LA EDUCACIÓN PARA EL USO
Durante este último siglo, la educación de los niños en los Estados Unidos y Gran Bretaña ha ido evolucionando gracias a la interacción de dos filosofías básicas, la«tradicional» y la «progresista». El enfoque tradicional pretende inculcar a los niños cierta suma de conocimientos que se consideran esenciales para su desarrollo mental. Esos conocimientos se le presentan, siguiendo la terminología de Dewey, «desde fuera», deforma disciplinada y sumamente estructurada.
Los temas de estudio no están necesariamente relacionados entre sí, y no se considera importante que el material tenga que ver con la experiencia del alumno. La tarea del niño consiste en absorber los conocimientos y reproducirlos en el momento del examen. A los que no son capaces de hacerlo se les pone la etiqueta de «fracaso escolar».
Los puntos débiles de esta manera de ver se han ido haciendo cada vez más evidentes. La misma velocidad del progreso científico y tecnológico hace que buena parte de la información recibida en la escuela resulte inútil, e incluso errónea, al cabo de pocos años. Cambios e innovaciones tan rápidos exigen que el individuo sea capaz de pensar por sí mismo y de adaptarse a circunstancias distintas. La filosofía «progresista», basada en el principio de una educación «desde dentro», pretende cubrir esta necesidad. Según esta concepción, la función de la escuela consiste en crear un ambiente libre y relativamente poco estructurado donde se anime a los niños a que aprendan por sí mismos, por experiencia propia siempre que sea posible. Se concede mayor importancia al proceso de aprender que a los resultados. Los temas de estudio se relacionan con un cuadro general para hacerlos más significativos.
Como observó Dewey, la concepción progresista es mucho más difícil de poner en práctica que la tradicional. No es tan mecánica, y requiere más adaptabilidad y creatividad por parte de los maestros. Dewey llegó a la conclusión de que el desfase entre la teoría y la práctica progresistas podía atribuirse a la confusión entre libertades externas e internas, y que numerosos intentos de innovación habían fracasado porque el orden y la disciplina, anteriormente impuestos por el sistema, se rechazaban por principio. Para Dewey, la libertad de coerciones y de estructuras rígidas no era más que el comienzo. El maestro progresista tenía que hallar la manera de cultivar, tanto en sus alumnos como en él mismo, esta libertad interior que es parte fundamental de su trabajo. Dado que la libertad interior halla su expresión en la autodisciplina, queda eliminada la necesidad de imponer por la fuerza orden y disciplina.
Aplicar tales ideales en la práctica es una tarea enormemente compleja que exigiría un cambio radical en la naturaleza de nuestra sociedad. Aun así, es posible para el individuo comenzar a explorar el significado de la libertad interior y su importancia en la educación.
La técnica Alexander es un método práctico mediante el cual se puede comenzar esta exploración. De hecho, algunas personas han puesto en ella grandes esperanzas. En su artículo «El logro de fines y los medios para alcanzarlos», Huxley se refirió así al trabajo de Alexander:
Ahora es posible concebir un tipo de educación totalmente nuevo que afecta a toda la gama de actividades humanas, desde las fisiológicas hasta las espirituales, pasando por las intelectuales, las morales y las prácticas; una educación que, enseñando a niños y adultos el uso correcto de sí mismos, les evitaría la mayoría de las enfermedades y malos hábitos que ahora les afligen; una educación que, por la práctica de la inhibición y del control consciente, proporcionaría a hombres y mujeres un medio psicofísico para comportarse racional y moralmente.