HOMBRE QUE PUSO A ROMA DE
RODILLAS
Tácito, Anales, 2. 88
Según Julio César, los germanos eran unos adversarios mucho más duros que los casi civilizados galos. Igual que éstos, los germanos eran feroces guerreros y, de la misma manera que ocurría también en la Galia, algunas tribus tenían la costumbre de apoderarse de las cabezas de aquellos enemigos a los que mataban. Pero los galos eran un pueblo agrario hábil en el trabajo del metal y la construcción. César nos informa de que los germanos despreciaban la agricultura y se alimentaban principalmente de carne, leche y queso. A diferencia de los galos, que estaban familiarizados con los utensilios de la civilización romana, César afirma que «los germanos viven en el mismo estado de privación y pobreza que tiempo atrás, con muy pocos cambios en su dieta o su vestimenta».
Los pueblos germanos creen que su mayor gloria es la cantidad de tierra que puede permanecer deshabitada alrededor de las fronteras de cada tribu. Para ellos, esto demuestra la calidad de un pueblo capaz de mantener a sus vecinos lejos de sus hogares y de aterrorizar a cualquiera que pretenda asentarse cerca de ellos. También creen que esto les proporciona cierta seguridad frente a los ataques sorpresa.
César, «Costumbres de los germanos», De Bello Gallico, 1. 2
La arqueología ha confirmado hasta cierto punto esta descripción, pero nos muestra una imagen más matizada. Los celtas orientales parecen haber tenido pocas diferencias -físicas y culturales- con los germanos occidentales. Más bien, estas dos culturas desdibujan y entremezclan sus límites a lo largo del río Main. Una de las pruebas mejor conservadas de este período es el cuerpo de un germano encontrado en una turbera en 1950. Por desgracia, parece que fue asesinado ritualmente, por lo que su vestimenta y su dieta no se correspondería con la de cualquier germano de su época. No obstante, su muerte confirma la opinión de los autores antiguos de que la justicia y la religión de los germanos eran asuntos sangrientos, así como el hecho de que se contentaba a los dioses germanos mediante sacrificios humanos.
Conocemos a esos dioses germanos mucho mejor de lo que suponemos, pues nos han dejado los días de la semana en inglés. César nos dice que los germanos no practicaban el druidismo, sino que veneraban aquellas cosas que podían ver o sentir directamente, una circunstancia que se reflejaba en la naturaleza de sus dioses. El sábado (Saturday) estaba dedicado a Saturno; el domingo (Sunday) y el lunes (Monday) al sol y la luna respectivamente; el martes (Tuesday) era el día de Tiuw, dios de la guerra; el miércoles (Wednesday) el de Woden; el jueves (Thursday) de Thor, y el viernes (Friday) de Frigga, diosa de la fertilidad.
El soldado germano típico del siglo I de nuestra era no estaba bien equipado. Llevaba un escudo rudimentario y se le consideraba bien vestido si se presentaba en la batalla llevando al menos pantalones. De hecho, para aquellos que no tenían armadura, luchar desnudos se convertía en la mejor opción. En una época anterior a los antibióticos, muchos soldados morían a causa de las infecciones provocadas por el contacto de ropas sucias con las heridas. Sólo la élite llevaba espada, y los guerreros a caballo eran todavía más escasos. El soldado medio combatía a pie con una framea, una lanza larga que en ocasiones sencillamente tenía afilado uno de los extremos de la madera.
El historiador romano Tácito pone esta descripción de la habilidad guerrera de los germanos en boca del general Germánico:
El germano no tiene ni coraza ni casco. Su escudo son unas sencillas ramas de árbol o una fina plancha de madera sin refuerzo de cuero o acero. La primera línea puede tener lanzas, pero el resto cuenta con armas mucho más rudimentarias. Aunque sus cuerpos son espantosamente grandes, y aunque resultan formidables en el primer asalto, no pueden soportar el dolor cuando son heridos. Si se produce un desastre, olvidan cualquier orden divina o humana y huyen del lugar sin prestar la más mínima atención a sus jefes, y ni siquiera se sienten avergonzados por comportarse de este modo.
Tácito, Anales, 2. 14
Había variantes tribales en cuanto al armamento, como el hacha arrojadiza de los francos y el «hacha rajadora» de los sajones (una espada corta parecida a una daga), pero el carácter combativo de los germanos y el difícil terreno nativo contribuyó mucho más a su eficacia militar que su armamento.
Los bosques tenían (y siguen teniendo) una poderosa función en la psique germana. «El país se eriza con el bosque o se encona con las ciéngas», comenta Tácito. Las ciénagas se consideraban adecuadas únicamente para ahogar criminales, pero los bosques proporcionaban a los germanos los frutos y la caza, además de pastos para sus rebaños y seguridad frente a un posible ataque. Las arboledas (o incluso bosques enteros) se consideraban sagradas para algunos dioses, mientras que en otras áreas menos santificadas se obtenían combustible y materiales de construcción.
En el siglo I d. C, había aproximadamente una docena de grandes tribus germanas y muchas más de menor importancia. En la frontera romana, los marcomanos dominaban el este, y los catos, queruscos y caucos aquellas áreas más al oeste. Otra tribu occidental, la de los bátavos, abastecía a los romanos de mercenarios y organizaría una molesta revuelta en el año 69 d. C. Sin embargo, en el 12 a. C, los bátavos eran aliados de Augusto cuando envió sus legiones al otro lado del Rin para invadir Germania. A las órdenes de su comandante Druso, avanzaron hasta el río Weser en el 11 a. C. y, para el el 9 a. C., los romanos se habían instalado cómodamente en la capital tribal de los ubios (que con el tiempo se convertiría en la ciudad de Colonia). Druso avanzó entonces a través del territorio de los queruscos y llegó hasta el Elba.
En el 4 a. C. el futuro emperador Tiberio se internó todavía más en Germania y obligó a Maroboduo, jefe de los marcomanos, a establecer una alianza con Roma, aunque, poco después, aquella campaña de Tiberio en Germania se vio interrumpida por una revuelta en Panonia.
Al comienzo del siglo I d. C, la parte conquistada de Germania parecía estar en el buen camino hacia una completa romanización. Los historiadores romanos se congratulan por la forma en que los disciplinados y organizados italianos conseguían poner orden en los apasionados e irresponsables germanos.
Los germanos combinan una gran ferocidad con una mendacidad tan inmensa que aquellos que no los conocen apenas podrían concebirla. Son mentirosos por naturaleza, están permanentemente inmersos en litigios inventados, y expresan gratitud porque la justicia romana resuelve estas disputas. Parecía [en la época de Varo] que este nuevo y extraño concepto de resolver disputas por medio de la ley en lugar de con las armas estaba comenzando a calmar su naturaleza bárbara.
Veleyo, Paterculus, 2. 108
La arqueología demuestra que los comerciantes romanos llegaban mucho más allá de las fronteras del Imperio y habían establecido centros comerciales del tamaño de pequeñas ciudades. Los jóvenes germanos adoptaron la costumbre de servir en el ejército romano y, de vuelta a sus hogares, llevaron consigo costumbres romanas.
Entre estos soldados se encontraban los hijos de Sigimer, un jefe de los queruscos. Conocemos únicamente la versión romanizada de los nombres de estos jóvenes. Uno de los hermanos se llamaba Flavio, que, aunque sirve de poca ayuda, se ha traducido como «Rubio». El otro respondía al nombre de Arminio. Los nacionalistas alemanes de épocas posteriores lo han regermanizado como Hermann, pero, casi con seguridad, es una concepción errónea. Es posible que el nombre de Arminio derivase del dios Irmun (igual que ocurre con la vía romana de Inglaterra conocida como Ermine Street), pero, siguiendo la convención germana, el auténtico nombre de Arminio debería estar basado en la raíz Sigi- del patronímico paterno. Contamos con una descripción de Arminio.
Un joven noble, de mano fuerte y mente rápida, y mucho más inteligente que la mayoría de los bárbaros […] el ardor de su rostro y sus ojos mostraba el espíritu ardiente que habitaba en su interior. Había combatido en nuestro bando en campañas anteriores y se ganó el derecho a convertirse en ciudadano romano; de hecho, fue elevado incluso al rango ecuestre.
Veleyo, Paterculus, 2. 108
Arminio no se sintió impresionado por la incursión de Druso a través de las tierras de sus queruscos nativos, y quedó profundamente disgustado por la civilización romana. En su Germania, Tácito nos ofrece una descripción idealizada de los pueblos germanos. Aunque deplora su violencia y embriaguez, Tácito los retrata, no obstante, como unos nobles salvajes, sencillos y castos, con virtudes nada sofisticadas y monarquías cercanas que constituían un apoyo para sus pueblos. Gran parte de esta descripción podría ser cierta, en particular para la percepción patriótica de un noble germano que se mostraría enormemente de acuerdo con la visión de Tácito acerca de los vicios sofisticados y decadentes de Roma. Para un hombre de la tribu de los queruscos, el trato que recibía su pueblo por parte de los romanos sólo podría considerarse insufrible. Un jefe bárbaro ya se había rebelado porque «vosotros los romanos os buscáis los problemas solos. No enviáis perros y pastores para vigilar vuestros rebaños, sino que colocáis lobos hambrientos». (Dión Casio 56.16.)
Lo que nos lleva a Quintilio Varo, el nuevo gobernador de Germania. Un historiador antiguo resumió su anterior etapa de gobierno en Siria de este modo: «Llegó a una provincia rica como un hombre pobre y dejó una provincia pobre como un hombre rico». Varo debía su carrera al favor del emperador Augusto, pues se había casado con su sobrina nieta. Durante su estancia en Siria había actuado con firmeza frente a algunos insurgentes judíos, aunque en realidad no era un militar. Una Germania pacíficamente romanizada no tenía necesidad de un general y, si se presentaba la ocasión de combatir, Varo podría utilizar tres legiones, las XVII, XVIII y XIX, así como numerosas tropas auxiliares y de caballería.
También contaba con aliados germanos en los que sentía que podía confiar, entre ellos el joven Arminio. Varo no era consciente de que, casi desde el mismo momento que regresó a Germania, Arminio estaba conspirando contra Roma con todas sus energías. La naturaleza de la sociedad germana iba en contra de las maquinaciones de Arminio, pues los germanos eran un pueblo esencialmente democrático que tendía a elegir a sus líderes ad hoc entre los principales miembros de sus clanes locales. Además, los germanos sentían que las decisiones realmente importantes deberían tomarse en reuniones a gran escala en las que se pronunciarían entusiastas discursos y (con un poco de suerte) se consumirían grandes cantidades de comida y alcohol. Como resultado de estas características sociales, Arminio no contaba ni con la jerarquía social piramidal ni con el talento inherente para conspirar en la sombra que hacía mucho más sencilla la vida de los conspiradores romanos.
En lugar de eso, debería convencer a cada tribu y subtribu para que dejase a un lado sus disputas y rivalidades locales y actuase de una forma medianamente sincronizada. El primer paso de la conspiración consistía en que las diversas comunidades pidiesen a Varo una guarnición romana -aquí como protección contra los ladrones, allí para controlar las columnas de abastecimiento, y más allá para evitar disturbios-. Los historiadores posteriores han hecho hincapié en el gobierno opresivo de Varo como uno de los principales factores de la revuelta de los germanos, pero, de hecho, Varo parecía albergar las mejores intenciones y, a petición de los germanos, dispersó rápidamente sus tropas, dividiéndolas en pequeños destacamentos muy vulnerables, además de dedicar mucho tiempo a cuestiones legales y administrativas.
En el otoño del año 9 d. C, las noticias de graves problemas a cierta distancia despertaron finalmente a Varo, que abandonó la comodidad de su campamento y se puso al mando de sus legiones. Arminio ofreció de manera entusiasta el apoyo de los queruscos. Segestes, otro jefe tribal, acudió a Varo aconsejándole no sólo que rechazara el ofrecimiento de Arminio, sino que le cargara de cadenas por traidor. Segestes aseguró a Varo que Arminio estaba preparando una trampa para acabar con él y sus legiones. Segestes había negado a Arminio la mano de Trusnelda, y el joven noble, sin inmutarse, había reunido una banda de seguidores y había secuestrado a la novia, quien, por otra parte, tampoco había opuesto demasiada resistencia. A causa de estas enemistades familiares, Varo creyó que Segestes no estaba comportándose de manera objetiva e ignoró su consejo. Las legiones comenzaron a tener problemas casi de inmediato.
Pasaron por un bosque casi impenetrable […] había montañas puntiagudas y unas arboledas altas y densas. Incluso sin ser atacados, los romanos pasaron apuros mientras cortaban árboles y construían caminos, y hasta tuvieron necesidad de puentes. Llevaban consigo muchos carros. Fue como si viajaran en tiempos de paz, pues, de hecho, entre ellos había muchas mujeres, niños y sirvientes.
Dión Casio, 56. 20-21
Puede ser (los testimonios son contradictorios) que Varo pretendiese llegar a sus cuarteles de invierno y, por lo tanto, trasladara todo su campamento y tratara los disturbios locales durante el camino. Arminio informó sinceramente a Varo de que necesitaba organizar sus propias fuerzas y se despidió de los romanos. Varo no lo sabía, pero las fuerzas de Arminio no sólo incluían las de su propia confederación tribal, los queruscos, sino también la mayoría de sus vecinos caucos. Los maroboduos y los marcomanos permanecieron cautelosamente neutrales.
Lo que ocurrió a continuación debe ser siempre, hasta cierto punto, una conjetura. En lo más profundo del bosque de Teotoburgo, los germanos cayeron sobre los romanos y los destruyeron. Aquél fue uno de los momentos decisivos de la historia de Alemania y, sin embargo, hasta la última década fue un misterio incluso el lugar exacto donde se libró la batalla. El gigantesco monumento que erigieron los alemanes en el siglo XIX en recuerdo de la victoria de Arminio ha resultado estar situado a unos cuarenta y cinco kilómetros del lugar correcto.
Las investigaciones del Mayor Tony Clunn, un arqueólogo aficionado británico, llevaron al descubrimiento de un gran número de objetos de hierro, muchos de ellos romanos, en Kalkriese, en las lindes de los montes Wiehen, al norte de Osnabrück. Los arqueólogos profesionales, dirigidos por el Profesor Wolfgang Schlüter, confirmaron muy pronto lo que el Mayor Clunn había sospechado: era el lugar de la Varusschlapht, la batalla de Varo. Las pruebas nos dicen que allí se libró una lucha continua durante varios días, hasta que los romanos lograron salir del bosque. Cuando los romanos regresaron al lugar de la batalla unos años más tarde, hallaron los restos de una «muralla derruida», en palabras de Tácito. Los arqueólogos modernos encontraron esta muralla, pero quedaron muy sorprendidos por el hecho de que era más una valla que un muro, y que, al parecer, la mayoría de los romanos cayeron fuera de ella.
Las investigaciones posteriores dejaron claro que la valla era del tipo que los germanos construían alrededor de la cumbre de sus pastos para evitar que se extraviasen sus rebaños. Sin embargo, en este caso, las criaturas encerradas fueron seres humanos. Arminio acorraló a los confundidos y mal dirigidos romanos entre el bosque y un pantano cercano, sin dejarles tiempo para huir u organizarse, y destruyó a todo un ejército de aproximadamente 30.000 hombres. La mayoría de los legionarios fueron masacrados allí mismo, aunque algunos desafortunados oficiales de alto rango fueron llevados a las arboledas sagradas donde los romanos fueron víctimas de horribles sacrificios. Un dios, Donar, recibió especiales muestras de gratitud por una serie de tormentas que habían inmovilizado y desmoralizado a los ignorantes romanos, la mayoría de los cuales fueron abandonados en el lugar donde cayeron, y cuyos huesos blanquearon los claros del bosque durante los siguientes seis años.
También Varo murió, fuese en combate o por su propia espada. Tácito nos informa de que era una tradición familiar, pues el padre y el abuelo de Varo habían hecho lo mismo (el padre de Varo había combatido en el bando perdedor en una de las guerras civiles romanas, mientras que no se conoce la razón del suicidio del abuelo). Arminio hizo que sus hombres buscaran entre los cadáveres hasta que hallaron el cuerpo de Varo. Luego, envió su cabeza a Maroboduo, jefe de los marcomanos, con la esperanza de que su colega abandonara rápidamente su obstinada posición de neutralidad. Pero Maroboduo no estaba interesado en este horripilante trofeo, y lo envió a Roma para que recibiese unas honras fúnebres dignas.
Las noticias del desastre golpearon Roma como si se tratase de uno de los rayos de Donar. Con las legiones de Varo destruidas, sólo los Alpes separaban a la indefensa capital del Imperio de las hordas germanas. Unas pocas generaciones antes, decenas de miles de germanos cimbrios se habían infiltrado hasta el norte de Italia y sólo fueron derrotados por la heroicidad desesperada de Mario y Lutacio Catulo. El emperador Augusto ordenó una leva de emergencia y envió rápidamente al norte a la experimentada Legión V Alauda para que cubriera el vacío dejado por las legiones de Varo. Según su biógrafo Suetonio, Augusto quedó profundamente afectado por el desastre. Incluso meses más tarde, se golpeaba la cabeza contra las paredes mientras gritaba «¡Quintilio Varo, devuélveme mis legiones!». Las legiones I Germánica y XVII fueron trasladas posteriormente para completar la reparación de las líneas romanas, pero nunca se reconstruyeron las legiones XVII, XVIII y XIX destruidas por Arminio, y jamás volvieron a emplearse sus funestos títulos.
Con la frontera segura, los pensamientos romanos volvieron a la venganza. Puesto que en otro tiempo había servido bajo las águilas romanas, Arminio sabía de la resistencia romana ante la derrota y de la amarga tenacidad con la que perseguían a sus enemigos. Los meses posteriores a la batalla del bosque de Teotoburgo fueron testigos de una frenética actividad diplomática; por una parte, Arminio buscó unir a las tribus contra los romanos y, por otra, los romanos prometieron, y era una amenaza que debía tomarse muy en serio, que aquellos que no ayudasen a luchar contra Arminio correrían su misma suerte. Tan pronto como se inició la estación de campaña del año 10 d. C, Tiberio, heredero nombrado por Augusto, dirigió el contraataque romano.
A pesar de su reciente victoria, Arminio no se hacía muchas ilusiones respecto a la capacidad de sus hombres comparada con la de los legionarios de Tiberio y renunció por completo a enfrentarse a los romanos en campo abierto. En lugar de ello, se retiró a lo más profundo de los bosques. Esta táctica desconcertó a Tiberio, pues la política militar romana consistía en avanzar directamente sobra cualquier cosa que preciaran sus enemigos y derrotar entonces a cualquier ejército que acudiera a defenderla. Pero Germania no poseía ciudades que capturar, muy pocos campos cultivados que pudiesen saquear. Durante los años siguientes, los romanos efectuaron repetidas exhibiciones de fuerza, pero ningún intento serio de conquista. Sus incursiones en tierras germanas resultaban estériles, pero pretendían demostrar que, a pesar de la precaria salud del emperador y de cualquier problema que pudiera existir en la frontera, Roma no había olvidado al Arminio. Simplemente se había pospuesto el día en el que ajustarían cuentas.
En el año 14 d. C. Tiberio se convirtió en emperador. Ya había incrementado la guarnición de las fronteras germanas hasta las seis legiones, y uno de sus primeros actos como emperador fue ordenar que cruzaran el Rin. Al mando de este ejército estaba el hijo de aquel Druso que había sido el primero en invadir Germania. Este joven ya había adoptado el nombre de Germánico, tanto por las hazañas de su padre como por una muestra de sus futuras intenciones.
El relativo fracaso de los romanos antes del 14 d. C. había provocado que más tribus se unieran a Arminio. Lo hicieron incluso los queruscos liderados por Inguiomer, tío de Arminio, que hasta entonces había sido su enemigo. Otro miembro de la familia, Segestes, había permanecido fiel a Roma, a pesar del enorme costo que le supuso en popularidad entre sus hombres. Finalmente, algunos miembros de esta tribu, alentados por Arminio, cercaron a Segestes en un fuerte de un bosque y le pusieron sitio. Segestes envió a su hijo Segismundo a pedir ayuda a los romanos, algo que el hijo hizo muy a su pesar, pues en otro tiempo había sido sacerdote de un culto romano, pero había abandonado su vocación para unirse a Arminio, aunque, al parecer, regresó posteriormente al lado de su padre.
Germánico era muy consciente de la importancia de animar a la deserción, de manera que recibió al joven en el seno de Roma y corrió al auxilio de Segestes. Su repentina llegada facilitó la captura de varios jóvenes nobles germanos, así como de Trusnelda, la esposa de Arminio. Trusnelda estaba esperando un hijo de éste, y no se mostró muy feliz al verse obligada a regresar con su padre Segestes.
Mostró más el espíritu de su esposo que el de su padre. No por las lágrimas o las plegarias de una suplicante. Se dio unas fuertes palmadas en el pecho y fijó su mirada sobre la hinchazón que su hijo producía en su vientre […]. Tiempo después, la esposa de Arminio dio a luz un niño que fue criado en Rávena.
Tácito, Anales, 1. 58
Arminio estaba fuera de sí de ira. Tácito pone en su boca estas palabras:
¡Vaya un noble padre! ¡Vaya un general poderoso! Ése es un ejército heroico que necesita toda su fuerza para secuestrar a una mujer embarazada. He contemplado personalmente la caída de tres legiones y sus comandantes. He librado mis propias guerras con hombres armados, no por medio de la traición contra las mujeres con hijos. Mirad en nuestras arboledas sagradas y descubriréis los estandartes romanos que he dedicado a nuestros dioses germanos. Dejemos que Segestes y su hijo sacerdote vivan entre los conquistados, pues han permitido la presencia de símbolos de la dominación romana entre el Rin y el Elba, y jamás serán perdonados por ello […]. Ya nos hemos librado de Augusto y de su heredero Tiberio. ¿Por qué deberíamos sentir temor ante un adolescente sin experiencia y su ejército de amotinados? Si preferís vuestra patria, vuestros antepasados y vuestra tradicional forma de vida a las colonias y la tiranía de Roma, entonces seguidme a la gloria y la libertad; de lo contrario, deberíais uniros a Segestes en la humillación y la esclavitud.
Tácito, Anales, 1. 59
Entonces Germánico organizó un ataque relámpago para saquear las tierras de los bructeros, una tribu aliada de Arminio, y los empujó hacia el lugar del desastre de Varo en el bosque de Teotoburgo.
En el campo, los huesos de los soldados yacían esparcidos por el suelo, cada uno en el lugar donde había caído defendiendo su posición o huyendo. Había restos de armas, y también los huesos de los caballos, mientras que había cabezas humanas clavadas en los troncos de los árboles de alrededor. En estas arboledas se encontraban los altares bárbaros donde habían sido sacrificados los tribunos y centuriones.
Tácito, Anales, 1.61
Germánico dio un entierro decente a los caídos (la arqueología ha encontrado el lugar donde fueron enterrados solemnemente los huesos erosionados por el tiempo). A continuación, su ejército se volvió con furia redoblada a la persecución de Arminio. Como siempre, Arminio se retiró a las profundidades del bosque en cuanto avanzaron los romanos, aunque en cierta ocasión cayó por sorpresa sobre una columna de caballería que avanzaba sin demasiado cuidado. Cuando los romanos se encontraron en el interior del bosque, Arminio decidió atacar. Como siempre, había elegido el terreno apropiado a su estilo de lucha. Los romanos fueron sorprendidos en un terreno pantanoso, incapaces de emplear su caballería y revolcándose en el blando barro con sus pesadas armaduras. Al final, consiguieron levantar un terraplén y montar un campamento detrás del mismo. Arminio se mostró dispuesto a aceptar este modesto éxito, pues pretendía tender emboscadas a los romanos cuando se retirasen. Sin embargo, su tío Inguiomer tenía otras ideas. Esperaba infligir a los romanos un último y definitivo golpe que supusiera su expulsión definitiva de Germania, y convenció a las tribus para atacar el campamento romano atravesando un terreno abierto, con el resultado imaginable. Encantados con tener a sus enemigos en campo abierto, donde podían resultar decisivos su armamento y disciplina superiores, los romanos despedazaron los ataques germanos y ahuyentaron a los supervivientes, que se internaron en el bosque.
Esta breve victoria proporcionó a los romanos un respiro durante el cual realizaron una retirada digna hasta el Rin. No volvieron en los dos años siguientes, pero en el 16 d. C. Arminio fue informado de que los romanos habían irrumpido en las orillas del río Weser. Arminio acudió rápidamente al río, y preguntó a los romanos del otro lado si su hermano Flavio se encontraba entre ellos, y es que, a pesar de que Arminio había roto toda relación con Roma, su hermano seguía siendo un fiel aliado y, aparentemente, un oficial de las legiones digno de confianza. Flavio se presentó en la orilla, y entonces tuvo lugar una conversación extraordinaria. Arminio preguntó a Flavio cómo había perdido uno de sus ojos, y éste le respondió que había sido en una de las primeras incursiones de Tiberio en Germania. Arminio le preguntó qué compensación había recibido por su herida, y Flavio le contestó que varias condecoraciones y un aumento de sueldo. Entonces Flavio animó a su hermano a pedir clemencia a los romanos, señalando que su esposa y su hijo estaban sanos y salvos en Italia. En respuesta, Arminio animó a Flavio a regresar a «su patria, su antigua libertad y a los dioses de su tierra; así como a escuchar las plegarias de su madre en las que afirmaba que su hijo no desertaría y no traicionaría a su familia, a su tribu y a su pueblo».
La conversación desembocó en un duelo de gritos, y Flavio hubo de ser retenido por la fuerza para evitar que montase en su caballo, tomase su espada e intentase llegar hasta su hermano, que permanecía en la otra orilla profiriendo maldiciones e insultos a Flavio mientras se lo llevaban sus compañeros romanos.
Arminio reunió a sus tropas y envió mensajeros para ver si todos sus enemigos eran tan lanzados como Flavio. Unos jinetes cabalgaron hasta las puertas del campamento romano y ofrecieron las esposas de los desertores, tierras y una paga de cien sestercios diarios mientras durase la guerra. La oferta se realizó en un latín fluido, para que los romanos supieran que algunos de los que hasta entonces habían sido sus camaradas ya estaban al servicio de Arminio.
En Idistaviso, cerca de la actual Minden, ambos bandos se encontraron en batalla. Arminio había escogido bien el terreno, con una ligera pendiente que favorecía a sus hombres y un bosque a su espalda. Los germanos lucharon con su habitual ímpetu, pero aquél era el tipo de guerra en la que los romanos eran maestros. Los germanos fueron rechazados, y el propio Arminio estuvo a punto de ser capturado.
Los queruscos estaban siendo expulsados de las montañas. Arminio destacaba entre ellos, arremetiendo y, aunque herido, sosteniendo el combate con su espada y su voz. Se arrojó sobre los arqueros, pero fue repelido […]. Sin embargo, a causa de un violento ejercicio físico, combinado con el peso de su caballo, cayó violentamente. Algunos dicen que los caucos que había entre las tropas auxiliares romanas lo reconocieron incluso después de que se bañara el rostro en sangre para evitar ser identificado. Estos hombres abrieron sus líneas para permitirle escapar.
Tácito, Anales, 2. 18
A pesar de la derrota, los germanos estaban decididos a continuar con su resistencia. Una vez mas realizaron una parada, eligiendo esta vez un lugar situado entre un traicionero pantano cerca de un río (probablemente el Aller) y un bosque. Parece que también construyeron una empalizada del mismo tipo que habían empleado para atrapar a Varo. Germánico estaba feliz de combatir a los germanos en cualquier lugar en el que estuvieran preparando un campamento, y se produjo otro lúgubre combate en el que los romanos se encontraron con el río a sus espaldas y los germanos con el pantano detrás de ellos. Al final, la enorme masa de guerreros germanos se volvió en su contra. Sus rivales, inferiores en número, eran muy superiores en la lucha en espacios cortos, y contaban con las armas y tácticas apropiadas para ella. Además, no ayudó que Arminio tuviera un papel menor dentro de la batalla, probablemente al estar incapacitado por sus recientes heridas. Su tío Inguiomer asumió el mando e hizo un buen uso del mismo, pero al final, dice Tácito, «la fortuna, más que su coraje, le abandonó». Los germanos cedieron y, sin un lugar hacia el que poder huir, sufrieron enormes pérdidas antes de que la noche acudiera en su auxilio. Esta victoria hizo que la tribu de los angrivarios se pasase al bando romano, y es probable que otras estuvieran sopesando seriamente hacer lo mismo.
Sin embargo, Germánico fue más allá de sus posibilidades. Había decidido rebasar al ejército germano por el flanco rodeándolos por mar. Más de un millar de naves de transporte repletas de soldados zarparon de la desembocadura del Rin y navegaron rumbo al norte a lo largo de la costa. Esta campaña contra los queruscos se consideró un «éxito», pero no fue suficientemente concluyente como para que Germánico pudiera establecer una base permanente. Así pues, reembarcó a sus hombres e inició una campaña más cerca de la Galia. La idea de trasladar el ejército por mar fue muy audaz, pues los romanos no eran un pueblo de marinos, y ya habían sufrido la falta de tripulaciones experimentadas en el viaje de ida, cuando una tormenta destruyó algunos barcos. Una vez más, resultaron ser unos marineros de agua dulce al ser absolutamente incapaces de capear una gran tormenta de verano que llegó procedente del mar del Norte. La tribu local de los marsos contó que sus playas estaban repletas de cadáveres y restos del desastre que acabó con una buena parte del ejército romano.
Impertérrito, Germánico se preparó para una nueva invasión, aunque esta vez por tierra. Sin embargo, el emperador Tiberio consideró que ya había tenido suficiente. Los espíritus de Varo y sus legiones perdidas ya habían sido apaciguados por las victorias romanas. No había razón para gastar dinero y valiosos ejércitos en una conquista temporal de bosques y ciénagas. Si los recalcitrantes germanos eran tan opuestos a la civilización romana, no merecía la pena seguir insistiendo. Germánico recibió la orden de regresar a Roma, donde celebró un triunfo por sus victorias llevando delante de él durante el desfile al hijo de Arminio, nacido en cautividad y que jamás había visto a su padre. Sin embargo, después del año 17 d. C. cesó de manera efectiva la conquista romana de Germania como empresa activa, y en el 19 d. C. murió Germánico, posiblemente envenenado. Arminio había vencido.
Arminio lo celebró volviéndose hacia Maroboduo y derrotándolo en batalla. Tal como comentaría Tácito en su Germania, una forma segura de derrotar a los germanos era fomentar sus vicios. Tan pronto como desapareció la amenaza de una ocupación romana, comenzaron de nuevo las trifulcas tribales, y esta vez más en serio, pues el propio Arminio se vio enfrentado con su tío en una lucha por el poder. Venció al conseguir unir a su causa a los poderosos longobardos y semnones, pero su posición no era en absoluto segura. Tácito comenta:
Encontré en los escritos de algunos senadores de aquella época que se recibió una carta del jefe Adgondestrio. Prometía matar a Arminio si los romanos le enviaban veneno con ese propósito. Como respuesta, se le dijo que «Roma se venga de sus enemigos en público mediante la fuerza militar, no en la oscuridad a través de la traición».
Tácito, Anales, 2.88
Esa actitud tan relajada encontró su justificación casi de inmediato. En el año 19 d. C, cuando contaba treinta y siete años, Arminio fue asesinado por sus propios parientes que aseguraban -nunca sabremos hasta qué punto de manera justificada- que pretendía erigirse en señor absoluto de toda Germania. Roma aún recibiría otra migaja de satisfacción de su revés en Germania. Hacia el año 47 d. C, los queruscos se encontraban tan mermados por las querellas internas y las interminables guerras con los catos que pidieron al emperador Claudio que les diera un rey. Claudio les envió al nieto de Sigimer y sobrino de Arminio. El nuevo rey de los queruscos era Itálico, hijo de Flavio, el oficial romano hermano de Arminio.