CAPÍTULO 19
Anakin se agazapó en el campo de lavanda y escudriñó el pequeño grupo de dantari. Los nómadas nativos no parecían tan raros. Tenían forma humanoide y un vocabulario limitado basado en palabras, gestos manuales y expresiones faciales. Fabricaban herramientas, pero aún no sabían trabajar el metal. Un par de ellos tenían cuchillos fabricados con esquirlas de AT-AT, pero Anakin no vio que los utilizaran para nada. Llegó a la conclusión de que eran un símbolo de poder, ya que los llevaban dos machos grandes con el pelo canoso.
Por un momento deseó que C-3PO estuviera allí para traducirle el dialecto dantari, pero la imagen del androide dorado escondiéndose entre la hierba era tan ridícula que a Anakin casi le dieron ganas de reírse.
Los dantari habían acampado en un pequeño claro junto a un grupo de árboles blba. Uno de los machos adultos estaba dibujando con carbón un emblema imperial en el pecho de un macho joven. Para ello, utilizaba una rama de blba y un palo, con los que tatuaba con ceniza el pecho del más joven para que el dibujo quedara estampado de forma indeleble.
El joven dantari no era el único que lucía el emblema. Había otros que llevaban imágenes de AT-AT toscamente tatuadas, dibujos de pistolas láser o la estructura de las armaduras de los soldados de asalto esbozadas en las piernas y en los brazos. Había niños pequeños sentados que contemplaban con fascinación el proceso de tatuado. Los mayores miraban orgullosos al chico, que aguantaba estoico.
Anakin miró hacia otra parte e intentó no escuchar los golpecitos del palo sobre la piel. Miró a Mara y la cogió desprevenida, en un momento en el que parecía realmente cansada. Bajó la mirada y volvió a alzarla. Para entonces, su tía ya había adoptado una expresión de menos debilidad y más calidez.
Si la he podido ver cansada es porque tiene que estar realmente agotada. Nunca me hubiera permitido verla así, a no ser que no hubiera podido evitarlo. Anakin sonrió y se arrastró en silencio hasta su tía.
—Yo nunca me haría un tatuaje —susurró el muchacho.
—Creo que es mejor evitar marcas identificativas —le miró traviesa—. Nunca sabes cuándo va a perseguirte uno de esos Jedi.
—¿Tú no tienes tatuajes, no?
—No sé, Anakin —Mara se encogió de hombros con expresión juguetona—. Después de todo, fui atrapada por un Jedi, así que igual sí que tengo.
Él fue a preguntar algo, pero lo pensó mejor y mantuvo la boca cerrada.
—No quiero saber más.
Mara soltó una sonora carcajada y se tapó la boca con la mano. Anakin empleó la Fuerza sin saber qué hacer, e inmediatamente percibió que el daño ya estaba hecho. Un grupo de dantari con tres chicos en cabeza se aproximaba. Entre ellos, un macho adulto iba dispuesto a atacar a lo que hubiera provocado aquel ruido.
Sin pensarlo, Anakin se levantó y se colocó entre los dantari y Mara. El macho se acercó a ellos y Anakin comprobó que era casi medio metro más alto que él, y que de espaldas era más ancho que él de pie. Además, debía de pesar unos sesenta kilos más que él. El muchacho abrió unos ojos como platos por la impresión, y luego se agachó y sacó los dientes.
El nativo se acercó a poca distancia. Elevó sus grandes puños por encima de la cabeza y gritó, pero Anakin se mantuvo en su sitio. No imitó sus movimientos. Había aprendido lo suficiente observando a los dantari como para saber que eso habría provocado un combate territorial. La mayor parte de los enfrentamientos dantari se basaban en que el más grande atemorizaba al más pequeño, y Anakin nunca había visto a un dantari tan pequeño como el que tenía delante plantándole cara.
Con la mirada clavada en los ojos del macho, Anakin se sentó en cuclillas y apoyó los codos en las rodillas. Sabía que podía utilizar la Fuerza para obligar al macho a que hiciera lo mismo, pero dejó la Fuerza en paz. En la semana que llevaban en el planeta había intentado utilizarla lo menos posible, y aunque le dolía todo el cuerpo y le habían salido ampollas, se sentía bien al hacer las cosas por sí mismo. La Fuerza es un aliado, no una prótesis. Y si esto es lo único que aprendo de esta experiencia, bueno será.
El dantari volvió a aullar, pero Anakin no reaccionó. Se sentó y miró el vacío entre Mara y el macho, que se echó hacia delante y se apoyó sobre los puños. Luego se sentó en cuclillas también. Tras él, los jóvenes dantari hicieron lo mismo.
Anakin habló en voz baja.
—Vale. He conseguido que se siente y que se tranquilice. ¿Y ahora qué hago?
—Coge esto.
Anakin se llevó la mano izquierda al hombro y cogió un pequeño disco de metal que le tendía Mara. Se dio cuenta de lo fríos que estaban los dedos su tía. Luego miró el botón que le había dado y sonrió.
—Espero que funcione.
—Es una lástima que sólo tenga el emblema de la Nueva República, y no el del Imperio.
—Pero brilla. Vale la pena intentarlo.
Sin dejar de mirar al macho adulto, Anakin se echó hacia delante y se puso a cuatro patas. Avanzó hasta la mitad para acortar la distancia, colocó el botón de Mara en el suelo y se retiró.
El adulto avanzó lenta y cuidadosamente y alargó una mano hacia el botón plateado. Extendió un dedo y lo rozó. Retrocedió inmediatamente y, cuando lo hizo, los pequeños saltaron hacia atrás y gritaron. Volvió a acercarse y olisqueó el botón. Luego volvió a tocarlo. Tras acariciarlo unas seis veces, cada vez durante más tiempo, lo cogió y lo miró, totalmente cautivado.
Anakin giró la cabeza para mirar a Mara.
—Quizá necesite más botones si vamos a tener que sobornar a toda la tribu.
La tía de Anakin sonrió y se tiró de la manga derecha.
—Tengo otro par de ellos en los puños. Si necesitamos más, cogeré un resfriado.
—Esperemos no llegar a ese punto.
Anakin miró al dantari y vio que estaba intentando fijarse el botón en una trenza. El Jedi le sonrió y el nativo le devolvió la sonrisa. Entonces, el dantari se dio la vuelta y volvió corriendo al campamento, cogió en brazos a los niños y recibió algunas reprimendas por parte de las hembras del grupo. Luego cogió algo de una bolsa de piel de fabool y volvió adonde estaba Anakin. Abrió la mano justo donde Anakin había dejado el botón y soltó cinco tubérculos blancos no más grandes que el pulgar del chico.
El joven Jedi sabía que eran raíces de vincha. No sabía para qué las utilizaban los dantari, pero había visto que se alteraban mucho cuando encontraban la planta y podían extraer las raíces. Anakin no había visto muchas plantas de ésas en el planeta, así que le pareció una valiosa oferta viniendo de un dantari.
Anakin sonrió y alzó las manos con las palmas hacia el dantari.
—Gracias, pero no puedo aceptarlas.
El adulto le miró un momento, atónito, y luego se fue corriendo. Regresó con otro puñado, las echó una a una en el montoncito y duplicó así la cantidad. Le estaba costando mucho dejarlas en el suelo, y Anakin podía sentir el dolor que le producía regalarlas.
—Mara, ayúdame.
—Tú te has metido en esto, tú sabrás cómo salir.
—Ha sido por tus risas.
—Ha sido por tu broma.
—Vale, lo capto —Anakin se rascó la cabeza—. Vale, el botón es más valioso para él que diez raíces de vincha, y sé que me daría otras cinco.
—Quizá por eso algunas de las hembras están escondiendo el resto de las provisiones.
—Claro. Quiere un intercambio justo. Es una cuestión de honor y orgullo, diría yo.
Mara le dio una palmadita en la espalda.
—Bien pensado.
—Ahora tengo que intercambiar las raíces por algo más, ¿no?
—Podría ser. Podría funcionar.
Anakin asintió. Se aproximó a las vinchas, las cogió y las llevó a su sitio. Se levantó y se acercó a un blba para recoger las ramas que habían caído al suelo. Volvió e hizo un montón con los palos. Señaló al dantari, a las ramas y por último al lugar hacia donde Mara y él tenían el campamento. Después le tiró una de las raíces al adulto.
El nativo la cogió, señaló al montón de palos y después a su campamento.
Anakin asintió. El dantari sonrió, giró sobre sus talones y volvió corriendo con su tribu. Les contó algo atropelladamente mientras gesticulaba, mostrando orgulloso la raíz de vincha. Los dantari comenzaron a gritar y a dar saltos, dejándose llevar por la alegría.
Anakin recogió el resto de las raíces y se las guardó en el bolsillo. Se puso en pie y ayudó a Mara a levantarse.
—Me gustaría que nos fuéramos antes de que les dé por invitarnos a la fiesta.
—Estoy de acuerdo —Mara pasó un brazo por los hombros de su sobrino y se apoyó en él—. Lo has hecho bien.
—Y no usé la Fuerza ni una vez.
—Es verdad, aunque has conseguido librarte de recoger leña.
Los dos se rieron en voz baja mientras caminaban. Anakin andaba despacio para que Mara no se cansara. Se quedaron en silencio un momento. El joven se detuvo junto a unas rocas que marcaban el comienzo de la cuesta que llevaba al campamento y dejó que Mara se apoyara en una de ellas.
Se pasó una mano por la frente.
—No sé tú, pero yo estoy cansado.
Mara sonrió.
—Eres muy amable, pero yo…
—Tía Mara, no pasa nada.
—Yo soy la que está cansada aquí… —el esfuerzo de hablar parecía costarle mucho—. Si soy una carga me lo dices.
Anakin negó con la cabeza, inflexible, y se tragó el nudo que tenía en la garganta.
—Nunca, tía Mara, nunca serás una carga.
—Si tu madre estuviera aquí, estaría orgullosa de lo amable y educado que eres.
—Si mi madre estuviera aquí, habría negociado un tratado para que el planeta se uniera a la Nueva República, y lo hubiera conseguido por un puñado de raíces de vincha —Anakin suspiró y contempló los ojos verdes de Mara—. Sé que no te encuentras bien. Y sé que para ti es difícil, pero sigues luchando. No tengo palabras para expresar lo mucho que significa para mí.
Por un momento recordó el hecho de que su padre, con su dolor, apenas había estado sobrio. ¿Por qué no te pareces más a la tía Mara, padre?
Mara le miró fijamente.
—A veces, Anakin, las cosas nos superan. Hay veces que no puedes luchar.
—Pero tú sigues haciéndolo. Estás siendo muy valiente.
—Eso es porque sé a lo que me enfrento. Hay otros que no pueden identificar a su enemigo, y, por tanto, no pueden luchar.
El enemigo de mi padre soy yo. Ese pensamiento le hizo estremecerse, pero otro ocupó enseguida su mente. O quizá su enemigo es la culpa que ha decidido asumir. Ojalá las cosas hubieran sido distintas.
Mara se separó de la roca y se apoyó de nuevo en el chico.
—¿Preparado para subir la cuesta?
—Después de ti, Mara.
—Juntos, Anakin, juntos.
* * *
Esa tarde, el dantari trajo un gran montón de leña de blba. Regresó con una segunda carga, y Anakin le dio otra raíz de vincha. El nativo se alejó en la oscuridad y poco después les llegaron gritos de alegría procedentes del lejano campamento dantari.
Anakin partió una rama por la mitad y la echó al fuego.
—Bueno, ya son felices.
—Sí, eso parece —Mara asintió, y las sombras que proyectaba la hoguera ocultaron su expresión plomiza—. Lo has hecho bien.
—Gracias. Yo pienso lo mismo.
Anakin siguió pensando lo mismo hasta que se despertó a la mañana siguiente y encontró al dantari esperándolo en el campamento. Estaba sentado en el tronco derribado de un blba. Con una expresión parecida a la de un hutt con una carrera de vainas amañada, el nativo extendió la mano vacía hacia Anakin.