20

Cuando Bentley lo dejó en la plaza Summit, aún se sentía un poco aturdido.

Entró en el vestíbulo. Edna estaba delante del cuadro de interfonos. Aquella escena, familiar para él, lo tranquilizó. Había estado haciendo un excesivo esfuerzo de imaginación, había estado inmerso demasiado tiempo en lo irreal, en lo fantástico. Necesitaba divorciarse de todo eso por algún tiempo. Se inclinaba ahora por lo ordinario, por lo banal.

—Vaya... ¡Feliz regreso!

—Gracias, Edna. Me alegra verme de nuevo en casa.

—Aquí le hemos echado de menos. ¿Ha tenido un buen viaje?

—Muy bueno.

—Hay un montón de llamadas telefónicas para usted.

Alargó la mano hasta su casilla de correspondencia y le dio un fajo de rosadas papeletas. Peter vio que la muchacha tenía abierto ante ella el libro de horóscopos.

—¿Cuál es mi horóscopo para hoy, encanto?

—A ver... Usted es un Libra, ¿no?

—Sí.

—Me gustan los Libra —dijo ella—. Los Libra suelen ser personas muy interesantes. Muy sensibles. ¡Si supiera qué otros signos tenemos por aquí! —Manoseó las páginas del libro y encontró la referencia que deseaba. Leyó un momento, y después—: ¡Caramba! Esto sí que lo encontrará interesante.

—Vamos, me muero de impaciencia —dijo él.

—Marte y Neptuno se acercan a su quinta morada solar. Neptuno se encuentra en la tercera morada, coincidiendo con Marte. Es un buen momento para estudiar sus varios intereses financieros y extender su esfera de acción. Repase todas sus pólizas de seguro en vigor, sus contratos y otros documentos legales para asegurarse de que se hallan conforme a sus deseos. Aproveche cualquier oportunidad que se le presente de hablar en público...

—No veo nada de extraordinario en todo esto.

—Espere —dijo—, aún no he terminado. Ahora viene lo más interesante. Su vida está a punto de cambiar de modo radical. Encontrará pronto un nuevo amor. La experiencia será intensa y profunda. Le espera un futuro totalmente nuevo.

—Edna —dijo él—, eso sí que me gusta, me gusta de veras.

Dedicó una sonrisa a la muchacha y se encaminó hacia el ascensor. Su horóscopo para hoy no estaba mal, excepto en un detalle desacertado: lo que él buscaba era un antiguo amor.

El apartamento olía ligeramente a cerrado. Descorrió las cortinas y abrió las ventanas de par en par. Abajo, vio tres o cuatro muchachas desmadejadas sobre sillas y colchonetas de playa en la terraza de la piscina. «Ahora —pensó—, son jóvenes náyades tostándose al sol de California. Pero, ¿quiénes eran en otro tiempo? ¿Doncellas de Cleopatra? ¿Cantineras de los ejércitos de Napoleón? ¿Damas al servicio de la reina Isabel? ¿Reinas o esclavas?»

Se maldijo en voz baja a sí mismo. Estaba llegando a un punto en que no podía mirar a nadie sin especular sobre sus vidas anteriores. Tendría que dejar de hacerlo de modo tajante.

Marcó el número de Nora, pero no obtuvo respuesta. Se sentía muy cansado. El viaje en avión, la conversación con Bentley en el aeropuerto, todo.

Se extendió en la cama sin abrir la maleta. Tras algunos ensoñamientos, quedó profundamente dormido. Tuvo dos sueños: el Sueño de la Casa y el Sueño del Tenis. Oscurecía cuando despertó. Cogió el teléfono y marcó de nuevo el número de Nora. Esta vez contestó.

—Nora... Pete.

—Ah, ya has vuelto... —Su voz sonaba fría, distante—. Espero que hayas tenido un buen viaje.

—Oye, la encontré. La ciudad...

—Te felicito.

—Es un lugar llamado Riverside. En Massachusetts.

—Estupendo.

Él calló unos instantes.

Todavía no me crees.

—¿Por qué no? Claro que sí, querido...

—Nora, cenemos juntos esta noche.

—Lo siento. Tengo un compromiso.

—¿Mañana, entonces?

—No —dijo ella—. Mañana tampoco.

—Comprendo. Estás muy ocupada.

—Muy ocupada.

—Bueno, otra vez será. Ya te llamaré.

—Eso, Pete. Otra vez.

Al colgar, Peter pensó: «Eso es todo.» Curioso: no tenía la sensación de haber perdido a nadie. Sonrió entre dientes.

«Pronto encontraré un nuevo amor. ¿No es acaso lo que ha asegurado Edna?»

Al otro día vio al jefe de su departamento y obtuvo permiso para quedarse sólo durante las primeras cuatro semanas del trimestre y para que su ayudante llevara el resto del curso. Dio como excusa unas investigaciones urgentes que debía hacer sobre algunas tribus del Este. El jefe del departamento no vio con agrado la petición de Peter, pero, aunque de mala gana, accedió finalmente a ella, a condición de que estuviera de vuelta a tiempo para el período de exámenes.

El tiempo se le hacía interminable. Daba sus clases y conferencias, trabajaba en su libro, pero le costaba hacerlo aun prestándoles el menor interés necesario. Su cuerpo estaba en Los Ángeles, pero el resto de él, su parte más importante, se hallaba a cerca de cinco mil kilómetros de distancia. A veces, estaba a punto de irse antes de tiempo y tomar el primer avión para Riverside, aunque con ello peligrara toda su carrera. Sin embargo, sabía vencer a su impaciencia.

Entretanto, continuaban las alucinaciones. El Sueño del Lago era, como siempre, el más frecuente y el más intenso. Pero cinco sueños habían dejado de manifestarse, desterrados, al parecer, a un limbo permanente. Eran el Sueño de la Ciudad, el Sueño de la Torre, el Sueño del Árbol, el Sueño de Cotton Mather y, hecho realmente curioso, el Sueño de la Cárcel.

Habló de ello con Hall Bentley, y el parapsicólogo dijo:

—Aunque no estoy seguro de lo que sucede, eso parece obedecer a una especie de proceso de expiación: liberación mediante alguna clase de representación, de nueva realización, de algún contacto, por vagos que sean. Ha visto usted las calles de la ciudad. Ha estado en el lugar que ocupaba la torre. Ha visto la efigie del puritano. Cada vez que entra usted en contacto con el tema de uno de los sueños, la alucinación correspondiente desaparece.

—Pero ¿cómo explica usted el caso del Sueño de la Cárcel? Éste también ha desaparecido.

—Explíquemelo de nuevo.

—Me encuentro en una cárcel donde estoy contando dinero.

—Tal vez la vio y no supo reconocerla.

—No. Ni siquiera llegué a ver ninguna cárcel en Riverside.

—Es curioso. Se trata de la única alucinación que no es verosímil. Quiero decir que la celda de una cárcel no es un lugar donde se acostumbre contar dinero.

Algo más lo desconcertaba. Había visto el lago. Pero el Sueño del Lago seguía manifestándose.

De pronto, recordó el tema de la tesis de Ed Donan: Las relaciones. La divinidad—de—los—sueños de los iroqueses, su estrategia terapéutica de catarsis. Tienes un sueño; debes volver a vivirlo, debes representarlo. Cuando un séneca sueña que compra un perro en Quebec, al otro día viaja hasta Quebec para comprar un perro. Cuando un hurón sueña que es torturado por un enemigo, al otro día se hace torturar por sus amigos. Si no procedes así, se presenta la enfermedad.

Ondinnonk.