CAPÍTULO 7. VERCINGÉTORIX

CONTRA CÉSAR: LA ESPANTOSA

LUCHA POR LA GALIA

¿Debería Mamurra [un protegido de César] tomar lo que un día perteneció ala Galia de largas cabelleras y a la lejana Britania? […]

¿Acaso es posible que aquel despilfarrador de lo tuyo, Méntula, pudiese devorar veinte o treinta millones en metálico?

(Una crítica a los motivos de César) Extractos de Catulo, 29

Vercingétorix era un galo. Nació dentro de la antigua y rica cultura celta que una vez se extendió desde Italia central hasta el norte de Inglaterra. A pesar de la propaganda romana en sentido contrario, los celtas de la Galia no eran unos bárbaros. Para la época en que nació Vercingétorix, hacia el 78 a. C, muchas tribus galas se estaban urbanizando rápidamente, formando confederaciones políticas de gran tamaño, y estaban pasando a una economía monetaria. También se estaban produciendo signos de una nueva madurez política. Los antiguos reinos de muchas tribus estaban dando paso a «senados» compuestos por los líderes tribales. En las artes, la artesanía gala era de la mejor calidad, y la metalistería celta no era inferior a ninguna otra. Este período fue el florecimiento final de la cultura de La Téne, una cultura de gran futuro que estaba a punto de entrar en un período de gran, y a la postre fatídico, peligro.

La Galia se había quedado atrás respecto a sus vecinos en dos aspectos fundamentales: el desarrollo político y militar. Los galos ya habían abandonado el empleo de carros que todavía utilizaban los aún más primitivos britanos, pero sus ejércitos seguían basándose en una caballería pobremente organizada que carecía de la capacidad logística para permanecer durante mucho tiempo en el campo de batalla. Incluso esta parte fundamental del arte de la guerra de los galos era muy inferior a la de los germanos. Tan era así, comenta César, que los jinetes germanos desbarataban los ataques galos sólo con la mirada. Los soldados de infantería gala consistían en campesinos demasiado pobres para poseer su propio caballo y arneses; en resumen, unas tropas muy toscas que no eran rival para los romanos, auténticos maestros de la infantería ligera.

Sin embargo, el retraso militar no era tanto un peligro como una incapacidad de los pueblos de la Galia para unirse incluso contra la amenaza más peligrosa. Durante la mayor parte del siglo I a. C, mientras sus enemigos crecían en fuerza, las tribus galas malgastaron sus energías en feroces guerras tribales. Vercingétorix era un aristócrata de una de las principales tribus de la Galia central, los arvernos, que mantenían una antigua enemistad con otra tribu, los aeduos. A su vez, los aeduos dominaban a muchas de las tribus menores de la región.

Roma, con la que estaban aliados los aeduos, tenía una larga y tumultuosa relación con los galos. Cualquier escolar romano sabía que en el siglo IV a. C. los galos los habían derrotado aplastantemente y habían saqueado la propia Roma -una hazaña nunca lograda hasta entonces y que no se repetiría durante siglos-. Gran parte del equipamiento militar romano había evolucionado específicamente para la dificultosa empresa de combatir a los galos. Los cascos de los legionarios republicanos eran más angulosos y puntiagudos que las versiones posteriores, y estaban diseñados para desviar el golpe descendente de una espada hacia los hombros, que también estaban muy protegidos. Las legiones luchaban en formación muy cerrada con espadas cortas punzantes que les permitían aportar cinco hombres a cada línea de batalla por tan sólo tres de los galos. Asimismo, la lanza pesada de los romanos, el pilum, estaba diseñada para quebrar el ímpetu de una carga de salvajes galos.

La evolución más rápida del armamento y las tácticas de los romanos obligó a los galos a adoptar una posición defensiva. Para el siglo II a. C, los romanos habían barrido sus asentamientos del norte de Italia, llegando a tomar Milán justo antes de la llegada de Aníbal. Después de las Guerras Púnicas, Roma se expandió al otro lado de los Alpes y capturó su primera provincia fuera de Italia: una región de la Galia llamada sencillamente «la Provincia», de donde procede su nombre moderno de Provenza. Pero la mayor parte de la Galia Comata («Galia de largas cabelleras», como la llamaban los romanos) permaneció libre e independiente.

Durante gran parte de la infancia de Vercingétorix en la década de los años ochenta a. C, Roma no supuso una amenaza activa. Tenía las energías concentradas en el oriente Mediterráneo y en las luchas políticas de la cada vez menos eficaz República. De mayor interés para los arvernos, liderados en esta época por Celtillo, el padre de Vercingétorix, eran las ambiciones de los aeduos y la expansión de los germanos procedentes de la otra orilla del Rin.

La expansión iba a volver a traer a la escena a los romanos, aunque fuese de manera indirecta. La invasión romana de la Galia provocó una de las mayores catástrofes del mundo antiguo; un holocausto sin igual hasta que los conquistadores españoles llegaron a América en el siglo XVI. El arquitecto de la catástrofe gala es también nuestra principal fuente para esta historia: Gayo Julio César, el hombre que posteriormente derribaría la débil democracia romana y la sustituiría por una dictadura militar.

César nos ha legado su De Bello Gallico, una historia de la guerra de la Galia basada probablemente en sus informes al senado mientras tuvo lugar la guerra. Se trata de un documento excepcional, pues es una guerra antigua, descrita por su perpetrador, y basada en material contemporáneo. Pero la riqueza de este material no puede ocultar que es también una consumada obra propagandística. César cuenta una historia de emocionantes batallas y asedios. Nos habla de hechos heroicos de los «bárbaros» y los romanos, y de hábiles subterfugios (por su parte) y de simple perfidia (por parte de los galos). Lo que no menciona es que su propia codicia y ambición lo empujaron a una guerra completamente injustificada que destrozó la civilización gala y provocó la muerte o esclavitud de millones personas.

La historia comienza cuando los helvecios, bajo la presión de los pueblos germánicos por el norte y el este, abandonaron su hogar ancestral (aproximadamente la misma zona que la actual Suiza) y emigraron hacia el oeste. Su huida los llevó a través de la Provincia (Provenza), cuyo gobernador era Julio César. Éste se negó a dejar pasar a los helvecios y, cuando éstos tomaron otra ruta, César los atacó a pesar de todo, derrotándolos en una serie de batallas que llevaron a los supervivientes de vuelta a los Alpes.

La Galia, con las principales ciudades y tribus. El intento de Vercingétorix de unir a los galos contra los invasores romanos fue la primera ocasión en la que los galos se sintieron miembros de una única nación. Hasta entonces, las querellas entre tribus habían impedido un mayor desarrollo del pueblo galo.

Ya instalado en la Galia, César se volvió contra los germanos que habían emigrado cruzando el Rin. En un incidente particularmente sorprendente, arrestó a los embajadores que habían acudido a negociar con él, y a continuación atacó el campamento germano de donde procedían. Envió su caballería en persecución de las mujeres y niños que huían y después observó con macabra satisfacción que prácticamente no había sobrevivido nadie de toda la tribu.

Esta campaña le supuso al joven Vercingétorix una impagable experiencia sobre la forma de hacer la guerra que tenían los romanos, pues probablemente estaba al mando de alguna unidad de caballería que se habría aliado a Roma en contra de sus comunes enemigos. «Vercingétorix» se compone de las sílabas de «vencedor en un centenar de batallas», y es probable que las escaramuzas de estas primeras campañas fueran el origen del apodo de este joven jefe tribal. El conocimiento del verdadero nombre de un galo confería a quien lo supiese poder sobre esa persona, por lo que los galos reservaban sus nombres para ellos mismos y eran conocidos únicamente por sus apodos.

Pronto los galos se dieron cuenta de que su protector romano no tenía intención de marcharse, y de que sus lacayos estaban tratando la Galia como una provincia romana conquistada. Las expediciones de César contra Britania en los años 55 y 54 a. C. causaron un considerable resentimiento, tanto porque interrumpían el comercio a través del canal, como porque Britania ejercía una poderosa influencia en la religión druídica de la Galia. La tribu de los carnutes se alzó en armas contra César, y a ellos se unieron los eburones bajo su líder Ambiorix, que acabaría dirigiendo toda la rebelión. César los sometió con energía, habilidad y salvajismo. Los eburones fueron esclavizados o pasados por el filo de la espada, y sus tierras devastadas para que cualquiera que hubiera escapado a la venganza romana pereciera de hambre.

Los arvernos de Vercingétorix no tomaron parte en la revuelta. Celtillo había sido asesinado en una intriga palaciega, y la tribu estaba siendo gobernada por unos oligarcas amantes de la paz dirigidos por Gobannitio, el tío de Vercingétorix. Éste, sin embargo, se sentía ofendido por el destino que habían corrido los eburones y por la suposición romana de que sus compatriotas eran un pueblo súbdito. Su feroz agitación a favor del partido belicista provocó su expulsión de su Gergovia natal (cerca de la moderna ciudad de Clermont-Ferrand), donde el consejo ciudadano, si no prorromano, se sentía al menos intimidado por Roma. Sin embargo, Vercongétorix consiguió en poco tiempo la rebelión del campesinado y se hizo con el poder mediante un golpe de estado.

Sin duda, Vercingétorix y su causa se vieron favorecidos por el hecho de que era alto y guapo. En la cultura gala, un aspecto agraciado demostraba que un hombre contaba con el beneplácito de los dioses. Vercingétorix era enormemente inteligente y un gran orador, algo esencial en una cultura oral en la que el carisma personal tenía una importancia primordial. También contaba con gran número de partidarios, lo que le proporcionaría aún más prestigio. Además, la Galia estaba lista para la revuelta. Su pueblo estaba amargado y deseoso de venganza, y no se sentía acobardado por la demostración de César contra los eburones, aunque suficientemente impresionados como para calmarse en el último instante. Como incentivo añadido, el propio César había abandonado la Galia para ocuparse de una emergencia política en Roma, y había dejado la región a cargo de su subordinado Labieno.

Vercingétorix golpeó en Cenabum (moderna Orleans) a comienzos del año 52 a. C. Sus hombres se apoderaron de las provisiones allí almacenadas y masacraron a los comerciantes y funcionarios romanos. La noticia de la rebelión se extendió como un reguero de pólvora, transmitida por los embajadores que Vercingétorix envió a todos los rincones del país. La mayoría de tribus de la Galia central se unieron a su llamada a la revuelta, siendo la principal excepción la de los aeduos, que prefirieron permanecer neutrales. Las tribus marítimas del noroeste se unieron a la rebelión inspirada por el mensaje de Vercingétorix: «Si el pueblo galo se une y tiene un único objetivo, puede resistir frente al universo entero».

Pronto, casi toda la Galia estaba en armas contra Roma. Las tribus eligieron a Vercingétorix comandante en jefe, y éste realizó una rápida valoración de lo que cada tribu podría aportar a su ejército, entregando a sus líderes una lista del material y personal requeridos junto con una fecha de entrega. Según César, Vercingétorix fue más allá de la persuasión verbal con los más reticentes.

Para captar la mayor atención en los detalles, añadió el mayor rigor en su autoridad. La severidad de sus castigos persuadió a los dubitativos. Para los crímenes más graves, los perpetradores eran condenados a todo tipo de torturas y luego eran entregados al fuego. Para las ofensas menores, enviaba a los culpables a casa con las orejas cortadas o con un ojo arrancado. La brutalidad de estos castigos pretendía servir de ejemplo que atemorizase a otros y los mantuviera bajo su obediencia.

César, De Bello Gallico, 7. 4

César se había retirado a Provenza a fines de la estación de campaña del año 53 a. C. para poder estar al tanto de lo que ocurriera en Roma. Entonces hubo de enfrentarse a un levantamiento de sus propios soldados. Labieno, el comandante de estas tropas, se vio obligado a permanecer inactivo porque aún estaba en pleno invierno. No podía moverse sin víveres, y la frenética actividad guerrillera en los campos vecinos le impedía conseguirlos. Con Vercingétorix saqueando las tierras de las pocas tribus que seguían siendo aliadas de Roma, resultaba vital que César actuara rápidamente, y así lo hizo, llevando refuerzos a través de las montañas que se alzaban en territorio arverno, a pesar de que la nieve alcanzaba un espesor de casi diez metros en los pasos.

La llegada de los romanos obligó a los arvernos a defender su tierra. César deseaba una pausa en la campaña para reunir sus fuerzas y esperar a que el tiempo fuera más apacible para buscar alimento, pero Vercingétorix le negó dicha pausa asediando Gorgobina, la ciudad principal de los boios, una tribu aliada de los romanos. César debía salvar aquella ciudad para mantener su integridad en la Galia y, en consecuencia, acudió a defenderla supliendo su escasez de caballería con mercenarios germanos. Por el camino, se desvió para atacar Cenabum, y tomó la ciudad después de un breve asedio, saqueándola para vengar la masacre de romanos que había tenido lugar allí.

Vercingétorix renunció a mantener el asedio de Gorgobina y se retiró a las tierras de los bituriges, una tribu que se había aliado inicialmente con los romanos, pero que posteriormente se unió a la revuelta.

La brutalidad de César convenció a los galos de que deberían realizar un penoso sacrificio por su libertad. Parece que Vercingétorix había estudiado las tácticas de escaramuzas y distracción empleadas por los britanos y que habían tenido un aceptable éxito a la hora de enfrentarse a las expediciones que César había enviado a su isla. Después de unas pocas experiencias desagradables a manos de la caballería germana, Vercingétorix decidió ofrecer batalla sólo desde una posición invulnerable, lo que dejaba a los romanos la opción de rehusar el combate o atacar y ser derrotados, perdiendo prestigio en ambos casos. Para tener a César en una posición que no fuese segura parta él, Vercingétorix adoptó la táctica britana de alejarse de las legiones mientras devastaba los campos, negándoles así la posibilidad de obtener víveres. César ofrece la explicación de Vercingétorix sobre su política en los siguientes términos:

Debemos hacer cuanto esté en nuestras manos para evitar que los romanos consigan víveres. Debería resultarnos sencillo, puesto que contamos con la caballería para este cometido, y la época del año está a nuestro favor. El heno ya ha sido cortado y se encuentra en los graneros, y podemos estar seguros de que se enviaran partidas de forrajeadores para hacerse con él, de las cuales ninguna debería regresar con vida. Además, para salvar las nuestras, deberemos sacrificar nuestra posesiones privadas, tenemos que destruir todas las granjas que se encuentren a lo largo de la ruta de César y todos los depósitos de forraje […], debemos destruir también todo salvo las ciudades y pueblos más inexpugnables, pues, de otro modo, servirían como refugio para nuestros propios desertores y proporcionarían sustento a nuestros enemigos cuando los saquearan. Estas medidas pueden parecer brutalmente crueles, pero la alternativa es ser conquistados y que vuestras mujeres y vuestros hijos sean esclavizados mientras a vosotros os pasan por el filo de la espada.

César, De Bello Gallico, 7. 14

Así pues, cuando César descendió sobre el territorio de los bituriges, éstos destruyeron sus granjas, pueblos y ciudades, convencidos de que, si no lo hacían de este modo, César lo haría por ellos. Pero los bituriges no se decidieron a destruir su capital, Avaricum (la moderna Bourges), una de las ciudades más hermosas de la Galia, y, en lugar de ello, los orgullosos líderes de la tribu rogaron de rodillas al consejo ciudadano que les permitiesen defender su capital. Avaricum estaba junto a un río, rodeada casi por completo por tierras pantanosas. Resultaba difícil acercarse a ella y contaba con unas poderosas murallas.

Vercingétorix se mostraba escéptico, y aducía que los romanos eran perfectamente capaces de tomar la ciudad, que se convertiría en una ruina humeante cuando César se hiciera con ella, lo que sin duda ocurriría poco después. Pero los comandantes en jefe de los galos no eran autócratas, y Vercingétorix se vio forzado a plegarse ante el deseo mayoritario de defender la ciudad. En consecuencia, se situó en una posición inexpugnable en los pantanos, a unos veinte kilómetros de la ciudad y se mantuvo en contacto con ella por medio de mensajeros enviados cada hora.

La estrategia gala de negar el abastecimiento a sus invasores resultó ser un éxito. Aunque los forrajeadores romanos intentaban hacer su trabajo a diferentes horas del día y por rutas poco frecuentes, siempre eran descubiertos e interceptados por la vigilante caballería gala. César se vio obligado a demandar víveres a los aeduos y los boios. Los primeros lo hicieron de mala gana, y los segundos tenían muy poco que ofrecer, pues era una pequeña tribu que poco tiempo atrás habían dado cobijo a su pesar al ejército de Vercingétorix. Los romanos tenían que vencer rápidamente o morir de inanición. De una forma o de otra, sería un asedio breve.

La descripción de César demuestra una vez más que no estaba tratando con salvajes.

Los galos son verdaderamente ingeniosos para adaptar ideas y adecuarlas a sus propias necesidades. Atraparon nuestras escaleras de asedio con lazos, y luego emplearon tornos para arrastrarlas dentro de las murallas. Provocaron el desmoronamiento de nuestras murallas de asedio al socavarlas. Son expertos en este tipo de tareas a causa de las numerosas minas de hierro que hay en su territorio. Además, toda su muralla estaba fortificada con torres.

César, De Bello Gálico, 7. 22

César añade que esas torres estaban construidas con una ingeniosa mezcla de madera y piedras, de forma que la madera absorbía el impacto de los arietes y las piedras hacían que la murallas fuesen invulnerables al fuego. Al final, los romanos tomaron la ciudad con la misma técnica que utilizarían posteriormente en Masada, en Judea: construyeron una gigantesca rampa de asedio por encima de la muralla, y cuando los galos se refugiaron para protegerse de una gran tormenta, se apoderaron de las murallas y los atacaron por sorpresa. «Nuestros soldados estaban exasperados por la labor del asedio», comenta César sin emoción, «y no tenían intención de hacer prisioneros para cobrar un rescate por ellos. No se respetó ni siquiera la vida de los ancianos, las mujeres y los niños. De las 40.000 almas de la ciudad, escaparon al campamento de Vercingétorix unas 800».

En realidad, la caída de Avaricum ayudó a la causa gala, pues proporcionó nuevas pruebas de que los conquistadores romanos no eran menos salvajes que los germanos, y estaban considerablemente mejor organizados. Demostró que Vercingétorix tenía razón. Si hubieran seguido su consejo, se habrían salvado decenas de miles de vidas y se habría evitado que los romanos se aprovisionasen con todo lo que tomaron de la ciudad. La consideración de Vercingétorix como líder aumentó enormemente.

Los romanos se volvieron entonces contra los arvernos. Vercingétorix los consiguió mantener a raya destruyendo los puentes sobre el río Allier que marcaba la frontera de su territorio y marchando por la orilla opuesta a la de los romanos para evitar que repararan los puentes. Un día, el ejército romano partió, perseguido de cerca, como era habitual, por Vercingétorix. Lo que los galos no vieron fue que una gran parte del ejército, incluido César, se había escondido en un bosque cercano. Tan pronto como los galos dejaron el camino expedito, extendieron un puente sobre el río y marcharon sobre Gergovia, la capital de los arvernos.

La caballería de Vercingétorix fue más rápida que la infantería de César, y el líder galo llegó a tiempo para dirigir la defensa de la ciudad. Gergovia contaba con unas fuertes defensas y una posición segura. Aunque los romanos se hicieron rápidamente con un puesto avanzado, fueron incapaces de tomar el resto de fuertes fuera del recinto amurallado, lo que significó que las seis legiones de César no pudieron formar un perímetro suficientemente amplio como para asegurar el bloqueo.

La única esperanza que tenían los romanos de tomar Gergovia era con un ataque por sorpresa. Aprovechándose de alguna querella tribal, atacaron uno de los fuertes al sur de la ciudad y se apoderaron de él. A continuación, atacaron la propia Gergovia y, de hecho, algunos soldados romanos llegaron a escalar sus murallas. Vercingétorix dirigió un contraataque que desbarató a los romanos justo en el momento en el que un gran ejército galo apareció fuera de la ciudad. Se trataba de los aeduos, los dubitativos aliados de César, pero los romanos no lo sabían en ese momento. La retirada romana se convirtió en una desbandada que sólo se contuvo cuando César recurrió a una legión que había mantenido en reserva. En lugar de ofrecer batalla, Vercingétorix se retiró al interior de la ciudad.

Fue la primera derrota de César, y se sintió muy herido por el daño infligido a su reputación como general. Nunca perdonó a Vercingétorix, especialmente cuando el revés romano impulsó a los aeduos a unirse a la revuelta. Los aeduos se apoderaron de la base de abastecimiento de César y entregaron sus víveres y prisioneros galos a Vercingétorix. Un desconcertado César se vio obligado a retirarse a la orilla contraria del Loira, donde Labieno había establecido su base en el lugar que más tarde se convertiría en París. Separado de su base de suministros, compensó su débil caballería reclutando nuevos mercenarios germanos.

Vercingétorix estaba preocupado por la política. Los aeduos habían convencido a un buen número de aliados, y habían animado a otros neutrales a unirse a la causa, pero, a cambio, los dos jóvenes jefes de los aeduos, Eporedorix y Virdomaro, sentían que les correspondía asumir el mando de la revuelta. Se convocó un consejo de jefes galos, y éste confirmó a Vercingétorix como líder supremo. Vercingétorix celebró su éxito intentando extender la rebelión a Provenza, la única parte de la Galia bajo control formal de los romanos, pero no pudo debido a la oposición de los alobroges, la tribu local. Tras el fracaso de una rebelión anterior, éstos conocían de primera mano las consecuencias de oponerse a Roma, y no quisieron repetir la experiencia.

Vercingétorix seguía convencido de que, si sus tropas no podían derrotar a los legionarios romanos, su caballería podría al menos evitar que se abastecieran. Por consiguiente, cuando se enteró de que los romanos estaban de nuevo en movimiento, Vercingétorix se concentró en el tren de suministros de César. Tras reunir a sus comandantes de caballería, les dijo:

Éste es nuestro momento para la victoria. César está camino de Provenza. Esto nos deja libres por el momento, pero nuestras futuras paz y seguridad siguen amenazadas. El enemigo regresará, más numeroso que antes, y esta guerra no tendrá final. Debemos golpear ahora, mientras van cargados con su impedimenta. Si luchan para defender sus víveres, detendremos su retirada. Si los abandonan, no tendrán nada que comer, y serán humillados por una derrota diferente.

César, De Bello Gallico, 7. 66

Vercingétorix obligó a su caballería a prometer que cualquier jinete que no diera dos vueltas alrededor de la columna romana se comprometiera a no tener acceso a su casa, su esposa y su familia como castigo. A continuación, tras hacer venir a su infantería para realizar una demostración frente a las tropas romanas, lanzó a su caballería sobre el convoy de provisiones. Fue uno de los momentos cruciales de aquella guerra. Si los romanos hubieran perdido su impedimenta, la campaña debería haberse detenido durante un año. Con su credibilidad dañada y sus enemigos campando a sus anchas por Roma, es poco probable que César hubiera podido lanzar un nuevo ataque.

Para desgracia de Vercingétorix, César le superaba en casi todos los aspectos de la guerra. A pesar de las afirmaciones de César en sentido contrario, no es probable que los galos tuvieran jamás una superioridad numérica aplastante sobre los romanos. Su infantería era muy inferior a las legiones, y César era el mejor general de Roma. Entonces, la caballería de Vercingétorix demostró que no podía igualarse a los jinetes germanos. Después de capear el temporal del primer ataque, los germanos se abrieron paso hasta un terreno más favorable, y desde allí lanzaron una carga que despedazó a los galos.

Esta famosa estatua de Vachères, en Francia, muestra a un joven noble galo. Lleva la característica cota de malla de estilo romano, pero también un escudo celta y una espada larga a la cintura. Su túnica larga de lana era en ocasiones la única vestimenta de los soldados de infantería celta.

Vercingétorix se vio obligado a retirarse. Esperando quizá repetir su éxito en Gergovia, se dirigió hacia la ciudad fortaleza de Alesia. Sabía que César iría tras él, y se preparó para soportar el asedio. Puesto que éste fue inesperado, los víveres resultaban cruciales. Vercingétorix despidió a su caballería -que tenía una mínima utilidad en un asedio- y ordenó a sus jinetes que se dispersaran por toda la Galia para pedir ayuda. Poco después de que se marchara la caballería, llegaron los romanos.

Las semanas siguientes fueron testigos de muy pocos combates y de muchas obras de ingeniería. Los romanos levantaron un muro que rodeó Alesia. Luego comenzaron a trabajar de manera todavía más frenética en una muralla orientada al exterior para resistir al ejército galo que pronto les rodearía. En el interior de Alesia, los galos estaban preparando los garfios, arpeos y escalas que necesitarían para atacar las líneas romanas una vez llegara la ayuda del exterior: una horda gala estimada en un cuarto de millón de personas (según César, que exagera el número de sus enemigos hasta elevarlo, al menos, hasta el triple).

Toda la guerra dependía del resultado de aquel extraordinario doble asedio. César estaba completamente rodeado por los galos, pero éstos no podían romper las líneas romanas para entrar en Alesia, ni Vercingétorix podía salir de la ciudad, y sus víveres eran escasos. Finalmente, se vio obligado a expulsar de la ciudad a todos los no combatientes. Esta masa de mujeres y niños hambrientos se dirigió hacia las líneas romanas, pero los romanos no les permitieron pasar. Sin embargo, los galos tampoco les dejaron entrar de nuevo en la ciudad, de manera que aquellos inocentes quedaron expuestos entre ambas líneas hasta que murieron por falta de comida, bebida y refugio.

Por desgracia para los galos, resultó imposible coordinar los ataques de aquellos que estaban dentro de las murallas con los de los que estaban fuera; de hecho, para los galos del exterior, bastaría con que atacaran a la vez. El intento más serio lo llevó a cabo Vercassivellauno, el primo de Vercingétorix. Atacó las líneas romanas desde el exterior por su punto más débil, mientras Vercingétorix atacaba al mismo tiempo y el mismo lugar desde el interior. Durante casi una hora, el destino de la Galia osciló en una balanza, con los defensores romanos combatiendo casi espalda con espalda contra los galos que les atacaban. Al final, la valentía personal de César, que dirigió una carga en el momento crucial, acabó por inclinar la suerte del bando romano.

Los galos fueron rechazados, y la caballería germana rodeó la retaguardia de los guerreros de Vercassivellauno, atacándolos hasta que se replegaron. Desmoralizados y escasos de víveres, los galos comenzaron a marcharse, dejando a Vercingétorix abandonado a su suerte dentro de Alesia y sin una esperanza real de salvación. Los mensajeros que envió a los romanos solicitando la paz recibieron la poco comprometedora respuesta de que sólo aceptarían la rendición total. Entonces, el hombre que había pedido tantos sacrificios a otros decidió sacrificarse él mismo. Ataviado con su mejor armadura, Vercingétorix se dirigió al campamento de César con la esperanza de que su rendición personal apartaría la cólera de César de sus compatriotas. El historiador Dión Casio nos cuenta los detalles:

Llegó sin anunciarse, apareciendo de improviso en un tribunal en el que César estaba sentado juzgando un caso. Algunos romanos quedaron desconcertados por su aparición, pero también porque Vercingétorix era un hombre de enorme talla y tenía un aspecto aún más formidable con su armadura. Cuando se acallaron las voces, Vercingétorix se adelantó sin proferir una sola palabra y cayó de rodillas delante de César, pidiéndole clemencia sólo con sus gestos. Muchos de los que observaban sintieron lástima cuando compararon su presente condición con su buena fortuna anterior.

Dión Casio, Historia, 40. 41

César no tenía ganas de mostrar clemencia. En consideración a su antigua alianza, permitió que los aeduos regresaran a sus hogares, mientras que los miembros de las otras tribus fueron entregados a sus legionarios como esclavos. Vercingétorix fue encadenado y enviado a Roma, donde aguardaría la llegada de su vencedor. Estuvo prisionero durante seis años, muy probablemente en el mismo Tuliano que había acogido a Yugurta (capítulo 4). Cuando César se vio por fin libre para celebrar su triunfo, Vercingétorix desfiló encadenado delante de su carro como prueba del sometimiento de la Galia. Luego, como era tradicional que ocurriera con los líderes enemigos que aparecían en un triunfo, Vercingétorix fue ejecutado.

Fue un final humillante para el mayor líder de la Galia, tal como lo consideraba César. Pero los galos nunca olvidaron la época en la que estuvieron unidos como una nación. Vercingétorix ya era una figura de culto durante los últimos siglos del Imperio Romano, cuando se acuñaron monedas que llevaban su nombre. Hoy en día se le considera el primer héroe nacional de Francia, y su heroico desafío a la superpotencia romana sigue ejerciendo una poderosa influencia en el subconsciente francés.