CAPÍTULO 9. CLEOPATRA DE

EGIPTO: EL MANTENIMIENTO DE

UNA POLÍTICA PERSONAL

¿Qué fue de aquella que trajo la desgracia a nuestras tropas, una mujer utilizada por sus propios esclavos domésticos? Reclamaba que le correspondía el gobierno de las murallas de Roma y del senado como pago por su obsceno «matrimonio».

Propercio, 3. 11. 29-32

En el mundo antiguo fueron bastante frecuentes las reinas llamadas Cleopatra. Por ejemplo, Filipo II de Macedonia se casó con una Cleopatra, lo que provocó un funesto distanciamiento de su hijo Alejandro Magno. Hubo seis Cleopatras en Egipto antes de la reina enigmática y fascinante conocida por los egiptólogos como Cleopatra VII. Pero esta Cleopatra ha cautivado de tal modo la imaginación del mundo moderno que, en la actualidad, es simplemente Cleopatra, y en ella conviven en igual medida el personaje real y el mito.

La Cleopatra del mito moderno fue una morena reina de Egipto de belleza devastadora que pasó su existencia en una lánguida decadencia en compañía de sus amantes romanos. La Cleopatra auténtica fue una macedonia, posiblemente rubia, gran trabajadora, muy inteligente e implacable. No era especialmente guapa. Plutarco dice que «no se podía decir que tuviera una belleza extraordinaria, ni que uno quedara impresionado nada más verla».

Sin embargo, dos de los hombres más poderosos de la época resultaron suficientemente atraídos por sus encantos como para poner en peligro sus carreras políticas. Cleopatra les dio hijos a ambos, lo que suponía una amenaza de creación de una dinastía que estaría en pie de igualdad con cualquiera de las grandes familias romanas.

Al igual que sus amantes César y Marco Antonio, también Cleopatra tenía un buen pedigrí dinástico. Pertenecía a la dinastía de Ptolomeo, el general de Alejandro Magno que conquistó Egipto en el año 332 a. C. Aunque macedonio, Ptolomeo I adoptó inmediatamente las costumbres egipcias para ser aceptado por sus nuevos súbditos. También recuperó una antigua tradición de matrimonios entre hermanos dentro de la familia real, una práctica que significaba que Cleopatra descendía de su ilustre antepasado en una cantidad mayor de lo que era común en cualquier otra monarquía.

La madre de Cleopatra (su tía por parte de padre) se llamaba también Cleopatra, en este caso Cleopatra Trifena. El marido (y hermano) de esta Cleopatra era Ptolomeo XII, padre de la joven Cleopatra. Ptolomeo XII es llamado a veces Auletes, «el flautista». Ptolomeo Auletes cultivó activamente la amistad de Roma, en parte para proteger su reino, y en parte para protegerse a sí mismo. Al confiarse a sus patrones romanos y tomar prestadas de ellos grandes cantidades de dinero, Ptolomeo había conseguido que ciertas personas muy poderosas estuvieran interesadas en su bienestar, algo muy necesario, puesto que la política egipcia se conducía con el mismo empuje que otras monarquías orientales, y el asesinato de un pariente era una causa de muerte muy común dentro de la familia real.

El mundo de Cleopatra. En su día, Chipre y Judea habían formado parte del Imperio Egipcio, y Cleopatra estaba decidida a recuperar tanta gloria pasada de su nación como le fuera posible. El recuadro muestra la batalla deActio, las posiciones de ambos ejércitos y el posible despliegue de las fuerzas navales.

Aunque Egipto era un reino rico, el coste de mantener la amistad de los romanos casi había llevado a la bancarrota las finanzas del estado y, sin embargo, ni siquiera el enorme tesoro pagado a los romanos evitó que éstos arrebataran Chipre a Egipto en el año 58 a. C. Esta apropiación de territorio fue el último de una serie de reveses que sufrió aquel reino que una vez había dominado gran parte del Oriente Medio. Era una decadencia cuya tendencia Cleopatra estaba decidida a invertir.

Se sabe muy poco de su infancia. Sin duda, su educación fue idéntica a la de sus hermanos. Hablaba con fluidez varias lenguas (aunque, al parecer, no el latín, lo que resulta extraño dada la influencia de Roma en su reino y su vida), y era conocida por ser el primer miembro de la dinastía ptolemaica que hablaba egipcio. En resumen, es probable que fuese aquella mente bien formada más que las curvas de su cuerpo lo que cautivara a los amantes de Cleopatra. Plutarco habla de su «atrevido ingenio» y del «placer de su compañía». No cabe duda de que era sofisticada y de una inteligencia muy viva. Según el historiador Apiano, ya causó una profunda impresión en el joven aristócrata romano Marco Antonio, que visitó la corte de su padre cuando Cleopatra tenía sólo quince años y él se dirigía a sus guerras en Asia Menor.

Puede que el padre de Cleopatra también respetara sus indudables cualidades, pues a su muerte en el 51 d. C. se convirtió en su sucesora. Cleopatra intentó por todos los medios gobernar en solitario, a pesar de ser una muchacha de tan sólo diecisiete años. Sin embargo, la presión de los funcionarios de palacio la obligó a desposarse con un hermano de poco más de diez años que se convirtió en cogobernante como Ptolomeo XIII. Cleopatra nunca fue especialmente popular entre sus súbditos. Al principio pudo intentar remediar este problema adoptando una línea populista antirromana y procurando minar la posición de su hermano. Hay testimonios de que maltrató a unos embajadores romanos, y algunas monedas y documentos oficiales de este período muestran a Cleopatra como monarca sin hacer referencia a su hermano. Cleopatra adoptó la serpiente de tres cabezas como diadema, y la cornucopia como su símbolo personal, en la esperanza de que su reino procuraría abundancia y fertilidad a Egipto.

Pronto descubrió la joven e impetuosa reina los límites de su poder. Los funcionarios de palacio utilizaron la intranquilidad del pueblo a causa de una sequía y una hambruna para maquinar un complot palaciego. Su hermano gobernó el país como figura principal de un consejo de regentes, mientras Cleopatra se vio obligada a abandonar el palacio real por su propia seguridad. Puede que, en compañía de su hermana pequeña Arsínoe, huyera incluso durante cierto tiempo y se refugiara en Siria.

En el año 48 a. C. cambió el mundo. La República romana fue derrotada en la batalla de Farsalia, en Grecia, y un hombre, Julio César, se convirtió en señor del mundo romano. El líder republicano derrotado, Pompeyo el Grande, huyó a Egipto. Egipto y Partia eran las últimas potencias que se encontraban fuera del control de César, y después del desastre de la expedición parta de Craso, Egipto parecía ser un lugar propicio para ofrecerle una calurosa bienvenida. Además, Pompeyo era el guardián oficial de Ptolomeo XIII, un pacto que Ptolomeo Auletes había concebido para proteger a su hijo, y que el senado romano había contemplado como un medio de proteger sus intereses en Egipto.

Sin embargo, el consejo de regentes no deseaba tomar parte en esta guerra civil romana, que sólo podría traer dolor a Egipto, y decidió que Pompeyo no pisase suelo egipcio. Mientras Ptolomeo esperaba en el puerto con su comité de recepción, Pompeyo fue asesinado en la barca que le transportaba desde su nave hasta la orilla. Pero aquello no fue el final de la historia, porque pocos días después fue César quien apareció en escena. Ptolomeo no estaba seguro de la reacción de César cuando tuviese conocimiento del asesinato de Pompeyo. César había sido enemigo de Pompeyo, pero también había sido en otro tiempo su suegro y aliado político. En consecuencia, Ptolomeo se marchó de Alejandría hasta ver cómo transcurrían los acontecimientos, y César llegó a una ciudad presa de la incertidumbre y los rumores.

Puesto que no era un hombre que dejase pasar la oportunidad de ocupar un vacío de poder, César se instaló en el palacio real y comenzó a despachar órdenes. Contaba con el apoyo de unos 3.000 legionarios y varios cientos de soldados de caballería que se dispusieron a restaurar el orden. Ptolomeo regresó precipitadamente a Alejandría, llegando al palacio justo antes de que lo hiciera Cleopatra. La joven reina se había dado cuenta de que el antiguo equilibrio estaba cambiando y quería tomar parte en la construcción del nuevo orden. Con Ptolomeo de nuevo en palacio, se valió de una estratagema para llegar hasta César:

Tomó una pequeña barca en compañía únicamente de uno de sus hombres de confianza, un siciliano llamado Apolodoro. Llegó al palacio cuando comenzaba a caer la tarde, pero no pudo hallar una forma de entrar sin ser descubierta. Finalmente, tuvo la idea de tumbarse dentro de una alfombra. Apolodoro la enrolló y cargó el fardo a su espalda; de esta forma traspasó las puertas de palacio y llegó hasta los aposentos de César.

Plutarco, Vida de César, 49

El romano se mostró encantado con el atrevimiento de Cleopatra. También él tenía cierta reputación de audaz, y el entendimiento entre ambos fue instantáneo. Desde un punto de vista político, César era muy consciente de la antipatía de los regentes de Ptolomeo y, por otro lado, necesitaba dinero urgentemente para pagar a sus soldados. Cleopatra quería recuperar el poder, y estaba en disposición de satisfacer las necesidades económicas de César, así como otras necesidades de una naturaleza más personal. Como señala secamente un escritor, «Cleopatra, tras obtener al acceso a César, estaba preparada para permitir que César tuviera acceso a Cleopatra». Al final de la noche, César y Cleopatra se habían convertido en amantes.

Ptolomeo comprendió la situación de inmediato cuando vio a César y Cleopatra juntos al día siguiente, y salió corriendo del palacio gritando a los cuatro vientos que había sido traicionado. Los hombres de César llevaron de nuevo al joven rey a rastras hasta el palacio, desde donde intentó incitar al populacho de Alejandría para que se rebelara a favor de su causa. Al final, después de un acto de «reconciliación», Ptolomeo accedió a compartir de nuevo el trono con Cleopatra. Sin embargo, la realidad es que el auténtico gobernante de Egipto sería César, algo que resultaba intolerable para los regentes que habían gobernado en nombre de Ptolomeo.

Estos regentes reunieron un ejército y consiguieron convencer a Ptolomeo para que lo liderase. Era una difícil guerra para César, pues carecía de hombres para una campaña en condiciones y, no obstante, no quería abandonar ni Alejandría ni a Cleopatra. A continuación se produjo una lucha confusa y, en ocasiones, desesperada, en la que una de las principales damnificadas fue la gran biblioteca de Alejandría, una de las maravillas del mundo antiguo. La biblioteca se consumió en un incendio que se había extendido desde los muelles en los que César había prendido fuego a sus propios barcos. El incendio no ayudó precisamente a que Cleopatra, su aliada, se ganara la simpatía de sus súbditos. Aproximadamente en este momento, su hermana Arsínoe decidió pasarse al bando egipcio y fue proclamada reina.

Fue una decisión fatal. Finalmente, César consiguió vencer a sus enemigos, y Ptolomeo se ahogó mientras huía de los victoriosos romanos. Cleopatra fue nombrada reina de Egipto, y contrajo matrimonio con otro de sus hermanos pequeños, que se convirtió en Ptolomeo XIV. Arsínoe fue entregada a César para que sirviera de decoración en el triunfo que celebró tras su regreso a Roma en el año 46 a. C. Pero antes de que esto ocurriera, Cleopatra llevó a su amante a un crucero por el Nilo. El viaje mezcló placer y negocios, pues Cleopatra no era una concubina, sino la reina de un gran estado que en aquel momento sufría serios problemas de funcionamiento. A menudo César se quedaba a bordo de la barca real ocupándose de sus propios problemas mientras Cleopatra desembarcaba para poner en orden su reino.

Relieve de Cleopatra en Kom Ombo ante sus súbditos, Cleopatra intentó mostrarse como una reina absolutamente egipcia, tal como aparece en esta imagen con todos los atributos regios tradicionales. Para los romanos, era una reina helenística, por completo acorde con la cultura griega y capaz de tratar con César y Marco Antonio en pie de igualdad.

Como gobernante, Cleopatra se identificaba con el Nilo, el río que constituía el factor dominante de la vida del país. En una tierra sin casi precipitaciones ni otras fuentes de agua, la inundación del Nilo, durante la cual sus aguas depositaban grandes cantidades de limo sobre la tierra, regaba y fertilizaba los campos de Egipto. Los faraones eran considerados el conducto mediante el cual los dioses mantenían el equilibrio de fuerzas naturales, y su poder era, en teoría, absoluto.

Pero ningún faraón gobernaba en solitario sin el apoyo de la clase sacerdotal egipcia, en particular los sacerdotes menfitas que habían coronado a los faraones desde los tiempos de Ptolomeo V. Alejandría era la capital del país. Situada en el extremo norte del Delta del Nilo, era un puerto rico y cosmopolita con una gran población griega y judía. En el interior del territorio egipcio, el poder de Menfis debía mantener un equilibrio con los derechos tradicionales del centro religioso de Tebas, la principal ciudad del Alto Egipto, donde la población nunca había aceptado por completo a sus gobernantes del norte. Cleopatra era una monarca helenística en Alejandría pero, para los pueblos del Alto Nilo, era la diosa consorte del faraón. Es probable que de este viaje proceda una inscripción que menciona la participación de Cleopatra en una procesión del toro río arriba desde Tebas como parte de un rito religioso.

Egipto tenía toda una pléyade de dioses, de los cuales el principal era Amón-Ra, el dios que hablaba por medio del oráculo de Siwa. La religión egipcia contaba con dioses muy antiguos, pero también adaptaba constantemente divinidades relativamente nuevas, como Serapis, que ocupaban su lugar en el panteón egipcio junto a Anubis, dios de los muertos, Apis, Horus, Osiris y otros.

Además de ser un foco religioso para su pueblo, los Ptolomeos gobernaron con mano de hierro gracias a una administración centralizada hasta un extremo muy poco usual en el mundo antiguo. A las prácticas antiguas, los Ptolomeos añadieron ideas macedónicas de recaudación de impuestos que resultaron especialmente útiles para el sistema fiscal. El clima seco de Egipto ha conservado muchos documentos de la época que fueron escritos en papiro, una planta que crecía libremente a orillas del benefactor Nilo. Contamos incluso con un papiro de la época de Cleopatra relativo a una exención fiscal. En este papiro, debajo del texto redactado por el escriba real, otra mano escribió en griego «ginestho», «Así sea». Es muy posible que se tratase de la propia Cleopatra.

La justicia la ejercía directamente el faraón o por medio de los jueces. Había sistemas legales diferentes para egipcios y griegos y, aunque los griegos constituían sin duda la élite del país, la distinción con los nativos al parecer era ficticia. Probablemente, cualquier persona que alcanzaba un determinado nivel social se consideraba «griega», sin que importase su componente genético. La naturaleza feudal del país se ponía de manifiesto en el ejército, formado en su mayor parte por piqueros macedonios mantenidos mediante concesiones de tierras regias.

Con seguridad, César observó esto, y mucho más, durante su viaje por el país. La situación era muy favorable para sus intereses. Tenía acceso a las riquezas de Egipto, y la reina del país dependía de él para su supervivencia personal y política. Para alegría tanto de César como de Cleopatra, la reina quedó encinta del romano. César abandonó el país justo antes de que su hijo Cesarión (Ptolomeo César), naciera el 23 de junio del año 47 a. C.

Mientras estuvo separada de César, Cleopatra trabajó muy duro para fortalecer su país. A pesar de las deudas de su padre y de la rapiña de César, consiguió recuperar la economía, y concentró sus esfuerzos militares en construir una flota que pudiera rivalizar con la de Roma. Sabemos muy poco de sus actividades durante esta época. Pese a la propaganda posterior de sus enemigos, no hay razón para creer que Cleopatra fuese depravada o libertina, ni siquiera que tuviera otros amantes en esta época aparte de César. Los asuntos rutinarios del gobierno de un reino no resultan de interés para nuestras fuentes, de manera que, mientras César sofocaba los últimos reductos republicanos en España y África, Cleopatra desaparece de nuestro cuadro histórico.

Puede que también la reina sintiera que estaba siendo objeto de poca atención. César había regresado a Roma para celebrar un magnífico triunfo por sus numerosas victorias. Entonces fue Cleopatra la que se presentó en Roma, evidentemente para negociar con César un tratado de alianza. Se ha especulado con la posibilidad de que fue César quien la hizo llamar, pero más probablemente su llegada supuso un serio problema para el dictador. Al fin y al cabo, Cleopatra no era la única aventura amorosa de César.

Además de esta relación [con Servilia en Roma] César tenía muchos amores en las provincias […] incluidas varias reinas. Entre éstas se encontraba Eunoé, esposa de Bagud, rey de Mauritania […] pero la más famosa de estas reinas es Cleopatra.

Suetonio, César, 51-52

Cleopatra llegó acompañada de su familia. Probablemente, no era conveniente dejar sólo en Egipto a Ptolomeo, su esposo-hermano, sin supervisión, y el pequeño Cesarión iba con ella para recordarle a César cuánto tenían en común como pareja. Por suerte para César, una antigua ley prohibía que cualquier rey entrara en Roma, de manera que Cleopatra hubo de acomodarse en una villa propiedad de César justo a las afueras de la ciudad, y desde allí intentó influir en el senado romano. César hizo lo que pudo para ayudarla, erigiendo una estatua de oro de Cleopatra en el templo de Venus Genetrix, pero los esnobs romanos no se inmutaron ante la propaganda de esta «Nueva Isis», como Cleopatra solía llamarse a sí misma. Una carta del orador Cicerón resume la reacción de la aristocracia romana:

No me gusta Su Majestad. Ammonio, que garantizó sus promesas, sabe que tengo razón para ello. Se trataba de promesas relativas a cuestiones literarias, en absoluto impropias de mi profesión -no debería molestarme en mencionarlas en una reunión pública […]. La arrogancia de la propia reina mientras vivió a costa del estado en la otra orilla del Tíber me hace hervir la sangre cada vez que la recuerdo.

Cicerón, Cartas a Ático, 15. 15

Si Cleopatra no consiguió impresionar a los senadores de Roma, César tuvo todavía menos éxito. Un grupo de éstos lo asesinó en las Idus de marzo del año 44 a. C. En el caos que se produjo a continuación, Cleopatra regresó rápidamente a Egipto. Era consciente de que su prestigio y su posición corrían peligro otra vez. Prueba de su inseguridad es que ordenó asesinar a su hermano-esposo y, a partir de entonces, gobernó como la consorte de su propio hijo Cesarión.

Durante la guerra civil que siguió a la muerte de César, se pusieron a prueba hasta el extremo las habilidades diplomáticas de Cleopatra. Sabía que el que resultase vencedor la condenaría si no le prestaba su apoyo, por lo que apoyar al bando equivocado tendría unas consecuencias desastrosas. En cierto momento, Cleopatra envió su flota, aunque nunca sabremos en ayuda de qué bando acudieron sus barcos, pues la amenaza de una gran tormenta los obligó a regresar a puerto. Las cuatro legiones que César había dejado en Egipto fueron enviadas presuntamente a ayudar a Dolabella, uno de los generales de César, pero acabaron en poder de Casio, el líder de los asesinos.

Cleopatra debió de sentir un gran alivio cuando la guerra llegó a su fin en el 42 a. C. con la victoria del heredero de César, Octavio, y de dos generales de César, Marco Antonio y Lépido. Estos tres hombres se repartieron el mundo romano. Como el más poderoso de los miembros del triunvirato, Antonio escogió gobernar las regiones orientales, más pobladas y ricas, y dejó a Octavio el oeste, quebrantado por las guerras, y a Lépido la provincia de África (que albergaba la mayoría de tierras que habían petenecido en su día al imperio cartaginés y a los reyes numidas). Puesto que Egipto se consideraba parte del Mediterráneo oriental, Cleopatra debería vérselas con Antonio. Allí donde César era abstemio, Antonio era un borracho. César tenía cultura, mientras que Antonio era un patán. César consideraba que el alimento era combustible para el cuerpo, y Antonio se entregaba a toda clase de excesos gastronómicos. Sin embargo, César y Antonio tenían dos cosas en común: ambos tenían parte de la sangre más noble de Roma, y ambos compartían su gusto por las mujeres con personalidades extremadamente fuertes.

Ya se ha mencionado el gusto de César por la realeza. Antonio estaba casado con Fulvia, una mujer de la que Plutarco señala que «no estaba dispuesta a gobernar una casa si, en su lugar, podía gobernar un imperio». Algunos historiadores romanos posteriores consideran que Cleopatra tenía una deuda de gratitud con Fulvia por haberle enseñado a su esposo a recibir órdenes de una mujer. Tras dejar a Fulvia en Roma (donde comenzó a promover una rebelión contra Octavio), Antonio se dirigió al este. Su intención era poner en práctica el plan de César de invadir Partía y vengar la derrota de Craso acaecida una década antes (pág. 135). Casio y Bruto habían consumido los hombres, el dinero y el material reunidos por César en su guerra contra los triunviros, por lo que los preparativos para la invasión debieron comenzar de nuevo.

En el año 41 a. C, Antonio estableció su base en Tarso, en Asia Menor, y comenzó a reunir sus fuerzas. Cleopatra fue convocada, en primer lugar para responder a las acusaciones de que había ayudado a los triunviros, y en segundo lugar porque, si ofrecía una explicación satisfactoria, se le pediría que contribuyera al esfuerzo bélico, como se esperaba de un supuesto aliado de Roma en la región. Cleopatra se tomó su tiempo antes de responder a las acusaciones, en parte para atormentar a Antonio, y en parte porque tenía muchas cuestiones que resolver en Egipto. Durante su ausencia, el país había sufrido una mala administración, y se habían producido varias malas cosechas consecutivas. Además, también necesitaba tiempo para preparar su entrada en escena. Finalmente, se presentó ante Antonio:

… navegando río arriba el Cidno en una barca cubierta de oro hasta la popa. Las velas eran púrpura, y los remos eran de plata. Bogaban al sonido de las flautas, arpas y caramillos. Cleopatra estaba tumbada, vestida como Venus bajo un dosel de tela de oro, abanicada por unos hermosos muchachos vestidos como cupidos que se encontraban a ambos lados de ella. Sus damas, que manejaban el timón o los cabos de las velas, estaban vestidas como ninfas marinas, o como las Gracias. Hasta las masas que lo contemplaban desde las orillas del río llegaban aromas de perfumes exóticos; algunas personas seguían el recorrido de la nave río arriba, mientras que otras acudían desde la ciudad para admirar el espectáculo. Antonio se quedó solo, sentado en su tribunal en medio de una ágora vacía.

Plutarco, Vida de Antonio, 26

Cleopatra contaba con informes detallados sobre el carácter de Antonio, y decidió con acierto que podría prescindir del gusto y el refinamiento en aquella suntuosa exhibición, que coronó invitando a Antonio a cenar con ella aquella noche en una fiesta de suntuoso lujo. Antonio estaba embelesado. Allí había una mujer educada y distinguida que podía igualarle en groseras bromas de soldados, una compañera para sus placeres privados y una soberana de un estado aliado. Cleopatra reunía en su persona a todas las mujeres que Antonio podría desear:

Platón dice que hay cuatro tipos de halagos, Cleopatra tenía un millar. Si Antonio estaba o no de buen humor, ella tenía un nuevo encanto o divertimento adecuado a sus deseos. Estaba con él todo el tiempo, y no le perdía de vista ni de día ni de noche. Jugaba con él a los dados, cazaba con él, y acudía a verlo cuando él practicaba el manejo de la espada.

Plutarco, Vida de Antonio, 29

Tras dejar que sus subordinados continuaran con los preparativos de la campaña parta, Antonio marchó a Egipto con Cleopatra. Se ha especulado mucho acerca del motivo por el cual Antonio abandonó aparentemente los asuntos de estado para retozar con su reina egipcia. El encaprichamiento debió tener su importancia, aunque también pudo haber un deseo de trasladarse a un puerto más alejado de Roma, donde Octavio se estaba enfrentando a una gran cantidad de problemas políticos. Pero había otra razón. Aunque Antonio era un buen guerrero, la administración y la logística le aburrían hasta la extenuación. Los años previos al 41 a. C. habían sido violentos, agitados y peligrosos, por lo que Antonio empleó la pausa antes de la campaña parta para tomarse unas vacaciones. Tenía buenas razones para desear la compañía de Cleopatra. Puede que estuviera enamorado de ella, pero sin duda la amaba por su oro, su flota y por el trigo que podía proporcionarle. Por último, su relación amorosa con la última heredera de Alejandro Magno le proporcionó cierta consideración en el Oriente griego, donde Roma aún era profundamente odiada.

Cleopatra alimentó el amor de Antonio hasta el exceso, y las fuentes antiguas abundan en historias sobre su extravagancia. Se decía que Cleopatra y Antonio habían formado una banda de amigos llamados los Vividores Inimitables, cuya intención declarada era vivir la vida al máximo. Cleopatra señalaba que, dada su absoluta devoción por la causa de Antonio, no había necesidad de mantener en la reserva a una reina egipcia. Arsínoe, la antigua prisionera de César, era innecesaria por redundante y por constituir una amenaza. Antonio accedió a los deseos de Cleopatra y acabó con la vida de su hermana.

Como había ocurrido con César, Cleopatra concibió un hijo de su amante romano, y al igual que sucedió en el caso de César, su amante hubo de marcharse antes de que ella diera a luz. Antonio había recibido la noticia de que Fulvia había provocado por fin una rebelión generalizada contra Octavio. Partió con una flota de barcos para ayudar a su esposa si la rebelión progresaba, y para actuar de «mediador» si fracasaba. Cleopatra no volvería a ver a Antonio durante varios años.

Cleopatra hizo llegar a Antonio la noticia de que había sido padre de gemelos, y éste le contestó que había enviudado y se había vuelto a casar. La rebelión de Fulvia había fracasado, y ella misma había muerto por las privaciones de la campaña militar. Antonio se había visto obligado a negociar con Octavio, que había salido muy reforzado de la crisis y, como parte del acuerdo, Antonio tuvo que contraer matrimonio con la hermana de aquél. No eran buenas noticias para Cleopatra, especialmente si pretendía, como expresó un autor, «gobernar Roma por medio de romanos».

En el Oriente, los asuntos de Roma marchaban por buen camino. Ventidio rechazó el ataque de los partos sobre Siria, y Sosio y Canidio, los generales de Antonio, mantenían campañas exitosas en Armenia y el Cáucaso. Antonio se dirigió a Oriente llevando consigo a su esposa Octavia, que estaba encinta. Fue un mortificante revés para Cleopatra, mitigado sólo ligeramente por la noticia de que Octavia había dado a luz una niña. Cleopatra había tenido un niño (que recibiría el nombre de Alejandro Helios) y una niña (que se llamaría Cleopatra Selene).

Pero llegarían mejores noticias. Antonio dejó a su esposa en Grecia con la excusa de que las dificultades de la campaña podrían ser demasiado para ella y su bebé. A continuación diluyó el efecto de su galantería haciendo llamar a Cleopatra, aparentemente como una reina aliada, para coordinar la campaña aliada. Cleopatra también estaba deseosa de demostrar a su pueblo que no era una mera prostituta de cuartel; las monedas de este período no la muestran como una reina hermosa, sino como una adusta matriarca carente de cualquier encanto. No obstante, Antonio tenía una visión diferente, y la pareja retomó sus amoríos donde los habían dejado. De aquel encuentro nacería otro hijo, Ptolomeo Filadelfo. Como pago por sus esfuerzos, Cleopatra recibió tierras en Siria, Cilicia (que proporcionaba madera para la cada vez mayor flota egipcia) y Judea; todas estas regiones habían pertenecido en su día al reino de los Ptolomeos.

Moneda de Cleopatra. Dándose cuenta de que la opinión pública se mostraría claramente en contra de sus coqueteos con sus amos romanos, Cleopatra intentó mostrarse en esta ocasión como una severa matriarca carente de cualquier atractivo sexual. Esta imagen cambió únicamente cuando Antonio acudió para quedarse junto a ella, y la pareja se comportó como un matrimonio, en compañía de sus hijos a los que se reconocía como herederos de Antonio.

Una vez Antonio marchó a la guerra, Cleopatra recorrió sus nuevas adquisiciones, lo que la llevó a trabar contacto con el rey judío al que había arrebatado algunas de sus tierras. Se trataba de Herodes el Grande, el rey de Israel que ordenó la matanza de los inocentes en Belén cuando nació el niño Jesús. Su encuentro con Cleopatra fue una ocasión magnífica en la que ambos trataron por todos los medios de superar al otro con afectadas muestras de buena voluntad. En realidad, Herodes detestaba a Cleopatra por sus expropiaciones, que incluían sus preciadas posesiones personales de olivares en Jericó. Cleopatra consideraba a Herodes un ocupante ilícito de unas tierras que por derecho le pertenecían a ella. También tenía celos de su amistad con Antonio, y utilizó su viaje para alimentar las intrigas dentro de la familia de Herodes, donde las relaciones ya eran de por sí bastante tensas. No debe sorprender, por tanto, que una de las grandes consecuencias del viaje de Cleopatra fuese convertir a Herodes en un secreto partidario de Octavio.

La campaña parta de Antonio no tuvo un buen final, en parte porque la caballería armenia desertó poco antes de su comienzo, dejando a los romanos expuestos a los arqueros a caballo de los partos. Los romanos habían aprendido lo suficiente desde el desastre de Carras como para que Antonio consiguiera vencer en varias batallas para, posteriormente, organizar una retirada ordenada. No obstante, perdió casi 25.000 hombres y no tuvo a cambio casi nada que mostrar como botín. El vengativo Antonio intentó más tarde recuperar parte del crédito perdido saqueando Armenia y capturando a su desleal monarca.

A fines del año 36 a. C. llegó a Siria, donde Cleopatra salió a su encuentro con dinero y abastecimientos para sus exhaustas tropas. Al año siguiente, la pareja regresó a Egipto, donde Antonio celebró un triunfo por su victoria en Armenia. Esta celebración provocó la intranquilidad de Roma, el lugar tradicional de estos eventos. La campaña de Partia había dañado la credibilidad de Antonio, y Octavio llegó a acusarle de estar «embrujado por la maldita egipcia» (Dión Casio 1. 26). Antonio escribió un panfleto titulado «Sobre su embriaguez» para contestar a las afirmaciones propagandísticas de Octavio acerca de que el Oriente había arruinado su carácter. En un sarcástico ataque contra Octavio como heredero de César, Antonio proclamaba que Cesarión era su legítimo heredero. Como réplica, Octavio acusó a Cleopatra de pretender convertirse en reina de Roma. Al parecer, uno de sus juramentos favoritos era «tan seguro como que yo impartiré justicia en el Capitolio de Roma».

Si esto no fue suficiente para ofender a los romanos, las disposiciones de Antonio relativas a sus descendientes parecían calculadas para cumplir esa función. En Alejandría, la muchedumbre contemplaba a Antonio y Cleopatra sentados en tronos de oro, denominándose a sí mismos encarnaciones del dios Dionisio y la diosa Isis. Antonio proclamó a Cleopatra «Reina de Reyes», y ella, a su vez, elevó a Cesarión a la dignidad de «Rey de Reyes». Cleopatra Selene se convirtió en reina de Cirene, y Alejandro Helios en rey de Armenia y heredero del Imperio Seléucida. Su hermano menor recibió las tierras más occidentales.

En Roma se produjo un gran escándalo ante lo que se denominaron las «donaciones de Alejandría». Indignado, Octavio exigió que Antonio explicara exactamente qué «tierras del oeste» había entregado al joven Ptolomeo Filadelfo. En Roma se incautaron del testamento de Antonio que estaba depositado en el templo de Vesta, y se descubrió que Antonio deseaba ser enterrado en Egipto y que había legado a los hijos que había tenido con Cleopatra más tierras de las que los romanos consideraban que le pertenecían. Para culminar la ruptura, en el año 32 a. C. Antonio se divorció de Octavia y proclamó que Cleopatra era su esposa. Ya circulaba por el Oriente romano un denario de plata con las efigies de Antonio y Cleopatra, y Octavio temía que estuvieran preparándose ellos mismos y su capital de Alejandría para reemplazar a la República romana.

La guerra era inevitable. Octavio se la declaró a Cleopatra, calculando acertadamente que Antonio se pondría del lado de su mujer. Domicio Enobarbo, el principal general de Antonio, estaba ofendido por el interés personal de Cleopatra en la guerra. Cuando comenzó a inmiscuirse en cuestiones de estrategia, Enobarbo se pasó al bando de Octavio. Cleopatra estaba furiosa, pero Antonio, con toda naturalidad y corrección, hizo llegar hasta Domicio Enobarbo el equipaje y los sirvientes que había dejado tras de sí. Algunos creen que Cleopatra quería una guerra naval para que su flota pudiera compartir la victoria. Pero Antonio contaba con un gran ejército, bien organizado por Canidio, y pretendía que la guerra se librara en territorio griego. En Grecia las cosas no marcharon como él esperaba. Aunque como soldado no era gran cosa, Octavio sabía rodearse de subordinados competentes, mientras que el bando de Antonio se tambaleaba por las continuas discusiones y el mando compartido. Finalmente, Octavio consiguió cortar el abastecimiento de agua al ejército de Antonio mientras éste se encontraba acampado cerca de un promontorio llamado Actio.

Moneda de Marco Antonio. Sólo en la última generación de la República romana comenzaron los romanos a colocar efigies de personas vivas en sus monedas. El ancho cuello de Antonio que se aprecia en esta representación parece haber sido un rasgo distintivo de su familia.

Cleopatra envió su flota para evacuar a las tropas. Sus barcos se unieron a los de Antonio y sus aliados, mientras Octavio y su almirante Agripa se preparaban para la acción naval. El 2 de septiembre del año 31 a. C. tuvo lugar la batalla de Actio. Según los historiadores antiguos, Actio fue una auténtica contienda naval en la que las fuerzas del este y el oeste se enfrentaron cara a cara para decidir el futuro del Imperio Romano. La lucha estaba más o menos equilibrada hasta que, de repente, Cleopatra se dejó llevar por el nerviosismo y su flota se abrió camino en medio de la batalla y, desplegando sus velas, huyó mar adentro. Dividido entre la posibilidad de quedarse con sus hombres o seguir a su reina, Antonio optó por esta última y abandonó a su ejército y su flota. Esta última combatió denodadamente hasta casi las cuatro de la madrugada pero, desmoralizada por la pérdida de su comandante, acabó por rendirse. El ejército que se encontraba a orillas del mar, todavía sin agua, resistió hasta que Canidio lo abandonó.

Los historiadores modernos han cuestionado esta versión de los hechos. Las antiguas batallas navales no se libraban a vela. Por lo general, los barcos estaban varados durante la noche, y se cargaban con las provisiones y hombres necesarios el mismo día de la batalla. Las velas no se cargaban a bordo a menos que fueran a utilizarse. Puesto que sabemos que los barcos de Cleopatra llevaban velas, debemos concluir que la decisión de huir no fue espontánea. Parece más bien un plan elaborado puesto en práctica en medio del caos de la batalla, dejando a Antonio separado de su fuerza principal y con la única opción de seguir a Cleopatra.

La huida a Egipto fue un desastre. Antonio y Cleopatra no tenían ni ejército ni flota para enfrentarse a los romanos. Todo lo que podían hacer era esperar la inevitable llegada de Octavio, un hombre que no se distinguía por su compasión. Sus desesperadas ofertas de renunciar a sus dignidades y vivir como simples ciudadanos fueron rechazadas. Octavio se retrasó por la necesidad de poner orden en su nuevo imperio, pero finalmente se presentó en Egipto. Las fuerzas que Antonio había podido reunir se vinieron abajo en cuanto vieron al enemigo. Antonio recibió la noticia de que Cleopatra se había suicidado, y él hizo lo propio arrojándose sobre su espada.

Pero Antonio no había sido informado correctamente. Cleopatra aún vivía, y uno de sus últimos actos antes de convertirse en prisionera de Octavio fue dispensar a su amado un magnífico funeral. Cleopatra sabía que Octavio respetaría su vida, al menos durante cierto tiempo. Su hermana Arsínoe había sido paseada en triunfo por las calles de Roma delante del carro triunfal de César, y Octavio quería que Cleopatra disfrutara de aquella misma experiencia.

Después de coronar la urna funeraria de Antonio con flores, se dio un baño y ordenó que le preparasen una magnífica comida. Cuando un campesino se presentó con una pequeña cesta, fue detenido por los guardias de la puerta. El hombre levantó las tapas que cubrían la parte superior de la cesta e invitó a los guardias a probar uno de los magníficos y grandes higos que había en su interior. Los guardias declinaron la invitación y le permitieron entrar […] Cleopatra apartó algunos higos y vio el áspid que había ordenado que le trajeran. «Así que aquí está», dijo, e introdujo su brazo para que lo mordiera.

Plutarco, Vida de Antonio, 85,86

Plutarco añade que no podemos conocer con certeza lo que ocurrió dentro de aquella habitación. Al final, Cleopatra se encerró con sus criadas. Octavio, sospechando que algo no marchaba bien, se presentó en palacio y ordenó que derribasen las puertas de los aposentos de la reina. Demasiado tarde:

Cleopatra estaba completamente muerta, tumbada en la cama con un vestido dorado y con todos sus ornamentos regios. Iras, una de las mujeres, yacía justo a sus pies, y Carmión, a punto de desmoronarse, realizaba un último esfuerzo por ajustar la diadema de su señora. Alguien le preguntó enfadado: «¿Crees, Carmión, que has hecho lo correcto por tu señora?», y ella respondió: «Exactamente lo correcto, pues ella descendía de numerosos reyes», y nada más pronunciar estas palabras, también cayó muerta.

Plutarco, Vida de Antonio, 85

Cleopatra había intentado poner a salvo a su hijo Cesarión sacándolo del país, pero en el camino fue traicionado por su tutor. Octavio consideraba que «era posible que hubiera demasiados cesares», y el muchacho fue asesinado. Más magnánimo se mostró con el resto de hijos de Cleopatra. Su hermana -la viuda de Antonio- se hizo cargo de los niños y los crió como si fueran suyos.

Con la muerte de Cleopatra, Egipto cayó en manos romanas. Se respetaron las estatuas de la reina, pero las de Antonio fueron derribadas. La vida y la muerte de esta mujer cautivaron la imaginación del mundo romano. Aunque su relación con Antonio pudo tener un gran componente político con el añadido de un elemento sexual, pronto dio lugar a numerosas leyendas. Durante siglos, se ha recordado a Cleopatra en libros, obras de teatro, óperas y, más recientemente, en películas. Se cuenta que, cuando se dio cuenta de que su fin estaba cerca, Cleopatra experimentó hasta hallar un veneno adecuado. En la tradición egipcia, la mordedura de un áspid significaba la transmisión de la inmortalidad. En el caso de Cleopatra, parece que lo consiguió.