11

La oficina de Bentley se hallaba en el Rodeo Drive. Era modesta en extensión, pero amueblada con gusto. El parapsicólogo recibió a Peter con una sonrisa y le indicó un sillón con la mano.

—Siéntese, doctor Proud.

Era un hombre corpulento, de unos cincuenta años, de cabello gris oscuro y penetrantes ojos grises bajo pobladas cejas. Para Peter, parecía más un entrenador de rugby que un parapsicólogo.

Bentley le presentó una cigarrera de plata.

—¿Quiere fumar?

—No, gracias.

—Sam Goodman se ha mostrado muy misterioso respecto al problema de usted. Sólo me ha dicho que estaba pasando por una curiosa experiencia psíquica que le causaba muy malos ratos. La llamó increíble, absolutamente única. Y Sam no es un hombre precisamente dado a los superlativos. —Sonrió—. Como puede suponer, me tiene usted intrigado.

—Doctor Bentley, estoy en un apuro. Con franqueza, estoy asustado.

—¿Y si me lo contara?

—No sé siquiera por dónde empezar.

—Para empezar, retroceda un poco. Hábleme de usted. Quién es, a qué se dedica, quiénes son sus padres. Después, puede usted ir al grano. Cuéntemelo exactamente cómo sucedió, y sin olvidar nada.

Peter miró el reloj de reojo.

—Esto requerirá bastante tiempo.

—Relájese. Nos sobra tiempo. Y yo soy un buen oyente.

Señaló un pequeño magnetófono sobre su escritorio.

—¿Le importa que lo use?

—No.

—Bien. A algunos parece molestarles. Pero a mí me gusta tenerlo todo grabado en cinta. —Cogió el pequeño micrófono y dijo—: Cinco de febrero, 1974. Entrevista inicial con Peter Proud. Recomendado por el doctor Samuel Goodman. —Entonces Bentley se respaldó e hizo una señal a Peter indicándole que empezara.

El parapsicólogo permaneció inmóvil y silencioso mientras duró el relato. Ni por un momento apartó los ojos de la cara de Peter. Cuando éste se adentró en la descripción de sus sueños, Bentley pareció especialmente fascinado. Peter se lo contó todo excepto su visita a Verna Bird. Lo omitió por vergüenza. Temió que Bentley lo tomara por un idiota.

Cuando hubo terminado, Bentley siguió mirándolo con fijeza.

—Bien, es usted un ejemplar único. Se lo digo yo.

—¿Sí?

—Son muchas las personas que han venido aquí para contarme sus vidas anteriores. Habían navegado con Ulises, o hablado con Jesucristo en calidad de pastor de Galilea, o luchado contra los galos con César. Pero usted es el primero que ha entrado en mi despacho con la pretensión de tener recuerdos prenatales que pueden llamarse recientes. —Hizo una pausa—. ¿Está usted seguro de que estos sueños nunca varían? ¿No aparece nunca en ellos algún elemento nuevo?

—No.

—Interesante. Usaré una palabra más apropiada: increíble. Sam Goodman tenía razón.

—Lo que yo desearía saber es... ¿Podrá ayudarme usted?

—No lo sé. Todavía estoy digiriendo lo que acaba de contarme.

—Quiera Dios que pueda llegar a saber lo que me sucede. Si usted tiene alguna idea, por pequeña que sea...

—Permítame que le exponga mi modo de ver la cuestión. Si hombres como Staub no saben de qué se trata, nada puedo hacer yo para echar más luz al problema. Es decir, nada puedo hacer en el terreno de ellos. Pero, sin que pretenda hinchar demasiado la labor que hemos estado haciendo en el campo «psi», puedo decirle esto: tenemos razones para creer que, dentro de la limitación de nuestros conocimientos, los sueños periódicos como los suyos pueden ser un indicio de genuinos recuerdos prenatales. El hecho de que los mismos detalles se repitan minuciosamente una y otra vez, da aún más fuerza a esta posibilidad. Y el hecho de que estos sueños sean de una época casi contemporánea, los hace todavía más intrigantes. Sin embargo, desde su punto de vista, son torturantes y debilitantes, tanto mental como físicamente. Y, con el tiempo, podrían llegar a ser peligrosos. Es importante que penetremos del todo en ellos, si podemos. Mi sugerencia, doctor Proud, es que probemos con la hipnosis regresiva.

—¿Hipnosis regresiva?

—Sí. De tarde en tarde, conseguimos que alguna persona retroceda, en estado de trance, hasta recuerdos prenatales. Según parece, son capaces de recordar detalles de sus vidas anteriores. Quisiera probarlo con usted. Si da resultado, puede que abramos una puerta muy importante.

—¿Qué quiere usted decir?

Bentley dio un hondo suspiro.

—Doctor Proud, en todos los casos que conozco en que un sujeto haya retrocedido hasta el estado prenatal, los «recuerdos» habían ido muy atrás en el tiempo..., tan atrás que nadie podría verificarlos y probar la reencarnación. Incluso la célebre Bridey Murphy retrocede demasiado para que puedan obtenerse fácilmente pruebas conclusivas. Se supone que nació en 1798 y murió en 1864. La controversia sobre ella sigue todavía, y proseguirá durante mucho tiempo, porque no hay modo de comprobar el caso.

Bentley hizo una pausa.

—Y ahora llega usted y deja caer esta bomba en mis brazos. Sin recurrir absolutamente a la hipnosis regresiva, ha experimentado fragmentos de sueños que serían contemporáneos a no ser por unos pocos años de antigüedad. Todos ellos caen dentro del mismo período; basándonos en el Sueño del Automóvil, como usted lo llama, en algún momento de los años cuarenta. Pero tenga presente que esto es sólo lo que dice la alucinación. Ello no significa que sea verdad. De momento, no lo acepto, al menos sin reservas. Podría haber aún la posibilidad de que hubiese visto usted una fotografía o dibujo de ese coche, o el propio coche, mucho tiempo atrás y lo hubiese almacenado en su banco de memoria. En ninguno de sus sueños puede recordar ningún nombre, como el de alguna persona, de la ciudad..., algo cuyas huellas podamos seguir y probar. No obstante, sí podemos hacerle retroceder hasta la memoria prenatal, condiión ésta de suma importancia, tal vez consiga usted algo, como el nombre de esa ciudad en que vivía o, mejor aún, el del hombre a quien llama X, Si usted supiera el nombre de la ciudad, por ejemplo, podría volver a ella para visitarla. Hallaría respuestas. Por descontado que, si existe realmente, seguirá en su lugar.

—Dios mío... —dijo Peter en voz baja—, esto es tremendo.

—Ya lo sé —dijo Bentley secamente—. La perspectiva es interesante. Pero no cuente demasiado con el éxito. Ya hace mucho tiempo que se acabaron los milagros, y no creo que nada haya cambiado al respecto. Aun así, si usted está de acuerdo, podemos probarlo. Estoy decidido a ello. Y si no da resultado, intentaremos atacar su problema mediante la sugestión por hipnosis. Quiero decir que trataré de librarlo de las alucinaciones por sugestión..., exorcisándolas, por así decirlo. Bien, ¿qué me responde usted?

—Al punto a que he llegado, probaría cualquier cosa.

—Muy bien. ¿Qué le parece mañana en mi despacho a las diez?

Cuando se hubo cerrado la puerta, Hall Bentley se respaldó en su sillón y cerró los ojos.

Había motivos para que se excitara su imaginación.

Al principio, escuchó la historia de Peter Proud con incredulidad, pero después aquel relato sacudió su ánimo. Había luchado por mantener su frialdad, por presentar sólo su apariencia profesional a Peter Proud. No quería que su paciente notara siquiera la excitación que bullía en su interior; habría podido desconcertarlo. El uso eficaz del trance dependía de la fe y la confianza que el paciente tuviera en el hipnoterapeuta; sin ello, habría resistencia a la propia entrada en trance. Además, el sujeto hipnotizado era muy sensible a cualquier estímulo de cuanto le rodeara de forma inmediata, en especial el estado emocional del hipnoterapeuta.

Hall Bentley anuló todas sus citas para el resto del día. Y aquella noche no pudo dormir.