24

Cuando llegó el uno de julio, llevaba lloviendo más de una semana, y Paul se subía por las paredes. Se pasaba la mayor parte del tiempo abajo, en el sótano, donde había sacado las sierras y las herramientas de su padre para trabajar la madera. Estaba haciendo las estanterías de Buffy.

Después de unos días rodeado por las oscuras paredes de cemento, se dio cuenta de por qué su padre había ocupado el garaje con su material. Con la puerta abierta, era como si estuviera fuera. Paul jugueteó con esa idea. Iba a ser una tarea monumental trasladarlo todo escaleras arriba y meterlo en el garaje. Necesitaría ayuda. Así pues, siguió trabajando, escuchando la lluvia incesante que arreciaba sobre la hierba, junto a las diminutas ventanas altas del sótano, que mantenía abiertas.

Aún no había puesto en venta la casa. Pero estaba preparado, lo había arreglado y despersonalizado todo tal como le había sugerido Sandy. Lo llamó unos días antes y él le insistió en esperar una o dos semanas más. Sabía que ya era hora, pero de algún modo no parecía capaz de dar el último paso y firmar. Después ya no podría hacer nada.

Le habían ofrecido un trabajo en Atlanta, pero lo rechazó. No sabía muy bien por qué. El sueldo era aceptable, incluso le gustaba Atlanta, tras haber viajado allí a menudo por trabajo. Pero no le parecía bien. También renunció a unas cuantas entrevistas. Atrapado en el sótano, se preguntaba si alguna vez podría pasarse de nuevo cincuenta o sesenta horas a la semana encerrado en una oficina o detrás de un escritorio. Eso ahora le parecía una condena.

Su mente vagaba mientras trabajaba, escuchando la música de un pequeño aparato estéreo que había bajado al sótano. Se preguntaba qué tal le iría a Tim en Indonesia. Paul se preocupaba por los viajes allí, los pequeños vuelos chárter y los lamentables ferrys que cruzaban el océano Índico para llegar a las islas selváticas. Habló con Sarah unas noches antes y le contó que había pintado su habitación. Cuando le dijo por qué, ella se quedó callada.

—Sarah, no estoy tomando esta decisión a la ligera. Pero esta casa es demasiado grande para una persona sola —explicó—. Y tú pronto te irás a París. —Esperaba que hablar de París la animara.

—Ya lo sé, papá. Es sólo que… —Se detuvo—. ¿Y si mamá vuelve?

—Ya he hablado con ella. No creo que eso vaya a pasar.

—Oh.

—Escucha, todavía no la he puesto a la venta. Ya veremos.

Aquella noche trabajó hasta tarde. El armazón para la estantería ya estaba cortado, teñido y clavado a las paredes junto a la chimenea de Buffy. Ahora estaba trabajando en cada estante, cortando, lijando los bordes y luego tiñendo. Lo último serían las puertas. Sí, Buffy tendría sus puertas.

Se sentó en el sofá a las nueve y se comió una pizza mientras hacía zapping. A las once estaba en la cama.

El teléfono lo despertó en la oscuridad; miró el reloj de la mesilla mientras descolgaba. Las dos cuarenta y tres de la mañana.

—¿Diga?

—¿Paul? —Oyó un susurro—. Soy Buffy.

—¿Qué pasa?

—Mi sistema de alarma se ha disparado. Siento llamar en plena noche pero… ¿podrías venir, por favor? Lo apagué rápidamente, para que no despertara a Emily. Pero ahora estoy asustada. Sé que probablemente no será nada, pero Erik no está y no conozco a nadie más, de verdad. Por favor.

Él se incorporó y se frotó los ojos, tratando de espabilarse.

—Voy ahora mismo.

Se puso unos pantalones de chándal y una camiseta, y cuando estaba sacando el coche del garaje, frenó, salió y agarró un bate de béisbol y un spray de herbicida tóxico. La casa estaba a oscuras cuando llegó, pero al llamar vio luces que se iban encendiendo una por una, como si Buffy estuviera bajando por las escaleras.

—Emily estaba durmiendo conmigo. Le dejo hacerlo cuando Erik está fuera. Y cuando esa jodida campana se disparó, salté de la cama y apreté el interruptor que está junto a la puerta de mi dormitorio para apagarla.

Nunca le había oído decir tacos antes. Llevaba puesto uno de esos suntuosos albornoces de felpa blanca que le hacía parecer pequeña y frágil. Percibió su nerviosismo.

—Bueno, me puse a pensar, ¿y si es de verdad esta vez? Pero no quería llamar a la poli, porque ¿y si no era? Y Emily sigue durmiendo.

—Está bien. ¿Dónde está el panel principal?

Estaba allí mismo, en la entrada. Al parecer, la alarma se había disparado en el sótano.

—Oh, Dios —susurró Buffy—. Quizá deberíamos llamar de verdad a la poli.

Paul negó con la cabeza.

—Voy a bajar a comprobarlo. Seguramente no será nada.

—Yo estaré aquí con el teléfono listo —dijo ella, sacándose el inalámbrico del bolsillo del albornoz—. Grita si algo va mal. Tengo el 911 en marcación automática.

Por suerte había muchas luces en el sótano y todas se encendían a la vez con sólo apretar el interruptor que estaba en lo alto de la escalera. Seguía habiendo cajas alineadas junto a una pared y una bicicleta pequeña y patines con los que al parecer Emily daba vueltas alrededor de las columnas metálicas.

No vio nada y no parecía haber ningún sitio para esconderse. Cogió una linterna que se encontraba en un estante junto a la caldera y comprobó los sensores de la alarma. Luego advirtió un movimiento con su visión periférica. Reptaba tranquilamente por el suelo del sótano la araña más grande que había visto en su vida.

—Ay, Dios —se estremeció Buffy cuando él la llevó abajo—. ¡Tiene patas como limpiadores de pipa! ¿De verdad crees que fue lo que disparó la alarma?

Él asintió y sonrió.

—Da más miedo que un ladrón —dijo ella, haciéndolo reír.

Ella hizo café y se sentaron a la mesa de la cocina, escuchando lo que ambos esperaban que fuesen las últimas gotas de lluvia.

—Escucha —dijo ella, sorbiendo el café, con las rodillas sobre la silla, como una niña pequeña en una fiesta de pijamas—. ¿Qué vas a hacer mañana? Voy a llevar a Emily a ver El rey León a Broadway y tengo una entrada de sobra. Erik confundió las fechas, pero dice que fui yo. Bueno, ¿por qué no te vienes?

Él rió, incómodo.

—Oh, vamos, será estupendo. ¿Cuándo fue la última vez que te tomaste un día libre? Prometí a Em que cogeríamos el ferry, y se supone que va a hacer bueno y soleado. Será divertido —rogó—. Además, no conozco a nadie más.

¿Qué podía decir?

Se sentaron en la fila más alta. «Asientos estratosféricos», dijo Buffy enfadada entre dientes cuando salieron del ascensor.

—Tengo vértigo —le susurró a Paul, con una brillante sonrisa estampada en la cara para disimular delante de Emily—. Odio las alturas.

Emily se sintió arrebatada de emoción cuando una serie de animales cantaron y bailaron por el escenario en un asombroso espectáculo de color y bonitos trajes en el acto inicial. La mente de Paul empezó a vagar inmediatamente. Se había dado cuenta en el ferry que los trajo desde Weehawken que hacía semanas que no salía de Sparta. Mientras cruzaban el Hudson en dirección a Manhattan y contemplaban la luz del sol al reflejarse en los rascacielos, con una suave brisa del río zarandeándolos, le invadió una sensación de libertad. Vio cómo Buffy le señalaba a Emily el Empire State Building y otros lugares famosos.

Cuando salieron del barco, se subieron a un autobús que los dejó en Times Square.

—Ahora que vivimos tan cerca, me encantaría venir a ver caer la bola en Año Nuevo —comentó Buffy cuando pasaron por el famoso lugar—. ¿Te lo imaginas?

No se lo imaginaba, pensó mientras veía como el pequeño león volvía al escenario, no muerto al fin y al cabo, sino ya crecido. Faltaban aún casi seis meses para la noche de Año Nuevo y él no tenía ni idea de lo que sería de su vida en ese momento.

Era una obra larga y hacia el final, mientras escuchaba el lamento de la joven leona, se preguntó si estaba dejando pasar la vida. El estómago le dio un saltito cuando lo invadió un instante de pánico. Quizá hubiera debido coger el trabajo de Atlanta. ¿Y si no llegaban más ofertas? Había estado flotando, esperando a que ocurriera algo, no sabía muy bien qué. Que su mujer volviera o que algo le cayera a los pies, quizá. Se había convertido en una especie de chapuzas del vecindario, pero ¿era eso un verdadero futuro? Tenía capacidades, talento y educación. Era capaz de hacer mucho dinero. Ésas no son cosas que uno deba desdeñar.

Era casi media noche cuando Buffy lo dejó delante de su casa.

—Gracias por venir, Paul. Y gracias por llevar a Emily hasta el ferry. Es un auténtico peso muerto cuando está dormida.

—Claro —sonrió, abriendo la puerta del coche—. Fue entretenido.

—Sabes, eres muy distinto de la mayoría de los hombres que he conocido. ¿Crees que Erik hubiera cambiado sus planes o fingido siquiera que sentía no haber podido venir hoy? Oh, no, lo que está haciendo es siempre lo prioritario. Sé que ganarse la vida es duro y todo eso. Pero, por Dios, párate de vez en cuando y habla. Aprende a mirar a tu alrededor y entender lo que está pasando en tu vida.

—Creo que eso les resulta difícil a todos los hombres. A menos que te hayan destrozado la vida.

—Tu mujer es tonta —dijo ella, y le dio un beso rápido en la mejilla.

Él se fue derecho a la cama, cansado después de un día tan largo. A la mañana siguiente, a las nueve en punto, llamó a Sandy y le dijo que trajera enseguida el contrato para firmarlo. Luego se lo mandaría a Joanna para que hiciera lo mismo.