LA INHIBICIÓN
En el último capítulo de El origen del hombre, Jacob Bronowski escribió: «Somos un peculiar experimento de la naturaleza para permitir que la inteligencia racional demuestre que es más segura que el reflejo». Bronowski daba por sentado que el éxito o el fracaso de este experimento dependían de la capacidad humana básica de interponer una pausa entre el estímulo y la reacción, y observó que «en el hombre, antes de que el cerebro sea un instrumento para la acción ha de ser un instrumento para la preparación». Esta capacidad de detenerse, de suspender nuestra reacción hasta estar adecuadamente preparados, es lo que Alexander denominó inhibición.
La inhibición de Alexander no debe confundirse con el concepto freudiano. Freud utilizaba este término para referirse a la supresión de un deseo instintivo por el superyó.El concepto de Alexander es cosa de sentido común: «Detente, mira y escucha» es un consejo familiar. Lo que Alexander hizo fue trasladar este consejo a una técnica práctica basada en el funcionamiento natural del organismo. Descubrió que si uno se negaba a actuar de la forma habitual, entonces el Control Primario funcionaba correctamente y permitía el mejor equilibrio posible de mente y cuerpo.
Este descubrimiento se produjo cuando Alexander comprendió que la causa de su problema con la voz era algo que él mismo se hacía. Como no fue capaz de evitar su respuesta habitual haciendo una cosa distinta, tuvo que «detener en su origen»la reacción psicofísica al estímulo de recitar, a fin de posibilitar un cambio real. Este proceso de «detención» no equivale a «paralizarse» en un punto ni a suprimirla espontaneidad. Se trata más bien de negarse conscientemente a responder de forma estereotipada, para que pueda manifestarse la verdadera espontaneidad.¿Cómo puede suceder lo correcto si seguimos haciendo lo incorrecto? Es evidente que antes hemos de detener lo incorrecto, cosa que resulta fácil de comprender, pero muy difícil de practicar.
Los alumnos aprenden la técnica piden muchas veces que les den una lista de las cosas que pueden hacer para mejorar su Uso. Por lo general, ha de pasar algún tiempo antes de que entiendan que la técnica Alexander no supone hacer nada nuevo, al menos no en la forma en que solemos entender la palabra «hacer». Se trata de ir eliminando todo lo que nos hemos impuesto, a fin de que el organismo pueda funcionar naturalmente y nuestra razón trabaje sin distracciones.
El descubrimiento de Alexander de la importancia de la inhibición en la conducta humana fue paralelo a un descubrimiento similar en el campo de la neurología. En La acción integrativa del sistema nervioso, Sir Charles Sherrington escribió: «No hay pruebas de que la inhibición de un tejido se acompañe alguna vez del menor daño a dicho tejido. Por el contrario, parece predisponerlo a una mayor actividad funcional tras la inhibición».{28} En otro escrito, añadió: «En todos los casos, la inhibición es un elemento integrador en la consolidación del mecanismo animal como una unidad. Inhibición y excitación forman conjuntamente un acorde en la armonía del funcionamiento saludable del organismo».{29} Además, Frank Jones también ha escrito que «la inhibición es la función central de un sistema nervioso que, cuando funciona bien, es capaz de eliminar los conflictos de mala adaptación sin suprimir la espontaneidad».{30}
Los vertebrados primitivos tienen una gama de comportamiento limitada, y su sistema nervioso es proporcionalmente más sencillo. Las formas de vida más complejas exigen sistemas nerviosos más refinados. La inhibición permite a los animales superiores integrar los numerosos estímulos del medio ambiente. Este mecanismo inhibidor puede observarse en las acciones de un gato que acecha a su presa. El gato, en palabras de Alexander, «inhibe el deseo de saltar prematuramente y controla con un fin de liberado el impulso de gratificar instantáneamente su apetito natural».{31}
En el gato, como en otros animales, la inhibición es un proceso instintivo y automático. El hombre, en cambio, dispone de la capacidad de someter esta facultad a un control consciente. Alexander creía que tal cosa resultaba imprescindible para que el hombre pudiera adaptarse a su entorno rápidamente cambiante. Dado que en el hombre la dependencia directa del cuerpo para asegurar la supervivencia ha ido disminuyendo, sus instintos se han hecho cada vez menos fiables, por lo que se le hace necesario recurrir a sus facultades conscientes para llenar el hueco dejado por esta degeneración.
La civilización de fines del siglo XX proporciona una excitación sensorial intensa y constante. Periódicos, televisión, películas, letreros y máquinas de todo tipo son otras tantas fuentes casi permanentes de estimulación. Los modernos medios de comunicación, especialmente el teléfono y la televisión, extienden nuestros sentidos y abren el paso a una gama de estímulos más amplia. El hombre moderno tiene más posibilidades, más opciones, de las que sus antepasados jamás pudieron soñar. Tal aumento de las posibilidades ha producido los correspondientes cambios en la estructura de la sociedad. Nuestra vida ya no está tan sometida a una planificación previa como la de nuestros abuelos. Mientras que en otros tiempos el dogma moral y religioso, combinados con una riqueza material limitada, dictaban el curso de la vida, hoy esas limitaciones se han relajado y tenemos mucha más libertad para elegir lo que haremos con nuestra vida. Es evidente que para utilizar constructivamente esa libertad hemos de aprender a discriminar entre los múltiples estímulos que recibimos: hemos de elegir aquellos elementos de nuestro medio ambiente a los que vale la pena responder.
Esas opciones son importantes porque afectan a nuestro funcionamiento. La experiencia de estar «con los nervios de punta» es corriente en nuestra cultura, pero, ¿cómo nos ocurre? La simple respuesta es que ponemos rígido el cuello y perdemos literalmente el equilibrio en respuesta inconsciente a muchos aspectos de nuestro entorno. Se nos alteran los nervios y nuestra capacidad para la quietud interior disminuye a consecuencia del asalto que hacemos padecer a nuestros sentidos. Alexander no sugiere que debamos regresar a condiciones de vida más primitivas y «naturales», sino que debemos llevar más cuidado con la forma en que reaccionamos. La abundancia de problemas nerviosos y el consumo generalizado de tranquilizantes parecen darle la razón.
Por supuesto, casi todos estamos de acuerdo con la idea de detenerse a pensar antes de reaccionar, pero esto asume en general la forma de una admonición o un consejo meramente intelectual. No recibimos un entrenamiento práctico y sistemático para la inhibición consciente y, en consecuencia, no aprovechamos lodo el potencial de nuestra capacidad inhibitoria para mantener nuestro equilibrio psicofísico.
La técnica Alexander desarrolla esta capacidad inhibitoria de un modo que pone en juego a todo el organismo, y no sólo al intelecto. La práctica de la inhibición a menudo comienza cuando el profesor, colocando las manos de forma que sostengan todo el peso de uno de los brazos del alumno, dice algo así como: «Por favor, permítame que le sostenga el brazo. Me gustaría que me dejara movérselo sin que intervenga usted para nada». Aunque se muestre de acuerdo, el alumno casi invariablemente reacciona dificultando el movimiento, a veces de una forma asombrosamente clara. Una vez que se le ha hecho notar este proceso de interferencia, el alumno puede empezar a usar su capacidad de atención para evitar la respuesta innecesaria, mientras el profesor le ayuda a observar sus progresos.
Durante las primeras clases, la principal responsabilidad del alumno consiste en evitar toda reacción innecesaria a las manos del profesor, abandonando todo intento de«ayudarle». En la jerga de Alexander, esto se llama «dejarse en paz uno mismo». Con las manos, el profesor guía al alumno hacia un Uso más equilibrado de su Control Primario, y luego lo dirige en unos cuantos movimientos sencillos. Mientras, controla la distribución de la tensión en el alumno y le ayuda a cobrar conciencia de las distintas maneras en que está impidiendo su funcionamiento natural. Esto se logra por medio de un sutil proceso de guía y feedback táctil, combinado con un comentario. Éste no es en modo alguno un diagnóstico; más bien, el profesor usa las palabras de forma que permitan al alumno comprender por sí mismo las manifestaciones de su interferencia habitual.
A medida que su experiencia va en aumento, el alumno empieza a ver la manifestación «mental» de sus reacciones habituales. Por ejemplo, puede ver cómo su idea de «levantarse» se asocia a una tendencia a tensar el cuello. Algunos profesores dicen a sus alumnos algo como: «Dentro de un minuto voy a pedirle que diga “hola”, pero me gustaría que no hiciera nada en respuesta». Cuando el profesor le pide que diga «hola», generalmente el alumno responde diciendo «hola», o «no...», o sencillamente contrayendo la laringe. Con el tiempo, aprende simplemente a no responder. Mis propios alumnos muchas veces se asombran al darse cuenta de que sé cuándo piensan levantarse, sentarse o hacer cualquier otro movimiento. A menudo me preguntan si la técnica Alexander me da la capacidad de leerles el pensamiento. No es así, desde luego, pero las pautas de tensión preparatoria que se manifiestan cuando la gente piensa moverse resultan tan claras como la luz del día. A medida que el alumno aumenta su percepción de esas pautas posturales, también aumenta su capacidad de decir«no» al hábito.
El alumno cultiva su capacidad para dejar de reaccionar de la forma habitual, cuando él así lo decida, primero a través de su propia motivación, su intuición y su poder de atención, y, segundo, con ayuda de la guía manual del profesor, cuyas manos no sólo sirven para evitar interferencias en el Control Primario, sino también para transmitir un influjo tranquilizante. Además, la experiencia anestésica intensificada que a menudo se sigue del mejor funcionamiento del Control Primario contribuye a desarrollar la conciencia y la coordinación. Esta experiencia se caracteriza por una sensación de ligereza y facilidad. Las pautas habituales de tensión se destacan de la nueva sensación cinestésica, en una relación de figura-fondo, y resultan por lo tanto más accesibles a nuestra capacidad de decir «no».
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Las conflictivas exigencias e incitaciones de la vida moderna. Si queremos sobrevivir en tales condiciones, hemos de ser capaces de evitar una reacción inmediata y seleccionar únicamente aquello con lo que podamos tratar eficazmente en cada momento dado. |
Alexander creía que la inhibición era la base de todo su trabajo:
En resumidas cuentas, todo consiste en inhibir una reacción determinada ante un estímulo dado. Pero nadie quiere verlo así. Piensan que todo consiste en sentarse y levantarse en la forma correcta, pero no se trata de eso. ¡Se trata de que el alumno decida lo que consentirá o no consentirá hacer!
Aunque las clases de la técnica pueden representar una forma de terapia nada desdeñable, su verdadero valor y su propósito consisten en aplicarlas a la vida cotidiana. La medida en que utilicemos nuestra experiencia de la técnica depende únicamente de nosotros. Como Alexander observó en cierta ocasión, «el profesor hará todo lo que pueda por usted..., pero lo que no puede es metérsele en la cabeza y controlar sus reacciones por usted».
Quizá pueda aclarar más esta cuestión mediante un ejemplo extraído de mi propia experiencia. Yo sé que cuando estoy sometido a tensión tiendo a caer en mis pautas de reacción habituales. Una de las más evidentes se manifiesta cuando estoy a punto de dar una conferencia o de hacer malabarismos: el cuello rígido; el pecho elevado; los músculos de las pantorrillas tensos, haciendo que los talones se me levanten del suelo; manos sudorosas; ritmo cardíaco acelerado; mil ideas que me pasan velozmente por la cabeza. Recuerdo especialmente un incidente, cuando iba a efectuar una demostración de juegos malabares en el Great Hall de Dartington, en Devon. Algunas horas antes de empezar, advertí que esa pauta comenzaba a insinuarse. Antes sólo la percibiría cuando ya estaba en plena marcha. Esa vez la detecté desde el principio, antes de que empezara a fluir la adrenalina y fui capaz de decir «no» a todo el proceso. Mi coordinación de mente y cuerpo era la bastante buena como para permitir que la decisión de no tensar el cuello, alzar el tórax y demás fuera efectiva. Eso, a su vez, evitó indirectamente que se produjeran otras reacciones del sistema autónomo, como la sudoración de las manos y el aumento de las pulsaciones. Más interesante aún, descubrí que los músculos de las pantorrillas se relajaban, de modo que podía apoyar firmemente los pies en el suelo. Mis pensamientos eran claros y bien centrados. La preocupación por el futuro fue sustituida por la vivencia del presente. La actuación fue un éxito y no sentí pánico en ningún momento, ni siquiera cuando dejé caer accidentalmente cuatro pelotas a la vez. En aquella ocasión experimenté algo semejante a la libertad de elección, y estoy convencido de que a la inhibición le cupo en ello un papel fundamental.
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La vida a menudo parece una cuerda floja. La inhibición de las reacciones de tensión innecesaria confiere mayor gracia al acto de recorrerla |