CAPÍTULO 25
Leia alargó la mano y acarició el flequillo a Anakin. Luego se alejó en silencio para no despertarlo. No habían tenido problema para encontrarle algo de ropa, así que se había quedado dormido vestido con diversas prendas de uniformes de la tripulación de los cargueros. Leia pensó que la gente las había ofrecido por el respeto que tenían los comerciantes al padre del muchacho, pero cuando se extendió por el campamento la historia de la huida de Anakin con Mara a las montañas, muchos comenzaron a ver al chico como un héroe por méritos propios.
Lo miró por última vez, ahí tumbado, con una lamparita dibujando reflejos en su pelo oscuro. Tenía algunas heridas que le afeaban la cara y arañazos en la frente y en el cuello, pero, por lo demás, estaba encantador. Leia había supervisado a un androide 2-1B que le limpió y le cosió los cortes que le habían causado los yuuzhan vong durante la persecución. Le pusieron parches bacta en los cortes y las quemaduras. Cuando el androide le enderezó la fractura de la muñeca, Anakin sólo necesito que se la entablillaran para inmovilizarle la articulación. Leia sabía que Mara también había sufrido cortes y heridas durante la escapada, y que había recibido tratamiento. Estaba a la espera de que Luke le informara de su estado.
Leia cogió por debajo la lona con la que le habían fabricado a Anakin una especie de tienda de campaña, y la levantó para que R2-D2 entrara a vigilar al chico. Sonrió al androide y dejó caer la lona de nuevo. El sol no había salido todavía, pero comenzaban a soplar los vientos del norte. Podía ver nubes asomándose por el lejano horizonte y calculó que las tormentas que habían arrasado el continente del norte les alcanzarían aquella tarde. Pasamos del hambre y la miseria a la humedad, el hambre y la miseria.
Elegos se acercó y le ofreció una barrita de alimento.
—No queremos que desfallezcas de hambre.
—Esa barrita matará mi hambre, sin duda —Leia la aceptó agradecida—. Anakin está durmiendo. No creo que hubiera aguantado dos horas más. Si no hubieran tenido la Fuerza para ayudarse…
—Tu hijo debe de tener mucho potencial en la Fuerza para hacer lo que hizo…
—Sí, eso creo —Leia sintió un escalofrío en la espalda—. Es muy valiente y estaba firmemente decidido a no decepcionar a su tío. Haría cualquier cosa para que Luke estuviera orgulloso de él.
El caamasiano cerró lentamente los ojos.
—Quizá temas que, teniendo tanta Fuerza en su interior, la frustración le pueda conducir por el camino equivocado de aquel que llevó su nombre.
Leia bajó la mirada sin articular la respuesta a esa pregunta.
El tono de Elegos era grave y relajante.
—A veces me he preguntado por qué le llamaste como tu padre.
Ella suspiró.
—Mi padre, Anakin Skywalker, y no Darth Vader, se volvió contra el Emperador y fue el agente de su muerte. Expió el mal que había hecho. Quizá no todo, en opinión de algunos, pero impidió que el Emperador provocara futuros males. Parte de mí quería llamar así a mi hijo para redimir su nombre. Al menos eso es lo que me decía a mí misma.
—¿Ahora has cambiado de opinión?
Leia alzó los ojos para mirarle.
—Los caamasianos sois muy afortunados por poder compartir los recuerdos. Yo no tengo recuerdos precisos de Anakin Skywalker, y mis recuerdos de Darth Vader siguen provocándome pesadillas. Sé que en mi interior conservo parte de Anakin, y creo que Luke y yo sacamos sus cosas buenas. Pero también sé que sus peores rasgos están ahí, o podrían estarlo. Al llamar así a mi hijo pequeño le di inocencia al nombre. Todo lo que vi en Anakin podía imaginármelo viniendo de su abuelo a través de mí.
—¿Querías librarte del miedo que te provocaba Darth Vader y de lo que heredaste de él, viendo a Anakin como lo que tu padre podría haber sido o quizá fue en el pasado?
Ella asintió.
—¿Tiene sentido?
—Sí, mucho. Son muchos los padres que, decepcionados con sus propios progenitores, juran criar bien a sus hijos. Quizás estás intentando demostrarte a ti misma que en otras circunstancias tu padre no se habría convertido en Darth Vader.
—Pero tú ves un inconveniente en eso…
—Y tú también —Elegos sonrió tímidamente—. Si no, no estaríamos teniendo esta conversación.
—Si alguna vez me entero de cómo consigues meterte en mi cabeza y mostrarme problemas a los que no quiero enfrentarme te… te…
—Ya no me necesitarás más y mi trabajo habrá concluido.
Leia le cogió del brazo derecho y paseó con él por el campamento.
—Siempre necesitaré amigos como tú.
—Qué honor.
—Deberías tenerme más miedo. Mis amigos tienden a meterse en problemas.
Elegos abarcó el campamento con un gesto amplio.
—¿Te refieres a este tipo de cosas?
—Pues sí —Leia señaló a un grupo de gente y miró al caamasiano—. Menuda carga de nombre le puse a Anakin, ¿no?
—Pero él es fuerte y podrá sobrellevar esa carga, Leia. Te tiene a ti y a los Jedi para ayudarle y llevarlo por el camino correcto —le dio unas palmaditas en la espalda—. Si sintiera inclinación por el Lado Oscuro de la Fuerza la habría aprovechado para salvar a Mara Jade. Es joven, pero tiene valentía e inteligencia. Y en esta época son cualidades muy útiles. Cuando vengan los yuuzhan vong, la matanza será terrible para ambas partes.
Leia sintió que Elegos se estremecía.
—Para un pacifista como tú, esto tiene que ser terrible.
—Es terrible para todos. Para los que se dan cuenta y para los que no —el caamasiano negó con la cabeza—. Si hubiera una forma de evitarlo yo lo intentaría, pero a los yuuzhan vong parece encantarles explorar y atacar. No sabemos qué hacen aquí ni qué quieren. Ni siquiera sabemos si podemos razonar con ellos. El hecho de que parezcan haber jugado con Anakin y Mara no dice mucho en favor de llegar a un acuerdo, o algo por el estilo.
—Yo también me siento frustrada. Creo en la negociación cuando es posible, pero cuando el enemigo se niega, no quedan alternativas —Leia frunció el ceño—. ¿Dónde estarás cuando empiecen los asaltos?
—Tu hermano ha aceptado prestarme a Erredós, así que estaré en la nave de mando, con los cañones de láser.
Ella se detuvo y se giró para mirarlo.
—Pero, por lo que me has contado, si matas tendrás un recuerdo tan terrible que nunca podrás olvidarlo.
La respuesta del caamasiano fue fría y solemne.
—Lo que ocurra aquí nunca caerá en el olvido, ni para mí ni para cualquiera de los supervivientes. Lo único que podría empeorarlo sería saber que no hice nada por detener la matanza. Es mi responsabilidad, y mi voluntad, enfrentarme a la muerte y así cumplir una función que evitará que otros se encuentren en esa posición tan poco envidiable. Si no puedo ahorrarme ese malestar, al menos puedo ahorrárselo a otros.
—Ya sabes que así me siento yo.
—Lo has demostrado muchas veces, y ahora tus hijos están mostrando la misma valentía.
—Eso creo —repuso, sonriendo a Elegos—. Cuando estés ahí, disparando, apunta un poco alto, para no darnos a nosotros.
* * *
Luke se sentó despacio en la litera de su mujer en el Coraje. Cuando ella abrió los ojos, él le tapó los labios con un dedo.
—No quería despertarte.
—No pasa nada —su voz sonaba un poco ronca y siguió hablando en un susurro—. He dormido mucho últimamente.
—Has pasado muchos nervios. La enfermedad…
Ella asintió lentamente, pero sin debilidad, y eso animó a Luke. Ni siquiera cuando la encontró casi inconsciente en las montañas, le dejó llevarla en brazos, y hasta hizo un débil intento de reclamar el puesto de copiloto del bombardero. Se negaba a admitir la derrota y a reconocer sus debilidades.
Eso consoló mucho a Luke, aunque le llevó un momento determinar la razón. Su tía Beru era totalmente diferente a Mara excepto en una cosa: las dos eran supervivientes natas. La vida en Tatooine lo requería. Si eras débil o blando, el planeta desierto te secaba por completo, te llenaba de arena hasta los huesos y después te enterraba. Todas las personas que había conocido en su infancia se enorgullecían de desafiar al planeta cada día, y eso inspiraba en él un afecto por el instinto de supervivencia.
Mara cogió una botella de la estantería en la cabecera de la litera y bebió un poco de agua. Una gota le cayó por la comisura del labio. Intentó secársela con la mano, pero no acertó.
Luke se acercó a ella y se la secó con el dedo. Ella le cogió la mano y llevó sus dedos a los labios. Los besó una vez y luego apretó la mano de su marido contra su pecho.
—Jamás dudé que saldría de esas montañas. Cuando te vi… pensé que el pobre Anakin… —le apretó la mano—. Te estoy tan agradecida por haberlo salvado.
—Es lo menos que podía hacer por haberte salvado a ti —Luke suspiró—. Tendría que haberlo pensado mejor antes de enviarte a Dantooine. Ithor está más lejos del Borde. Hubiera sido más seguro.
Mara bebió un poco más de agua.
—¿Tú crees?
—¿Qué quieres decir?
Ella ahuecó la almohada y se reclinó en la cama.
—Los yuuzhan vong estaban en Dubrillion y en Belkadan. Y están aquí, en Dantooine. Supongo que habrán llegado a otros planetas con equipos de exploración o con montones de tropas. Quizás hayan tomado todo el Borde Exterior.
—Tienes razón. No sabemos hasta qué punto se han extendidos por la galaxia. Si han llegado hasta Ithor… —Luke se estremeció. Si los yuuzhan vong habían llegado a Ithor habrían cubierto buena parte de la galaxia y estarían en posición para atacar muchos de los planetas del Núcleo. Si los conquistaban, la economía de la Nueva República se hundiría. Y, si eso ocurría, los Estados miembros de la Nueva República se pedirían ayuda unos a otros y la Nueva República se fragmentaría.
—Si han llegado hasta Ithor, moriremos aquí porque no podremos recibir ayuda.
—No vamos a morir aquí.
—¿Eso es una visión?
—Es más una esperanza —Luke suspiró—. Aquí tenemos un perímetro de defensa bastante decente y con armamento pesado bien ubicado. Podremos aguantar un tiempo.
Los ojos verdes de Mara estaban opacos.
—¿Durante cuánto tiempo? Trajeron a los refugiados aquí porque las naves no tenían provisiones suficientes para el viaje desde Dantooine hasta otros planetas civilizados. ¿Aguantaremos hasta quedarnos sin alimentos? ¿Y si los yuuzhan vong atacan y matan a tanta gente que las provisiones dejan de ser un problema?
—No lo sé. Nadie ha pensado en eso de momento.
Mara arqueó una ceja.
—¿Nadie o tú solo? ¿Crees que tu hermana no lo ha pensado?
—Quizá sí, pero yo tengo otras cosas… —sonrió y miró a su mujer—. Mara, tú eres mi principal preocupación. Te quiero, y no estás bien. Hablé con Anakin y me dijo que te habías debilitado.
Ella asintió.
—Así fue. Anakin sugirió que era probable que la enfermedad respondiera a algo relacionado con los yuuzhan vong.
—Dijiste que percibiste una conexión entre la enfermedad y los escarabajos de Belkadan.
—Sí, es cierto. Y aquí noto una conexión lejana, y sé que la he sentido antes —suspiró—. Pero no me estaba debilitando por eso.
—¿Ah, no? —Luke frunció el ceño—. No lo entiendo.
—Yo tampoco lo entendía hasta que los yuuzhan vong nos encontraron y empezamos a huir —Mara acarició la mano de Luke—. Después de lo que pasó en Belkadan y Dubrillion, necesitaba recuperarme. Hiciste lo correcto al enviarme lejos para que pudiera relajarme, pero ambos nos equivocamos al pensar que eso me curaría. Es como si esta enfermedad me estuviera separando lentamente de la Fuerza. La única forma de combatirla es atraer la Fuerza hacia mí, y es ahí donde nos equivocamos.
—No sé si te entiendo bien.
—Es un poco complicado, pero lo entenderás, amor mío —sonrió y le besó la mano—. La Fuerza, según tu definición, es como un campo de energía que nos rodea, penetra en nosotros y nos une a todo.
—Excepto, por lo visto, a los yuuzhan vong.
—Aparte de esa excepción, cuando podemos acceder a la Fuerza nos fortalecemos y obtenemos energía de ella.
El Maestro Jedi asintió.
—En Belkadan apenas utilicé la Fuerza, sólo cuando tuve que salvar a Jacen.
Mara le sonrió con adoración.
—Estoy ansiosa por oír esa historia, Luke.
—Cuando hayas descansado.
Ella negó con la cabeza.
—No, ése es el problema. He descansado demasiado.
—Mara, te está costando hasta estar recostada. Tienes que descansar más.
—No, tengo que volver a ser quién soy y a mi forma de interactuar con la Fuerza —se rió—. ¿Te acuerdas de mí cuando nos conocimos? ¿Te acuerdas de cómo era?
—Estabas intentando matarme para cumplir la última orden del Emperador.
—Así es. Luke, soy una luchadora. Siempre he estado luchando. Las pocas veces que no luchaba me sentía desgraciada. Quiero retos, necesito retos. Todo era tan tranquilo y pacífico en el norte que me amuermaba, me aburría y me sacaba de quicio. Anakin se las arregló para cubrir mis necesidades; y Dantooine, antes de que llegaran los vong, no tenía más peligros que alguna espina demasiado grande. Me estaba echando a perder, intentando conservar las fuerzas y alejándome de los medios que había utilizado para invocar a la Fuerza.
Mara contempló a Luke fijamente y sintió cómo crecía su conexión personal. Él miró más allá del cansancio y vio la imagen de Mara que residía en lo más profundo del alma de la mujer. Aquella Mara, fuerte y sagaz, llevaba armadura y armas láser, y daba la impresión de ser alguien capaz de destruir una Estrella de la Muerte con una mano atada a la espalda.
Así soy yo, Luke. Cuando Anakin y yo tuvimos que escaparnos me sentía exhausta físicamente, pero más presente en la Fuerza. Pude reparar algo del daño que me había hecho la enfermedad y me di cuenta de que ése es el peor rasgo que tiene. Muchas personas, al estar enfermas, recurren a su niñez, a cuando estaban indefensas. Dejan de ser lo que son y abandonan su lugar en la Fuerza, y entonces la enfermedad corta esas conexiones finales y mueren.
Luke esperó un momento y frunció el ceño.
—Me estás diciendo que por muy cansada que estés, luchar contra los yuuzhan vong te hará más fuerte.
—Mientras esté luchando, no estaré muerta.
Él se estremeció.
—No creo que me guste la cura, pero la enfermedad me gusta menos.
—¿Me dejarás luchar?
—Puede que sea un Maestro Jedi, pero no me creo capaz de impedirte nada.
Mara rió, y el sonido de su voz fue como un bálsamo para Luke.
—Eso lo podrían haber dicho otros hombres, pero ninguno lo habría dicho en serio. Me alegro de haberte encontrado y no haberte matado.
—Sí, a mí me emocionan esas dos cosas también —Luke miró uno de los cronómetros de la pared—. No sé cuándo vendrán, pero quizá quieras dormir hasta entonces.
—Creo que prefiero pasar tiempo con mi marido —Mara alargó la mano y agarró al hombre de la túnica. Luego acercó la cara de Luke a la suya y le besó—. Quédate aquí conmigo. Cuéntame el cuento de Belkadan y el Maestro Jedi con dos sables. Pasar tiempo con mi marido es la mejor medicina de Dantooine, y me tomaré toda la que me ofrezcas.