AMBICIÓN Y TRACIÓN
Plutarco, Mario, 12
En el año 112 a. C, llegó un pequeño grupo de embajadores procedentes de África con un llamamiento desesperado al senado romano:
No es mi culpa, Padres Senadores, si acudo de nuevo a vosotros. No, me veo obligado a causa de la violencia de Yugurta. Desea tan ardientemente mi destrucción que no os atiende ni a vosotros ni a los dioses inmortales, y se muestra sediento de mi sangre más que de cualquier otra cosa. Por eso, a pesar de que soy un aliado y amigo del pueblo romano, me ha sometido a asedio durante más de cuatro meses. Ni los servicios de mi padre Micipsa ni vuestros decretos me han sido de utilidad, y ya no sé sí me oprime más la espada o el hambre. […] Pero, puesto que fui creado únicamente para convertirme en un monumento a los crímenes de Yugurta, dejaré de rogar por escapar de la muerte o la desgracia, y me limitaré a desear escapar de la tiranía de mi enemigo y evitar la tortura física. Por lo que respecta a Numidia, sois bienvenidos aquí; haced lo que os plazca, pero mantenedme alejado de las impías manos de Yugurta.
Salustio, Yugurta, 23-25
El autor de la carta era Adherbal, primo de Yugurta, para el que éste se le semejaba más a una violenta fuerza de la naturaleza que a un rival al trono. ¿Qué clase de hombre atacaría a un fiel amigo de Roma, usurparía su reino y luego desafiaría al senado romano a enfrentarse a él? Ésta era, en pocas palabras, la política de Yugurta, a pesar de que conocía muy bien el poder de Roma. Cuando Escipión Emiliano destruyó Numancia, en España, Yugurta se encontraba allí, no como observador, sino como soldado del ejército romano.
Yugurta era natural de Numidia, un reino africano aliado de Roma desde que Masinissa, el abuelo de Yugurta, se uniese a los romanos en su lucha contra Aníbal. Yugurta era hijo ilegítimo de Mastanabal, el hijo menor de Masinissa. No tenía posibilidades de heredar el trono, pero era popular, enérgico y gozaba de buena presencia. El sucesor de Masinissa, Micipsa, decidió que el joven liberaría mejor su exceso de energía en cualquier otro lugar, y lo envió con un contingente numida a colaborar con Escipión en la guerra de España. Para Micipsa no habría supuesto un drama que Yugurta no hubiera regresado.
Sin embargo, Yugurta reveló un talento natural como soldado. «Por su obediencia incondicional y su desprecio del peligro, pronto se convirtió en héroe de los romanos y terror de sus enemigos», cuenta el historiador Salustio, que es nuestra principal fuente de información para la historia de Yugurta. Salustio cita la entusiasta recomendación de Escipión Emiliano con la que el joven héroe se presentó ante Micipsa a su regreso:
Estoy seguro de que te alegrará oír que tu sobrino Yugurta se ha distinguido en esta guerra por encima de todos los demás. Tengo en alta estima lo que ha hecho por nosotros, y haré lo que esté en mi mano por trasmitir esta estima al senado y el pueblo de Roma. Me dirijo a ti como amigo y te felicito personalmente por haber encontrado un hombre digno de ti y de tu padre.
Salustio, Yugurta, 8

Micipsa captó la indirecta y, obedientemente, adoptó a Yugurta, lo nombró heredero junto a sus propios hijos, Hiempsal y Adherbal y, en su lecho de muerte, en el año 118 a. C, encomendó a sus hijos al cuidado de Yugurta. Posteriormente, Yugurta señaló que Micipsa padecía demencia senil y sugirió la abolición de sus últimos decretos. El joven Hiempsal estuvo de acuerdo, y sugirió que también debía abolirse la adopción de Yugurta de tres años antes. Poco después de aquella propuesta, unos soldados irrumpieron en la casa donde se encontraba Hiempsal, lo descubrieron escondiéndose en las habitaciones de las mujeres y le dieron muerte. Luego, llevaron su cabeza a Yugurta.
Rápidamente, Adherbal recurrió a la vía armada. Contaba con el apoyo de la mayoría de la población, pero Yugurta tenía mejores soldados y una mayor capacidad militar. Adherbal fue derrotado y obligado a huir a la provincia romana de África, creada a partir del territorio conquistado a la derrotada Cartago.
Yugurta había aprendido en España algo más que las artes militares. Sabía que, en Roma, el éxito y el fracaso dependían del desempeño de un cargo, y que las elecciones, incluso para los niveles inferiores de la magistratura, resultaban extraordinariamente costosas. Adherbal se presentó en Roma con la razón de su lado y una petición de justicia; los enviados de Yugurta se presentaron con oro. Para indignación de los insobornables romanos, Yugurta obtuvo un decreto que dividía el reino entre él mismo y Adherbal, una división en la que Yugurta se vio beneficiado con la parte más rica.
Este arreglo duró unos pocos años, los necesarios para que Yugurta consolidase su nuevo reino y lo pusiese en la senda de la guerra, y luego algunos meses más, mientras Adherbal rehusó responder a las provocaciones cada vez más violentas de Yugurta. Finalmente, éste perdió la paciencia e invadió de manera descarada las tierras de Adherbal, empujándolo rápidamente hasta la ciudad fortificada de Cirta.
Esto, y las conmovedoras súplicas de Adherbal a Roma (una de las cuales da comienzo a este capítulo), provocaron que Roma enviara una comisión investigadora. Yugurta alegó que Adherbal había intentado asesinarlo, e insistió además en su gran amistad con Escipión. Entonces, tan pronto como estuvo seguro de que la comisión había abandonado África, reanudó el asedio. Como respuesta a las súplicas cada vez más desesperadas de Adherbal, los romanos enviaron otra comisión, esta vez compuesta por senadores de mayor rango, entre ellos el gran Marco Emilio Escauro.
Yugurta se limitó a no hacer concesiones. La comisión, frustrada, se retiró, y los defensores de Cirta, abandonados por Roma, se vieron obligados a negociar. Yugurta ofreció a los defensores y al propio Adherbal conservar su vida a cambio de su rendición, pero, una vez dentro de la ciudad, Yugurta ordenó asesinar a todos los varones adultos capturados. Tal como él mismo había temido, Adherbal fue torturado hasta la muerte.
Cuando las noticias de la caída de Cirta llegaron a Roma en el año 112 a. C, la guerra resultó inevitable, entre otras razones porque muchos de los defensores de Cirta eran comerciantes italianos con sus propios amigos y protectores en el senado. Cuando el hijo de Yugurta se presentó con la intención de apaciguar a los romanos con suaves palabras y una gran cantidad de dinero, se le respondió que se marchase de vuelta a su país a menos que quisiera ofrecer una rendición incondicional.
El cónsul L. Calpurnio Bestia llegó a África con un gran ejército y comenzó las operaciones de inmediato. Yugurta respondió con una propuesta de paz que los romanos se apresuraron a aceptar. Se firmó un tratado de paz mediante el cual Yugurta debía declarar su sumisión a Roma, pagar una modesta indemnización y entregar treinta elefantes. Dada la gravedad de los desmanes de Yugurta, se trataba sin duda de un castigo muy leve. Existe la sospecha casi universal de que Yugurta habría conseguido, una vez más, obtener una salida aceptable mediante el soborno, aunque también podría ser que, sencillamente, tuvo suerte.
Roma sentía la amenaza que desde el norte representaba una gigantesca migración de tribus germánicas que ya habían derrotado a un ejército dirigido por el fatuo e incompetente Papirio Carbo. En el año 111 a. C, parecía que la tormenta había pasado, pero los dirigentes romanos sabían que en cualquier momento una horda bárbara podría infiltrarse a través de los Alpes. Quizás Calpurnio Bestia decidió que no era un buen momento para que Roma se embarcara en una aventura africana, y combinó su profundo sentido de hombre de estado con una enorme contribución en metálico por parte de Yugurta.
El pueblo de Roma se olió el juego sucio, y se constituyó una comisión para que investigara a quién había ido a parar realmente el dinero de Yugurta. El rey numida fue llamado a Roma, ofreciéndosele inmunidad a cambio de su testimonio. Yugurta acudió a Roma, pero antes de que pudiera pronunciar una sola palabra ante la comisión, un tribuno dio un paso adelante y le prohibió hablar. Yugurta debió de pensar que todo el proceso no era más que una farsa, pero hizo buen uso del tiempo que permaneció en Roma. Massiva, otro nieto de Masinissa, había estado reclamando el trono numida, señalando la evidente incomodidad que para todos suponía Yugurta, por lo que éste aprovechó entonces su estancia en Roma para asesinar a su rival. No intentó ocultar su responsabilidad, y los indignados romanos, respetando el salvoconducto de Yugurta, sólo pudieron ordenarle que abandonara Italia de inmediato.
Hay una leyenda que asegura que, cuando Yugurta estaba abandonando Roma, miró hacia atrás y comentó: «Ahora hay una ciudad en venta; en cuanto encuentre un comprador, estará condenada».
Probablemente, Yugurta creía realmente que Roma estaba podrida hasta las raíces. En cualquier caso, sólo necesitaba sobornar a un general o a un político para evitar el castigo. A pesar de la polémica de Salustio (quien, antes de dedicarse a la historia, fue un político de la facción contraria a la oligarquía romana dominante), el gobierno de Roma seguía teniendo suficientes principios como para ofenderse ante aquella suposición. Ya no habría más tratados de paz.
En el año 110 a. C, un ejército al mando de Postumio Albino, el ultrajado patrón del fallecido Massiva, siguió a Yugurta hasta África. Postumio obtuvo escaso logros antes de verse obligado a regresar a Roma para las elecciones, dejando a su hermano Aulo con la misión de enfrentarse a Yugurta. Inmediatamente, el rey abrió las negociaciones, aunque probablemente sabía que el asunto ya no podía solucionarse con un rápido soborno. No obstante, Yugurta prolongó las conversaciones casi hasta el final de la estación de campaña. Sin nada que mostrar de su período de mando, Aulo intentó justificarse atacando la ciudad de Suthul, donde Yugurta guardaba gran parte de su tesoro. Nunca alcanzó la ciudad.
El rasgo definitorio del carácter de Yugurta era la audacia. Sin esperar que los romanos llegaran hasta él, lanzó un ataque sorpresa sobre su campamento que desbarató gran parte del ejército romano, y obligó al resto a rendirse. Estos prisioneros fueron obligados a pasar bajo un yugo, un gesto simbólico mediante el cual cada soldado derrotado reconocía la superioridad del enemigo, después de infligir a los hombres de Albino esta humillación, la mayor que podía sufrir un ejército en la Antigüedad, Yugurta concedió a los romanos un plazo de once días para que abandonasen el país.
La derrota romana no se debió únicamente a la superior dirección militar de Yugurta. Estaba en su territorio, y las legiones, que demostraban una efectividad devastadora en las bajas llanuras costeras, sufrían en las tierras altas del interior de Numidia, donde una mezcla de monte bajo y terreno quebrado obstaculizaba los movimientos. Los veranos eran calurosos y áridos, y en primavera e invierno el frío viento soplaba desde el Mediterráneo hacia las montañas, trayendo consigo lluvias que enfangaban las pocas carreteras existentes, y convertían cualquier lecho de agua en un torrente. Las mercancías procedentes de la costa debían llevarse a través de unas montañas densamente pobladas de coníferas y árboles de hoja perenne, e igualmente habitadas por bandidos dispuestos a abalanzarse sobre cualquier convoy escasamente protegido.
En terreno abierto, los romanos tuvieron que enfrentarse a la formidable caballería de Yugurta. Estos hombres habían sido jinetes nómadas tan sólo unas generaciones antes, y se habían adaptado rápidamente a su entorno semidesértico. Con un armamento más ligero que sus oponentes romanos, gozaban de mayor movilidad y conocían mucho mejor el terreno. En resumen, Numidia resultó un hueso muy duro de roer para la fuerza expedicionaria romana.
La victoria de Yugurta generó un sentimiento de furia en Roma. Un grupo de oligarcas corruptos hubiera intentado cortar la sangría de pérdidas y poner fin a la guerra, pero si ésa era la idea que Yugurta tenía del gobierno de Roma, el ejército que llegó a sus costas en el año 109 a. C, debió de suponer una importante sorpresa. El comandante romano, Quinto Cecilio Mételo, no sólo era un soldado tan bueno como Yugurta, sino que también era famoso por ser incorruptible. Alarmado, Yugurta intentó establecer negociaciones de paz, y Mételo se mostró dispuesto a hablar.
Cuando Yugurta envió un mensaje a Mételo relativo a la paz, este último le planteó varias exigencias, de una en una, como si cada una de ella fuese a ser la última, y de este modo obtuvo de él rehenes, armas, elefantes, la devolución de prisioneros y los desertores. La totalidad de estos últimos fue castigada con la muerte; pero no se llegó a la paz, pues Yugurta, temiendo ser detenido, se negó a entrevistarse con él.
Dión Casio, Historia, 26.89
Yugurta sintió una enorme frustración al descubrir que Mételo había estado ganando tiempo -empleando las tácticas habituales de Yugurta- mientras entrenaba y aclimataba a su ejército. Entonces Mételo se dirigió hacia el oeste, tomó la ciudad comercial de Vaga y se enfrentó a Yugurta a orillas del río Muthul. Antes de la batalla, Yugurta dirigió a sus hombres una breve pero precisa arenga.
Habéis combatido contra estos hombres en otras ocasiones, los habéis derrotado y los habéis hecho pasar por debajo del yugo. No serán mejores con su nuevo comandante, mientras que yo os he dado todo lo que unas tropas pueden esperar de su general. No os superan en número ni en valor, y vosotros conocéis el terreno y sabéis lo que se espera de vosotros. Los romanos no saben con lo que se enfrentan.
Salustio, 49
En efecto, la batalla fue cuerpo a cuerpo. No resultó especialmente sangrienta, pues los numidas, con su armamento ligero, no podían herir fácilmente a los soldados de la infantería pesada romana, ni éstos podían capturarlos. Después de la batalla, muchos soldados de Yugurta -en su mayor parte pobres pastores y agricultores- sencillamente regresaron a sus hogares. Habían servido a su rey en el combate y ahora tenían que atender sus propios asuntos.
Yugurta se dispuso a reclutar un nuevo ejército, mientras su enemigo intentó apoderarse de tantas ciudades de Yugurta como le fue posible. Yugurta enviaba constantemente embajadores solicitando la paz, y Mételo se esforzaba al máximo por atraerse a estos enviados a su bando. Sobornó incluso a Bomilcar, el hombre que había asesinado a Massiva, y Yugurta se vio obligado a ejecutarlo para desbaratar un complot contra su propia vida.
Era sin duda una situación irónica: el hombre al que Yugurta no había podido corromper estaba utilizando sus propias armas de corrupción, engaño y dilación contra él. Ya no podría confiar en nadie nunca más, y cada ayudante cercano sería un asesino potencial. La atmósfera de temor y sospecha que provocó esta situación hizo que muchos de los consejeros de Yugurta lo abandonaran antes de que también se les acusara de conspirar contra su líder.
La campaña de los años 109-108 a. C. terminó sin resultados concluyentes. Yugurta había perdido otra gran ciudad, Sicca, pero había conseguido mantener a los romanos lejos de Zama, y había recuperado la ciudad de Vaga. Por medio de la traición. Con su mando renovado por otro año, Mételo reconquistó Vaga y empujó a Yugurta hacia un lugar ahora desconocido llamado Thala. Allí Yugurta intentó hacerse fuerte, pero fue derrotado y obligado a huir, dejando tras de él muchos de sus pertrechos y tesoros. Thala fue un trago amargo, pues Yugurta estaba convencido de que su aridez y aislamiento deberían haberla hecho inaccesible para los romanos.
Pero si la fortuna favorece a los valientes, ahora pareció ofrecer una compensación a Yugurta por su incansable resistencia. Mételo fue despojado del mando por la traición de su subordinado Mario, y Boccho -rey de Mauritania-, comenzó a mostrar interés por los asuntos de su vecino. Boccho era aliado de Yugurta desde hacía mucho tiempo y estaba casado con una hija de éste. Al sentir que podría sacar algún provecho de la situación, se mostró más dispuesto a aliarse con su yerno que con los romanos, quienes, a su parecer, eran unos peligrosos vecinos.
Mario se había dado cuenta de la inutilidad de perseguir a Yugurta por todo su territorio, por lo que cambió de táctica, y se dedicó a reducir sistemáticamente el número de plazas fuertes y ciudades leales a Yugurta, privando al rey de una base en su propio reino. Desesperado, Yugurta prometió un tercio de su reino a Boccho a cambio de su ayuda.
Numidas y mauritanos unieron sus fuerzas y cayeron sobre Mario mientras se retiraba a sus cuarteles de invierno. Aunque superado en número y cogido por sorpresa, el ejército romano demostró tener una disciplina magnífica y un mando soberbio. Las legiones se retiraron organizadamente hasta unas colinas cercanas y, una vez allí, se recuperaron y consiguieron rechazar a los numidas. Una vez más Yugurta había errado en sus cálculos al creer que Mario no sería más que un subordinado traidor en lugar de un auténtico comandante con sus propias virtudes (curiosamente, es probable que Yugurta conociera personalmente a Mario, pues ambos habían servido a las órdenes de Escipión el Africano en España).
Los romanos reanudaron su marcha y, dos días después, Yugurta atacó de nuevo. En el fragor de la batalla, intentó emplear sus conocimientos de latín para cabalgar hasta las líneas romanas y blandir una espada ensangrentada con la que, según aseguraría a los atónitos legionarios, habría dado muerte a Mario. Era mentira, pero creíble, puesto que ambos comandantes dirigían a sus tropas desde primera línea y, con los ejércitos trabados en el combate, resultaba imposible que la mayoría de los soldados de infantería romana conocieran la suerte que había corrido su comandante. En una ocasión, se dice que Yugurta:
…para mantener a sus hombres en el campo de batalla, y con la esperanza de hacerse con la victoria que había estado tan próxima, terminó rodeado por la caballería romana, separado de sus compañeros por todos lados, y tuvo que salir de aquel aprieto en medio de una lluvia de dardos.
Salustio, Yugurta, 101
Finalmente, una carga de la caballería romana sobre el flanco quebró la resistencia del ejército de Yugurta y lo desintegró como fuerza de combate (era frecuente que, después de un revés, las tropas numidas se dispersasen con prontitud). Y así, Yugurta se vio dependiendo absolutamente de Boccho, que había abandonado el campo de batalla a la primera señal de dificultad y conservaba, por tanto, sus tropas intactas.
Pero el rey mauritano, después de haber contemplado a los romanos en acción, comenzaba a albergar dudas sobre su alianza, y tanteó discretamente a los romanos sobre la posibilidad de alcanzar la paz. El senado respondió que Boccho podría ganarse el perdón, y envió a Lucio Cornelio Sila, uno de los partidarios de Mario, para que continuara las negociaciones. Los ecos de estos movimientos llegaron pronto a oídos de Yugurta, que había tenido la precaución de colocar espías en el campamento de su aliado. En una ocasión, sospechó de Volux, un hijo de Boccho, y siguió a Boccho para ver en qué asuntos andaba metido su hijo. Volux y su caballería se encontraron con Sila, y en su camino de regreso, pasaron por delante del campamento numida. Evidentemente, Yugurta no intentó introducir un espía dentro del séquito de Volux, porque ignoraba que Sila marchaba oculto entre los acompañantes de Volux.
Una vez que Sila estuvo en la corte de Boccho, Yugurta tuvo conocimiento inmediato del hecho, lo que le hizo pensar que el romano trataría a su suegro como un rehén, más aún cuando Sila le decía a Boccho que la paz con Roma dependía de que entregase a Yugurta. Boccho se encontró con la interesante disyuntiva de a quién traicionar, a su suegro o a un enviado romano respaldado por todo el poder de Roma. Después de sopesar los pros y los contras, Boccho invitó finalmente a sus dos víctimas potenciales a una reunión. Tanto el romano como el numida acudieron entusiasmados, porque Boccho había jugado con ambos y les había prometido a los dos que entregaría al otro en su poder.
El encuentro comenzó con los dos interlocutores esperando a que Boccho hiciese una señal que sacara a sus soldados de su escondite. Como estaba previsto, la señal llegó finalmente, y los compañeros de Yugurta fueron asesinados. El rey numida fue apresado y entregado, con gran ceremonia, al triunfante (y muy aliviado) Sila.
La captura de Yugurta y la rendición de Boccho pusieron fin a la guerra numida. Como recompensa por haber escogido el bando correcto, Boccho recibió la parte de Numidia que había reclamado a Yugurta, mientras el resto de aquel reino quedó en manos de otro de los numerosos descendientes de Masinissa. Los hijos de Yugurta fueron perdonados y marcharon al exilio en la ciudad italiana de Venusia.
En el año 104 a. C. Yugurta regresó a Roma. Pero los romanos ya no estaban interesados en las batallas políticas de cinco años atrás, cuando se había buscado con tanto interés el testimonio de Yugurta. Roma sufría peligro de extinción por parte de las hordas cimbrias del norte de Europa, tal como el senado se había temido, y el rey cautivo fue requerido para desempañar una función bien distinta: pasear encadenado por las calles de Roma como un refuerzo moral en el desfile triunfal de Mario. Plutarco nos informa:
Mientras era conducido en el triunfo, se volvió loco. En la prisión, le arrancaron la túnica que le cubría el cuerpo, y las peleas por su pendiente de oro fueron tan agrias que acabaron por arrancarle el lóbulo de la oreja. Después lo afeitaron, lo desnudaron y lo introdujeron en la fosa. Completamente aturdido, miró a su alrededor y dijo con una sonrisa: «Por Hércules, este baño romano está frío!».
Plutarco, Mario, 12
La «fosa» era la mazmorra más temible de Roma, el Tuliano (este calabozo había sido anteriormente una cisterna, o tullus, y actualmente es una capilla, pues se asegura que allí estuvo preso San Pedro un siglo después de Yugurta). La única entrada se encontraba en una trampilla situada en el techo y, una vez allí, ni siquiera una intervención divina podría facilitar la huida a un preso. En aquella mazmorra, mientras Mario celebraba su banquete de la victoria, Yugurta se sumió en el silencio y la oscuridad hasta que llegaron sus verdugos y lo estrangularon. O bien, según otra tradición, murió lentamente de inanición, lo que le habría permitido, al menos, prepararse para su encuentro final con el considerable número de espíritus vengativos que le esperaban en la otra vida.