CAPÍTULO 6. ESPARTACO: EL

HOMBRE QUE SE CONVIRTIÓ EN

MITO

Rápido, muchacho… trae vino, que recuerda la guerra de los marsos. Si es que el saqueo de Espartaco ha dejado alguna jarra.

(El poeta Horacio pidiendo vino añejo.) Carmina, 3,14

La historia de Espartaco es realmente increíble. Espartaco se enfrentó a Roma, el imperio más poderoso de la Antigüedad, en la propia Italia. Nadie lo había conseguido desde Aníbal, y en el ínterin Roma se había convertido en una gran potencia. Aníbal contó con los recursos de Cartago e Hispania, además de una hueste de aliados galos, mientras que Espartaco comenzó con las manos vacías, pues no poseía, literalmente, ni la camisa con la que se cubría. Era un esclavo, un prisionero condenado a muerte. Más tarde reunió una banda de pastores y esclavos fugitivos, una chusma provista de armamento casero que tendría que haber sido masacrada por auténticos soldados bien entrenados. Pero nada de eso ocurrió, y Espartaco ganó una batalla tras otra.

La historia comienza en el año 73 a. C. en Capua, al sur de Italia central. En esta ciudad, en la escuela de un hombre llamado Léntulo Batiato (o posiblemente Léntulo Vatia), un numeroso grupo de gladiadores se entrenaba para combatir en la arena del anfiteatro. Hasta el siglo I a. C, los gladiadores no se convirtieron en uno de los principales elementos de los espectáculos de entretenimiento romanos, aunque eran conocidos desde el año 264 a. C, cuando un individuo llamado Junio Pera ofreció por primera vez un espectáculo de gladiadores. Pera tomó la idea de los etruscos, un antiguo pueblo que había vivido en una región de Italia justo al norte de Roma.

Originariamente, los combates de gladiadores poseían una función cuasi religiosa, se trataba de una forma de honrar al difunto durante su funeral. La idea de que los gladiadores combatieran y murieran para divertir al público sólo comenzó a tomar cuerpo durante la época de los años setenta a. C. Aunque siguieron teniendo un marcado carácter funerario, los combates de gladiadores se celebraron a partir de entonces en público, y a menudo en la arena, mientras que hasta entonces habían tenido lugar en casas privadas, e incluso (en ocasiones) en el foro de Roma. Las herramientas especializadas que emplearían los gladiadores de la época imperial todavía eran muy raras, y la mayoría de los gladiadores combatían con el arma de la que deriva su nombre, la espada (gladius en latín).

Este tipo de combates no era muy frecuente, y no siempre se luchaba a muerte, pues los gladiadores resultaban muy caros. Al tratarse de un acto peligroso, los participantes debían ser hombres sanos y entusiastas. No sorprende saber que a menudo este entusiasmo se conseguía mediante coacción, y así la profesión de gladiador llegó a ser propia del colectivo al que más fácilmente se podía coaccionar, los esclavos. Los esclavos sanos tenían un precio más elevado que cualquier otro, y era una extravagancia arriesgarlos en la arena, donde, si morían, su valor se reduciría a la nada. Sin embargo, cuanto más hábil fuese el gladiador, menos posibilidades tendría de morir, y conservaría su valor durante más tiempo.

Espartaco recorrió toda la península Italiana dos veces durante sus dos años de saqueo generalizado. Su ejército tuvo la oportunidad de escapar después de alcanzar los Alpes, pero decidió permanecer en Italia.

Esto nos lleva de nuevo a la escuela de Léntulo Batiato, donde se entrenaba a los gladiadores en el brutal arte de sobrevivir a costa de la vida de sus rivales. Según Plutarco, que escribió un siglo más tarde, las condiciones de la escuela de Batiato eran especialmente duras, y se mantenía a los gladiadores en un estrecho confinamiento. En defensa de Batiato deberíamos recordar que los hombres a su cargo eran especialmente peligrosos. Entre ellos se encontraba un tracio conocido como Espartaco. «Spartakos» era un lugar de Tracia y, puesto que era frecuente llamar a un esclavo romano por su lugar de nacimiento, es probable que Espartaco recibiese su nombre de Batiato. Espartaco había comenzado su vida adulta como pastor, y en la antigua Tracia la vida en el campo no era sencilla. Se alternaban las largas horas de aburrimiento con las luchas contra los lobos, osos o bandidos. Evidentemente, Espartaco acabó cultivando cierto gusto por la lucha, pues acabó dejando los rebaños para convertirse en soldado.

Las leyendas difieren en este punto. Algunos, entre los que se cuenta el historiador Apiano, dicen que Espartaco combatió contra los romanos y fue capturado. Como prisionero, y al no tener medios para pagar su propio rescate, fue vendido como gladiador. Otra tradición diferente sugiere que Espartaco sirvió en el ejército romano como soldado auxiliar (los auxiliares eran soldados no romanos con armamento ligero que luchaban junto a las legiones). Si esta información es correcta, tendríamos la explicación sobre dónde obtuvo Espartaco un conocimiento detallado de las técnicas de combate de los romanos que empleó con efectos tan devastadores contra sus inventores.

Tras abandonar el ejército (según el historiador Floro, desertó), Espartaco se convirtió en bandido, y se dedicó a asaltar a los caminantes que se aventuraban por los solitarios caminos de Tracia. Fue capturado después de uno de estos asaltos y le condenaron a muerte, aunque sus captores decidieron que la justicia debería combinarse con el entretenimiento, pues Espartaco poseía todo lo necesario para ser un buen gladiador. Era un combatiente feroz, estaba entrenado en el manejo de las armas y -ante la ley- ya estaba muerto.

Espartaco fue vendido como gladiador. Según una de las versiones, en sus viajes le acompañaba su esposa, que le predijo un destino bien diferente.

Hay una historia que cuenta que, nada más llegar a Roma para ser vendido, una serpiente se enrolló alrededor de su cara mientras dormía. Su esposa, que también escaparía y se uniría a él, era una campesina tracia, una especie de profetisa, en concreto de aquellas de las que se apoderaba el frenesí báquico. La mujer declaró que aquello era un signo que indicaba que Espartaco adquiriría un poder enorme y formidable, pero que tendría un mal final.

Plutarco, Vida de Craso, 8

Y así, Espartaco, y con él un puñado de bandidos, terminaron con Léntulo Batiato, que los preparaba para luchar en un espectáculo para el pueblo de Capua. Espartaco tenía otros planes, y comenzó a preparar a los otros gladiadores, unos 200 en total, para intentar obtener la libertad. No se sabe cómo, pero se descubrió el motín, y los cabecillas, Espartaco y otros dos compañeros de armas llamados Crixo y Enomao, se vieron obligados a escapar en compañía de menos de la mitad de los gladiadores. Todavía desarmados, se arrojaron a las calles y arrasaron una de las tabernas típicas de la vida urbana romana. Su objetivo, probablemente planeado, era apoderarse de los espetones, cuchillos y cuchillas de carnicero de las cocinas.

Estas armas rudimentarias en manos de luchadores entrenados eran más que suficiente para persuadir a los guardianes de las puertas para que no intentaran oponerse a los deseos de los gladiadores de abandonar la ciudad. En el camino desde Capua, los fugitivos descubrieron un carromato con armas y protectores para gladiadores, quizás los mismos utensilios con los que se suponía que iban a morir en el espectáculo de Capua. Tras equiparse con este botín, los gladiadores subieron el monte Vesubio e instalaron su campamento en el cráter.

La noticia de la rebelión se propagó rápidamente, y pronto el pequeño campamento comenzó a recibir un goteo continuo de esclavos huidos que preferían una vida de fugitivos a la cautividad entre los romanos. La mayoría de estos nuevos reclutas no eran vernae, como se denominaba a los nacidos en cautividad, sino soldados capturados en las muchas guerras libradas por Roma y que habían sido puestos a trabajar en los campos, recibiendo un trato apenas mejor que el de los animales de granja.

La mayoría de ellos, incluidos los propios gladiadores, eran tracios y galos. Conforme a la tradición de estos pueblos, designaron a sus líderes, y los elegidos fueron los gladiadores cabecillas de la revuelta: Crixo y Enomao, ambos galos, y el tracio Espartaco, que asumió el mando supremo. Este arreglo, por el que la mayoría de los líderes era de origen galo, mientras que el jefe supremo era tracio, reflejaba tanto las tensiones entre las diversas facciones que ya se dejaban sentir entre los huidos, como la habilidad diplomática de Espartaco para superarlas.

Utilizando el Vesubio como base, la banda de Espartaco se dio al bandidaje, y no es probable que lo hiciera reticencia o inexperiencia. De hecho, pronto se convirtieron en una molestia tan importante que los romanos enviaron 3.000 hombres a las órdenes del aristócrata Apio Claudio Pulcer para limpiar el Vesubio de esta plaga. Los romanos acorralaron rápidamente a los bandidos en la montaña y comenzaron a estrechar el cerco sobre ellos.

Atrapado cerca del cráter, Espartaco demostró tener una habilidad táctica sin rival en su época. Los romanos habían dejado sin vigilancia una de las caras del Vesubio, pues era tan empinada que resultaba inaccesible. Utilizando enredaderas salvajes, Espartaco y sus hombres confeccionaron cuerdas y descendieron la pendiente con ellas. Un hombre quedó en último lugar para descolgar las armas y eliminar las pruebas de su huida, y luego consiguió deslizarse a través del cordón romano sin ser visto.

Creyendo que sus enemigos se encontraban atrapados en lo alto de la montaña, los romanos estaban instalando tranquilamente su campamento cuando Espartaco y sus hombres cayeron sobre su retaguardia, dieron muerte a muchos de ellos y pusieron en fuga al resto. La victoria permitió a Espartaco equipar a sus hombres con material militar romano y favorecer que una nueva oleada de fugitivos se uniera a él.

Este éxito era un arma de doble filo. Al demostrar que podían sobrevivir y prosperar, atrajo a más seguidores pero, cuantos más fuesen éstos, más salvajes tendrían que ser sus saqueos para alimentarlos, y más violenta sería la respuesta de Roma. Era una espiral que refleja la verdad básica de que Espartaco no era más que un síntoma de una enfermedad más grave dentro de la política y la sociedad de Roma.

Hubiera triunfado o no como bandido, Espartaco habría sido olvidado pronto; lo que le convirtió en un fenómeno fue el gigantesco número de personas que se unieron a él. Ciertamente, no todos eran gladiadores. En total, había menos de 10.000 gladiadores en toda Italia, mientras que, a fines del 73 a. C, Espartaco contaba con unos 40.000 hombres armados.

Lo que más ayudó a Espartaco a la hora de reclutar hombres fue el egoísmo y la brutalidad de la élite romana. Aunque ya habían pasado ciento veinticinco años, el sur de Italia todavía no se había recuperado de las devastaciones sufridas durante la guerra con Aníbal. La guerra había destruido las pequeñas propiedades familiares que proporcionaban reclutas para las legiones, y ahora, con las guerras de Roma prolongándose casi de manera indefinida, los agricultores que quedasen eran enrolados en el ejército, donde permanecían durante años y, en algunos casos, décadas, mientras sus haciendas se sumían en el abandono. Esta situación era perfecta para las élites romanas, que compraban la tierra a precios ridículos o expulsaban a los pequeños propietarios de sus tierras.

Las pequeñas propiedades se combinaban en enormes granjas llamadas latifundios y eran trabajadas por esclavos. La decisión de explotar las propiedades con esclavos era deliberada, pues no había que tratarlos ni siquiera con una mínima decencia, y no podían ser llamados a filas. En consecuencia, Espartaco saqueó tierras pobladas en su mayoría por esclavos que no tenían nada que perder o por agricultores arruinados que ya lo habían perdido todo y a los que sólo les quedaba el sentimiento de amargura. Cuando Espartaco comenzó a atacar ciudades, los pobres que vivían en ellas lo recibieron con entusiasmo y se unieron a él en el saqueo de sus poderosos opresores. Espartaco siempre compartía el botín de manera equitativa, y esto contribuyó enormemente al reclutamiento.

Espartaco arrasó toda la campiña al sur de Roma, destruyendo las villas rurales y reclutando a sus esclavos. Las ciudades de Cora, Nuceria y Nola fueron saqueadas. Los esfuerzos de los pretores Varinio y Glaber por ofrecer alguna resistencia fueron entorpecidos por la autosuficiencia de Roma. Ya se habían producido en otras épocas revueltas de esclavos, en especial dos grandes revueltas en Sicilia (durante los años 135-132 a. C. y 104-100 a. C.) que fueron como pequeñas guerras. Cada revuelta había durado lo que habían tardado las legiones en llegar hasta allí y aplastarla. Unos esclavos pobremente armados y sin experiencia militar no eran rival para los legionarios, pero los pretores no contaban con legionarios.

[El pretor] tuvo que arreglárselas con todos aquellos que pudo reclutar por el camino a toda prisa. Ocurrió así porque los romanos todavía no consideraban el problema como una guerra, sino como algo parecido a un gran ataque de piratas.

Apiano, Guerras Civiles, 1, 14

Los romanos pagaron cara su despreocupación, y Espartaco derrotó primero a un contingente romano y luego a otro. Alcanzó a Glaber en Salinae y, en su huida, el pretor abandonó a sus asistentes, su caballo y las fasces que simbolizaban su rango. A partir de entonces, el bandido y gladiador tracio se paseó con los asistentes y avíos propios de un magistrado romano.

Por desgracia, casi no disponemos de información acerca de lo que ocurría en el campamento de Espartaco. Nuestro conocimiento procede de los romanos que informaron fielmente sobre lo que hizo, aunque sus motivos resultaron tan misteriosos para ellos como lo son para los historiadores modernos. No obstante, parece que, después de su primer año de libertad, Espartaco llegó a la conclusión acertada de que no podía permanecer en Italia. La mayoría de su gente eran cautivos de tribus galas, germanas o tracias, y para llegar a sus hogares había que atravesar toda la península italiana y cruzar los Alpes. Pero Roma y sus ejércitos se interponían en su camino.

Espartaco burló a un ejército mediante un truco que posteriormente adoptó un protagonista de la novela Beau Geste.

Cuando se vio rodeado por los soldados del procónsul, Espartaco hizo que sus hombres colocaran estacas a intervalos regulares enfrente de las puertas del campamento. Colgó cadáveres de estas estacas y les colocó armas, de manera que, a cierta distancia, parecían centinelas. También encendió hogueras alrededor del campamento, y mientras sus enemigos eran engañados con este espectáculo vacío, Espartaco y su ejército se escabulleron en medio de la noche.

Frontino, Estratagemas, 1.5.22

Puesto que ya estaba demasiado avanzado el año para intentar cruzar los Alpes, Espartaco se dirigió hacia el sur para pasar el invierno, y sometió casi por completo las regiones de Lucania y Bruttium. Pasó el invierno preparando sus fuerzas -que ahora se habían incrementado hasta casi 70.000 hombres- para el enfrentamiento con Roma. No permitió la entrada de oro y plata en las ciudades bajo su control y, por el contrario, fomentó la importación de hierro. Buscó activamente herreros que pudieran fabricar armas y armaduras para sus nuevos reclutas. Espartaco había llegado al sur con una muchedumbre, pero pretendía regresar al norte con un ejército.

Entonces sí, los romanos se tomaron en serio a Espartaco. En el año 72 a. C. enviaron dos ejércitos consulares y un tercero bajo el mando de un pretor, mucho más de lo que se había empleado en otras ocasiones para conquistar una nación completa. Al verse ante aquella amenaza, el ejército de esclavos se dispersó. Enomao había muerto en combate, y Crixo y sus galos se desgajaron de la fuerza principal. Puede que se produjeran conflictos étnicos dentro del ejército de esclavos, o quizás hubo un cisma por el liderazgo, o bien el ejército era tan grande que se dividió por motivos puramente administrativos. En el monte Gorgano, en Apulia, las fuerzas de Crixo se enfrentaron al ejército del pretor Q. Arrio. Como se demostraría repetidamente, sin Espartaco, los rebeldes no eran rival para los romanos. Murieron Crixo y gran parte de sus hombres, y los supervivientes se dispersaron.

Mientras tanto, Espartaco se dirigió hacia el norte con el resto de los rebeldes. Llegó hasta el río Po sin ningún enfrentamiento serio, pero su enorme ejército era mucho menos maniobrable que los bien entrenados soldados romanos, lo que a la larga le supuso una desventaja considerable. Justo al norte se encontraba el ejército del cónsul Léntulo, y por el sur se aproximaba rápidamente el otro cónsul, Poplícola. Parecía el final de Espartaco, atrapado entre ambos ejércitos, pero, en lugar de eso, derrotó primero a un ejército y a continuación al otro. Resulta difícil comprender cómo lo hizo, y los romanos, humillados por su derrota a manos de unos esclavos, nunca dieron una explicación sobre lo que ocurrió realmente.

En memoria de Crixo y de los caídos en las últimas batallas, Espartaco hizo que los prisioneros romanos combatieran entre ellos como gladiadores. «Justo como si deseara borrar toda su deshonra pasada convirtiéndose, en lugar de en gladiador, en patrocinador de espectáculos de gladiadores», señala Floro, y no es necesario añadir que semejante trato dispensado a los soldados deshonró a todo el estado romano. Apiano retoma la narración en este punto:

Tras la retirada del ejército romano presa de la confusión, Espartaco sacrificó en primer lugar a 300 prisioneros romanos en honor de Crixo, y luego se dirigió hacia Roma con 120.000 soldados de infantería, no sin antes quemar todo el equipo innecesario, dar muerte a todos los prisioneros y sacrificar todos los animales de tiro para liberarse de todas las cargas; y aunque muchos desertores se acercaron a él, se negó a aceptar a ninguno de ellos.

Apiano, Guerras Civiles, 1.14

Aparte de la crueldad calculada hacia los prisioneros, de la narración de Apiano se deducen dos cosas. La primera es que Espartaco tenía entonces bajo sus órdenes a más de 100.000 hombres. Para tener una perspectiva correcta de lo que esto significaba, baste señalar que el mayor ejército que jamás puso Roma en un campo de batalla italiano fue el de la batalla de Cannas, que tenía en total unos 85.000 hombres. Los ejércitos romanos no sobrepasaban este número sencillamente porque mantener un ejército de estas dimensiones constituía una auténtica pesadilla logística. Incluso Espartaco, que vivía de saquear las tierras por las que pasaba, sintió que no podía mantener un ejército mayor -y Crixo había demostrado que los insurgentes no podían crear otro ejército sin encontrar otro Espartaco que lo dirigiese-.

Si Espartaco contemplaba la posibilidad de atacar a la propia Roma es que estaba soñando. La ciudad contaba con unas poderosas murallas y, además, la guerra de asedio era una cuestión muy compleja que requería de habilidades y equipos especiales. Sin embargo, después de las últimas victorias, ¿había algo imposible para él? Su movimiento hacia Roma fue en realidad una finta para desviar a las tropas romanas al sur de su vía de escape. La estrategia fracasó, y Espartaco se vio obligado a luchar de nuevo, esta vez en algún lugar de Piceno. Venció, pero le aguardaba otro ejército en Mutina.

Hasta entonces Espartaco había combatido contra milicias locales reunidas apresuradamente o con reclutas novatos alistados recientemente en las legiones. El ejército de Mutina era un ejército veterano comandado por C. Casio, procónsul de Galia. En cualquier caso, Espartaco lo derrotó de manera aplastante, en otra de aquellas jornadas victoriosas que deja al historiador militar boquiabierto de incomprensión.

Ahora quedaba abierta la ruta de los Alpes. Espartaco y su gente eran libres para marcharse, si no con las bendiciones de Roma, al menos con un «¡que se vaya con viento fresco!» de todo corazón. Pero los seguidores de Espartaco estaban disfrutando de un nivel de vida más alto de lo que jamás habían esperado, y los duros bosques del norte habían perdido su atractivo. Mientras quedase gran parte de Italia sin saquear, el santuario del norte podría esperar. Espartaco, que sin quererlo se había convertido casi en prisionero de su propia gente, se vio obligado a volver hacia el sur.

Probablemente Espartaco pudo haber abandonado su ejército en aquel momento y en aquel lugar. Su ingenio ya le había librado de un barracón de esclavos celosamente vigilado y le había evitado ser derrotado por los sucesivos ejércitos que se habían enviado contra él. Pero Espartaco el luchador por la libertad tenía una vocación más noble que la de sus predecesores como Espartaco el desertor y Espartaco el bandido. Fuese por lealtad o por falta de inclinación para hacer otra cosa, Espartaco eligió conscientemente una vida de pillaje y rapiña.

En Roma, la población dudaba seriamente de que los cónsules pudieran derrotar a Espartaco, que ya estaba en su tercer año de libertad. Nadie quería el trabajo hasta que se postuló para el mismo el aristócrata Marco Licinio Craso. Craso era uno de los hombres más ricos de Roma, en parte gracias al dinero que había obtenido con la muerte de hombres inocentes en la época en que fue amigo del dictador Sila. Sin embargo, era un excelente general, y el pueblo romano se volvió hacia él con gratitud.

Craso fue nombrado pretor, y de inmediato se dispuso a armar un ejército suficientemente grande para enfrentarse a un enemigo tan numeroso. «Es vergonzoso tener que llamarlos enemigos», escribe Floro -lo que demuestra que Craso fue extraordinariamente patriótico al presentarse-. Había muy poca gloria en el hecho de derrotar a unos esclavos, mientras que la desgracia de ser derrotado por ellos era inmensa.

Craso reunió dos legiones a partir de las cuatro legiones consulares derrotadas, y añadió otras seis por medio de reclutamientos forzosos y voluntarios (en cierta ocasión dijo que cualquier hombre rico podría permitirse pagar una legión de su propio bolsillo). Espartaco dio señales de no sentirse intimidado por este ejército al derrotar a un contingente a las órdenes de Mummio, legado de Craso. Craso respondió diezmando las cohortes que habían huido en primer lugar. La práctica de diezmar las tropas propias era un antiguo castigo mediante el cual era ejecutado un hombre de cada diez, y su recuperación por parte de Craso demostró que iba muy en serio.

Espartaco se replegó hacia el sur. Estableció su campamento en Thurri y se vio asediado de inmediato por mercaderes y agentes de acaudalados italianos que pretendían rescatar los bienes que Espartaco había saqueado en sus propiedades. Éste todavía deseaba escapar de Italia, y más aún después de que Craso se abalanzara sobre una banda de unos 10.000 esclavos fugitivos y los masacrara. Esta carnicería llevó a Espartaco a trasladarse hasta Reggio, en la punta de la bota de Italia. Si a sus hombres no les apetecían los bosques de Germania, quizás preferirían el clima más suave de Sicilia y la calurosa bienvenida que les dispensarían los esclavos de la isla, cuyas dos rebeliones en el pasado todavía eran un recuerdo muy reciente.

El transporte a través de los estrechos se acordó con los piratas cilicios aliados del rey Mitrídates del Ponto (capítulo 5), que era, como se relató en su momento, enemigo de Roma. Pero los piratas cogieron el dinero de Espartaco y se hicieron a la mar, dejándolo varado en Reggio, que Craso estaba separando del resto de Italia con una muralla. No sabemos si el general plutócrata influyó en la decisión de los piratas, pero este punto marca el principio del fin de la aventura de los gladiadores.

Espartaco y sus hombres intentaron cruzar los estrechos utilizando barcas y balsas de fabricación casera, pero las corrientes eran demasiado fuertes y traicioneras. La alternativa era romper la barrera de Craso y dirigirse de nuevo hacia el interior de Italia. Sin embargo, las defensas de Craso no resultaron fáciles de romper. Los dos primeros intentos de Espartaco se saldaron con la pérdida de 12.000 hombres. Consciente de la moral frágil y cada vez más baja de sus hombres, Espartaco empleó el brutal sentido del espectáculo que tan buen servicio le habría hecho de haber continuado su carrera en la arena.

En un lugar cercano a las líneas romanas, crucificó a un prisionero romano. En la crucifixión de Cristo, que tuvo lugar aproximadamente un siglo más tarde, se cuenta que el centurión Longino traspasó el costado de Cristo con una lanza, lo que bien podría ser un acto piadoso para acelerar una muerte que, de lo contrario, podría llevar un largo tiempo de agonía. En los días que tardó en expirar la víctima de Espartaco, tanto los romanos como los propios seguidores de Espartaco se hicieron la firme promesa de que ni tendrían piedad ni la esperarían de sus enemigos.

Motivados quizás por esta exhibición, los esclavos llevaron a cabo su siguiente intento en medio de una tormenta durante una cruda noche invernal. Lanzaron haces de estacas dentro de las trincheras romanas, y treparon por encima de las murallas con la ayuda de escaleras improvisadas con las estacas. En pocos días llegó a Roma la noticia de que Espartaco había roto el cerco. No cundió el pánico en el senado, pero se produjo una renovada sensación de urgencia cuando se requirieron los servicios de las legiones desde España y Grecia. Ocurriera lo que ocurriera, los ejércitos debían regresar allí en breve, pero ahora Roma se tomaba muy en serio a Espartaco.

En este momento, el ejército de Espartaco volvió a dividirse, lo que quizás refleje una división de opiniones entre los que deseaban seguir con su vida de saqueo y aquellos que querían marcharse de Italia. O bien pudo tratarse de tensiones étnicas entre los diferentes grupos que seguían a Espartaco. La mayoría de miembros del grupo escindido era de origen galo, y contaban con unos líderes galos llamados Gránico y Casto. Craso cayó sobre ellos cerca de la ciudad meridional de Crotona, en un lugar ahora desconocido que se llamaba «Lago Lucaniano». Craso acabó con 30.000 rebeldes y hubiera dado muerte a un número mayor si Espartaco no hubiera acudido al rescate. En este enfrentamiento los romanos recuperaron las águilas y los atributos de magistrado que Glaber había perdido tiempo atrás.

Pero tan pronto como se infló la moral de los romanos, Espartaco volvió a bajarla al derrotar a Quinto Tremelio Scrofa, a quien Craso había enviado al norte con un gran ejército para evitar que los esclavos escaparan en aquella dirección. Espartaco se precipitó por esta vía de escape hacia el puerto de Brindisi, donde esperaba tomar un barco que le condujese a su Tracia natal. Pero el ejército de Lúculo, al que habían hecho venir desde Grecia, acababa de llegar al puerto, y Espartaco se vio obligado a dirigirse al norte una vez más. Parecía como si Espartaco fuese a intentar de nuevo llevar su ejército a través de los Alpes, pues no había ninguna resistencia seria en aquella dirección. Sin embargo, Craso descubrió que no había prisa por salir en su busca, pues el ejército de esclavos había dado la vuelta y pretendía ofrecer batalla.

Los romanos estaban encantados. Su principal temor no era la derrota ante Espartaco, sino el descrédito que supondría para ellos si no conseguían sofocar la revuelta. Espartaco no estaba tan deseoso de batalla como su ejército, y envió mensajeros a Craso para buscar una salida negociada. Estos movimientos fueron rechazados con desdén; Roma no negociaba con esclavos. Al comienzo de la batalla, Espartaco ordenó traer a su caballo y, delante de todo su ejército reunido, le dio muerte de manera muy dramática. Si la jornada iba bien, les dijo a sus hombres, tendrían otros muchos caballos. Si iba mal, ya no necesitaría el caballo. Fue un gran gesto con un mensaje subliminal: Espartaco no huiría a lomos de su caballo. Triunfaría o moriría en compañía de sus soldados.

La batalla fue feroz, como cabría esperar de unos hombres tan desesperados (de hecho, algún historiador casi contemporáneo estima que el ejército de Espartaco era todavía un coloso de 90.000 hombres). No obstante, la disciplina de las legiones comenzó a resultar decisiva. En un esfuerzo por cambiar el sentido de la marea, Espartaco se lanzó en persona hacia Craso mientras combatía como un poseso:

Y así, dirigiéndose directamente hacia el propio Craso por entre las armas y los heridos, acabó por perderlo de vista, matando no obstante a dos centuriones que le atacaron a la vez. Al final, cuando todos los hombres que había a su alrededor ya habían caído, también él encontró su final.

Plutarco, Vida de Craso, 11

Este último ataque salvaje se ganó la admiración de los romanos más reacios. Incluso Floro, que por lo general consideraba a Espartaco y sus hombres como seres casi infrahumanos, admite que en esta última ocasión «murieron como hombres, luchando hasta la muerte como podría esperarse de unos hombres comandados por un gladiador. El propio Espartaco cayó, como corresponde a un general, combatiendo más bravamente en primera línea».

Había finalizado la revuelta de los esclavos. Unos 5.000 rebeldes huyeron hacia el norte, pero se toparon con el ejército de Pompeyo, que los aniquiló casi hasta el último hombre, «arrancando la rebelión por las raíces», en las grandilocuentes palabras del propio Pompeyo. El verdadero vencedor de Espartaco, Craso, fue tan inmisericorde como habían supuesto los esclavos, y los crucificó por millares: unos 6.000 a espacios regulares a lo largo de la Vía Apia desde Roma hasta Capua.

Pero Espartaco había desaparecido. Resulta muy extraño que, tratándose de un hombre que murió rodeado de enemigos, éstos no pudiesen encontrar su cadáver una vez terminada la batalla. A los romanos les hubiera gustado exponer su cuerpo para terminar con las ilusiones de aquellos que todavía creían que Espartaco estaba vivo y volvería a alzarse en armas. Además, habrían evitado que Espartaco se convirtiese en la leyenda en que indudablemente se convirtió.

Los gladiadores primitivos solían combatir con la protección y el armamento propios de los pueblos conquistados por los romanos, como observamos en este relieve del siglo I d. C de Santa Marinella. Esto permitía a los romanos contemplar sus victorias representadas de nuevo en la arena, y proporcionaba un empleo útil para el material capturado.

El hombre que sin ayuda se enfrentó a un imperio ha inspirado un ballet, varios libros y películas, aunque seguro que le hubiera divertido especialmente su actual papel de icono gay masculino. Su obstinada negativa a aceptar la esclavitud hace de Espartaco un personaje admirable, pero las pruebas no apoyan a aquellos que ven en él a un Che Guevara de los Apeninos. Nunca combatió la esclavitud como tal. Después de su victoria, Craso encontró a unos 3.000 prisioneros romanos esclavizados en Reggio. Ni Espartaco ni sus seguidores tenían programa alguno, ni político ni de otro tipo, aparte de los deseos mutuamente excluyentes de escapar de Italia y permanecer en ella para saquearla.

Espartaco fue atrevido, un general realmente notable y un líder carismático. Fue un guerrero valiente y feroz y se comportó honorablemente con sus amigos. En esto están de acuerdo todas las fuentes históricas. Pero no nos dicen, y no deberíamos suponerlo, que Espartaco fuese un buen hombre, ni un individuo particularmente noble.