[Texto escaneado 26/11/00: copia en papel: —extracto de: Vaughan Davies,
Mensaje: nª 117 [Pierce Ratcliff / misc.]
Asunto: Vaughan Davies
Fecha: 26/11/00 a las 5:03 p.m. (hora local)
De: Longman @
Desde luego, yo creo que está fundado sobre las bases más científicas y racionales.
En mi opinión sería justo decir que ningún hombre sin un conocimiento exhaustivo de las ciencias podría haberlo concebido; y sería lo más inteligente por parte de cualquier otro historiador, si acaso pretendiese desautorizar mi teoría, adquirir un amplio conocimiento tanto de los campos de investigación del historiador como del físico.
Empecemos, por tanto, con una teoría de la historia y del tiempo.
Conciban, si son tan amables, una gran cordillera montañosa, unos Alpes casi más allá de la imaginación del hombre; y que eso represente la historia de nuestro mundo. La inmensa mayoría de esa montaña no es nada más que roca desnuda, pues aquí nuestra historia es la de eones geológicos, a medida que el planeta se enfría y adopta su órbita alrededor del sol. En el borde más reciente de las montañas aparece un pequeño margen de vida, los millones de años de vegetación prehistórica, animálculos, amebas; seres que se desarrollan en una rápida precipitación final y se convierten en animales, aves y, por fin, el hombre.
Nosotros, al atravesar estas «montañas», que aquí representan nuestra existencia física, experimentamos nuestro paso como «tiempo». Aquellos de mis lectores que estén familiarizados con las obras de Planck, Einstein y J. W. Dunne (pero no me atrevo a esperar semejante erudición entre mis lectores legos, siendo lo que es en la cultura inglesa la división entre la ciencia y el arte) no necesitarán que les informe de que el tiempo es una percepción humana de un proceso inmensamente más complicado de verdadera creación.
El mundo, al crearse, adopta la forma de lo que se ha ido antes. Estas montañas que tenemos detrás prefiguran lo que va a venir; la forma de los senderos que las cruzan determina los senderos que tomaremos nosotros, en lo que nosotros vemos como nuestro «futuro». Las acciones de los hombres de la época medieval nos han colocado a nosotros aquí, al borde de lo que quizá resulte ser el conflicto más destructivo del mundo, con no menos certeza que los actos más recientes de (digamos) el señor Chamberlain y
Mi propia teoría es, ahora que he estudiado las verdaderas pruebas implícitas en la historia de Ash, que las «montañas» no son tan inamovibles como se pudiera suponer. Yo sostengo, en realidad, que es posible que de vez en cuando un terremoto agite el paisaje. Elimina unas cosas, altera otras; ordena de nuevo la roca bajo parte de ese pequeño margen de vida que habita en sus grietas.
En algunas ocasiones, eso no será más que una perturbación menor: un nombre diferente aquí, una niña nacida en lugar de un niño, un documento perdido, un hombre muerto antes de lo que debería. No es más que un temblor en el gran paisaje que es el tiempo.
Sin embargo, en al menos una ocasión ha tenido lugar una gran fractura, como si dijéramos, en lo que percibimos como nuestro «pasado». Imagínense las manos de Dios que se extienden para sacudir las montañas, de la misma forma que un hombre sacudiría una manta; y luego, después, el lecho de roca permanece, pero ha cambiado toda la forma del paisaje.
Esta fractura, en mi opinión, tiene lugar para nosotros la primera semana de enero de 1477.
Borgoña, en nuestros archivos históricos más mundanos, es un reino medieval majestuoso. Y sin embargo no es más que eso. Culturalmente rico y militarmente poderoso, sus duques se pasan el tiempo en peregrinajes, construyendo castillos sin importancia al estilo de Hesdin y guerreando contra la decadente monarquía de Francia y los ducados que se encuentran entre el norte y el sur de estas desunidas tierras, intentando unir el «Reino Medio» que se extiende desde el Canal de la Mancha hasta el mar Mediterráneo. Carlos, el más agresivo y el último de los duques, muere luchando contra los suizos en una gélida y temeraria masacre, en Nancy; y las olas de la historia ruedan sobre él y se cierran sobre Borgoña. Sus territorios se dividen entre aquellos que los pueden conseguir. En este asunto no hay nada en absoluto notable.
La mayor parte de los historiadores no han escrito nada sobre ello, pues quizá lo perciben como un callejón trasero y tranquilo que carece de importancia histórica. Sin embargo hay un hilo común que recorre la escasa cantidad de escritos históricos que hay sobre Borgoña. Lo encontramos con toda claridad en Charles Mallory Maximillian, cuando escribe sobre un «país perdido y dorado». Si bien para la mayoría Borgoña ha quedado barrida del recuerdo, para unos pocos es un símbolo, una sensación de pérdida: un fénix olvidado.
He terminado por ver, a través de mis investigaciones, que cuando recordamos esto, es la Borgoña de Ash la que recordamos.
Como ya he escrito en otras obras, yo sostengo ahora que la Borgoña de la que nos hablan los biógrafos de Ash no se desvaneció. Se transformó. El paisaje montañoso del pasado cambió y cuando terminó el terremoto, los fragmentos sin nombre de la historia de esta mujer se habían posado en otros lugares diferentes, en la historia de Juana de Arco; del Campo de Bosworth; en las leyendas de los caballeros artúricos y en los trabajos de la Capilla Peligrosa. Esta mujer se ha convertido en un mito, y Borgoña con ella; y sin embargo, permanecen estos leves rastros.
A partir de esto se puede ver con toda claridad que lo que se creó el 5 de enero de 1477 no fue solo un nuevo futuro. Si el pensamiento actual es correcto, pueden producirse diferentes futuros a cada momento y estas historias «alternativas» continúan en paralelo a la nuestra. Un día lo detectaremos; en el nivel molecular en el que pueda tener lugar esa detección.
No, la desaparición de Borgoña (la Borgoña de Ash) hizo pedazos todo el paisaje. Un cambio así provocaría un nuevo futuro, sí, pero también un nuevo pasado.
Así pues, Borgoña se desvanece. Así pues, los relatos que nos han quedado (como mitos, como leyendas) nos recuerdan que en otro tiempo fueron verdad. Nos sirven para recordar que es posible que nosotros mismos no hayamos empezado hasta 1477. Este pasado que nosotros excavamos en el siglo XX es, en ciertos aspectos, una mentira, y no existió hasta después del 5 de enero de 1477.
Yo sostengo, por tanto, que estos documentos que he traducido son auténticos; que los varios relatos de la vida de Ash son genuinos. Esto es historia. Solo que no es nuestra historia. No ahora.
Sobre lo que podríamos haber sido, si no hubiera sido por esta fractura temporal, solo podemos especular. Más tenue todavía debe ser la especulación de lo que será ahora de nosotros. La historia es inmensa, masiva, tan impermeable a las alteraciones como el lecho de roca adamantina de los picos alpinos. Como creo que dice en alguna parte de la Biblia del Rey Jaime, las naciones tienen intestinos de latón. Sin embargo, a mí me parece obvio que el paisaje de nuestro pasado muestra pruebas claras de ese cambio.
Ash y su mundo son lo que era antes nuestro mundo. Ya no existen. Nos queda heredar el avance agitado del tiempo, y el futuro, hagamos lo que hagamos con él.
Les dejo a otros la tarea de determinar la naturaleza exacta de este cambio temporal; y si existe alguna probabilidad de que se produzca una fractura parecida en los metódicos procesos del universo.
En estos momentos estoy en el proceso de preparar una adenda a esta segunda edición, en la que tengo la intención de detallar la conexión vital que existe entre esta historia perdida y nuestra historia actual. Si sobrevivo a la que, según parece en este mes de septiembre de 1939, será una guerra que sacudirá al mundo entero, entonces publicaré mis hallazgos.
Vaughan Davies
Sible Hedingham, 1939