DACIA: EL «CORAZÓN VALEROSO»
DE LOS CÁRPATOS
Dión Casio, Epítome, 67. 6
Durante más de un siglo antes de que Decébalo llegase al poder en Dacia, los romanos ya eran conscientes de la amenaza latente que se encontraba en las tierras salvajes del otro lado del Danubio. La antigua Dacia se encuentra en el punto donde se encontraban los pueblos celtas y germánicos más sedentarios con las tribus de jinetes nómadas del oeste del Mar Negro, pueblos como los roxolanos y los sármatas. La población de Dacia era numerosa y estaba imbuida de una cultura guerrera. También Roma era una sociedad militar, de manera que sus senadores eran perfectamente capaces de juzgar el peligro que suponía Dacia para sus provincias de Moesia y Dalmacia.
El pueblo de Dacia era conocido desde hacía mucho tiempo por las civilizaciones del Mediterráneo. Los griegos los llamaban getas, y habían combatido y comerciado con ellos desde el siglo VII a. C. Aunque a veces se consideraba a los dacios como un pueblo tracio septentrional, su cultura tenía numerosos préstamos de la griega y la celta, aunque también poseía aspectos originales. La constante interacción entre los diferentes pueblos favoreció en gran medida la vitalidad de la cultura dacia, aunque también significó que las guerras fueran tan frecuentes que se casi convirtieron en una característica endémica. Cuando no se enfrentaba al ataque de alguno de sus vecinos, Dacia solía estar inmersa en una guerra civil.
No obstante, los dacios no merecían en ningún caso la consideración de bárbaros que los romanos empleaban con tanta frecuencia para describir a los pueblos no conquistados que vivían fuera del Imperio. Los dacios poseían un sofisticado concepto de la arquitectura y el trabajo del metal, y sus mercaderes eran suficientemente hábiles como para comerciar en pie de igualdad con los griegos. Sin embargo, el Imperio Romano estaba alcanzando su límite al final del siglo I de nuestra era, en parte debido a que los pueblos del norte de Europa resultaron demasiado difíciles de conquistar, complicados de controlar una vez conquistados, y pocas veces merecedores de realizar un esfuerzo económico. Más que admitir sus limitaciones, los romanos se convencieron de que no merecía la pena conquistar a unos bárbaros que vivían en ciénagas y bosques inútiles.
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Esta actitud puede observarse en las representaciones artísticas contemporáneas, en especial en la columna de Trajano, que muestra el botín recogido después de cada batalla, incluidas unas armas y armaduras bastante sofisticadas, pese a lo cual, en las batallas, estos «bárbaros» aparecen representados con un armamento mucho más primitivo. De la misma manera, los romanos representaron a Decébalo como un líder guerrero valiente y capaz, pero pasaron de puntillas por su habilidad administrativa y diplomática. Si, como sugieren las pruebas más recientes, Decébalo intentó coordinar sus iniciativas militares con las de Partia, el gran rival de Roma en el Oriente, entonces su amplitud de miras y su percepción de la política a gran escala supera en mucho la de un líder de una banda guerrera tribal.
Los dacios combatían constantemente con la tribu de los llamados bastarnas, que habían emigrado desde la región del Báltico aproximadamente en el año 200 a. C. Sus guerras también alcanzaron a los dárdanos y otras tribus del sur, y acabaron por provocar varios encontronazos desagradables con los romanos una vez que éstos extendieron su influencia a través del mar Adriático a fines del siglo II a. C. Ya en aquella época Dacia estaba bastante civilizada, aunque sabemos muy poco del estado en aquel tiempo salvo que su gobierno central tenía a la cabeza a un rey llamado posiblemente Oroles.
Doloridos por su contacto con Roma, los dacios retrocedieron, recayendo probablemente en sus tradicionales luchas intestinas. El país vuelve a entrar en la documentación histórica en la década de los años setenta a. C. bajo un formidable líder llamado Burebista. Hay indicios de que este rey reorganizó el ejército, y durante su largo reinado expandió las fronteras dacias hasta su mayor extensión conocida. Subyugó a los bastarnas y los boios (otra tribu germánica), así como las colonias griegas que rodeaban el Mar Negro, llegando al final hasta Odessus (Odessa). Por el norte, el reino se extendió hasta los montes Cárpatos, y por el este hasta el río Dniéster, que constituye actualmente la frontera entre Moldavia y Ucrania. Hay diferentes versiones acerca del alcance de su frontera occidental, que probablemente fluctuó considerablemente dependiendo de la suerte del país.
El movimiento hacia el este renovó el conflicto entre dacios y romanos. A comienzos de la década de los 60 a. C, un ejército comandado por Antonio Hybrida fue derrotado por los dacios cerca de Histria (otra colonia griega del Mar Negro). Evidentemente, este choque hizo que Burebista adquiriese un mayor interés por los asuntos de Roma, y así, apoyó con entusiasmo a Pompeyo en su guerra civil contra César en el 48 a. C, lo que César vengó invadiendo Dacia una vez se hizo con el poder en Roma.
Los planes de César fueron cortados de raíz por su asesinato en el 44 a. C. Burebista no pudo explotar el caos en el que se sumergió Roma, pues también él fue asesinado poco después. Su reino se dividió en, por lo menos, tres o cuatro partes. Un fragmento, gobernado por un cacique llamado Cotiso, llegó a acuerdos con Augusto. El poeta Horacio dice que el ejército de Cotiso fue derribado (Odas 3, 8) de donde podríamos inferir que los dacios tributaron homenaje a Roma. Ciertamente, el «derribo» no fue completo, pues otra tradición sugiere que Augusto contempló la posibilidad de unir al líder dacio con su familia mediante matrimonio.
Marco Craso, de la gran familia romana de los Licinios, condujo una campaña contra los dacios en el año 29 a. C, pero no consiguió someterlos. Durante la mayor parte del siglo I d. C, animaron las largas noches de invierno asaltando Moesia siempre que las congeladas aguas del Danubio se lo permitían.
Durante el reinado de los emperadores Flavios, la frontera del Danubio se hizo cada vez más peligrosa. No sólo los dacios, sino también sus vecinos roxolanos, lanzaban ataques cada vez más feroces e importantes. Vespasiano fortificó las fronteras y envió más tropas a la región, pero sólo consiguió un breve respiro. La tormenta se desató en el 85 d. C, durante el reinado de su hijo Domiciano. Los dacios pululaban alrededor del Danubio y comenzaron a realizar importantes saqueos en Moesia, destruyendo granjas, plazas fuertes y cualquier resistencia que pudieran ofrecer los romanos. Oppio Sabino, el gobernador de la provincia, fue asesinado, y el gran número de sus enemigos obligó a los romanos a refugiarse en sus campamentos y aguardar la llegada de refuerzos.
Cuando éstos llegaron, estaban dirigidos por el propio Domiciano, aunque el emperador dejó la dirección de la campaña al veterano Cornelio Fusco, que había servido con eficacia a los Flavios en la guerra civil del año 69 d. C. Fusco expulsó rápidamente a los dacios fuera de Moesia; sin embargo, puesto que éstos se dedicaban más al saqueo que a la conquista, probablemente estaban dispuestos a marcharse al menor contratiempo. Domiciano decidió que aquellos engreídos bárbaros necesitaban una lección, y ordenó a Fusco que llevase su ejército a Dacia para emprender una expedición punitiva.
No está claro quién era el líder de los dacios en aquel momento. Tenían un rey llamado Douras, pero su influencia quedó eclipsada por el brillante y belicoso general Decébalo. Este Decébalo, protagonista de este capítulo, fue una de las muchas personas de la historia dacia con el mismo título, que probablemente era más un apodo que un nombre propio. Se traduce aproximadamente como «Corazón Valeroso», y sugiere que a Decébalo le gustaba mandar a sus tropas desde primera línea. Es bastante posible que fuese él quien dirigiese el ataque sobre Moesia, y el prestigio ganado entonces forzó a Douras a abdicar en su favor. El historiador Dión Casio parece razonablemente seguro de que Decébalo estaba al mando en el año 86 d. C, y en absoluto acobardado por la amenaza que se cernía sobre su país.
Domiciano preparó una expedición contra este pueblo [los dacios], pero evitó tomar parte activa en la misma, y prefirió permanecer en las ciudades de Moesia disfrutando de su gusto por la decadencia. No sólo era físicamente perezoso, con el espíritu de un cobarde, sino también un seductor promiscuo tanto de mujeres como de muchachos. Envió a otros para que combatieran en la guerra en su lugar y, en general, hicieron un mal trabajo. Decébalo, el rey de los dacios, envió embajadores a Domiciano ofreciéndole la paz; pero, como respuesta, Domiciano envió a Fusco contra él con un gran ejército. Cuando tuvo noticias de esto, Decébalo envió más embajadores. Esta vez su oferta de paz fue un insulto muy estudiado. Sus términos para la paz eran que cada romano debería pagarle un tributo anual de dos óbolos. En caso de no pagar, provocarían la guerra y desencadenarían un torrente de desgracias sobre los romanos.
Dión Casio, Epítome, 68. 8
La actitud caballeresca de Decébalo estaba inspirada por su dominio de su propio territorio de colinas escarpadas, bosques espesos y rápidos ríos. Además, en algún momento entre el reinado de Burebista y el de Decébalo, los dacios habían construido un reducto en los montes Orastie. Se trataba de una compleja serie de fuertes, torres de vigía y murallas que se extendían por aproximadamente quinientos kilómetros cuadrados. La moderna investigación arqueológica de estas estructuras confirma que los dacios eran excelentes arquitectos e ingenieros, y sus fortalezas debieron parecer seguras contra cualquier intento que pudieran realizar los romanos.
No se sabe exactamente qué ocurrió con Fusco, pues los romanos siempre fueron muy reticentes a comentar sus derrotas. Sabemos que los dacios le dieron muerte en batalla, y que la Legión V Alatida quedó seriamente diezmada, y que quizá incluso perdió su águila. El resto de la expedición se retiró a Moesia, abandonando sus intenciones punitivas. El revés sufrido por el prestigio romano inspiró una revuelta en la provincia vecina de Panonia. Tácito describe el acontecimiento sólo en términos generales, pero no deja dudas sobre su importancia.
Poco a poco fueron llegando las noticias, la pérdida de todos aquellos ejércitos de Moesia y Dacia, de Germania y Panonia. La temeraria estupidez o la cobardía de nuestros líderes, nuestras cohortes derrotadas y sus comandantes capturados. Ya no se trataba de mantener nuestras fronteras, sino de conservar el propio Imperio y las bases de las legiones…
Tácito, Agrícola, 41
Roma reaccionó rápidamente. Las calumnias de Dión Casio y Tácito acerca de la estrategia de Domiciano estaban inspiradas por la mutua antipatía existente entre Domiciano y el senado (tanto Dión como Tácito eran senadores). De hecho, Domiciano había preparado a conciencia su campaña dacia. La Legión IV Flavia Félix ya estaba probablemente en camino, y en el 88 d. C. pasó a Dacia por un lugar conocido como las Puertas de Hierro. En la vecina Tapae, sobre la meseta de Caransebes, vengaron la muerte de Fusco con una sonora victoria. Se cuenta que Vezinas, el segundo al mando en el ejército de Decébalo, consiguió escapar fingiendo haber muerto en el campo de batalla.
Afortunadamente para Decébalo, la estación de campaña ya estaba avanzada, y los romanos no deseaban pasar el invierno en un territorio hostil. La primavera siguiente, Saturnino, el gobernador provincial cuya revuelta marcaría el comienzo del fin del reinado de Domiciano, impidió que las tropas regresaran a Dacia.
Con las revueltas contra Roma extendiéndose a lo largo de la frontera del Danubio, y Decébalo escarmentado por el revés sufrido, ambas partes estaban deseosas de una tregua. Decébalo ofreció rendir homenaje a Roma, y a cambio recibiría de Domiciano no sólo una subvención anual, sino también trabajadores e ingenieros para reforzar las ya considerables defensas de su reino. A pesar de este mejor ambiente en las relaciones internacionales, el rey dacio no estaba dispuesto a poner su propia persona al alcance de los romanos. Por eso, en lugar de acudir él, envió a un príncipe llamado Diegis a la ceremonia oficial de paz. El príncipe rindió homenaje y recibió una diadema de los romanos como si fuera Decébalo.
La opinión pública romana estaba indignada con la idea de pagar tributo a unos extranjeros, y el incansable espíritu de Decébalo no descansaría durante mucho tiempo. Era inevitable otra guerra. Domiciano fue asesinado en el año 96 d. C. y le sucedió el anciano Nerva, que reinó durante dos años y cuyo mayor logro fue la selección de su sucesor, Trajano, quizás el emperador romano más importante.
Después de pasar algún tiempo en Roma, Trajano llevó a cabo una campaña contra los dacios, pues aún recordaba sus hechos pasados y le indignaba la cantidad de dinero que recibían anualmente, además de observar que su poder crecía cada año. Decébalo, al tener conocimiento de su avance, sintió temor, pues sabía muy bien que en la ocasión anterior no habían sido los romanos los conquistados, sino únicamente Domiciano, mientras que ahora tendría que luchar contra los romanos y contra Trajano, el emperador.
Dión Casio, Historia, 68. 6
Trajano era consciente, como sin duda lo había sido Domiciano, de que el acuerdo con Dacia había sido solamente una pausa hasta que se pudiera encontrar una solución definitiva. La naturaleza de la solución se reveló muy clara para Decébalo cuando Trajano se presentó en sus fronteras con diez legiones y comenzó la construcción de un puente sobre el Danubio para pasar a territorio dacio.
Las fuentes que nos informan sobre la guerra que vino a continuación de la incursión de Trajano son muy insatisfactorias. Por una cruel coincidencia, las obras de Apiano, Arriano y Amiano Marcelino, todos ellos historiadores cuyas obras se han conservado razonablemente bien, han perdido los capítulos relativos a estos hechos. Dión Casio se convierte así en nuestra fuente principal, aunque sólo a través de un epítome del siglo XII d. C. Dión resulta, como siempre, de muy escasa ayuda respecto a la geografía, y su epítome ofrece únicamente al lector una descripción superficial de la guerra. Pocos documentos en la historia militar antigua se han echado tanto de menos como los comentarios sobre la guerra del propio Trajano, pero sólo se conserva una frase del mismo. Afortunadamente, para conmemorar sus éxitos en Dacia, Trajano erigió una columna que aún se alza hoy en día en Roma. Alrededor de la columna corre una representación espiral que nos cuenta la historia de la guerra en imágenes, aunque, en este caso, los historiadores hubieran preferido las proverbiales mil palabras.
En la columna, los guerreros dacios llevan pelo largo y barba. Excepto sus líderes, llevan armamento ligero y emplean para su defensa unos escudos ovales. Están mejor vestidos que los guerreros germanos, con pantalones y túnicas, y en ocasiones incluso con capas. Los soldados de infantería podían elegir entre varias armas. Una de las predilectas era la falx, una especie de guadaña de combate. En la columna de Trajano, los dacios las manejan con una sola mano, pero otras representaciones demuestran que la falx era un arma mucho más pesada y temible que requería el empleo de ambas manos. También se empleaban espadas convencionales, así como hachas de combate y clavas de madera. Como podría esperarse de un pueblo en contacto con los arqueros a caballo que vivían en las orillas del Mar Negro, los dacios también eran unos consumados arqueros.
En cuanto a la caballería, los dacios dependían en gran medida de sus aliados, los sármatas. Los jinetes sármatas llevaban una cota de malla ajustada que cubría tanto al jinete como a su montura. Estos catafractos que ya hemos mencionado en otras ocasiones resultaban unos rivales temibles, y tiempo después acabaron incorporados a los ejércitos romanos.
Decébalo no buscó una confrontación inmediata. Retrocedió ante los hombres de Trajano y buscó un lugar adecuado para una emboscada, quizá como había hecho con Fusco. Pero Trajano había reforzado su ejército con una multitud de tropas auxiliares, compuestas por soldados que podían moverse con mayor libertad por terrenos agrestes y montañosos, lo que hacía más difícil preparar una emboscada sin ser descubierto.
Cuando los romanos llegaron hasta Tapae, el escenario de la derrota dacia en el año 88 d. C, Decébalo tomó la iniciativa y atacó. La batalla se volvió en su contra, aunque el resultado estuvo lejos de ser definitivo. Las enormes bajas que sufrieron ambos bandos obligaron a los dos generales a tomarse un tiempo para recapacitar. Decébalo regresó a su campaña de hostigamiento, mientras los romanos se retiraron a sus campamentos de invierno.
El invierno no transcurrió pacíficamente. Decébalo reunió a sus aliados y, tras atravesar el Danubio, los lanzó contra Moesia inferior. Su ataque fue, de hecho, una razsia a gran escala destinada a desmoralizar a los romanos y animar a los suyos, pero no afectó a la situación militar, y en primavera Trajano ya estaba de nuevo en movimiento. Ahora mucho más preocupado que antes, Decébalo buscó la paz. Ya había enviado anteriormente una embajada para sondear a Trajano, pero el acercamiento no había tenido una auténtica intención. Esta vez, Decébalo demostró que iba en serio al enviar a negociar a algunos de sus ancianos aristócratas. Poco se sabe del sistema social dacio, pero parece que había una clase superior a la que los romanos denominaban pileati por sus características gorras, mientras que el pueblo llano recibía el nombre de comati por su pelo largo.
Trajano respondió enviando dos embajadores, Licinio Sura y Claudio Liviano. Decébalo no estaba preparado para negociar personalmente, de manera que la guerra continuó. La metódica dirección de la guerra por parte de Trajano no dejó a Decébalo ninguna opción de ataque y, a pesar de sus desesperados esfuerzos, sus fortalezas fueron tomadas una tras otra. En algún momento de este proceso, los romanos recuperaron las insignias que Fusco había perdido en su desastrosa campaña del año 86 d. C. Finalmente, quedó abierto el camino hasta Sarmizegethusa, la capital dacia. Parece que Decébalo realizó un último intento de desafiar a los romanos en el campo de batalla, pero, cuando fracasó, se vio obligado a buscar una rendición en los mejores términos posibles.
Puesto que el general Máximo había capturado a su hermana y se había apoderado también de otra de sus fortalezas, Decébalo se encontraba en una situación en la que se mostraba muy favorable a un acuerdo sin excepciones a cualquier demanda que plantearan los romanos, no porque pretendiese respetar cualquier acuerdo, sino porque de este modo ganaría tiempo para recuperarse de sus recientes reveses. Así pues, prometió a regañadientes entregar sus armas, sus máquinas de asedio y sus ingenieros, devolver a los desertores, demoler sus fortalezas y retirarse de los territorios conquistados. También prometió que los amigos y enemigos de los romanos también serían los suyos, y que nunca daría cobijo a desertores romanos o reclutaría sus soldados entre los del Imperio. Esta última condición se estipuló porque con anterioridad había reclutado una gran fuerza de élite compuesta por antiguos súbditos romanos. Todo esto ocurrió después de que acudiera a Trajano, cayera a tierra en señal de obediencia y entregara sus armas. También envió embajadores al senado para que pudiera escuchar y ratificar la paz que se había acordado.
Dión Casio, Historia, 68. 9
Una vez Trajano se encontró en camino de Roma (donde celebró un triunfo y adoptó el nombre de «Dácico»), Decébalo comenzó en seguida a reconstruir sus fortalezas, a reclutar vigorosamente soldados para su ejército y a adquirir el mismo armamento sofisticado al que había prometido renunciar ante Trajano.
Las noticias de la violación de los términos del tratado de paz por parte de Decébalo llegaron rápidamente a Roma, pues Trajano había dejado una guarnición en Sarmizegethusa para controlar las actividades del rey. Puesto que era inevitable una reanudación de la guerra, Decébalo aceleró su comienzo al apropiarse de una porción de territorio de los iazyges, un pueblo aliado de Roma. En el año 106 d. C, Trajano se encontraba de nuevo en el punto de partida, a orillas del Danubio preparándose para invadir Dacia, aunque esta vez contaba con la ventaja de un soberbio puente de unos 1.000 metros de longitud que había construido para él Apolodoro de Damasco.
Trajano estuvo a punto de no poder llegar al Danubio. Unos espías enviados por Decébalo casi consiguieron asesinarlo cuando atravesaba Moesia con su ejército, un hecho que probablemente el emperador nunca perdonaría. Además, Decébalo había invitado a Longino, uno de los comandantes de Trajano, a una reunión y, una vez allí, lo había detenido a traición y lo mantenía como rehén. Pero Longino resultó ser una pobre moneda de cambio. Convenció a un liberto para que le proporcionara veneno, y luego lo envió a Trajano con la excusa de que iría a pedirle al emperador que negociase la libertad de su amo. El furioso Decébalo envió a otro de sus prisioneros, un centurión romano, con la oferta de entregar a Trajano el cuerpo de Longino y diez prisioneros vivos si aquél a su vez le daba al liberto que había ayudado a morir a Longino. Trajano no sólo no entregó al ex esclavo, sino que ordenó al centurión enviado por Decébalo que incumpliese su promesa y no volviese al campamento dacio. Ya no consideraba a Decébalo un rival honorable, por lo que no debería esperar acuerdos ni compasión si era derrotado.
Las guarniciones de Trajano se encontraban sometidas a una presión considerable por el ataque preventivo de Decébalo. Muchas de las que se encontraban en el interior de Dacia habían caído, e incluso algunos fuertes al sur del Danubio estaban soportando un asedio. Se empleó la mayor parte de aquel año en equilibrar la situación, y hasta el año siguiente Trajano no estuvo en condiciones de internarse de nuevo en territorio dacio. La metódica determinación que mostraron los romanos surtió efecto entre los aliados de Decébalo. Uno tras otro se evaporaron o llegaron a acuerdos con los romanos, una opción imposible para Decébalo, por lo que sus súbditos combatieron por él con un empeño fanático.
La oposición dacia estaba reforzada por la religión de sus guerreros, que creían que la muerte era sencillamente un cambio de estado en el que sobrevivía la conciencia. Sus dioses acogían con alegría a aquellos que morían en combate y rechazaban, por el contrario, a los cobardes, entre los que se incluían los que se rendían, por lo que era frecuente que los guerreros dacios se suicidaran antes de ser capturados. Su dios principal era una divinidad crónica (un dios de la tierra) llamado Zamolxis. Las excavaciones del yacimiento de Sarmizegethusa muestran que este dios y su sumo sacerdote desempeñaban una función fundamental dentro de la sociedad dacia. Había otros dioses, entre ellos un dios de la guerra que aceptaba sacrificios humanos. Probablemente, el miembro más accesible de este terrible panteón era Bendis, una diosa que representaba la fertilidad y la sanación y que, al parecer, combinaba aspectos del culto griego de Ártemis con la creencia indoeuropea en la mater magna (la gran madre).
Incluso los bastarnas, antiguos enemigos de los dacios, resistieron hasta el final. El historiador Apiano define a los bastarnas como «la nación más valiente de todas». En la columna de Trajano son objeto de una atención especial, y se les puede distinguir fácilmente por las coletas que adornan la parte superior de sus cráneos afeitados.
Decébalo sabía que no debía poner a prueba la auténtica fuerza del enorme y bien entrenado ejército de Trajano. Sus soldados libraron una campaña de golpeo y huida entremezclada con obstinadas resistencias en cualquier punto defendible. Parece que los romanos avanzaron hacia Sarmizegethusa desde el este en dos columnas (una de las tácticas predilectas de Trajano, y que volvería a utilizar en Partia). Alcanzaron la capital a mediados del verano e inmediatamente la sitiaron. Decébalo intentó anticiparse al inevitable final y abandonó la ciudad para refugiarse en la espesura de las montañas de Transilvania.
Trajano tomó Sarmizegethusa, y demostró que no había perdonado arrasando la ciudad hasta los cimientos. Lo que había sido una guerra se transformó entonces en una cacería humana en la que Decébalo era la presa. La arqueología ha sacado a la luz las fortalezas que albergaron a Decébalo en aquellos días. Se encontraban en afloramientos muy abruptos, y estaban construidas en parte con maderas, y en parte con piedras. Su emplazamiento rara vez exigía la presencia de un foso. Los muros se reforzaban con torres, y había otras torres fuera de la línea de muralla como dispositivos de defensa adicional. A pesar de ser unas formidables defensas (y la columna de Trajano muestra las dificultades que sufrieron los atacantes romanos), no solían estar pensadas para ofrecer una defensa prolongada. Pocas contaban con una fuente constante de agua, un problema que se agravaba por el hecho de que los habitantes locales que a veces se refugiaban en ellas llevaban consigo sus rebaños.
Era evidente que los romanos no iban a ceder hasta que capturasen a Decébalo, y también estaba claro que ese día no estaba lejano. Una tradición asegura que los romanos le cercaron. Decébalo invitó entonces a los jefes tribales que quedaban a un banquete y, después de consumir sus últimas provisiones, se suicidó cortándose la garganta.
Según la lápida de un tal Tiberio Claudio Máximo, jinete auxiliar, en aquél momento entró él en escena e hizo un desesperado intento por capturar al monarca dacio con vida. Resulta increíble que en una guerra con tan poca documentación podamos contar con este testimonio, pero la imagen representada sobre la lápida recuerda tanto a otra sobre la columna de Trajano que se refiere indudablemente al mismo incidente.
La muerte de Decébalo terminó con la resistencia organizada. Sin nada que perder, los jefes locales emprendieron una feroz campaña de guerrilla, pero la guerra como tal había finalizado. Entre los que sometieron los últimos focos de la rebelión se encontraba un eficaz subordinado y familiar de Trajano, Adriano, el futuro emperador. Trajano regresó a Roma llevando consigo la cabeza de Decébalo y miles de prisioneros dacios destinados a terminar sus días en la arena del anfiteatro. En Dacia, la colonización de Trajano ejemplificó la máxima de Tácito de que «Roma crea un desierto y lo llama paz». Los pueblos nativos fueron erradicados o expulsados de sus tierras, y se llevaron colonos de todas partes del Imperio para ocupar su lugar. Una consecuencia de esta política es que, de todas las lenguas modernas, la rumana es una de las más próximas al latín, y el nombre moderno del país, Rumania, refleja hasta qué punto los colonos de Trajano hicieron de Dacia su propia tierra.
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Poco consuelo le habría supuesto a Decébalo saber que su nación fue una de las últimas absorbidas por Roma. Bajo Trajano, el Imperio Romano alcanzó su cúspide. Tras el largo período de paz de los emperadores Antoninos que sucedieron a Trajano, los enemigos de Roma pasaron a la ofensiva, atacando las tierras romanas más que defendiendo las propias. Con sus ataques dentro de territorio romano y sus demandas de rescates y tributos, en Decébalo aparecen ya muchos de los rasgos de los futuros enemigos de Roma. En esto fue un hombre adelantado a su tiempo.