¿QUÉ PUEDE HACER UNO SOLO?
Recientemente se han publicado en los Estados Unidos varios libros que se presentan como métodos para que uno aprenda solo la técnica Alexander. Uno de ellos pretende demostrar lo fácil que es aprenderla; otro revela una serie de supuestos «ejercicios secretos». Ahora bien, con o sin libros, no hay forma de aprender a «hacer» la técnica Alexander, porque la técnica no se ocupa de hacer, sino de no hacer. Y, por supuesto, no hay ejercicios secretos.
La respuesta de Alexander a quienes le escribían pidiéndole consejo era recordarles que no es posible adquirir nuevas experiencias sensoriales sólo por medio de las palabras, ya sean escritas o habladas. Cualquier intento de cultivar un nuevo Uso, de «sacarlo bien», por medio de la acción directa está condenado al fracaso; antes que el enfoque habitual de«lograr un fin» hay que atender al proceso, combinando además una actitud de apertura hacia lo desconocido con la voluntad de suspender todo juicio basado en las sensaciones.
Aunque con ayuda de un profesor es posible aprender en cuestión de semanas lo que a Alexander le costó años descubrir, todo intento de aplicar sin guía los principios y prácticas de Alexander puede convertirse rápidamente en una valiosa lección de humildad. Sin embargo, sí es posible comenzar a incrementar la percepción de sí mismo y a profundizar en la comprensión del Uso de sí mismo practicando el arte de la observación.
El lector puede empezar ahora mismo, tomando conciencia de lo que está haciendo mientras lee este libro. ¿Advierte alguna tensión innecesaria en los dedos, brazos, hombros, cuello, vientre, caderas, piernas, cara u ojos? ¿Tiene el cuerpo equilibradamente alineado? Este tipo de preguntas suelen resultar difíciles de contestar, a causa de los efectos deformantes de una apreciación sensorial que no merece confianza. A fin de conseguir una sensación más clara de cómo nos usamos, es útil disponer de puntos de referencia objetivos. Uno de ellos es, por supuesto, el espejo.
Para utilizar eficazmente el espejo, o cualquier otro sistema de control, hemos de aprender a no formular juicios de valor. El hábito de etiquetarlo todo como bueno o malo, correcto o equivocado, atractivo o repulsivo, etc., se asocia con una pauta profundamente arraigada de tensión y mal uso. Podemos comenzar a liberarnos de esta pauta sencillamente mirando y aceptando lo que es: éste es el primer paso hacia un cambio auténtico.
Póngase delante de un espejo y limítese a mirar durante unos minutos. No se arregle la camisa ni se cepille el cabello: mire, nada más. A continuación, vea si es capaz de decir hacia que lado se inclina su cabeza. ¿Tiene un hombro más levantado que el otro? Si observa con cuidado, seguramente podrá ver que efectivamente un hombro está más levantado y más tenso que el otro, y que la cabeza se inclina muy ligeramente en la dirección opuesta al hombro más bajo. Tal vez sienta deseos de corregir lo que está viendo, enderezando la cabeza y dejando caer el hombro más levantado. Sin embargo, cualquier intento en este sentido dará lugar a la creación de un desajuste de compensación, a la sustitución de una pauta de tensión por otra. La integración no se consigue con acciones directas y específicas, sino más bien mediante un enfoque indirecto que en todo momento tiene en cuenta el equilibrio de la totalidad.
Ahora, si compara los dos lados de su cuerpo, podrá comenzar a observar los efectos del Uso habitual en su estructura. El lado dominante —que suele ser el derecho, tal como la mayor parte de la gente es diestra— tiende a estar más desarrollado, y frecuentemente el torso se tuerce hacia el lado menos dominante. Vea cómo se relacionan entre sí las diversas partes de su cuerpo. En la mayoría de las personas, la cabeza, la caja torácica y la pelvis están desalineadas, y el cuerpo en su conjunto parece vencido por la gravedad, o bien está rígidamente sostenido para resistírsele.
A lo largo de todo el libro he subrayado el papel fundamental que cabe a la cabeza y al cuello en la integración de todas las partes del cuerpo. El primer paso hacia la comprensión práctica de este papel consiste en descubrir exactamente dónde se equilibra la cabeza sobre el cuello. Para ello, coloque la punta de los índices en el lugar donde cree que su cabeza descansa sobre la columna vertebral. La mayoría de la gente se pone los dedos en un punto demasiado bajo; el punto de equilibrio queda justo detrás de las orejas.
Otra zona importante que a casi todos nos resulta desconocida es la de la articulación de las caderas. Agáchese a recoger algo del suelo. Luego, coloque los índices en el punto por donde dobla el torso. Casi todos colocan los dedos en la parte superior de la cintura pélvica, y no en la verdadera articulación de la cadera. De hecho, la articulación de la cadera está mucho más abajo de lo que la mayoría de nosotros creemos. El hábito generalizado de doblarse por la cintura destruye la integridad de la columna vertebral y amortigua nuestro sentido cinestésico.
La comprensión del funcionamiento de todas las articulaciones resulta imprescindible para el buen Uso de uno mismo. Nuestras articulaciones no sólo nos permiten movernos, sino que también son centros de nuestro sistema de feedback cinestésico. Si una articulación se utiliza incorrectamente, la información cinestésica que desde ella llega al cerebro estará deformada y será causa de mal uso. La verdad es que la mayoría de nosotros no sabemos dónde están situadas las principales articulaciones del cuerpo, y en consecuencia nos usamos mal.
Todavía delante del espejo, siga observando la situación exacta y el alcance de los movimientos de todas las articulaciones, recordando que funcionan siempre como parte de un sistema global. Quizá le resulte útil consultar un texto sencillo de anatomía o incluso un modelo del esqueleto. El conocimiento práctico de la anatomía básica y de la mecánica del cuerpo le ayudará a observar con más precisión lo que hace consigo mismo, y le dará indicios de lo que no ha de hacer.
También podemos conseguir valiosa información sobre nosotros mismos a partir delas superficies con que entramos en contacto. Así, uno puede observarse a sí mismo tomando conciencia de todos los puntos de contacto de su cuerpo con las superficies que está tocando: la silla, el suelo, etc. Y no sólo puede obtener información de las cosas que está tocando, sino también de sí mismo. Pruebe a echarse boca abajo en el suelo (no en la cama: la superficie ha de ser dura, para que los datos sean precisos) con los brazos extendidos junto al cuerpo y las manos al costado, las palmas hacia arriba. A continuación, gire la cabeza a un lado y descanse. Permítase apreciar la seguridad de esta postura: no puede caerse, el cuerpo está totalmente apoyado y puede prescindir de todas las tensiones que normalmente cree necesitar para sostenerse en pie. Si permanece quieto unos cuantos minutos, pronto advertirá una distribución más apropiada de la tensión en su cuerpo. Músculos que habitualmente están tensos comenzarán a relajarse, y empezará a sentir cada vez más contacto con el suelo. En este momento, es interesante comparar lo que le dijo el espejo sobre los dos lados del cuerpo con lo que está diciéndole el suelo.
Tenderse en posición prona en el suelo es uno de los numerosos métodos que existen para obtener un estado de relajación. El problema de tales métodos aparece cuando empezamos a movernos y nuestras tensiones habituales se imponen de nuevo. Lo que hace falta, pues, es un método para conseguir la relajación en la acción.
Tras haber alcanzado cierto grado de relajación, hay que pensar en levantarse de nuevo. Fíjese cómo hace la transición desde la idea de moverse hasta el movimiento mismo. ¿Puede detectar una pauta de tensión preparatoria cuando piensa por primera vez en moverse? La mayor parte de las personas tensan el cuello, los hombros, la parte inferior de la espalda y los flexores de la pierna ante la sola idea de moverse. Vea si usted puede levantarse con menos tensiones preparatorias. Para empezar, cambie a la postura de gatear. Luego, espere. Finalmente, pase a la posición erguida.
¡Enhorabuena! Acaba usted de repetir un proceso cuyo desarrollo llevó millones de años de evolución. La postura totalmente erguida es mucho menos estable que cualquier disposición basada en cuatro patas. Crea la posibilidad de movimientos fáciles y carentes de esfuerzo, pero también puede ocasionar una tremenda inseguridad si no se la usa correctamente. Por desgracia, la mayoría de nosotros estorbamos crónicamente nuestro equilibrio esforzándonos demasiado para mantenernos erguidos.
Esta exageración del esfuerzo es sumamente difícil de advertir, porque tiene lugar en un nivel por debajo de la conciencia y condiciona nuestra apreciación sensorial. Es posible, en cambio, incrementar nuestra percepción de la dinámica del equilibrio. Vuelva a ponerse frente al espejo, distribuyendo el peso entre ambos pies por igual. Quítese los zapatos para obtener la máxima información del contacto con el suelo. Si se queda «quieto» unos tres o cuatro minutos, comenzará a percibir los sutiles ajustes de tensión que se van produciendo. (Tal vez le interese reflexionar sobre lo poco frecuente que es estar de pie con el peso distribuido igualmente entre ambas piernas. Es raro ver a alguien que no esté constantemente cambiando el peso de un pie al otro o apoyándose en algo.) Si levanta un pie del suelo, tendrá una experiencia más clara del funcionamiento del equilibrio. Ahora, todavía sobre un solo pie, cierre los ojos. Cuando comience a perder el equilibrio, fíjese en lo que ocurre. La mayor parte de la gente echa la cabeza hacia atrás y se pone tensa.
Si desea investigar más a fondo esta cuestión del equilibrio, le recomiendo que se busque un listón de madera de 5 x 10 cm y bastante largo (o una barra de equilibrista, si puede disponer de una) y pruebe a caminar sobre él, con los ojos abiertos primero y cerrándolos luego. Si consigue dominar esta habilidad, ¡ya está preparado para intentarla cuerda floja o el monociclo!
La calidad de su voz y su respiración son otro punto de referencia muy valioso para la autoobservación. Comience leyendo en voz alta, a partir de la primera línea de esta página, y escuche el sonido de su voz. Cuando lleve leídos algunos párrafos, eche deliberadamente la cabeza atrás y observe el cambio en la calidad de su voz. Es un sistema burdo, pero eficaz, de observar los efectos del Uso sobre el funcionamiento. Para investigar más afondo esta relación, es conveniente disponer de algún estándar de comparación. Tome un verso de una poesía, o más sencillamente una vocal susurrada como aaaaahhhh, y repítala ocasionalmente mientras lleva a cabo cualquiera de sus actividades diarias. Fíjese en la calidad del tono, observando si es fluido o quebrado. La forma en que usted mismo se usa determina la facilidad con que fluye el sonido.
Cuando observe su respiración, recuerde que el propósito es aumentar su percepción de los efectos del Uso sobre el funcionamiento. Nunca trate de cambiar o mejorar directamente su respiración. Lo mismo que la circulación y la digestión, la respiración es una función natural, y la única forma en que se la puede mejorar es creando las condiciones adecuadas en todo el organismo, cambiando las pautas de tensión innecesarias que producen interferencias. Si tensa hacia atrás las rodillas durante veinte segundos y se fija en los efectos que eso produce en el diafragma y en la respiración, tendrá una idea de cómo operan tales pautas.
Ahora, teniendo presente todo lo expuesto, quédese en pie, quieto, y observe su respiración. Atienda al movimiento de entrada y salida del aire por las fosas nasales. No trate de modificarlo de ninguna forma; limítese a escuchar con el mayor desapego posible. A continuación, observe lo que hace con el cuello, los hombros, la caja torácica, la pelvis y las rodillas mientras respira. Advierta cómo cambia el ritmo cuando empieza a moverse. Preste atención a su respiración en el transcurso de actividades como alzar pesos, hablar, correr y hablar con un desconocido. Fíjese sobre todo en las cosas que le hacen contener el aliento.
La observación de otras personas puede ser una valiosa fuente de información para su estudio. Si es capaz de observar sin criticar, podrá aprender muchas cosas. Mire a la gente en situaciones cotidianas: en la calle, en casa, en la oficina.¿Cómo se usan a sí mismos? ¿Se mueven como si flotaran o parecen vencidos por la gravedad? Observe qué uso hacen de las articulaciones y fíjese, en particular, en la forma en que equilibran la cabeza. Intente percibir cómo distribuyen la tensión, notando qué partes del cuerpo están rígidas y cuáles están hundidas. Fíjese en mecanógrafas, dentistas, carpinteros, músicos. ¿Puede advertir cómo su actividad les ha configurado el cuerpo? Fíjese en las personas que le parezcan ejemplos de gracia y equilibrio, artistas o deportistas, posiblemente. Vea lo que hacen y lo que no hacen con sí mismos. Mire también a sus padres. Su postura y su forma de moverse, ¿se parecen a la de ellos? ¿Y la de sus hijos? ¿Se parece a la de usted?
El campo de observación más importante es el que afecta a la naturaleza y velocidad de sus reacciones. Muchos de nosotros experimentamos la sensación de estar nerviosos, o «apunto de saltar». En realidad, es una forma de reaccionar exageradamente ante nuestro medio. Una manera de profundizar en la comprensión de este fenómeno consiste en experimentar con sus pautas habituales de reacción ante un estímulo familiar, como el timbre de la puerta o el del teléfono. La próxima vez que lo oiga, vea si puede hacer una pausa tan sólo de dos segundos antes de descolgar el aparato o de levantarse para ir a abrir. Recuerde, no obstante, que hacer una pausa correctamente no significa alterar la respiración ni ponerse en tensión antes de actuar. Intente permanecer perfectamente quieto, sin por eso estar «fijo». Cuando lo haya practicado durante algún tiempo, trate de hacer lo mismo cuando alguien le pregunte algo o le llame por su nombre.
La mayoría de estos ejercicios de observación resultan muy difíciles, porque muy a menudo confiamos en nuestros hábitos para estudiar nuestros hábitos. De hecho, el mayor valor de tales ejercicios consiste en incrementar nuestra percepción consciente de la fuerza del hábito. Pero, cabe preguntar, ¿por qué hemos de preocuparnos por esos hábitos cotidianos? Casi todos vivimos cada día sin prestarles demasiada atención, y todos tenemos problemas que parecen mucho más urgentes que estudiar la forma en que nos usamos. Mi respuesta es que, más que los grandes acontecimientos —los traumas y los éxtasis—, es nuestra opción sobre la forma de conducirnos diariamente la que determina la calidad de nuestra vida.