tengo que correr las cortinas. Basta con cerrar los ojos para que todo se vuelva oscuro y calmo… Los oigo en la otra habitación, pronto van a abrir sus regalos. No sé qué les ha traído Larry, ya se ha ido y no puedo preguntarle.

—Me he ido y tengo cosas importantes que hacer.

—Espero que Larry haya adivinado lo que cada uno esperaba como regalo, para que estén contentos, igual que yo… No voy a poder escucharlos mucho tiempo más, ya estoy casi dormido.

—Mi padre querría un montón de dinero, más que nada… Mi madre querría un regalo de él… un regalo caro, que demostrara su amor por ella. Mi novia se contentaría con cualquier cosa.

—El padre de Larry quiere un montón de dinero, pero para qué lo quiere no sé.

—No quiere nada en especial, solo el poder que da el dinero.

—Su madre quiere un regalo caro del padre, qué hará con tal regalo no sé.

—Quiere algo caro, algo lujoso que la embellezca, tal vez algo que pueda lucir ante las otras mujeres. Algo que sea un símbolo del poder de él, con lo que se pueda pavonear, no los regalitos modestos que él acostumbra darle.

—¿Y la novia de Larry, por qué cualquier cosa le basta?

—Cualquier cosa, ella quiere a Larry más que a nada. Cualquier cosa que le demuestre el aprecio de él.

—Ella es inteligente.

—Sí, ella no entiende mucho de lo que él hace pero sabe que es una tarea importante, que él es un hombre de bien. Y está orgullosa de él.

—No alcanzo a oír bien los comentarios, han abierto los paquetes y están contentos. Larry les ha dado exactamente lo que querían. Ahora ha salido a la calle y sabe que los ha hecho felices. Si él estuviera aquí le preguntaría cómo se siente él.

—Está contento de haberlos tranquilizado, y de saber que puede volver a ellos.