CAPÍTULO 8. ORODES II DE

PARTÍA: CÓMO DERROTAR A LOS

ROMANOS

Ahora, ya estás castigado, país de los partos flecheros. La fortuna se ha complacido en hacerme vengador de la muerte de Marco Craso. Llevad ante nuestro ejército el cuerpo del hijo del rey. Tú, Pacoro, Orodes, paga por Marco Craso.

(Ventidio en Antonio y Cleopatra de Shakespeare, Acto 3, escena 1.)

A mediados del siglo I a. C, las legiones romanas parecían invencibles. España estaba sometida, aunque desafiante, África era una provincia romana, Grecia y Macedonia habían sido conquistadas, y Julio César estaba derrotando a los galos. Los romanos parecían disponerse a apropiarse de todo el mundo, y entonces su atención se dirigió al antiguo imperio de Alejandro en Oriente.

Roma ya dominaba gran parte de Asia, y era profundamente odiada por su corrupción y rapacidad. Pero el imperio de Alejandro Magno se había extendido en su día más allá de Asia Menor hasta las fronteras de la India. Se rumoreaba que había reinos de fabulosas riquezas en aquellas tierras inexploradas. ¿Acaso no procedía de allí la seda, y el incienso, y las especias exóticas por todos los cuales Roma debía pagar un oro ganado con el sudor de su frente?

En efecto, estos artículos de lujo procedían de China, o de lugares aún más alejados. Sin embargo, los pueblos que vivían entre Roma y China procuraban ocultar el hecho para que los dos imperios no comenzaran a comerciar directamente el uno con el otro en lugar de a través de ellos. Entre estos pueblos se encontraban los partos, que aseguraban ser herederos directos de la civilización mesopotámica a través de sus descendientes persas que habían sido derrotados por Alejandro. La leyenda asegura que los primeros partos emigraron hacia el este desde las tierras cercanas al Danubio. Podría ser cierto, pues aún hoy en día los persas del moderno Irán tienen rasgos marcadamente arios en su lengua y su cultura.

Los escritores romanos Estrabón y Justino dicen que el antepasado del pueblo parto fue un escita llamado Arsaces. Arsaces se convirtió con posterioridad en el apellido de los reyes partos. El nombre «parto» procede de Parthava, la provincia justo al sudoeste del mar Caspio, donde este pueblo acabó asentándose como súbdito del Imperio Persa. Su formidable caballería con armadura sirvió en el ejército persa. Después de una victoria griega sobre Persia hacia el 490 a. C, el dramaturgo Esquilo se regocija:

¿Dónde están los orgullosos líderes de tu caballo con cota de malla, Daixis y Arsaces, dónde?

Esquilo, Los Persas, 4

Conquistados por Alejandro Magno, los partos vivieron bajo gobierno seléucida hasta la década del año 240 a. C. El líder parto que se liberó de su yugo gobernó como Arsaces I desde el año 238 hasta su muerte en el 211 a. C. Mitrídates I (171-138 a. C.) -sin relación con el rey del Ponto del capítulo 5- derrotó y capturó al rey seléucida Demetrio, que fue prisionero de los partos durante diez años.

Con la caída de los seléucidas, Partia se convirtió en una potencia mundial, y así se puede observar en las acuñaciones de monedas de la época, en las que Arsaces se presenta primero como Arsaces el rey, y más tarde como rey Arsaces Filoheleno. Este último título pretendía asegurarse la lealtad del creciente número de griegos de su imperio, especialmente después de la conquista de Mesopotamia y de la antigua capital seléucida, Seleucia, a orillas del Tigris, en el año 126 a. C. Bajo Mitrídates II, Partia dominó gran parte del antiguo Imperio Persa. El monarca parto adoptó entonces el título persa de «Rey de Reyes», con aproximadamente una docena de monarcas menores bajo su égida.

El Imperio Parto. Algunas de las tierras más ricas de éste se encontraban en Mesopotamia, entre el Eufrates y el Tigris, pero el hogar espiritual de los partos se situaba en las austeras montañas y desiertos del este, hasta donde nunca se aproximó el poder de Roma.

La parte del antiguo Imperio Persa que no estaba bajo control parto estaba dominada por Roma. El primer contacto formal entre las dos potencias tuvo lugar en el año 96 a. C, cuando Sila (el mismo noble romano que había capturado a Yugurta y combatido contra Mitrídates del Ponto) se encontró con el embajador del rey parto. El embajador fue condenado a muerte por permitir que Sila presidiera el encuentro; sin embargo, su acuerdo de que el río Eufrates marcara el límite de las ambiciones de ambos imperios siguió vigente hasta el reinado de Orodes II.

En muchos aspectos, el Imperio Parto estaba organizado de la misma manera que lo había estado el Persa y, en consecuencia, era un gran desorden. Su diversidad étnica, cultural y religiosa descartaba cualquier gobierno unidireccional, y todos los gobernadores semiautónomos, reyes vasallos, y grandes familias del imperio tenían sus propias ideas sobre cómo manejar la situación. Las grandes familias, los Suren, Karin y Gev sobre todo, gobernaban enormes feudos donde su mandato era ley. Esto provocó la extravagante crueldad y las demandas de obediencia por parte de los reyes partos, que, al sentirse más débiles, necesitaban realizar grandes demostraciones de poder que unos monarcas más seguros de sí mismos nunca harían.

El rey podía estar aconsejado por dos consejos, un grupo de aristócratas llamado el «synergon», y otro de hombres sabios y cultos o magi. El imperio era económicamente dinámico gracias a una enorme y enérgica clase artesana inspirada por el laxo control que el gobierno ejercía sobre sus actividades. Dada la diversidad del imperio, los partos no tenían más elección que ser tolerantes desde los puntos de vista religioso y étnico, como puede observarse claramente en el trato dispensado a los griegos.

Los reyes partos intentaron con todas sus fuerzas que sus súbditos griegos se parecieran a ellos. Hasta tal punto estaban influidos por la admiración de la cultura griega que hasta hace poco tiempo los eruditos consideraron la cultura parta como un débil reflejo de ella, ignorando una rica y floreciente tradición de arte y literatura iranias fuera de las áreas helenizadas. Aunque los griegos se rebelaban con entusiasmo cada vez que los romanos invadían Partía, sus gobernantes nunca intentaron transplantar o dispersar a este problemático pueblo tal como acabaron haciendo los más impacientes romanos con los judíos.

Plinio el Viejo escribió la frase: Dúo imperia summa -Romanorum, Parthorumque («Dos imperios superiores, el romano y el parto»), pero la principal diferencia estribaba en el hecho de que los romanos tenían una república democrática, y sin embargo oprimían sin piedad a sus súbditos, mientras que la monarquía absoluta de los partos era tolerante y ecuménica. Además, como señala de manera atractiva el historiador N. H. Sitwell, «mientras los romanos siempre parecían saber adonde iban, incluso cuando era hacia el desastre, los partos siempre parecían desorganizados, incluso cuando vencían».

Esta desorganización se convirtió en anarquía tras la muerte de Mitrídates II en el año 88 a. C, cuando el imperio se sumió en una «época oscura» de revueltas y guerra civil. Cuando terminó el caos, la dinastía arsácida seguía en la cumbre, pero había desarrollado un gusto por el parricidio combinado con una fe totalmente injustificada en la siguiente generación. Durante casi todo el siglo siguiente, todos los monarcas arsácidas murieron asesinados a manos de sus propios hijos.

El instaurador de esta tendencia fue Fraates III, que consiguió restaurar el orden durante un breve período de tiempo antes de ser asesinado por sus hijos Mitrídates III y Orodes II (no se sabe con seguridad quién fue el primer Orodes). Ambos hijos reclamaron el trono de inmediato, y reforzaron sus pretensiones con la acuñación de monedas que llevaban la leyenda, evidentemente falsa, de filopater («El que ama al padre»). Orodes venció en la posterior guerra civil, en parte porque Mitrídates demostró ser demasiado brutal y severo para el gusto de sus súbditos.

En el año 56 a. C, Mitrídates huyó a territorio romano y pidió ayuda a Gabinio, el gobernador de Siria. Gabinio, como queda meridianamente claro por los relatos romanos contemporáneos, no era un hombre que se detuviera ante un tratado internacional si en ello le iba algún beneficio personal. Así pues, se apresuró a avanzar hacia el Eufrates, la frontera con la propia Partia, aunque, una vez allí, el senado romano le obligó a echarse atrás.

Mitrídates había avanzado hasta Babilonia, donde se encontraba sitiado por Orodes, pero sus hombres se rindieron al escuchar que Roma los había abandonado. Orodes, que ya era un parricida, no dudó en añadir el fratricidio a su conciencia. De hecho, lo recalcó estando presente en la ejecución de su hermano. Para celebrar la ocasión, acuñó unas monedas en las que aparecía acompañado por las diosas Tique (Fortuna) y Nike (Victoria).

Orodes tenía su base de poder en el este, en la meseta irania, donde había vivido en un semiexilio mientras su padre estaba con vida. Su principal respaldo lo constituía el surenas, que era el título del jefe de la casa de Suren. Los surenas poseían el derecho hereditario de coronar al rey con sus propias manos y de dirigir las fuerzas partas en la guerra.

Los romanos no se impresionaron ante un general que tenía (en palabras de Plutarco) «aspecto delicado y vestimentas afeminadas […] su cara estaba pintada, y su pelo arreglado según la moda persa», y lo consideraron una muestra de la decadencia parta. Sin duda, ésa era la opinión de Marco Licinio Craso, que sustituyó a Gabinio en Siria en el año 54 a. C. Craso, el conquistador de Espartaco, fue descrito por Plutarco como un «general magnífico». Bajo el dictador Sila había derrotado de manera aplastante a los rebeldes samnitas a las puertas de Roma. Ahora se había convertido en triunviro, y dominaba el Imperio Romano junto a Julio César y Pompeyo, por lo que Craso había decidido que Partía sería su última conquista.

No tenía ningún conflicto pendiente con Partía, ni Roma le había encargado la guerra. Pero había oído que los partos eran muy ricos, y pensó que la captura de Orodes sería sencilla, pues se acababa de instalar en el trono.

Dión Casio, Historia, 40. 12

En aquel momento Craso rondaba los sesenta años y Orodes le insultó al enviar unos embajadores que le preguntaron si estaba actuando en nombre del estado romano. Si era así, sería una guerra a muerte. Sin embargo, comprendía que Craso era un anciano enloquecido por la senilidad y la codicia y, por tanto, sería clemente con él.

Orodes asumió correctamente que la invasión de Partía de Craso era impopular en Roma. Un tribuno había llegado incluso a maldecir formalmente a Craso y su ejército mientras marchaban a la guerra. Orodes sabía también que Craso tenía soldados de baja calidad, pues los mejores estaban luchando a las órdenes de César en la Galia, mientras los veteranos estaban en las guarniciones de Hispania. Así pues, cuando Craso contestó a los embajadores partos que daría cumplida respuesta a sus insultos en Seleucia junto al Tigris, el embajador extendió su palma por encima de Craso y dijo: «El cabello te crecerá hasta aquí antes de que veas Seleucia». Despreciando una oferta de paso a través de Armenia que le había formulado su rey, Craso atacó Mesopotamia directamente. Obtuvo un éxito inicial contra Silaces, el sátrapa local, y se apoderó de la ciudad de Niceforio. En respuesta, Orodes envió al surenas contra Craso mientras él se dirigía a castigar a los armenios por sus simpatías prorromanas. Nuestros testimonios proceden principalmente desde la perspectiva romana, por lo que contamos con mayor información de la campaña contra Craso que de la de Orodes contra Armenia. Sabemos que el surenas era un general extraordinario.

Allí donde viajara de manera privada, le acompañaba un séquito de 1.000 camellos, 200 carros para sus concubinas, 1.000 guardias personales fuertemente armados y otros con armamento más ligero, y al menos 10.000 sirvientes y criados a lomos de caballos […] sin embargo, fue él quien tomó la ciudad de Seleucia [a Mitrídates], el primer hombre que escaló las murallas, y el primero que luchó cuerpo a cuerpo con los defensores.

Plutarco, Vida de Craso, 21

Los romanos interpretaron la rastrera servidumbre parta hacia sus reyes y nobles como la prueba de que era una nación de esclavos, por lo que debieron quedarse desagradablemente sorprendidos al comprobar la lealtad de los súbditos del rey y la valentía personal tanto de los aristócratas como de los soldados rasos. Los partos eran diferentes a cualquier otro ejército con el que hubieran combatido hasta entonces.

Dado el carácter parto, no debe sorprender que los soldados partos no recibiesen paga alguna y que la logística se considerase magia negra. El grueso del ejército estaba formado por medio de unas levas feudales llamadas hamspah, generalmente completadas con mercenarios. Los soldados de infantería no eran un componente importante del ejército, y la mayoría de éstos eran arqueros, como también ocurría con la mayoría de tropas de caballería. Estos jinetes ligeros eran enormemente móviles, y así debía de ser, pues en el otro extremo del imperio mantenían permanentes escaramuzas con los antepasados nómadas de los hunos.

Pero el ejército parto había dado sus primeros pasos con los seléucidas, y éstos no se habían dejado impresionar por la infantería pesada de las legiones. La caballería pesada parta estaba compuesta por catafractos, de la palabra griega cataphracti, que significa «cubierto por encima»; los jinetes y sus caballos llevaban una pesada armadura, sus lanzas eran inusualmente largas y gruesas, y el peso combinado de jinete y montura podía ensartar a dos enemigos de un solo golpe. Igual que cualquier otra unidad de caballería, estos jinetes eran casi inútiles cuando se enfrentaban a una infantería disciplinada en formación cerrada, pero esa infantería era un blanco fácil para los arqueros del resto del ejército. Además, estos arqueros empleaban el arco compuesto, una mezcla de hierro, cuerno y madera que resultaba más ligera y poderosa que sus equivalentes romanos.

Orodes intimidó en poco tiempo a los armenios y, tras conseguir separar a Armenia de Roma, el rey se retiró a su nueva capital regia de Ctesifonte, donde esperó noticias del surenas. Craso le había seguido el juego a los partos al marchar sobre Mesopotamia. En las enormes llanuras los romanos tendrían que elegir entre sufrir el tormento de los arqueros si mantenían una formación cerrada, o soportar la carga de los catafractos si abrían sus líneas.

El momento decisivo llegó en el año 53 a. C. cerca de la ciudad de Carras. Plutarco retoma la historia en este punto.

Los partos no marchan a la guerra tocando trompetas y cuernos para encender su ánimo. Utilizan una especie de timbales que golpean al unísono desde diferentes partes del campo de batalla, y al que añaden una especie de sonido muy profundo, como el del bramido del ganado […] saben que, de todos los sentidos, el oído es el que más rápidamente provoca confusión y desorden. […] los partos comenzaron a disparar desde todos los lados. No escogían ningún blanco particular, pues los romanos permanecían tan juntos que era casi imposible errar el tiro. Sencillamente empleaban sus grandes arcos para arrojar sus flechas, que impactaban con gran fuerza en los romanos. Desde el principio los romanos estuvieron en una situación muy mala. Si mantenían firmes sus filas, eran alcanzados por las flechas, y si intentaban cargar contra el enemigo, el enemigo no sufría más y ellos no sufrían menos, porque los partos podían disparar incluso mientras huían. Es una feliz idea -disparar mientras huyes-, pues evitas la deshonra de dar la espalda al enemigo.

Plutarco, Vida de Craso, 23 y 24

Los romanos acababan de recibir su bautismo de fuego bajo el «disparo parto», que desde entonces hasta nuestros días se ha convertido en una metáfora de la lengua inglesa para describir el daño que se le inflige a un oponente incluso cuando abandonas el combate. Los partos realizaban esta acción girándose sobre la silla de montar y disparando por encima de las grupas de sus caballos. Despedazaron una carga de caballería de Publio, el hijo de Craso, y acabaron con su vida y la de la mayoría de sus hombres.

Dada la ineficacia de las cadenas de suministros de los partos, los romanos podrían esperar razonablemente que los partos se quedaran sin flechas, pero el surenas lo había previsto todo para esta ocasión. No sólo contaba con cargamentos de camellos llenos de flechas, sino que se aseguró de que los romanos vieran cómo recibían los abastecimientos. La moral de las tropas de Craso se desmoronó. Los romanos consiguieron con muchas dificultades entrar en la propia ciudad de Carras. En un incidente que dice mucho de la caballerosidad parta, cuatro cohortes romanas que se habían quedado aisladas fueron rodeadas y masacradas. Los veinte romanos supervivientes desenvainaron sus espadas y cargaron contra todo el ejército parto. Como muestra de respeto por tan suicida valentía, los partos abrieron sus filas y permitieron que esos hombres se reintegraran en el cuerpo de su ejército.

Un guerrero de caballería parto practicando el «disparo parto» por encima de la grupa de su caballo mientras se retira. Los romanos quedaron sorprendidos por este estilo de lucha. «Combaten incluso cuando huyen y huyen mientras combaten», se lamentaba un cronista de la época.

Craso se vio obligado a negociar, en parte por sus propios soldados, y en parte por lo evidente que resultaba su desesperada situación. Tenía muy poca fe en las promesas de los partos, especialmente cuando el propio Orodes había señalado que «los dioses permiten el castigo de los que rompen los acuerdos», pero no le quedaba otra elección. Cuando comenzaron las conversaciones, de desencadenó una escaramuza y Craso resultó muerto. No se sabe exactamente qué pasó pues, como comenta secamente Plutarco, los romanos que se encontraban cerca «no tuvieron tiempo para observar detalles particulares». No obstante, hay un hecho muy claro: el surenas obtuvo una gran victoria que brindar a su rey.

Orodes ya estaba celebrando otra victoria en el campo diplomático. Los contactos de paz con Armenia habían avanzado hasta el punto de que el monarca armenio había entregado a su hermana para que se casase con Pacoro, el hijo de Orodes. Las ceremonias nupciales mezclaron festividades griegas e iranias. Orodes estaba bien educado en el arte y la literatura de los griegos, pero su consuegro, el rey armenio, escribía tragedias, discursos e historias en griego, muchas de ellas de considerable mérito. No debe de ser una coincidencia que se representasen las Bacantes de Eurípides cuando el sátrapa Silaces se presentó ante los reyes con la cabeza de Craso, en el momento justo, además, para incluir este macabro trofeo en el atrezso de la obra.

Qué ocurrió con el resto del ejército romano es una cuestión muy interesante. Algunos soldados regresaron a Siria dirigidos por el segundo de Craso, Casio Longino, el hombre que tiempo después organizaría el asesinato de Julio César. Sin embargo, miles de soldados fueron hechos prisioneros, y la suerte que corrieron tuvo un interés para los romanos similar al de los prisioneros americanos en Vietnam de tiempos más recientes. Un indicio de lo que pudo ocurrirles a esas legiones pérdidas lo encontramos en algunos frescos de un marcado estilo del oeste de China, así como en un texto chino contemporáneo acerca de unos soldados con extraño armamento que estaban construyendo un fuerte. ¿Acabaron sus días aquellos soldados romanos sirviendo al rey parto en el otro extremo del Imperio? Es improbable, pero no imposible. Desde el punto de vista de Orodes, un gran cuerpo de soldados entrenados era algo demasiado bueno como para desperdiciarlo. El este del imperio estaba alborotado en aquella época y, a diferencia de las tropas partas, los soldados romanos no estaban sujetos en aquel lugar a ninguna lealtad local.

Después de la victoria de Carras, la cuestión de la lealtad atrajo especialmente la atención de Orodes. Suele ser un problema habitual de los generales de los tiranos que se vean obligados a ganar, pero sin demasiado lucimiento. Gracias a su magnífica victoria, el surenas se había colocado en una situación de igualdad con el propio Orodes, y eso resultaba intolerable. En los meses siguientes, el general murió ejecutado por orden del rey, un acto de gran ingratitud que provocó una considerable indignación en la región oriental de donde era originario el surenas, y contribuyó a la intranquilidad mencionada anteriormente.

Habiéndose privado a sí mismo de su mejor general, Orodes se vio obligado a encargar a un hombre de menor valía la dirección del contraataque parto contra Siria. Su hijo Pacoro fue la imagen pública de esta campaña, pero el mando real recayó en un general llamado Osaces. Esta expedición parta fue más un ataque punitivo que un intento de conquista. Los hombres del rey no intentaron apropiarse de las tierras por las que pasó su caballería, ni intentaron probar suerte contra las ciudades que encontraron a su paso, sino que las ignoraron y se concentraron en saquear los territorios que las rodeaban. Los partos no eran muy duchos en el arte del asedio; cuando, unas décadas más tarde, capturaron todo un equipo de asedio romano, ni siquiera hicieron uso del mismo.

A fines del 51 a. C, la incursión parta se dirigió a la ciudad de Antioquía, donde se encontraron con el temible Casio y sus tropas supervivientes. Estos hombres debieron de experimentar una profunda satisfacción al rechazar a los partos después de que sufrieran una sangrienta derrota, y matar a su comandante Osaces. Tras este revés, Orodes hizo volver a su hijo. Puede ser que no se sintiera seguro de entregarle el mando militar a su hijo, o bien que aquellas tropas fuesen necesarias en el este. En cualquier caso, Pacoro no cayó en desgracia. Por el contrario, fue elevado al rango de gobernante conjunto con Orodes. Una moneda acuñada en esta época en la ciudad persa de Ectábana alude al «Rey de Reyes, Arsaces Filoheleno [es decir, Orodes] y Arsaces Pacoro».

Una vez que los partos se marcharon de Siria, los romanos no mostraron un interés especial por Orodes, especialmente cuando Julio César estaba realizando su asalto al poder supremo. Al final, César salió victorioso de la batalla de Farsalia, librada en el año 48 a. C. El derrotado Pompeyo consideró la posibilidad de huir a Partia, pero cometió el fatal error de acabar decidiéndose por Egipto.

Probablemente Orodes habría recibido a Pompeyo con los brazos abiertos. Había comenzado a reunir un cuerpo de romanos exiliados, y había sido más rápido que el propio senado romano a la hora de descubrir que César suponía un auténtico peligro. En los años 46 y 45 a. C. prestó una considerable ayuda a la revuelta contra César liderada por Q. Cecilio Basso, una acción que espoleó a César en su proyecto de invadir Partia. Después del asesinato de César en el año 44 a. C, Orodes envió a Bruto y a su antiguo enemigo Casio varios escuadrones de caballería, algunos de los cuales murieron por la causa republicana en Filipos.

Incluso con César muerto, Roma no descansaría hasta que hubiera recuperado los estandartes de las legiones caídas en Carras. La fuerza motriz de la invasión fue Marco Antonio, uno de los herederos de César, que trabajó en colaboración con Cleopatra, reina de Egipto. Orodes contaba con un buen servicio de inteligencia, y en el año 40 a. C. lanzó un ataque preventivo contra Siria. Pacoro estaba de nuevo al frente de las tropas, pero esta vez no era un hombre de paja, sino un comandante capaz y enérgico. Conocemos algunos detalles de la campaña porque Pacoro se inmiscuyó en la política de Judea, y el resultado quedó reflejado en las obras de los escritores judíos contemporáneos. Una vez más, el botín era el principal objetivo de los partos.

Por lo que se refiere a los partos en Jerusalén, se entregaron al saqueo y desvalijaron las casas de aquellos que habían huido. En el palacio del rey, sólo respetaron el dinero de Hircano, que ascendía a unos trescientos talentos [Hircano era el Sumo Sacerdote]. Tomaron también el dinero de otros hombres, pero no tanto como habían esperado; pues Herodes había sospechado desde hacía tiempo la perfidia de los bárbaros, y se había asegurado de que sus tesoros más espléndidos estuvieran ocultos en lugar seguro…

Flavio Josefo, Guerra Judía, 1.268. 13

Hircano, el sumo sacerdote de Israel, fue elegido para el cargo por Pacoro, y el soborno que Pacoro recibió por intervenir incluía 500 mujeres judías que se llevaría consigo a Partia.

Mientras Pacoro se dirigía al norte, otro ejército parto obtenía éxitos en el sur. Orodes había realizado una imaginativa elección de líder para este ejército, y le había entregado el mando a Tito Labieno, un romano. Labieno había sido comandante de algunas tropas de César en la Galia (capítulo 7), pero desde entonces se había convertido en un firme defensor de la causa republicana. La derrota de su partido le había llevado a Partia, donde había solicitado a Orotes más tropas para unirse a las de Bruto y Casio. Labieno y Pacoro pusieron bajo control parto gran parte de Asia Menor, y la marea cambió únicamente cuando Labieno cayó en combate en el año 39 a. C.

Lo peor para Partia estaba por llegar. El experimentado y competente Ventidio asumió el mando de los ejércitos romanos de Siria, y en el 38 a. C. derrotó a los partos, dando muerte a Pacoro, inspirando los versos escritos por Shakespeare mil quinientos años más tarde que dan comienzo a este capítulo. Ventidio se convirtió en el único romano de aquella generación que pudo celebrar un triunfo por una victoria sobre los partos.

La muerte de su hijo predilecto dañó profundamente a Orodes. Retiró sus tropas de Siria y se sumió en una especie de senilidad agravada por un empeoramiento de su salud. Necesitaba un sustituto para Pacoro y prepararse para el inminente asalto romano. Sus frecuentes visitas a su enorme harén le habían dejado otros 30 hijos entre los que poder elegir. Prueba del desacertado juicio de Orodes es que eligió como heredero a Fraates, el hijo mayor.

Fraates no era un hombre paciente. Intentó asesinar a Orodes con aconitina, empleando pequeñas dosis del veneno para no levantar sospechas. En contra de lo esperado, la aconitina resultó ser un excelente remedio para la hidropesía que afectaba a Orodes, y los malos oficios de su hijo estuvieron a punto de curarlo por completo. Cuando fueron evidentes los efectos de este veneno, Fraates abandonó la sutileza por la técnica más directa del estrangulamiento. Para evitar cualquier discusión sobre su conducta, Fraates purgó la corte de partidarios de Orodes y asesinó a sus 29 hermanos.

Como rey, Fraates IV (38-2 a. C.) mantuvo la tradición parta de derrotar cualquier invasión romana (bajo Marco Antonio), y fue asesinado por su hijo y sucesor. Esta vez el asesino contó con la ayuda de la esposa del rey, que se casó con su hijastro. La esposa era una antigua niña esclava, un regalo de Augusto cuando los dos imperios firmaron finalmente la paz.

Son guerreros verdaderamente formidables, aunque su reputación es bastante mayor que sus logros. Nunca han conquistado ningún territorio romano, pero sí han perdido algunas de sus propias tierras. Sin embargo, nunca han sido vencidos de manera aplastante. Incluso hoy en día, están en pie de igualdad con nosotros.

Dión Casio, Historia, 40. 14