CAPÍTULO 1

Mientras esperaba junto a la cámara del Senado a que el jefe de Estado Borsk Fey’lya la invitara a subir al estrado, Leia Organa Solo se sintió algo nerviosa. Habían pasado los años; de hecho, habían pasado las décadas, y se acordó de cómo se sintió cuando entró por primera vez en el Senado Imperial como la diputada electa más joven de la historia. Se presentó como candidata para ayudar a su padre, Bail Organa, y para continuar con su oposición a Palpatine y a la locura que permitió la creación de cosas como la Estrella de la Muerte.

Por entonces yo era joven, muy joven, y era normal que estuviera nerviosa. Leia contempló la gran sala y el mar de senadores que la poblaban. No era tan imponente como la antigua, en la que ella sirvió por primera vez; pero podía palparse en ella la tradición de los días de la Nueva República. En la era del Imperio, después de que Palpatine se hiciera con el poder absoluto, apenas había unas pocas criaturas que no fueran humanas en la cámara, y sólo asistían los senadores humanos. Ahora, como había ocurrido en la Antigua República, los humanos eran minoría. Vio a la senadora Viqi Shesh, de Kuat, y a uno de sus telbuns, y al senador Cal Omas, de Alderaan; pero, aparte de ellos, no distinguía otros humanos.

Y la edad no es lo único que se aprecia en mis ojos. Leia sonrió para sus adentros. No quería recordar que ya había transcurrido buena parte de su vida, y que la mayoría se la había pasado allí, en Coruscant, ayudando a constituir la Nueva República como la confederación de planetas surgida de las sombras del Imperio. También salí a luchar contra el Imperio y a recibir disparos. Aquí los ataques eran más sutiles, pero casi igual de letales. Se estremeció al recordar el bombardeo que sufrió la antigua cámara del Senado.

Echó un vistazo hacia atrás y vio a Danni Quee, la joven que dos meses antes había sobrevivido al ataque y a la captura de un violento grupo alienígena que invadió varios planetas del Borde Exterior. Danni había trabajado en una estación de investigación que se ocupaba de observar el espacio más allá del borde galáctico, y había recogido pruebas que indicaban que los invasores procedían de otra galaxia. Sus despiadadas tácticas, junto con el esfuerzo y los recursos necesarios para organizar una invasión desde una galaxia lejana, sugerían a Leia que los alienígenas estaban decididos a apropiarse de una buena parte de esta galaxia. Ahora, ella se presentaba ante el Senado para advertir a la Nueva República de esta amenaza y reunir ayuda para los planetas del Borde Exterior que tuvieran que enfrentarse a la peor parte del ataque alienígena.

Junto a la pequeña mujer morena estaba Bolpuhr, el guardaespaldas noghri de Leia. Bolpuhr se dedicaba en cuerpo y alma a proteger a Leia y a su hermano Luke, para agradecerles los esfuerzos que habían realizado al reparar los daños que el Imperio había provocado en Honoghr, el planeta de los noghri. La gratitud con la que Bolpuhr recompensaba a Leia y a su familia se traducía en una feroz lealtad sólo superada por la que demostraría un wookiee que le debiera la vida a alguien.

La voz de Borsk Fey’lya ascendió desde su tono monótono a un punto algo más elevado. Leia recordó cómo alzaba la voz cuando estaba estresado. El tono le hizo levantar la cabeza y centrar su atención en lo que estaba diciendo el bothan.

—Es, por tanto, un placer para mí dar la bienvenida de nuevo a esta cámara a una mujer que lleva más tiempo en esta casa que ninguno de nosotros. Les presento a Leia Organa Solo, embajadora de Dubrillion.

Ya era hora, pensó Leia. Has estado dándome largas demasiado tiempo. Leia llevaba varias semanas intentando conseguir esa audiencia.

Fey’lya salió del estrado y le cedió el sitio. El bothan había decidido llevar una túnica de color tierra, algo más oscura que su piel crema, que lucía un ribete morado a juego con sus ojos. Esas vestimentas recordaron a Leia las sencillas prendas que Mon Mothma solía vestir al dirigirse al Senado o al pueblo; pero, de alguna manera, no imprimían al bothan el aire de nobleza y sencillez que otorgaban a Mon Mothma.

Leia vestía unas botas negras y una túnica color pálido. También llevaba el pelo recogido para que su atuendo y su porte subrayaran los encuentros bélicos que eran la base de su informe. Sabía que sus vestimentas eran poco apropiadas para la opulencia del Senado, pero también esperaba que los presentes recordaran los días en los que la indumentaria de batalla estaba a la orden del día, y las decisiones tenían que tomarse rápidamente.

—Gracias, jefe Fey’lya. Estimados senadores y respetables invitados, les traigo el saludo y los mejores deseos del pueblo de Dubrillion. He sido enviada para informarles de una grave crisis que ha tenido lugar en el Borde Exterior. Una especie desconocida hasta ahora ha realizado allí una serie de ataques. Eliminaron la estación ExGal-4 en Belkadan, atacaron el planeta Dubrillion, destruyeron en Helska la nave de la Nueva República Renovador y aniquilaron el planeta Sernpidal estrellando su propia luna contra él. Conseguimos localizar la base alienígena de Helska 4 y la destruimos, pero no hemos acabado con la amenaza.

Leia contempló al público y le sorprendió ver la cantidad de senadores que parecían estar aburriéndose, como si les estuviera narrando una obra costumbrista kuati. Bueno, tampoco les he contado nada que no supieran, pero ahora tienen que reaccionar y solucionar el tema. Se aclaró la garganta y contempló el datapad para recordar sus notas.

—Luke Skywalker encontró en Belkadan pruebas de un desastre ecológico que alteró radicalmente la composición atmosférica del planeta. Ese desastre fue atribuido a un agente alienígena que se encontraba en el planeta y que, posteriormente y tras atacar a Mara Jade Skywalker y a mi hermano, fue asesinado. Las pruebas parecen indicar que los alienígenas estaban acondicionando el planeta para utilizarlo como base para la invasión.

Antes de que pudiera continuar, un senador jorobado y de aspecto sauriano que representaba a las distintas comunidades baragwinianas se levantó lentamente.

—Con permiso del Senado, me gustaría preguntar a la oradora si ella es la misma Leia Organa Solo que medió en el conflicto entre Osarian y Rhommamul.

Leia entrecerró los ojos y levantó la barbilla.

—El senador Wynl sabe perfectamente que fui yo quien intentó conseguir la paz en esa disputa.

—¿Y no fue la acción de un Caballero Jedi insensato lo que obligó a los osarianos a iniciar el ataque que, posteriormente, desembocó en una guerra para el sistema, y que provocó la muerte de Nom Anor, el líder rhommamuliano, en el proceso?

Leia alzó las manos.

—Con todos mis respetos, senador, el conflicto entre Rhommamul y Osarian tiene poco o nada que ver con la invasión de la que estoy hablando ahora.

Borsk Fey’lya se acercó a Leia desde su posición a la derecha del estrado.

—¿Poco o nada? Eso indica la posibilidad de algún tipo de conexión.

Ella asintió incómoda.

—Cuando el invasor atacó a Mara, primero intentó destruir a Erredós, el androide astromecánico que utiliza mi hermano. El alienígena profirió el mismo tipo de retórica en contra de los androides que los Caballeros Rojos de la Vida de Rhommamul utilizaban en sus cruzadas.

El bothan parpadeó con sus ojos violeta.

—¿Está sugiriendo que esos Caballeros Rojos están detrás del envenenamiento de Belkadan, la destrucción de Sernpidal y el ataque a Dubrillion? ¿Y que tenían armamento suficiente para arrancar una luna de su órbita, pero no eran capaces de defender a sus líderes de un ataque osariano? ¿Está diciendo eso?

—No, en absoluto, jefe Fey’lya —Leia dio un toque gélido a su tono de voz—. No creo que el alienígena de Belkadan estuviera bajo la influencia de los Caballeros Rojos, pero es posible que éstos formen parte de una tapadera para distraer a la Nueva República.

Otro senador, esta vez un rodiano, se puso en pie.

—¿Quiere hacernos creer, embajadora, que sus esfuerzos diplomáticos fracasaron a merced de una conspiración surgida más allá de la galaxia?

—No estoy diciendo eso.

Niuk Niuv, el senador sullustano, se levantó.

—Yo tampoco lo creo. Creo que está intentando distraernos de la amenaza que los Jedi representan para la Nueva República. Fue un Jedi el que añadió tensión a la situación osariana y provocó esa guerra. Dice usted que fue un Jedi el que informó sobre ese alienígena y sobre sus palabras. No soy tan estúpido como para no ver los esfuerzos de un Jedi para apartar nuestra atención de los problemas que causa la Orden.

—¡El Jedi de Belkadan era mi hermano, Luke Skywalker, Maestro Jedi!

—¿Y quién podía desear más que él que los errores de sus discípulos cayeran en el olvido?

Leia se agarró con fuerza al podio para controlarse.

—Soy muy consciente de la controversia que rodea a los Jedi, pero les pido, con la mejor intención, que vayan más allá de ese debate y se concentren en lo que les estoy contando. Se ha iniciado una invasión procedente de más allá de esta galaxia y, si no actúan para detenerla de inmediato, destruirá la Nueva República.

Un senador humano que Leia no reconoció tomó la palabra.

—Perdónenme, pero es un hecho por todos conocido que, desde hace tiempo, una perturbación en el hiperespacio localizada en el borde galáctico imposibilita la entrada o salida de la galaxia. Esta supuesta invasión no puede haber ocurrido.

Leia negó con la cabeza.

—Si esa barrera existe, encontraron la forma de sortearla. Estaban aquí, y hay pruebas irrefutables de su invasión en el Borde Exterior.

El quarren Pwoe se levantó y se acarició la barbilla puntiaguda con las yemas de los dedos.

—Estoy confundido, embajadora. Ha dicho que usted formó parte de una iniciativa para destruir la fuerza invasora. Todo indicaba que lo habían conseguido.

—Y así fue.

—¿Así que desde entonces no ha habido más avistamientos de esos invasores?

—No, pero eso…

—¿Y hay pruebas que los relacionen con los Caballeros Rojos, aparte de los rumores sobre los comentarios de una criatura que está muerta?

—No, pero…

—¿Existen pruebas físicas de los invasores?

—Algunas. Un par de cuerpos, un par de sus coralitas.

Fey’lya sonrió, y sus afilados dientes relucieron.

—¿Coralitas?

Leia cerró los ojos y suspiró.

—Al parecer, esos alienígenas utilizan criaturas biomecánicas manipuladas genéticamente. Sus cazas de combate, digamos, se originan a partir de algo denominado coral yorik.

El bothan negó con la cabeza.

—¿Nos está diciendo que utilizaron rocas para derribar un destructor estelar?

—Sí.

Pwoe bajó la mirada hacia su mesa y luego volvió a levantar la vista con un brillo malicioso en sus ojos negros.

—Leia, como admirador suyo que fui en el pasado se lo ruego, por favor, no siga. Usted no puede imaginar lo patética que resulta. Si optó por abandonar la vida pública, regresar ahora con esta historia, en un intento baldío de arrebatarnos el control, es algo penoso.

—¿Qué? —Leia parpadeó incrédula—. ¿Creen que he venido para recuperar el poder?

—No puedo llegar a otra conclusión —Pwoe abrió los brazos en un gesto que abarcó la cámara entera—. Busca protección para su hermano y sus hijos porque todos son Jedi, y yo lo entiendo. También es evidente que opina que somos incapaces de sobrevivir a una catástrofe sin su ayuda; pero la verdad es que las cosas han ido bien desde que se solucionó la situación bothan. Todos somos conscientes de la codicia humana por el poder, y la admiramos por haberla controlado durante tanto tiempo, pero ahora esto…

—No, no, ésa no es en absoluto mi intención —Leia contempló horrorizada a los senadores—. Lo que les estoy contando es verdad, es real. Quizás hayamos derrotado a la vanguardia, pero están en camino.

El senador sullustano se tapó las orejas con las manos.

—Por favor, Leia, basta ya, basta ya. Su lealtad a los Jedi es loable, pero este intento de hacernos creer que podrían ser útiles contra una dudosa amenaza… ¡Esto no es propio de usted!

—Pero muy humano por su parte —susurró el baragwiniano.

Un puño invisible se cerró alrededor del corazón de Leia y lo apretó con fuerza. La mujer flexionó los brazos y los apoyó en el atril.

—¡Tienen que escucharme!

—Leia, por favor, haga lo que hizo Mon Mothma —la voz de Pwoe estaba llena de compasión—. Desaparezca sin hacer ruido. Ahora el Gobierno nos pertenece. Deje que la recordemos con cariño, como alguien que trascendió su humanidad.

Leia observó a los senadores y deseó que la edad le hubiera afectado tanto a la vista como para no ver sus miradas de desprecio. No ven porque no quieren ver. Necesitan tanto el control que ignorarán el peligro antes que reconocer que hay una crisis. Perderían todo con tal de demostrar que tienen el poder. Su obstinada ignorancia la dejó agotada y sin palabras, aplastada bajo el peso de su compasión y su desprecio.

Esto no puede estar pasando. No pueden echar a perder todo lo que hemos conseguido. Leia soltó poco a poco el atril mientras se alejaba de él. Perderlo todo

Una voz potente y firme atravesó el murmullo generalizado de la cámara del Senado.

—¿Cómo os atrevéis? ¿Cómo se atreve ni uno solo de vosotros a hablarle así?

En medio de la sala, un alienígena de pelo dorado, alto, esbelto y con líneas púrpuras que le salían del rabillo de los ojos hacia arriba y hacia atrás se levantó.

—Si no fuera por esta mujer y los sacrificios de su familia ninguno de nosotros estaríamos aquí, y la mayoría estaríamos muertos.

Elegos A’Kla desplegó su mano de tres dedos.

—¡Vuestra deshonrosa ingratitud no hace más que confirmar la opinión del Imperio de que éramos bestias!

El senador rodiano señaló al caamasiano con su dedo acabado en ventosa.

—¡No olvides que ella era uno de ellos!

Elegos entrecerró los ojos, y Leia se dio cuenta de que ese comentario le había dolido.

—¿De verdad puedes decir eso sin darte cuenta de lo ignorante que te hace parecer? Confundirla con los imperiales no es más que un prejuicio, el tipo de prejuicio que los imperiales utilizaron para oprimirnos.

Niuk Niuv ignoró los comentarios del caamasiano con un gesto de desprecio.

—Tus críticas tendrían más peso, senador A’Kla, si no se supiera que has sido colaborador de los Jedi. Sientes una profunda simpatía por ese colectivo. ¿No era tu tío uno de ellos?

Elegos echó la cabeza hacia atrás, resaltando su altura y su esbeltez.

—Mi lealtad a mis amigos y a mis parientes Jedi no me ciega ante lo que Leia intenta decir aquí. Puede que queráis ver a los Jedi como una amenaza, yo puedo reconocer que las acciones de algunos de ellos me han dejado helado, pero Leia está informando de una nueva amenaza que quizá sea de gran envergadura para la Nueva República. Ignorarla a propósito y en pro de vuestra propia gloria es el colmo de la irresponsabilidad.

Los tentáculos de Pwoe se plegaron con enfado.

—Eso que dices está muy bien, A’Kla, pero tu pueblo y su supervivencia deben mucho a Leia y a su familia. Muchos de los tuyos murieron en Alderaan, y ha sido la conciencia y la caridad de los humanos lo que os ha protegido durante décadas. Que te alces en su defensa no es sorprendente, eres como un perro de batalla nek lamiendo la mano del entrenador que le apalea.

Leia se sintió profundamente aludida con el comentario y regresó al podio. A pesar de la ira que bullía en su interior, su voz era leve y tranquila. Aunque no era amiga de recurrir a las técnicas Jedi para calmarse, lo hizo, y eso le permitió centrarse. Su expresión se endureció y su mirada recorrió a los senadores reunidos.

—Quizá pretendan proyectar en mí todo tipo de siniestras intenciones. Están en su derecho. Puedo llegar a entender incluso que antiguos resentimientos se ceben en mi persona, aunque creía que mi pasado bastaría para entender la lealtad de mi corazón. Pero ahora ni siquiera quiero que me escuchen. Ven la Nueva República como algo suyo, y aplaudo que se alzaran para responsabilizarse de ella. A pesar de lo que quieran creer o pensar, estoy orgullosa de ustedes. Lo que me decepciona es que se engañen a sí mismos. La fuerza de la Nueva República siempre procedió de la unidad de sus diversos pueblos —se encogió de hombros y se puso recta de nuevo—. Les dejaré toda la información que hemos recopilado sobre los invasores. Espero que les sirva de algo cuando encuentren tiempo para utilizarla.

Borsk Fey’lya la miró de cerca mientras ella bajaba del podio.

—¿Qué harás ahora, Leia?

Ella resopló suavemente y le miró un instante.

¿Tienes miedo de que dé un golpe de Estado para conseguir lo que quiero, Borsk? ¿Crees que tengo tanto poder?

—Haré lo que tengo que hacer. La Nueva República me habrá abandonado, pero yo a ella no. Esta amenaza ha de ser detenida.

El pelo de la nuca del bothan se erizó lentamente.

—No tienes apoyo oficial. No puedes solicitar equipamiento, ni dar órdenes ni nada por el estilo.

Ella negó lentamente con la cabeza y sonrió al ver aparecer a Elegos.

—Conozco las normas, jefe Fey’lya, tanto las que se hacen públicas como las que se aplican en realidad. No tengo intención de ponerme en contra suya, así que no me obligue a hacerlo.

Elegos apoyó una mano en el hombro de Leia.

—Este senador quiere saber más sobre la amenaza. Confío, jefe Fey’lya, en que mi investigación no encuentre trabas.

—Trabas no… —los ojos violetas del bothan se entrecerraron—, pero tenga cuidado. La curiosidad está permitida, pero la traición se castiga. ¿Lo comprende?

Elegos asintió y Leia hizo lo mismo.

—Lo captamos, jefe Fey’lya. El senador A’Kla y yo tendremos mucho cuidado. Téngalo usted también. Un juicio por traición en una época como ésta podría costarle su carrera, en caso de que los invasores dejen a alguien vivo para que le importe, claro.